El viernes por la mañana, Rook se despertó temprano para tomar un avión a New Hampshire. Le dolía la cabeza y estaba de mal humor. Había anticipado un fin de semana muy diferente. Había esperado enseñarle a Mackenzie la casita de Cape Cod que había heredado un año atrás a la muerte de su abuela. Después de siete años trabajando en el sur de Florida, le habían ofrecido un destino en Washington, en su terreno, y su abuela le había dejado la casa para incitarlo a quedarse.
Estaba en una calle tranquila bordeada de árboles en Arlington. Sus dos hermanos mayores vivían a poca distancia de allí. Su hermano más pequeño tampoco andaba muy lejos. Andrew estaba rodeado de Rook y todos ellos eran agentes de la ley. Había sido infectado por el sentido de la responsabilidad de los Rook, los valores de trabajo y honradez de los Rook. Tenía treinta y cinco años y sentía la presión de que era hora de asentarse y formar una familia. Miraba su casa y los restos de la casita del árbol de su infancia en el gran roble del patio y sentía esa presión.
Se dirigió al cuarto de baño de abajo, que tenía todavía en la pared el papel de Cupido que había colgado su abuela con la ayuda de sus nietos. La casa necesitaba urgentemente una reforma. Él había trabajado de carpintero en el instituto y la universidad y podía hacer gran parte del trabajo personalmente. Había empezado bien, pero no había tenido ocasión de atacar aún el papel de Cupido.
Se duchó rápidamente, se puso un traje y fue a la cocina.
T.J. Kawasaki estaba en la puerta, puntual para llevarlo al aeropuerto. T.J., también agente especial del FBI, no estaba muy de acuerdo con la lógica que llevaba a Rook a New Hampshire.
– ¿Preparado?
– Más o menos.
T.J. entró en la cocina. Aparte de la cicatriz de siete centímetros debajo del ojo, era el estereotipo del militar, con su pelo moreno muy corto, la mandíbula cuadrada y sus trajes impecables.
– Tu juez Harris Mayer es un callejón sin salida.
– Tal vez -Rook agarró una libreta y anotó instrucciones para su sobrino-. Tengo que saberlo. Tú déjame en el aeropuerto. Yo vuelo a New Hampshire, busco a mi informador desaparecido y regreso mañana por la noche. Es fácil.
– Contigo nada es fácil. Ya no.
Rook dobló la nota sin contestar, escribió Brian con letras grandes en la parte exterior y la apoyó en el pimentero. Su sobrino la vería.
– Mackenzie Stewart es de New Hampshire -dijo T.J.
– Por eso conoce a la jueza Peacham.
– ¿Y a Harris?
– Supongo. Él visitaba a la jueza allí. Su esposa y él alquilaron una casa en el mismo lago varias veces. Él se ha largado. Ayer me dejó un mensaje diciendo que se largaba a un clima más fresco. ¿Qué te dice eso?
– No me dice que esté en New Hampshire.
Rook sabía que T.J. tenía razón, pero él estaba nervioso y no creía que Harris hubiera decidido salir de pronto del calor.
– Es razonable inspeccionar la casa del lago de la jueza Peacham.
– Supongo que sí -repuso T.J., escéptico todavía.
– Sólo perderé dos días -Rook tomó su bolsa de cuero y señaló la nota-. ¿Crees que la verá mi sobrino? Vuelve esta noche de la playa.
– La verá seguro -T.J. no fingió que le interesara el tema-. Brian es un buen chico. No quemará la casa. Sólo vas a estar fuera esta noche.
Brian había sorprendido y enfurecido a sus padres al dejar la universidad en primavera y pedir a su tío Andrew si podía mudarse con él unos meses. Quería trabajar, juntar algo de dinero y pensar lo que iba a hacer con su vida. Scott, su padre, un fiscal federal, se había mostrado de acuerdo. Su madre había respetado la decisión, pero era obvio que no le gustaba. Según Scott, el mayor de los hermanos Rook, ella era muy maternal con sus dos muchachos.
Hasta el momento, Brian no había cumplido su parte del trato.
Lo cual suponía un problema.
Cuando Rook y T.J. salieron a la calle, hacía ya calor y se esperaba que el tiempo se mantuviera así unos cuantos días por lo menos. Rook pensó que, si él tuviera diecinueve años y estuviera desempleado, también se habría quedado en la maldita playa. Un SVU negro paró en el camino de grava detrás del coche de T.J. y Rook reconoció al conductor de aire sombrío, Nate Winter. Winter era una leyenda entre los marshals de los Estados Unidos. T.J. se había topado con él durante una investigación en primavera y confirmaba la reputación de Winter como serio, impaciente y muy profesional.
Salió del coche.
– Buenos días, señores.
– Nate -lo saludó T.J.-. Estaré en el coche. Quieres hablar con Rook, ¿no?
Winter asintió y T.J. se metió en su coche, donde puso inmediatamente el motor en marcha y cerró la ventanilla para que funcionara el aire acondicionado.
A Rook no le extrañó nada que Winter quisiera hablar con él. Winter era de la misma ciudad de New Hampshire que Bernadette Peacham y Mackenzie Stewart. En las últimas treinta y seis horas, desde que descubriera que Mackenzie era amiga de la jueza, Rook la había investigado un poco. Nunca era demasiado tarde.
– ¿Adónde vas? -preguntó Winter.
– Al aeropuerto -repuso Rook-, voy a volar a New Hampshire.
– Yo soy de New Hampshire y mi hermana Carine vive allí. Tiene un niño de ocho meses -miró a Rook-. Mackenzie Stewart y ella son amigas y esta noche han planeado un encuentro de «chicas» en la casa del lago de la jueza Peacham… para tostar malvaviscos y ponerse al día.
Rook guardó silencio un momento.
– No pienso ver a Mackenzie en New Hampshire.
– ¿Sabías que ha ido allí?
– Eso he oído -pero no se lo había dicho a T.J., aunque había planeado hacerlo de camino al aeropuerto-. No es la razón por la que voy yo.
– Tú buscas a Harris Mayer -dijo Winter.
No había razón para que conociera los detalles de la investigación preliminar de las insinuaciones de Harris Mayer, pero a Rook no le sorprendía que fuera así. Winter era uno de los agentes federales más capaces del país y no tenía deseos de enfrentarse a él. Pero suponía que ya lo había hecho, dado su comportamiento con Mackenzie y el modo en que la había plantado.
– Ésa es la razón principal -repuso-, pero también intento averiguar si es sincero conmigo.
– ¿E ir a New Hampshire te ayudará?
– Eso espero.
– Cal Benton pasó anoche a ver a Mackenzie. Le preguntó si había visto a Mayer últimamente.
Rook no mostró ninguna reacción.
– ¿Y lo había visto?
– No. Cal os vio a Harris y a ti en el hotel el miércoles.
– ¿Eso fue lo que le dijo a Mackenzie?
– No con tantas palabras. Ella no lo sabe, pero lo descubrirá pronto -Winter hizo una pausa-. Mi tío se quedará esta noche con el niño de Carine. ¿Debo buscar el modo de conseguir que Carine y Mackenzie cancelen sus planes en casa de la jueza?
– No es necesario. No sé qué se propone Harris, pero no veo qué peligro pueda suponer para una velada en un lago de New Hampshire -Rook miró su reloj-. Si no pierdo mi vuelo, puedo llegar al lago y marcharme antes de que lleguen Mackenzie y tu hermana. No tienen por qué enterarse de que he estado allí. No espero encontrar nada, simplemente estoy cubriendo todas las bases.
– ¿Dónde te hospedas esta noche?
– No lo sé todavía.
– Si tienes algún problema, llama a mi tío. Gus Winter. Será discreto.
– Gracias. Estaré en contacto.
Winter no se ablandó.
– Si no, yo estaré en contacto contigo.
Subió a su coche sin añadir nada más.
Cuando Rook entró en el vehículo de T.J. éste movió la cabeza.
– Winter te enterrará en el jardín de su tío si lo mosqueas.
– No. Demasiado granito en aquellas zonas Me arrojará al Potomac.
– En pedazos, Rook. En muchos pedazos.