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>En el mismo tren y en un departamento de tercera clase Gregorio Banks le decía a su esposa:

—¡Esa tía tuya debe estar completamente loca!

—¿Tía Cora? —Susana habló sin gran convicción—. Oh, sí, creo que siempre ha sido un poco tonta.

Jorge Crossfield, sentado ante ellos, dijo con sequedad:

—La verdad es que debieran impedirle decir cosas como ésa. Puede hacer pensar mal a la gente.

Rosamunda Shane, que intentaba retocar el arco de Cupido de sus labios con la barrita de carmín, murmuró distraída:

—No creo que nadie preste atención a lo que diga una vieja regañona como ésa. Con esos vestidos tan extraños adornados con metros y metros de sartas de azabache...

—Bien, pero creo que debieran hacerla callar —dijo Jorge.

—Conforme, cariño —rió Rosamunda, contemplando con satisfacción sus labios en el espejo—. Hazla callar.

Su esposo habló de improviso.

—Creo que Jorge tiene razón. ¡Es tan fácil que la gente comience a murmurar!

—Bueno, ¿y qué importa? —Rosamunda sonrió—. Pudiera resultar divertido.

—¿Divertido? —preguntaron a la vez cuatro voces.

—Sí, el tener un asesino en la familia —repuso Rosamunda—. ¡Qué emocionante!

Al nervioso y desgraciado joven Jorge Crossfield se le ocurrió pensar que la prima de Susana, dejando a un lado su atractivo exterior, pudiera tener cierto parecido con su tía Cora, y sus palabras confirmaron esta impresión.

—Si hubiera sido asesinado —dijo Rosamunda—, ¿quién creéis que pudo hacerlo?

Paseó su mirada por todo el compartimiento.

Su muerte resultaba demasiado conveniente para todos nosotros —agregó, pensativa—. Miguel y yo estamos prácticamente en las últimas. A Mick le han ofrecido un buen papel en un teatro de Sanborne, si puede permitirse el lujo de esperar. Ahora viviremos en la abundancia. Seremos capaces de formar compañía propia, si queremos. A decir verdad, hay una obra con un papel sencillamente maravilloso...

Nadie la escuchaba. Todos pensaban en sus respectivos asuntos.

«Ahora podré reponer ese dinero y nadie sabrá nunca... —decíase Jorge para sus adentros—. Me he librado por un pelo.»

Gregorio se apoyó en el respaldo del asiento y cerró los ojos. Era un hombre libre.

Susana dijo con voz clara, aunque algo dura:

—Yo lo siento mucho, claro, por el pobre tío Ricardo: pero era muy viejo. Mortimer había muerto, no tenía interés por la vida y hubiera sido horrible para él seguir inválido año tras año. Ha sido mucho mejor que muriera de repente, sin alboroto.

La mirada de sus ojos se suavizó al contemplar, el rostro absorto de su esposo. Adoraba a Greg. Tenía la vaga impresión de que él no la quería tanto como ella... pero eso sólo conseguía robustecer su pasión. Greg era suyo, y hubiera hecho cualquier cosa por él. Lo que fuese...

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