2



—Ha sido muy amable viniendo a verme, señor Entwhistle.

Timoteo se levantó de la silla para tenderle la mano. Era un hombre alto, con un gran parecido a su hermano Ricardo, pero lo que en éste fue fortaleza, en aquél era debilidad. Una boca desdibujada, la barbilla ligeramente hundida y los ojos penetrantes. Algunas arrugas, que denotaban su irritabilidad, surcaban su frente.

Su estado de invalidez se adivinaba por la manta que cubría sus rodillas y la batería de frascos y cajitas con medicamentos colocados a su derecha, sobre una mesita.

—No debo excitarme —dijo a modo de advertencia—. El doctor me lo tiene prohibido. ¡No deja de decirme que no me preocupe! ¡Que no me preocupe! ¡Apuesto a que si un miembro de su familia hubiera sido asesinado tendría por qué preocuparse! Es demasiado... Primero la muerte de Ricardo... Luego oír hablar de sus funerales y su testamento. ¡Y qué testamento! Y encima de todo eso, la pobrecita Cora, asesinada a hachazos. ¡Uf! Hoy en día este país está plagado de gángsters... asesinos... que andan sueltos desde la guerra... matando a mujeres indefensas. Nadie se ha propuesto acabar con este estado de cosas... Emplear medidas enérgicas. ¿A dónde iremos a parar? Eso es lo que fijamente quisiera saber. ¿A dónde irá a parar este condenado país?

El señor Entwhistle estaba familiarizado con aquella pregunta. Tarde o temprano todos sus clientes se la dirigían desde hacía veinte años, y ya tenía su fórmula para contestarla. Sus palabras, que no le comprometían, pues se reservaba su opinión, pudieran calificarse de simples murmullos inaudibles.

—Todo comenzó con ese maldito Gobierno Laborista —siguió Timoteo—. Ha convertido este país en un infierno. Y el Gobierno que tenemos ahora no es mejor. ¡Socialistas falsos y débiles! ¡Fíjese en qué estado estamos! No podemos tener un jardinero decente, ni criados... la pobre Maude tiene que trabajar como una negra y hacer la comida (a propósito, querida, creo que un pudding de gelatina iría bien con el lenguado de esta noche... y tal vez un poco de sopa antes). Tengo que conservarme fuerte... eso dice el señor Barton. Déjeme pensar, ¿dónde estaba? ¡Oh, sí! Cora. Puedo asegurarle que es un gran golpe para un hombre que sabe que su hermana... su propia hermana... ha sido asesinada. Tuve palpitaciones durante veinte minutos. Usted tendrá que ocuparse de todo, señor Entwhistle. No puedo asistir al juicio, ni preocuparme de ningún asunto referente a la herencia de Cora. Quiero olvidarlo todo. A propósito, ¿qué ocurrirá con la renta que le dejó Ricardo? Me figuro que pasará a mi poder.

Maude murmuró algo así como que iba a recoger el servicio del té, y abandonó discretamente la estancia. Timoteo se recostó en su silla y dijo:

—Es bueno librarse de las mujeres. Ahora podemos hablar sin interrupciones estúpidas.

—La cantidad en depósito de cuya renta debía disfrutar Cora, será repartida equitativamente entre sus sobrinas, su sobrino y usted —explicó el abogado.

—Pero, escuche —las mejillas de Timoteo adquirieron un tinte purpúreo debido a su indignación—. ¡Si soy yo su pariente más cercano! ¡Su único hermano superviviente!

Entwhistle le explicó con todo detalle las condiciones del testamento de Ricardo Abernethie, recordándole amablemente que ya le había remitido una copia debidamente legalizada.

—No esperará usted que comprenda ese lenguaje —dijo Timoteo airado—. ¡Ustedes los abogados! A decir verdad, no podía creerlo cuando Maude me lo explicó. Pensé que lo habría entendido mal. Las mujeres no tienen la cabeza despejada. Maude es lo más bueno del mundo... pero las mujeres no entienden de cuestiones económicas. No creo que Maude se haya dado cuenta que, de no haber muerto Ricardo, tendríamos que habernos marchado de aquí. ¡Cierto!

—Seguramente si hubiera recurrido a Ricardo...

Timoteo soltó una carcajada parecida a un ladrido.

—No es mi costumbre. Nuestro padre nos dejó a todos una parte razonable de su dinero, es decir, si no queríamos seguir ligados a la familia. Yo no quise. Tengo un espíritu más elevado que los emplastos para los callos. Bien, con las tasas, las rentas depreciadas, una cosa y otra... no ha sido fácil seguir adelante. He tenido que convertir en dinero una parte de mis bienes. Es lo mejor que puede hacerse hoy en día. Una vez le insinué a Ricardo que esto resultaba muy costoso de sostener, y me dijo que Maude y yo viviríamos mejor en un sitio pequeño. Menos trabajo para ella, ¡es todo lo que se le ocurrió! ¡Oh, no! No le hubiera pedido ayuda. Pero puedo asegurarle, Entwhistle, que las preocupaciones han perjudicado mi salud. Un hombre en mi estado no debiera tener problemas. Luego murió Ricardo y aunque, naturalmente, me afectó... era mi hermano... no pude por menos de sentirme aliviado en cuanto al futuro. Sí, ahora todo parece fácil... y amable. Pintar la casa... tener dos jardineros verdaderamente competentes... con dinero pueden conseguirse. Restaurar la rosaleda y..., ¿dónde estaba?

—Detallando sus planes para el futuro.

—Sí..., sí..., pero no debo molestarle con todo esto. Lo que me dolió... y mucho... fueron los términos del testamento de Ricardo.

—¿De veras? —el abogado le miró fijamente—. ¿No eran lo que usted esperaba?

—¡Claro que no! Después de la muerte de Mortimer, me figuré que Ricardo me lo dejaría todo a mí.

—¡Ah...! ¿Se lo dejó entrever alguna vez?

—Nunca me lo dijo... con esas precisas palabras. Ricardo era algo reservado. Pero estuvo aquí poco después de la muerte de Mortimer. Quería hablarme de asuntos familiares. Discutimos acerca de Jorge... las chicas y sus maridos. Quiso conocer mi opinión... aunque no pude decirle gran cosa. Soy un inválido y no voy por ahí. Maude y yo vivimos fuera del mundo. ¡Valientes bodas hicieron esas jovencitas! Bueno, pues como le digo, era que me consultaba como a cabeza de familia, después de él, claro, y naturalmente, me imaginé que sería yo quien controlase el dinero. Ricardo podía confiar en mí para dirigir a la joven generación y cuidar de la pobre Cora. En resumen, Entwhistle, soy un Abernethie... el último Abernethie... y él debiera haberlo dejado todo en mis manos.

En su excitación, Timoteo se había puesto en pie apartando la manta que cubría sus piernas. No daba señales de debilidad o fragilidad, sino de gozar de un perfecto estado de salud, a pesar de su carácter excitable. El abogado se dio cuenta con toda claridad de que Timoteo Abernethie había estado secretamente celoso de su hermano Ricardo. Era muy propio de Timoteo el envidiar la entereza de carácter y clara inteligencia de su hermano, y a su muerte soñó con la idea de heredar el poder de controlar todo lo destinado a los demás.

Pero Ricardo Abernethie no le había otorgado ese poder. ¿Habría pensado hacerlo, y más tarde decidió lo contrario?

El repentino maullar de unos gatos en el jardín hizo que Timoteo se apartara de su silla para acercarse a la ventana. Tras abrirla y gritar: «¡Callaos!», les arrojó un voluminoso libro.

—Endiablados gatos —gruñó—. Destrozan los parterres y no dejan de maullar en todo el día.

Y volviendo a sentarse le preguntó a su visitante:

—¿Quiere beber algo, Entwhistle?

—Ahora no. Maude acaba de darme un té excelente.

—Maude es una mujer muy capaz. Pero hace demasiado. Incluso tiene que bregar continuamente con ese viejo automóvil, ¿sabe? Es bastante buena mecánica.

—He oído decir que tuvo una avería cuando regresaba de los funerales.

—Sí. Se le paró el coche. Telefoneó para que yo no pasara cuidado, pero esa estúpida mujer que viene a limpiar tomó el recado de un modo que no tenía sentido. Yo había salido a respirar un poco de aire fresco... el médico me ha recomendado que haga todo el ejercicio que pueda, cuando me apetezca... y cuando volví de mi paseo encontré escrito en un pedazo de papel: «La señora siente tener que quedarse fuera a pasar la noche. El coche se ha estropeado.» Naturalmente, pensé que todavía estaba en Enderby. Puse una conferencia y me dijeron que Maude se había marchado por la mañana. ¡Podía haber tenido la avería en cualquier otra parte! Esa tonta que nos hace la limpieza sólo me dejó para cenar unos macarrones apelmazados. Tuve que bajar a la cocina y calentármelos, yo mismo... y hacerme una taza de té... hervir agua... en fin, ¿para qué hablar?, pude haber tenido un ataque al corazón... ¿pero a esa clase de mujeres qué les importa? Si fuera como Dios manda, hubiera vuelto por la noche para cuidarme como es debido. Ya no existe lealtad en las clases bajas.

Se interrumpió apesadumbrado.

—Ignoro lo que Maude le habrá contado de los funerales y la familia —dijo el señor Entwhistle—. Cora produjo una verdadera expectación al decir que Ricardo había muerto asesinado. Tal vez Maude ya se lo había dicho.

—¡Oh, sí, ya lo sabía! Todos la miraron perplejos. ¡Es algo verdaderamente digno de Cora! ¿Recuerda cómo se las arreglaba siempre para meter la pata cuando era niña? En nuestra boda dijo algo que molestó a Maude, que nunca la apreció gran cosa. Sí, mi esposa me llamó aquella tarde después del funeral para saber cómo me encontraba y si la señora Jones me había preparado la cena. Luego se dijo que había ido todo muy bien y yo le pregunté: «¿Qué hay del testamento?», quiso eludir la respuesta, pero logré sonsacarle la verdad. No podía creerlo y le dije que debía estar equivocada, pero no fue así. Me dolió, Entwhistle... me dolió de verdad, no sé si me comprende. Si quiere creerme, ha sido mala voluntad por parte de Ricardo. Ya sé que no se debe hablar mal de los muertos, pero le doy mi palabra.

Timoteo continuó con el mismo tema durante un buen rato.

Cuando Maude volvió a entrar en la habitación le dijo con energía:

—Me parece, querido, que el señor Entwhistle ha estado contigo bastante rato. Necesitas descanso. Si ya lo tenéis todo hablado...

—¡Oh!, hemos arreglado algunas cosas. Lo dejo todo en sus manos, Entwhistle. Comuníqueme cuando cojan a ese individuo... si es que lo logran. No tengo fe en la policía de ahora... Los jefes no son lo que eran. Usted se cuidará del en... entierro... ¿no? Me temo que no podremos ir, pero encargue una corona espléndida... también habrá que colocar una lápida adecuada a su debido tiempo... Me figuro que la enterrarán en el cementerio de la localidad. No es caso de traerla al Norte y, además, no tengo la menor idea de dónde fue enterrado Lansquenet; creo que en Francia. Ignoro lo que debe ponerse en la lápida de quien muere asesinado. No se puede decir: «Entró en el eterno descanso», ni nada parecido. Habrá que escoger algo más apropiado, ¿R. I. P.? No, eso sólo lo usan los católicos.

—¡Oh, Dios! Tú que has visto mis errores, júzgame —murmuró el señor Entwhistle.

La mirada sorprendida que le dirigió Timoteo hizo que el abogado sonriera ligeramente.

—Es de las Lamentaciones —le dijo—. Parece bastante apropiado, aunque algo melodramático. Sin embargo, pasará algún tiempo antes de llegar a la cuestión del epitafio. La tierra... tiene que asentarse, ya sabe. Ahora no se preocupe usted de nada. Nosotros cuidaremos de todo y le informaremos debidamente.

El señor Entwhistle regresó a Londres a la mañana siguiente en el primer tren.

Una vez en su casa, y tras ligera vacilación, telefoneó a un amigo suyo.

Загрузка...