Me sentí muy cansado.
Adiós a las caretas, de vuelta a la realidad.
Viva la realidad.
– No deberías dedicarte a esto, ¿sabes? -dije con admiración-. Sabía que mentías en muchas cosas, pero tendrías que ser actriz. Todo lo de anoche, las lágrimas, la pelea, el polvo…
– Oh, el polvo -siguió sonriendo.
La tenía. Por fin la tenía cogida, pero seguía riendo.
– ¿Fue sólo por eso? -Apunté hacia el maletín, mudo testigo de todo aquello.
No contestó, aunque miró el maletín con nostalgia.
– No, supongo que también se trataba de retenerme aquí, para ver si Álex daba señales de vida de una maldita vez. Comienzo a verlo todo claro.
– ¿Estás seguro, lince?
– ¿Vas a contármelo tú o tendré que deducirlo yo?
– Prueba tú. Ahora eres el listillo de la clase. Y se te da bien hacer de periodista maravilloso, lo reconozco. Eres bueno.
Pasé de sus palabras. Aún podía confundirme. El que la hubieran descubierto no la hacía más sumisa. Tenía un condenado orgullo, o quizá se tratase de su rebeldía. Siempre luchadora, ella.
– Veamos. -Me puse a reflexionar-. Para empezar, en la prehistoria, estaban Álex y Elena Malla. Álex utilizaba a su novia para sus fines, pero estaba ya muy castigada por las drogas. Así que la cambió por Laura. ¿Hacía lo mismo con Elena, fotos y chantaje? Creo que sí. Es un negocio lucrativo. Siempre hay hombres adinerados que contratan servicios de modelos maravillosas. De ahí a hacerles fotos… hay un simple paso. Álex era persuasivo, uno de esos tipos con suerte, que consiguen que las mujeres no sólo se enamoren de ellos, sino que hacen con ellas lo que quieren. Todo. ¿Voy bien?
Le molestaba cuando me metía con Álex, ahora ya no lo disimulaba.
– Sigue -me invitó.
– Sí -pinché-, Álex es guapo, convincente, persuasivo… y con un poco de coca o de heroína para engancharos… La esclavitud perfecta.
– Yo no me drogo.
– De momento.
– Y no eran esclavas. Elena y Laura le querían.
– ¿Se quiere al diablo? -me burlé antes de continuar-. Da lo mismo: le defiendes. Y lo haces porque tú eres la siguiente de la lista. Laura ya llevaba el camino de Elena con lo de las drogas, así que nuestro Álex ya tenía sustituta. Y siempre el mismo patrón: el amor. Él te enamora y tú caes.
– Lo mío ha sido diferente. -Volvió a crisparse.
– También Laura lo creyó. Diferente de Elena. Pero Laura ha tenido que enfrentarse al suicidio de su predecesora. Eso ha sido fundamental. Primero le quita a Álex, o cree que lo ha hecho. Elena se hunde, se mata, Laura tiene un atisbo de piedad y se siente culpable. De ahí que le pagase el entierro. El suicidio tal vez le hizo comprender muchas cosas. Hasta es posible que quisiera salirse y que Álex la matara. Posible -hizo un gesto de duda-, pero no lógico.
»Sigamos con la cronología de los hechos. Estamos en casa de Laura. Acaban de enterrar a Elena. O bien te pide que vayas a hacerle compañía, o se lo sugieres tú, o tienes las llaves porque te las ha dado Álex… No, eso no tiene sentido. -Intenté no dejarme arrastrar por tantas alternativas y ceñirme a los hechos-. Alguien mata a Laura por la noche. Apareces tú, y cuando yo me voy vuelves a su piso para llevarte las fotos que relacionan a Álex con Laura y los negativos de lo de Poncela que Álex tenía que pasar a buscar para realizar la transacción. Primer misterio: no hay ni rastro de Álex. Sin embargo piensas con rapidez, mi amor. Nunca pierdes el tiempo. Eres buena. Lo reconozco: muy buena. Tienes los negativos y una clienta: Ágata Garrigós, la señora Poncela. ¿Por qué no hacer un negocio extra, por tu cuenta? Tal vez sea cierto que ella quiere ese material porque ama a su marido, aunque no lo creo. Bien, eso da igual. Las claves son dos: el dinero que buscas y el amor que te esclaviza a ese cabrón de mierda por el que te has colado. Pese a todo, pese a ser lista, pese a ser una superviviente. Te has colado por un macarra. Es increíble. Será por guapo, o porque tiene un diamante en la punta de su maldita polla, o porque es un santón digno de la mejor de las sectas.
– Estás celoso.
– Sí, supongo que sí.
– ¿Crees que anoche estuviste maravilloso, cielo?
– No sé como estuve, pero me da igual. Lo asombroso es lo tuyo. ¿Tan ciega estás que no ves lo que hizo con Elena y lo que estaba haciendo con Laura?
– Ellas eran dos imbéciles.
– Y tú no. Además de este cuerpo tienes un coeficiente intelectual de 200, ya. ¿Te compartía con Laura con el consentimiento de ella? ¿Lo sabía? Contéstame una pregunta. Si Álex te quiere tanto, ¿por qué estás en la Agencia Universal?
– Me gusta el dinero, y se gana bastante siendo señorita de compañía.
– Puta de altos vuelos.
– Me aburres, Daniel.
– ¿Te había pedido ya Álex que tomaras parte en un chantaje?
– Para eso tenía a Laura. Yo estaba al margen. Él nunca…
– ¿Y me has llamado imbécil a mí varias veces? Despierta, nena. Lo tuyo con Álex no era distinto. Baja de las nubes. No puedo creer que te aferres a ese cuento de hadas.
– Yo nunca he hecho chantajes con Álex -repitió más crispada-, y te lo repito otra vez: no soy una drogata.
– Con Álex no, pero estabas dispuesta a hacerlo por tu cuenta -recordé algo-: Cuando hablé con Constantino Poncela por teléfono, me dijo: «No se deje ninguno. Los quiero todos». Así que él se refería a los negativos. Dijo «ninguno» y «los», no «ninguna» y «las». Y si los negativos eran para él, las fotos debían de ser para su mujer. Joder! -Me admiró su táctica-. Laura muerta y tú disparada. Es alucinante.
– Sí, Laura muerta y Álex volatilizado. ¿Qué querías que hiciese?
– Entonces aparezco yo, en tu casa. Y piensas que soy el único que puede llevarte a alguna parte. Por eso me seguiste.
– Nunca te creí del todo -se sinceró.
– Ahí sí dices la verdad, igual que yo tampoco te creí del todo. Lo malo es que nunca has creído a nadie. Ése es tu problema. Si te hicieron daño de niña o adolescente, lo estás pagando con el mundo entero. Te sientes víctima, y crees que eso te justifica para ser una depredadora. Lo has pasado mal y ahora vas a por todo.
– No seas moralista, por Dios. No te va.
– No sabes de qué te estoy hablando, ¿verdad?
– Míralo por el lado bueno: te has acostado conmigo.
– ¿Eres el premio gordo?
– De sobra sabes que sí. Ahora mismo darías lo que fuera por que todo esto no estuviese pasando. Para poder volver a verme.
– ¿Tan segura estás?
– Oh, sí, pequeño. Tan segura estoy. Anoche pudiste comprobarlo.
Me sentí furioso. Era buena en la cama. Más que buena: era excepcional. Yo la había vencido en la guerra, pero aquella batalla era suya. Y por ahí me podía. Al fin y al cabo, el sexo era su arma.
– ¿Sabes? -pregunté a medida que recuperaba el cansancio-, tengo unas ganas tremendas de conocer a Álex. Es un personaje fascinante. La pena es que para que él exista, también tienen que existir ingenuas como Elena, Laura o tú. Guapas y sin cerebro, aunque os creáis muy listas porque los tíos babean con vosotras. Un mierda para tres diosas con pies de barro.
– Sigues celoso y nada más.
– Sí, cierto, ya lo he reconocido -convine-. Y es una lástima que me quede con las ganas de verme cara a cara con ese chico maravillas.
La estaba dejando recuperarse. En cualquier momento podía volver a las andadas. Necesitaba irme de allí, respirar aire fresco, reordenar mis ideas. Y, sobre todo, entrar en casa de Álex.
Seguía habiendo tres teorías.
– Álex no ha matado a Laura. -Julia recuperó el hilo de mis pensamientos-. Nunca lo habría hecho. Ni tenía necesidad.
– Era su gallina de los huevos de oro, de acuerdo, pero a lo mejor, tras la muerte de Elena, ella le dijo que quería dejarlo. Puede que por eso te pidiera que fueras a su casa. ¿Voy bien? -Otra vez continué por encima de su silencio-. Pero si no es el asesino, y él se habría llevado las fotos como hiciste tú y los negativos de Poncela, su desaparición sólo se explica de una manera.
– No se habría ido sin mí, y tu teoría de que está muerto no tiene ningún fundamento.
– ¿Me he equivocado en lo de que Laura quería dejarlo?
– No.
– ¿Para hacer una cura de desintoxicación?
– Sí.
– ¿Lo sabía Álex?
– Álex sabía que ella estaba al límite. Por eso iba a liquidar el negocio igualmente. El dinero de Poncela era nuestro retiro. Pensaba dejar a Laura y que nos marcháramos los dos juntos. Todo estaba ya preparado. Nada de lo que hay aquí es mío. El piso es de una amiga que está lucra.
– ¿Así de fácil? ¿Una luna de miel?
– ¡Me quiere! -gritó de aquella forma que más parecía escupirte cada palabra a la cara-. ¡Poncela ha sido el pez más gordo que ha tenido!
Traté de imaginarme al redimido Álex y no pude. A pesar de todo, sentí lástima por Julia. Lástima de su ingenuidad casi infantil.
– ¿Sabía Laura algo de lo vuestro?
– No.
– ¿Estás segura? Una mujer intuye esas cosas.
– No quieras cargarme el muerto -me advirtió-. Yo tampoco la maté. Ni le hubiera hecho lo que le hicieron. Está claro que un cliente se vengó y se pasó. Lo del cava… Ella siempre bebía cava, les rociaba con él y… También era muy buena con el vibrador. -Se descompuso un poco al recordar-. Y luego están las paredes pintadas con su sangre y todo eso de «CERDOS».
«CERDOS.» En plural.
Y quien se estremeció entonces fui yo.
La respuesta había estado ahí desde el comienzo: Laura y Álex.
Tenía su lógica.
Y le daba la razón a mi instinto con aquella idea que llevaba colgada desde hacía rato sin saber por qué, sin ningún fundamento a pesar de la suma de evidencias.
Álex.
Fui a por el maletín. Lo cogí de nuevo y miré a Julia por última vez… de momento. En ella todo era sorprendente.
– Adiós, cariño -le deseé como si fuera un marido ejemplar.
Seguía como la había dejado, sentada, con la camisa abierta y los senos al aire. Es curioso, ya no sentía nada especial. No se los había vuelto a mirar con fijeza desde hacía rato. Era la viva imagen del deseo, pero yo acababa de curarme.
Del todo.
Aunque nunca iba a olvidarla.
– Cuídate, Julia -me despedí.
– Vete a la mierda -me deseó ella.
La dejé igual que se deja una isla perdida en mitad del ojo del huracán.