Capítulo XVII

Miguel tendió la carta a Rosamunda por encima de la mesa.

—¿Qué opinas?

—Oh, iremos. ¿No te parece?

—Puede ser que sea lo mejor.

—Es posible que haya algunas joyas... Claro que todo lo de la casa es horrible... pájaros disecados y flores de cera... ¡Uf!

—Sí. Una especie de mausoleo. A decir verdad, me gustaría hacer un par de bocetos... en particular del salón. La chimenea, por ejemplo, y ese sofá de forma tan curiosa. Serían muy apropiados para El Progreso del Barón... si volviéramos a representarla.

Se puso en pie mirando su reloj.

—Eso me recuerda que debo ver a Rossenheim. Esta noche no me esperes hasta tarde. Ceno con Oscar y vamos a tratar de si aceptamos esa oferta y si es compatible con la proposición americana.

—El querido Oscar estará contento de verte después de todo este tiempo. Dale recuerdos muy afectuosos de mi parte.

Miguel la miró con acritud. Ya no sonreía y su rostro había adquirido una expresión de alerta.

—¿Qué quieres decir... después de todo este tiempo? Cualquiera diría que no le he visto hace meses.

—Bueno y ¿le has visto acaso?

—Sí, comimos juntos hará sólo una semana.

—¡Qué extraño! Debe haberlo olvidado. Me telefoneó ayer y dijo que no te había visto desde el estreno de Tilly va al Oeste.

—Este viejo estúpido habrá perdido la memoria.

Miguel rió, mientras Rosamunda le miraba con sus ojos azules muy abiertos y sin emoción alguna.

—Crees que soy tonta, ¿verdad, Mick?

—Claro que no, querida.

—Sí, lo crees; pero no lo soy tanto. Aquel día no viste a Oscar. Yo sé a dónde fuiste.

—Querida Rosamunda, ¿qué quieres decir?

—Quiero decir que sé dónde estuviste realmente...

Miguel contempló a su esposa desconcertado. Ella le devolvió la mirada plácida y sin alterarse.

Miguel pensó en aquel momento en lo desconcertante que resultaba una mirada vacía.

—No sé dónde quieres ir a parar...

—Sólo quiero decir que es bastante tonto decirme tantas mentiras.

—Escucha, Rosamunda...

Había comenzado a irritarse... pero se detuvo sorprendido mientras su esposa le decía:

—Lo que deseamos es aprovechar esa oportunidad y poner en escena esa obra, ¿verdad?

—¿Desearlo? ¡Si es el papel que siempre he soñado!

—Sí... eso es lo que quise decir.

—¿A qué te refieres?

—Bueno... cuesta bastante, ¿verdad? Pero no hay que correr demasiados riesgos.

—Es tu dinero... ya lo sé —repuso él mirándola—. Si no quieres arriesgarlo... Escucha, querida. El papel de Eileen... es posible que soporte algunas enmiendas.

Rosamunda sonrió.

—La verdad... no creo que quiera representarlo.

—Pero criatura... —Miguel estaba atónito—. ¿Qué es lo que te ocurre?

—Nada.

—Si, algo te ocurre; últimamente has estado desconocida, de mal humor... nerviosa, ¿qué es ello?

—Nada. Sólo quiero que seas... prudente, Mick.

—¿Prudente? Siempre lo he sido.

—No, no lo eres. Siempre has creído que puedes hacer lo que te plazca y que todo el mundo va a creer lo que tú digas. Fue una tontería decir que estuviste con Oscar.

Miguel enrojeció.

—Y tú, ¿qué? Dijiste que habías estado de compras con Juana, y no es cierto. Juana está en América desde hace semanas.

—Sí —admitió Rosamunda—. Eso también fue una estupidez. La verdad es que fui a dar un paseo... por Regent's Park.

—¿Regent's Park? —Miguel la miraba con curiosidad—. En tu vida fuiste a pasear por Regent's Park. ¿Qué es lo que ocurre? ¿Acaso tienes alguna amistad masculina? Puedes decir lo que quieras, Rosamunda; has estado muy cambiada últimamente. ¿Por qué?

—He estado... pensando muchas cosas...

Miguel dio vuelta a la mesa para acercarse a ella con ademán espontáneo. Su voz expresaba su amor al decirle amorosamente:

—¡Querida, tú sabes que te quiero con locura!

Ella correspondió a su abrazo pero al separarse, Miguel volvió a encontrarse con la mirada calculadora de aquellos hermosos ojos.

—Cualquier cosa que hubiera hecho... tú me perdonarías, ¿verdad?

—Supongo que sí —repuso Rosamunda—. Ésa no es la cuestión. Es una especie de comienzo y luego hay que preparar lo que conviene hacer de inmediato y pensar en lo que es importante y en lo que no lo es.

—Rosamunda...

Permaneció con la mirada perdida en la distancia... en un lugar que al parecer no ocupaba Miguel.

Al llamarla por tercera vez, se sobresaltó ligeramente, despertando de su ensimismamiento.

—¿Qué decías?

—Te preguntaba en qué estás pensando.

—Oh, sí; me estaba preguntando si debía ir a... ¿cómo se llama...? Lychett Saint Mary, y ver a esa señorita No-sé-cuántos... la que estaba con tía Cora.

—Pero ¿por qué?

—Pues porque ella no tardará en marcharse, ¿verdad? Con algunos parientes o con quien sea. Y no creo que debamos dejarla marchar hasta que se lo hayamos preguntado.

—¿Preguntarle qué?

—Preguntarle quién mató a tía Cora.

—¿Quieres decir... que tú crees que ella lo sabe?

—Oh, sí, me figuro que sí... Ella vivía allí —repuso un tanto ausente.

—Pero se lo hubiera dicho a la policía.

—Oh, no quiero decir que lo sepa así... sino que debe sospecharlo por lo que dijo tío Ricardo cuando estuvo allí. Y él estuvo allí, ¿sabes? Susana me lo contó.

—Pero no pudo oír lo que dijo.

—Oh, sí, claro que lo oyó, querido —Parecía como si Rosamunda tratara de convencer a un chiquillo.

—¡Tonterías! No puedo imaginar a Ricardo Abernethie hablando de sus sospechas ante un extraño.

—Bueno, claro. Pudo oírlo a través de la puerta.

—¿Quieres decir que pudo estar escuchando intencionadamente?

—Eso creo... es decir, estoy segura de ello. ¡Debe ser tan aburrido lavar platos, o sacar a paseo el gato! Claro que escucharía detrás de las puertas.

Miguel la miró con un intento de aproximación.

—¿Tú lo hubieras hecho?

—Yo no iría a vivir al campo para servir de compañera a nadie —repuso Rosamunda—. Preferiría la muerte

—Quiero decir... ¿no leerías las cartas... y lo demás?

—Si quisiera enterarme de algo, sí —repuso Rosamunda con calma—. Todo el mundo lo hace, ¿verdad?

Su límpida mirada se encontró con la suya.

—Una sólo quiere saber —dijo Rosamunda—. No quiere intervenir para nada. Me figuro que es eso lo que sintió... Me refiero a la señorita Gilchrist. Pero estoy segura de que lo sabe.

—Rosamunda, ¿quién crees tú que asesinó a Cora... y al viejo Ricardo?

Una vez más le miraron los límpidos ojos:

—Querido... no seas absurdo... Lo sabes tan bien como yo. Pero es mejor... mucho mejor, no mencionarlo nunca...

Загрузка...