Mackenzie sintió el impulso de salir del camino de entrada de Bernadette dos segundos después de haber llegado. Pero había luz en la casa, lo que sugería que la persona que estuviera allí, Bernadette o Cal o los dos, no se había acostado aún.
Cuando subió los escalones de la puerta lateral, ésta se había abierto ya. Bernadette la esperaba descalza y ataviada con una túnica negra.
– Podemos hablar arriba. Estoy haciendo las maletas para New Hampshire, me voy por la mañana -se volvió bruscamente y miró a Mackenzie-. Puedes subir escaleras, ¿verdad?
– Sí. ¿Cal está aquí?
– No.
Bernadette se alejó por el pasillo y Mackenzie cerró la puerta tras de sí y la siguió. Subió hasta el segundo piso recordando cómo le gustaba antes visitar a Bernadette en Washington, sobre todo antes de su matrimonio con Cal. Ella había intentado mantenerse neutral con él, aunque ninguno de los demás amigos de Bernadette se había molestado en hacerlo. Y desde luego, nadie en Cold Ridge, donde no era apreciado. Pero todos querían que Bernadette fuera feliz y si Cal la hacía feliz, ¿quiénes eran ellos para criticarla?
Tenía una maleta abierta en el suelo a los pies de la cama de cuatro columnas con la colcha color champán retirada como si la jueza hubiera intentado dormir y decidido luego hacer las maletas.
– Iré con el coche -dijo-. Había pensado ir en avión y Gus dijo que vendría a buscarme al aeropuerto, pero conducir me ayudará a despejar la mente.
– Beanie, no sé si es buena idea conducir en este momento.
– No te preocupes por mí. Por el amor de Dios, ya llevo tiempo en este trabajo y nunca pasó nada hasta… -movió una mano en el aire-. Olvídalo.
– Hasta que yo me hice agente federal.
– No importa. Mi seguridad personal no me preocupa lo más mínimo -se volvió hacia la cómoda y abrió un cajón-. Pero tú no has venido a hablar de mi viaje, ¿verdad?
Mackenzie ya no estaba segura de que hubiera sido buena idea ir allí, pero no podía retroceder. Bernadette no se lo permitiría, insistiría en una explicación.
Ni siquiera intentó mostrarse sutil.
– ¿Por qué ha ido Cal a la casa de un agente del FBI?
– ¿Qué? -Bernadette se volvió con dos pares de calcetines en la mano-. Te refieres a Andrew Rook, ¿verdad? ¿Cal ha ido a verlo?
– Así es. Hace un rato.
La jueza entrecerró los ojos.
– ¿Y puedo preguntar por qué te importa eso a ti?
– Beanie… -Mackenzie se esforzó por encontrar las palabras apropiadas-. Habla con Cal.
– He hablado con Cal desde el día en que nos conocimos hace tres años hasta el día en que nos divorciamos hace ocho semanas. Ahora sólo hablo con él cuando no tengo más remedio. Estoy harta, Mackenzie; ya no puedo más. Me casé con el hombre que creía que era, o quizá el hombre que yo quería que fuera. Eso ya se ha acabado. Ahora seguimos caminos separados. Cuando vuelva aquí en septiembre, sólo lo veré si coincidimos en algún cóctel.
– Habla con él de todos modos.
– Cambiaré las cerraduras de la casa si eso hace que te sientas mejor.
– No es eso.
La mujer dejó los calcetines en la maleta.
– ¿Y qué es, Mackenzie? ¿Por qué vienes a mi casa a estas horas?
– Harris Mayer y Cal se conocen. Harris ha desaparecido…
Bernadette se enderezó, adoptó sus modales de jueza.
– Elige bien tus palabras, Mackenzie. «Desaparecido» es una palabra muy fuerte.
– Pues entonces la retiro. Oye, yo no quiero que te pase nada. Eres una de las personas más buenas y generosas que conozco.
– ¿Y eso me vuelve débil y estúpida?
Mackenzie no vaciló.
– No, eso hace que la gente como yo te queramos.
Bernadette se sentó en el borde de la cama con los ojos llenos de lágrimas.
– Lo siento -su voz era poco más que un susurro-. Lo siento mucho.
– ¿Qué sientes? Tú no has hecho nada malo.
– Sé que… ¡Oh, Mackenzie!, sé que es mi culpa que te pase todo esto. Ese hombre… el hombre que te atacó… -movió la cabeza y se secó las lágrimas con el dorso de la mano-. Sé que es culpa mía que estuviera en mi propiedad.
– Si sabes algo concreto…
– ¡Maldita sea, Mackenzie! Sé lo que tengo que hacer. Yo no sé nada.
Mackenzie casi sonrió.
– Vale.
Bernadette suspiró entre lágrimas.
– No pretendía gritarte -se incorporó y señaló la maleta-. Ni siquiera sé lo que he metido.
– Debo irme -dijo la joven.
– Veré a Cal antes de marcharme. Hablaré con él. Lo prometo. Pero en este momento no tengo ni idea de por qué ha ido a casa de Andrew Rook.
Cuando volvió a su coche, Mackenzie reprimió el impulso de dirigirse al norte, hacia New Hampshire. Podía cumplir las expectativas de todos y dejar el trabajo de marshal. Dedicarse a escribir su tesis y olvidarse de todo aquello.
Pero volver a New Hampshire no resolvería nada. Aquel hombre seguiría suelto y ella se preguntaría cuándo volvería a atacarla o a dejarle un regalo macabro.
Lo que tenía que hacer era encontrarlo.
De camino a casa de Rook, se equivocó dos veces de giro. Cuando llegó, se disponía a llamar, pero antes de que lo hiciera se abrió la puerta y apareció Rook con vaqueros y camiseta y tan atractivo que ella tuvo que abofetearse mentalmente. Enamorarse de él no la iba a ayudar a encontrar a su atacante.
– ¿Me habéis guardado pizza? -preguntó.
T.J. estaba en la mesa de la cocina con Brian Rook, que se excusó al instante y subió las escaleras.
Rook le puso un trozo de pizza en el plato y se lo dejó en la mesa.
– Está templada, no caliente.
– Está bien así. Gracias.
T.J. echó atrás su silla pero no se levantó.
– Hemos llamado a Cal Benton y hablado con él. Hablaremos más mañana. Se ha disculpado por no haberle dado su nombre a Brian.
– ¿Ha dicho por qué ha venido? -preguntó Mackenzie.
Mordió un trozo de pizza. No se había dado cuenta del hambre que tenía. Le parecía que hacía una semana que Juliet, Ethan y ella habían parado a comer algo antes de seguir viendo listas de casas en barrios asequibles de precio.
– Ha dicho que no se le había ocurrido que fuera a ser un problema venir aquí -T.J. se encogió de hombros-. Que ha estado casado con una jueza federal y no se lo ha pensado dos veces antes de llamar a la puerta de Andrew.
Rook se sentó entre Mackenzie y su compañero en la mesa redonda.
– ¿Y qué quería? -preguntó Mackenzie.
Los dos hombres guardaron silencio. T.J. fue el primero en romperlo.
– Harris Mayer llamó a nuestra puerta hace un mes e insistió en que podía ayudarnos con un caso relacionado con chantaje, extorsión, estafa y soborno. Con dinero que cambiaba de manos ilegalmente entre los ricos de Washington. Personas a las que amenazaban con descubrir sus secretos.
– ¿Amenazadas con violencia? -preguntó ella.
– Harris no ha dicho que la violencia sea un factor -repuso Rook-. Nos hemos reunido unas cuantas veces, pero siempre se ha mostrado vago. Es difícil calibrar si sólo quiere ser otra vez parte de la acción y se inventa cosas para llamar la atención o si hay algo real.
– Le gusta tirar de los hilos de la gente -añadió T.J.-. Sabe que si mueve nuestros hilos no le vamos a hacer nada. Pero eso no significa que no se lo hagan otros.
– Si las personas detrás de los chantajes se enteraran de que habla con el FBI… -Mackenzie no terminó, no era necesario-. Un buen motivo para desaparecer. ¿Qué tiene que ver Cal?
– No lo sabemos -dijo Rook-. Harris y él se conocieron a través de la jueza Peacham y se han visto unas cuantas veces en los últimos meses. Eso no es nada en sí mismo, pero si lo unimos a todo lo demás que ha pasado en las últimas semanas, no sé.
Mackenzie pensó un momento en el hombre que la había atacado y en sus ojos incoloros y sin alma.
– ¿Creéis que el hombre que me atacó forma parte de esos chantajes y extorsiones?
Rook le sostuvo la mirada, pero fue T.J. el que habló.
– No lo sabemos.
– ¿Bernadette?
– Lo mismo.
– He conocido a Beanie toda mi vida y recuerdo a Harris viniendo al lago con su esposa e hijos cuando yo tenía nueve o diez años. Asistí a la boda de Beanie con Cal -suspiró, perdido ya el apetito-. Bueno, Rook, no me extraña que me dejaras.
Creyó ver sonreír a T.J., pero él se puso rápidamente en pie.
– Me gustaría haber estado allí cuando ese hijo de perra te ha dejado la flor y el cuchillo esta noche -dijo-. Esté o no metido en nuestro caso, ese hombre es un villano y lo atraparemos.
– Claro que sí -sonrió ella-. Gracias. Quizá los vecinos hayan visto algo que pueda ayudarnos. Yo me alegro de que Sarah no estuviera allí.
T.J. apretó los dientes.
– Un grupo de vigilantes locos intentó atacar a Sarah en primavera. Algo relacionado con esa casa. Yo creo que ya es hora de mejorar la seguridad allí.
Mackenzie recordaba el jaleo de la primavera, en el que habían estado mezclados Nate, Juliet Longstreet y algunos marshals de California.
– No creo que la seguridad vaya a ayudar mucho con los fantasmas de Sarah.
Cuando T.J. se marchó, Rook sirvió un whisky para Mackenzie y se sentó enfrente de ella.
– Me parece que te vendrá bien una copa.
– O un par de sorbos al menos -ella tomó el vaso y miró el líquido color ámbar-. Quiero encontrar a ese bastardo. Y a Harris. Y Cal…
– Tú no tienes la culpa de que haya venido aquí. Limítate a hacer tu trabajo. Nadie te va a pedir más.
Ella tomó un trago de whisky y recordó los ojos sin color de su atacante.
– Ese bastardo me ha dejado el cuchillo para decirme que podía haberme matado el viernes -comentó.
– No te mató.
– Quizá sí que podía y… No sé.
– ¿Y quería hacerte pensar que lo habías vencido?
– Sólo lo desarmé. Si lo hubiera vencido, ahora estaría entre rejas -tomó otro trago de whisky-. ¿Dónde fue tu primer destino?
– En Florida.
Ella lo miró a los ojos.
– ¿Tenías dudas?
– Vengo de una familia de policías. Las dudas nunca fueron mi problema -sonrió él-. Al contrario, era bastante chulo. Siempre tenía prisa y no me gustaba interrogarme a mí mismo.
Ella bebió más whisky y lo señaló con el vaso.
– Sigues siendo chulo.
– Pero soy más mesurado. Mac, tú no dudaste el viernes. Si hubieras dudado, no te quitarían los puntos mañana. Todos los que sabemos lo que hiciste sabemos también que podemos contar contigo en una pelea, que no saldrás corriendo cuando haya peligro -se encogió de hombros-. Serías difícil de derrotar.
Ella se levantó y llevó el vaso al fregadero.
– Gracias por venir cuando te he llamado.
– Me alegro de que lo hayas hecho -Rook se acercó, la miró a los ojos y sonrió-. Estás agotada.
La besó con suavidad, sin el fuego de la noche anterior. Pero ella sabía que el anhelo estaba allí. Y lo sentía también en sí misma.
– Duerme -sonrió él.
El beso y los pocos tragos de whisky sólo conseguían aumentar su sensación de que estaba a punto de perder el control. Tomó la mochila y agradeció que Rook no la siguiera al cuarto de invitados.
Brian le salió al encuentro en el pasillo.
– Te he dejado toallas y he limpiado un poco.
– Gracias.
El chico se encogió de hombros y fue a su habitación. Mackenzie pensó que estaba afectado por la reacción de todos a la visita de Cal y que tenía dudas, pero no debía ser fácil confesar esas dudas a un tío tan seguro de sí mismo como Andrew. Mackenzie pensó en seguirlo y hablar con él, pero no lo hizo. El chico tenía diecinueve años. Las dudas probablemente eran algo bueno.