Veintitrés

Cuando oyó que Cal entraba en la casa, Bernadette se levantó de la cama y corrió abajo, alegrándose de haber tenido el buen sentido de acostarse con un pijama largo y amplio.

Sorprendió a su ex marido cuando se servía un vaso largo de whisky en la cocina. Se quedó en el umbral con los brazos cruzados, pero Cal nunca se había dejado intimidar por ella.

– ¿Dónde está Harris? -preguntó.

– ¿Harris Mayer? No tengo ni idea -Cal tomó un trago largo y la miró con una franqueza que en otro tiempo ella había encontrado atractiva e incluso sexy-. Es amigo tuyo, no mío.

– Se ha ido.

– ¿Y qué? Ya es mayorcito. Puede irse sin decírselo a nadie.

Bernadette comprendió que no llegaría a ninguna parte por aquel camino.

– ¿Por qué has ido esta noche a casa de Andrew Rook? -preguntó.

Él vaciló, pero sólo un instante.

– Por nada que pueda interesarte.

– ¿No? ¿Dónde estás ahora, Cal? Estás en mi casa y tengo derecho a saber si estás mezclado en algo que pueda explotarme a mí en la cara.

– Tú no has hecho nada. Tú eres pura, Bernadette.

– ¿Crees que importará que yo no haya hecho nada y tú sí? ¿Crees que le importará a alguien? Las apariencias…

– Las apariencias no te llevarán a la cárcel -él tragó el whisky, dejó el vaso en la encimera y se sirvió otro-. Me voy a la cama. Me mudo este fin de semana. Así podrás empezar a fingir que nunca hemos estado casados.

– Ya he empezado -repuso ella, pero se arrepintió inmediatamente del comentario, aunque sólo fuera porque lo pondría más a la defensiva-. Cal, por favor. No quiero discutir contigo. Si estás en un lío, sabes lo que tienes que hacer. Eres un abogado muy bueno.

Él soltó una risa amarga.

– Gracias, Jueza.

– ¿Por qué no me lo cuentas? -ella avanzó hacia él-. ¿Qué te ha pasado?

– ¿Crees en el diablo?

A ella le dio un vuelco el corazón.

– ¿Qué?

Él abandonó lo que había empezado a decir.

– Mañana te habrás ido antes de que me levante. Que tengas buen viaje -sonrió un poco-. Saluda a los del pueblo de mi parte.

– Cal…

– No quiero que te pase nada, Bernadette. Nunca lo he querido.

Se alejó con el vaso. Ella pensó en seguirlo, ¿pero de qué serviría otra pelea? Era un hombre terco y reservado por naturaleza, cualidades que tenían sus ventajas y sus desventajas. Pero ella nunca había sido capaz de atravesar el caparazón duro que había desarrollado para proteger sus partes más vulnerable, donde vivían sus inseguridades, y se había cansado de intentarlo. Si él cedía a sus compulsiones en vez de vencerlas, ¿qué podía hacer ella?

Tal vez apartarse cuando le explotaran en la cara.

Pero sabía que no sería posible. Cumplía el código ético judicial tanto como el que más, pero eso no la ayudaría en lo relativo a las apariencias. Si Cal estaba en un lío, no sabía si los papeles del divorcio la protegerían a ella de las críticas del público o si acabaría como Harris Mayer, deshonrada y dejada de lado.

Harris no había sido acusado de nada, pero eso no lo convertía en inocente. Había tomado parte en asuntos sórdidos.

La mayoría de sus conocidos apreciaban su renuencia a cortar del todo con un viejo amigo, aunque no la entendieran. ¿Pero serían tan comprensivos si ella había vinculado involuntariamente a Harris con Cal y habían hecho juntos algo fraudulento?

– Te estás precipitando -dijo en voz alta.

Cal se habría ido cuando volviera de New Hampshire y ella recuperaría su vida. Sonrió.

– ¡Gracias a Dios!

Subió a su dormitorio pensando en el lago, las montañas, la sensación del rocío bajo los pies en una mañana de finales del verano, en recuerdos de su hogar.

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