Veinte

Jesse miraba por los impresionantes ventanales de su dúplex alquilado el atardecer anaranjado que se reflejaba en el río Potomac mientras pensaba que debería haber prestado más atención a sus clases de Historia. Washington estaba atestado de lugares históricos, museos y edificios gubernamentales.

Mackenzie era licenciada en Ciencias Políticas y seguramente conocería la historia de muchos de los lugares poco conocidos de Washington.

Se apartó de la ventana. Hasta el momento, la investigación sobre la muerte trágica de la ayudante del congreso no parecía llevar a la policía hasta Cal Benton. Su rubia y él habían sido cautelosos, aunque no tanto que él no los hubiera fotografiado.

Pero la búsqueda de Harris se intensificaba. Jesse estaba seguro de haber ganado tiempo para presionar a Cal, ¿pero era tiempo suficiente? No podía presionar demasiado y correr el peligro de que Cal prefiriera arriesgarse con el FBI, acudir a ellos con su póliza de seguros y hacer un trato… entregar a Jesse a cambio de quedar él libre de cárcel.

Era un acto de equilibrio delicado.

Jesse no tenía que ser paciente, pero tenía que ser decidido.

Bajó al garaje del edificio y entró en su BMW alquilado. El coche de Cal estaba aparcado al final de la fila. Perfecto. Habría visto ya que alguien había entrado en su casa.

Y no habría llamado a la policía porque no se habría atrevido.

Jesse condujo hasta Arlington y la casa histórica donde se hospedaba Mackenzie. Había pasado antes por allí y visto a una mujer de cabello color miel conferenciando con dos contratistas en furgonetas separadas. Sarah Dunnemore Winter, sin duda. Jesse había investigado a fondo.

Le gustaba la idea de que tanto Mackenzie como él tuvieran residencias temporales. No sólo porque era algo en común entre ellos, sino también porque significaba que el futuro de ella era todavía incierto.

¿Y si la guapa marshal y él estaban destinados a estar juntos?

¿Y si no la había matado por eso? ¿No porque supiera luchar y hubiera tenido suerte sino porque su subconsciente hubiera minado sus planes? ¿Porque había sabido a cierto nivel que tenía que dejarla con vida?

El coche de ella no estaba en el camino. Pensó entrar en la casa y esperar su regreso, pero eso era demasiado impulsivo y muy peligroso. Si se equivocaba y Mackenzie estaba dentro, acabaría con él. Estaba alerta e iba armada. No podría escapar una segunda vez.

El sistema de seguridad de la casa era bastante pobre y no contaba con cámaras de vigilancia. Para Jesse era muy sencillo aparcar a la sombra y salir del coche. Tomó un cuchillo igual al que había usado en New Hampshire, cortó una gruesa hortensia rosa y la colocó en la puerta.

– De un amigo -dijo-. De alguien que te conoce mejor de lo que te conoces tú.

Para estar seguro de que ella supiera que era suya, dejó el cuchillo de asalto al lado de la hortensia.

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