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Susana llegó sin aliento.

—¿Dónde está Greg? ¡Estaba aquí! Le he visto.

—Sí —Poirot hizo una pausa antes de agregar—: Vino a decirme que fue él quien asesinó a Ricardo Abernethie.

—¡Qué cosa más absurda! Supongo que no le habrá creído. Ni siquiera estuvo aquí cuando falleció tío Ricardo.

—Tal vez no. ¿Dónde estaba cuando murió Cora Lansquenet?

—En Londres. Los dos estábamos allí.

Hércules Poirot movió la cabeza.

—No, no; usted, por ejemplo, salió en su automóvil y pasó fuera toda la tarde. Creo saber dónde estuvo. Fue a Lychett Saint Mary.

—¡No hice nada de eso!

—Cuando la encontré aquí, madame, no era la primera vez que la veía, como le dije. Después de la vista de la causa por el asesinato de la señora Lansquenet, estuvo usted en el garaje de «Las Armas del Rey». Estuvo hablando con un mecánico y junto a ustedes había un automóvil con un anciano extranjero. Usted no se fijó en él, pero él sí en usted.

—No sé lo que quiere decir. Eso fue el día en que se celebró la vista.

—¡Ah, pero recuerde lo que le dijo el mecánico! Le preguntó si era pariente de la víctima y usted dijo que era su sobrina.

—Era un vampiro. Todos lo son.

—Y sus palabras siguientes fueron: «Ah, me preguntaba dónde la había visto antes.» ¿Dónde la vio a usted antes, madame? Tuvo que ser en Lychett Saint Mary, puesto que se acordó de usted al saber que era la sobrina de la señora Lansquenet. ¿La vio cerca de la casita? ¿Cuándo? Y el resultado de estas averiguaciones que usted estuvo allí... en Lychett Saint Mary... la tarde en que murió Cora Lansquenet. Aparcó el coche en la misma cantera donde lo dejara el día siguiente. El automóvil fue visto allí... y se tomó nota de la matrícula. Ahora el inspector Morton debe saber de qué coche se trataba.

Susana le miró de hito en hito. Su respiración se había hecho más agitada, pero no daba muestras de inquietud.

—Está diciendo tonterías, señor Poirot, y va a lograr que olvide lo que vine a decirle... a solas...

—¿Vino a confesarme que era usted y no su esposo quien cometió el crimen?

—No, claro que no. ¿Cree que soy una tonta? Y ya le he dicho que Gregorio no salió de Londres aquel día.

—Un hecho que no es posible que sepa, puesto que usted misma tampoco estuvo allí. ¿Para qué fue a Lychett Saint Mary, señora Banks?

Susana respiró el aire con fuerza.

—Está bien. ¡Si es que tiene que saberlo! Lo que Cora dijo cuando los funerales me preocupó. No dejé de pensar en ello. Al fin resolví ir a verla en mi automóvil y preguntarle qué era lo que le impulsó a hablar así. Greg lo hubiera considerado una tontería, y por eso ni siquiera , le dije adonde iba. Llegué allí a eso de las tres, llamé al timbre y golpeé la puerta, pero nadie contestó, y pensé que debía haber salido. Eso es todo. No di la vuelta a la casa, de otro modo hubiera visto la ventana rota. Volví a Londres sin la menor sospecha de que pudiera haber ocurrido algo anormal.

El rostro de Poirot resultaba inescrutable.

—¿Por qué se acusó del crimen su esposo?

—Porque está... —una palabra tembló en los labios de Susana.

—Iba usted a decir: porque está loco, como se dice en broma..., pero esta vez demasiado cerca de la verdad, ¿no es cierto?

—Greg está perfectamente.

—Conozco algo su historia. Estuvo algunos meses en la clínica mental de Forsdyke, antes de conocerla a usted.

—No le enviaron allí. Fue un paciente voluntario.

—Eso es cierto. Convengo en que no puede considerársele perturbado, pero lo cierto es que estuvo algo «desequilibrado». Tenía un complejo de culpabilidad... supongo que lo tendría desde la infancia.

Susana habló rápida y ansiosamente:

—Usted no comprende, señor Poirot. Greg nunca tuvo una oportunidad. Por eso deseaba tanto el dinero de tío Ricardo. Greg necesitaba ser alguien... no sólo un ayudante en una farmacia, a quien todos mandaban de un lado a otro. Ahora será distinto. Tendrá su laboratorio, donde podrá desarrollar sus propias fórmulas.

—Sí, sí... usted le daría todo el mundo... porque le quiere. Le quiere demasiado, pero usted no puede dar a la gente lo que son incapaces de recibir. A pesar de todo esto, seguirá siendo algo que no quiere ser...

—¿Qué?

—El marido de Susana.

—¡Qué cruel es usted! ¡Y qué tonterías está diciendo!

—En lo tocante a Gregorio Banks, no tiene usted escrúpulos. Usted quería el dinero de su tío... no para usted misma... sino para su marido. ¿Tan desesperadamente lo deseaba?

Susana, muy enojada, dio media vuelta y se marchó.

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