Capítulo IV

1



EL señor Entwhistle pasó la noche muy intranquilo. A la mañana siguiente se sentía tan cansado que no se levantó.

Su hermana, que le llevaba la casa, le subió el desayuno en una bandeja, amonestándole severamente por haber ido al Norte de Inglaterra a su edad y en su delicado estado de salud.

El señor Entwhistle limitóse a decir que Ricardo Abernethie había sido un viejo amigo suyo.

—¡Un funeral! —decía su hermana con desaprobación—. ¡Los funerales son funestos para un hombre de tu edad! Te morirás tan de repente como tu precioso señor Abernethie si no te cuidas un poco más.

Las palabras «tan de repente» le hicieron dar un respingo. Y no tuvo ánimos para discutir.

Sabía perfectamente por qué le habían sobresaltado.

¡Cora Lansquenet! Lo que insinuó era completamente imposible, pero al mismo tiempo le hubiera gustado saber con exactitud lo que la impulsó a pronunciar aquellas palabras. Sí, iría a Lychett Saint Mary para verla. Podía pretextar que iba por algo relacionado con el testamento: Que necesitaba su firma... No era necesario dejarle adivinar que había prestado atención a su estúpido comentario. Pero estaba decidido a ir a verla y pronto.

Terminó su desayuno, y recostándose contra las almohadas se dispuso a leer el Times, que encontró muy aburrido.

Eran cerca de las seis menos cuarto de aquella tarde cuando en la sala sonó el teléfono.

Él mismo descolgó el auricular. La voz que le llegaba desde el otro extremo del hilo era la de un tal señor Jaime Parrott, uno de los socios de Bollard, Entwhistle.

—óigame, Entwhistle —dijo mister Parrott—. Acaba de llamarme la policía de un lugar llamado Lychett Saint Mary.

—¿Lychett Saint Mary?

—Sí. Al parecer... —El señor Parrott se detuvo con cierto embarazo—. Es acerca de la señora Cora Lansquenet; ¿no era una de las herederas de Abernethie?

—Sí, claro. Ayer la vi en el funeral.

—¡Oh! ¿Estuvo en los funerales?

—Si. ¿Qué ocurre?

—Pues... está... es algo extraordinario... ha sido... bueno... ha sido asesinada.

El señor Parrott pronunció la última palabra casi en un susurro. No creía que pudiera significar nada para la firma Bollard, Entwhistle.

—¿Asesinada?

—Sí..., sí..., me temo que sí. Bueno, quiero decir que no existe sobre ello la menor duda.

—¿Y por qué nos han llamado a nosotros?

—Vivía con una amiga, o un ama de llaves, o lo que sea, una tal señorita Gilchrist. La policía le preguntó el nombre de sus parientes más próximos, o de sus abogados. Esa señorita Gilchrist no estaba muy segura de las direcciones de los familiares, pero nos conocía a nosotros. Por eso llamaron aquí en seguida.

—¿Por qué creen que ha sido asesinada? —quiso saber el señor Entwhistle.

—Oh, parece ser que no existe la menor duda... quiero decir que emplearon un hacha o algo parecido... Ha sido un crimen muy violento.

—¿Por robo?

—Eso parece. Encontraron una ventana rota. Faltan algunas chucherías, los cajones estaban abiertos... pero parece ser que la policía opina que pudiera haber algo... bueno... raro en todo ello.

—¿A qué hora ocurrió?

—Entre las dos y las cuatro y media de esta tarde.

—¿Dónde estaba el ama de llaves?

—Cambiando algunos libros en la Biblioteca Pública. Regresó a eso de las cinco y encontró muerta a la señora Lansquenet. La policía desea saber si tenemos alguna idea de quién pudo matarla. Yo dije que no creía que pudiera suceder semejante cosa.

—Sí, claro.

—Debe haber sido algún perturbado de la localidad... que creería poder robar algo, y luego debió perder la cabeza y la mató. Así debió ser... eh... ¿no le parece, Entwhistle?

—Sí... sí... —aceptó ausente.

Parrott tenía razón. Eso fue lo que debió ocurrir...

Pero había oído la voz de Cora diciendo con desenfado:

Pero fue asesinado, ¿verdad?

¡Qué tonta era Cora! Siempre lo había sido. Diciendo inconveniencias... y las verdades más desagradables...

¡Verdades!

Otra vez aquella maldita palabra...

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