Treinta y siete

La superficie cristalina del lago reflejaba las hojas perennes y los tonos grises del atardecer. Mackenzie, vestida ahora con vaqueros y con la mochila preparada para el viaje a Washington, saltó de una roca que sobresalía en el lago a otra situada a menos de diez metros dentro del agua. Estaba justo debajo del claro donde Jesse había llevado a Cal y donde, al parecer, Bernadette le había reservado una parcela.

Si no hacía las paces con ese lugar ahora, no las haría nunca.

Oyó movimiento en la orilla detrás de ella, pero esa vez no era un lunático. Rook salió de entre los pinos vestido con vaqueros y tan atractivo como siempre.

Mackenzie le sonrió.

– No puedo ir a ninguna parte sin que me siga el FBI.

Él saltó hasta su roca sin vacilar.

– Aquí hay sitio para dos.

– Siempre tan seguro de ti.

– ¿Te has abierto más la herida cuando has saltado antes al agua?

Ella lo miró de soslayo.

– ¿Me has visto?

– T.J. se ha traído prismáticos. Quería ver a los somorgujos.

– ¿Dónde está ahora?

Rook señaló la casa.

– Ha ido a despedirse. Se va para Washington antes que nosotros. Así puede pavimentar el camino con nuestros superiores.

– ¿Reunión con los jefazos del FBI?

– Sí.

– Tú sigues siendo una de sus estrellas en alza y T.J. también -ella metió los dedos del pie en el agua, que estaba más fría que al lado del muelle-. Jesse pudo haber matado ayer a Beanie.

– Mac…

– La única razón de que no lo hiciera fue que quería que ella me retrasara para sacarme ventaja. Aunque no le sirvió de mucho -sacó el pie del agua-. Y Beanie dice que no pensaba dejarse matar fácilmente. Que iba a defenderse con lo que pudiera.

– Quizá lo hubiera conseguido.

– No me extrañaría -Mackenzie le puso una mano en el brazo y sintió su calor y su fuerza-. Yo amo esto, Rook.

Él asintió.

– Lo sé.

– Pero al jefe Delvecchio le gusto. Dice que es una mala señal y que seguramente debería hacerse examinar la cabeza.

– Sabe que eres buena. Y lista.

– Me hice marshal por muchas razones. El accidente de mi padre, la influencia de Nate, la aventura, la oportunidad de probar mi valía… quizá no todas son buenas razones, no sé. Puede que acabe de regreso en la universidad uno de estos días. Pero en este momento quiero seguir siendo marshal.

– Mac -él le puso un dedo en los labios-. A mí no tienes que explicarme nada.

– Estoy colgada de ti, Rook. Lo sabes, ¿verdad?

– No debí plantarte como lo hice.

– Era lo correcto. Por eso lo hiciste, no por ambición ni nada de eso.

Él acercó la boca a la de ella.

– Si T.J. está en el muelle con los prismáticos…

– ¿Te importa? -Rook la besó con suavidad-. Te quiero, Mac.

– Rook… Andrew… -Mackenzie casi perdió el equilibrio en la roca-. Si nos caemos al lago, no llegaremos al avión y tendremos aún más cosas que explicar en Washington -le sonrió-. Mis fantasmas esperan mi regreso. Sarah dice que puede darme otros dos meses en la casa. Pero no sé qué dirá Nate. No está convencido de que no atraiga a más indeseables a la casa.

– Entonces sigues necesitando un lugar donde vivir.

– Sí.

– Brian se marcha. Yo voy a remodelar. ¿Qué te parece si vemos lo que ocurre?

– Sólo una cosa -Mackenzie le echó los brazos al cuello y volvió a besarlo-. El papel de Cupido se queda.

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