Capítulo V

1



—Cansado, eso es lo que estás —decía la señorita Entwhistle con el tono indignado y superior que adoptan las hermanas para dirigirse a sus queridos hermanos a los que llevan la casa—. No debieras haberlo hecho... a tu edad. ¿Y qué tiene que ver contigo? Me gustaría saberlo. ¿No estás retirado?

El señor Entwhistle dijo a modo de disculpa que Ricardo Abernethie había sido uno de sus más viejos amigos.

—Valiente cosa. Pero Ricardo ha muerto, ¿verdad? Así que no veo razón alguna para que tengas que meterte en asuntos que no te atañen y morirte de frío en esos condenados trenes. ¡Y en un asesinato además! No comprendo por qué te han enviado a buscar.

—Se pusieron en comunicación conmigo porque encontraron una carta firmada por mí, en la que daba cuenta a Cora del día del funeral.

—¡Funerales! Uno tras otro... eso me recuerda que otro de esos preciosos Abernethie te ha estado llamando... Timoteo, creo que dijo. Desde... no sé qué parte de Yorkshire... y también por un funeral. Dijo que volvería a llamarte más tarde.

Aquella noche hubo otra llamada personal para el señor Entwhistle. La voz era de Maude Abernethie.

—¡Gracias a Dios que le encuentro! Timoteo está de un humor terrible. La noticia de la muerte de Cora le ha trastornado muchísimo.

—Es muy comprensible —repuso el abogado.

—¿Qué dice?

—Digo que es muy comprensible.

—Me figuro que sí. ¿Quiere decir que se trata realmente de un asesinato?

«Pero, ¿no fue asesinado?», había dicho Cora; mas esa vez no había dudas en cuanto a la respuesta.

—Sí, un asesinato —dijo el señor Entwhistle.

—¿Y con un hacha, como dicen los periódicos?

—Sí.

—Es increíble... la hermana de Timoteo... su propia hermana... ¡asesinada con un hacha!

Al señor Entwhistle no le parecía menos increíble. La vida de Timoteo era tan pacífica que incluso sus familiares parecían quedar al margen de violencias.

—Me temo que hay que hacer frente a la desagradable realidad.

—Estoy seriamente preocupada por Timoteo. ¡Todo esto le hace tanto daño! He conseguido que se acostara, pero insiste en que le persuada a usted para que venga a verle. Quiere saber mil cosas... si se celebrará un juicio, quién se encargará de la defensa... y la acusación, y si tendrá lugar inmediatamente después del funeral, y dónde, si Cora expresó el deseo de que incinerasen su cadáver, si deja testamento...

El señor Entwhistle la interrumpió antes de que la lista fuera demasiado larga.

—Sí, hizo testamento. Y nombra a Timoteo albacea testamentario.

—¡Oh!, me temo que Timoteo no podrá encargarse de todo...

—La firma cuidará de todo lo necesario. El testamento es muy sencillo. Lega sus pinturas y su broche de amatista a su compañera, la señorita Gilchrist, y todo lo demás a Susana.

—¿A Susana? ¿Y por qué a Susana? No creo que la hubiera visto... Si acaso de niña.

—Me figuro que será por que Susana tampoco se casó a gusto de la familia.

—Incluso Gregorio es mucho mejor que ese Pedro Lansquenet. Claro que el casarse con un dependiente no hubiera sido bien visto en mis tiempos... pero una droguería es mucho mejor que una mercería... y por lo menos, Gregorio parece un hombre respetable —hizo una pausa y agregó—: ¿quiere eso decir que Susana hereda la renta que Ricardo dejó a Cora?

—¡Oh, no! Ese capital será dividido, según las condiciones del testamento de Ricardo. No. La pobre Cora sólo tenía unos cientos de libras y los muebles de su casita. Una vez pagadas todas las deudas y vendido el mobiliario dudo que queden unas quinientas libras. Pero se celebrará un juicio. Se ha señalado para el próximo jueves. Si Timoteo está de acuerdo enviaremos al joven Lloyd para que represente a la familia—y terminó disculpándose—: Temo que esto produzca cierta publicidad debido a las circunstancias.

—¡Qué cosa tan desagradable! ¿Han cogido ya al miserable que la mató?

—Todavía no.

—Debe ser uno de esos jóvenes medio desnudos que andan por el campo robando y matando. ¡Es tan poco competente la policía!

—No, no —repuso el abogado—. La policía no es incompetente.

—Bueno, todo esto me parece muy extraordinario. ¿No le sería posible venir aquí, señor Entwhistle? Se lo agradecería muchísimo. Creo que Timoteo se tranquilizaría si estuviera usted aquí.

El señor Entwhistle guardó silencio unos instantes. La invitación no era tentadora.

—Es posible que tenga usted algo de razón —admitió—. Y necesitaré la firma de Timoteo, como albacea testamentario, para ciertos documentos. Sí, creo que será lo más apropiado.

—¡Espléndido! ¡Qué alivio! ¿Vendrá usted mañana? ¿Se quedará a pasar la noche? El mejor tren es el de las once y veinte.

—Tendré que tomar el tren de la tarde... Por la mañana me esperan otros asuntos...

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