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—No puedo —dijo la señorita Gilchrist.

Maude la miró sorprendida.

La señorita Gilchrist temblaba, y sus ojos miraron a Maude suplicantes.

—Soy una estúpida, lo sé... pero no puedo quedarme sola en la casa. Si hubiera alguien que quisiera venir... y... dormir aquí también...

Miró esperanzada a la otra mujer, pero Maude movió la cabeza. Sabía muy bien las dificultades que había para encontrar en la vecindad a alguien que quisiera «vivir allí».

La señorita Gilchrist proseguía en tono desesperado:

—Sé que me juzgará tonta e histérica... Yo nunca me hubiera imaginado que iba a sentirme así. Nunca fui nerviosa... ni fantasiosa. Pero ahora todo parece distinto. Estaría aterrorizada... sí, literalmente aterrorizada... si me quedara aquí sola.

—Claro —dijo Maude—. Soy muy tonta. Después de lo que pasó en Lychett Saint Mary...

—Supongo que debe ser por eso... No es lógico, lo sé. Y al principio no me sentía así. No me importó quedarme sola en la casita, después... después de lo que había ocurrido. Esos sentimientos van saliendo poco a poco. No me juzgue mal, señora Abernethie; pero desde que vine aquí me he sentido... asustada, ¿sabe? No por nada en particular, sólo atemorizada... Es una tontería y me avergüenzo de ello. Es como si siempre estuviera esperando que ocurriese algo terrible... Hasta esa monja que llamó a la puerta me sobresaltó. ¡Oh, Dios mío, qué mal estoy!

—Supongo que debe ser eso que llaman un shock retardado —dijo Maude.

—¿Sí? No lo sé. Oh, Dios mío, lamento tanto parecer... tan desagradecida, después de todas sus atenciones. ¿Qué pensará usted?

Maude la tranquilizó:

—Debemos buscar otro arreglo —dijo.

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