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Jackson Blue también iba en albornoz.

Meneé la cabeza cuando salió a abrir la puerta.

– ¿Qué narices te pasa, Easy? -preguntó.

– ¿Es que no trabaja nadie hoy? -dije-. ¿Soy el único que piensa que hay que levantarse por la mañana y al menos ponerse unos pantalones?

Jackson sonrió. Los dientes blancos en contraste con la piel oscura siempre tenían un efecto tranquilizador para mí. Me hacían feliz.

Jackson me invitó a bajar las escaleras hacia su casa.

– Estoy trabajando -dijo, mientras caminaba-. He leído algo sobre un tío que se llamaba Isaac Newton. ¿Has oído hablar de él?

– Pues claro que sí -dije-. Todos los niños que van al colegio saben lo de la manzana de Newton.

– ¿Sabías que inventó el cálculo?

– Pues no -dije, sin particular interés.

Tomé asiento junto a la mesa y él se sentó también en el pupitre escolar de una sola plaza. Se estiró en la silla como un gato o un adolescente arrogante.

– Sí -afirmó-. O sea, al mismo tiempo, ese otro tío, Leibniz, sacó los mismos cálculos, pero Newton los inventó también. Newton era un hijo de puta.

– ¿Cuánto tiempo hace que vivió? -pregunté.

– Murió en 1727 -dijo Jackson-. Y era rico.

– Así que hizo su trabajo. Y tú te quedas aquí sentado, sin mover el culo.

– Pero Easy -dijo Jackson, sonriendo-. Estoy aprendiendo. Sé cosas. Sé cosas que el noventa por ciento de la gente blanca no sabe.

– Yo sí que sé lo de la gravedad, Jackson. Quizá no sabía lo del cálculo, pero ¿de qué me serviría saberlo, de todos modos?

– No se trata de eso, Easy. No se trata de saber o no una cosa. Es comprender al ser humano. Si lo comprendes, entonces ya tienes algo en que pensar en tu propio mundo.

Ahí me había atrapado. Igual que Sam Houston hablando de artículos de periódico, Jackson decía cosas que hacían que yo deseara pararme a pensar y comprender.

– Vale, hombre -dije, mirando mi reloj de pulsera-. Dos minutos para explicarme lo que quieres decir.

Esperaba que Jackson sonriese de nuevo, pero por el contrario, se puso muy serio.

– Las cosas son así -dijo-. Newton era un hombre religioso, lo que llamaban entonces arrianista…

– ¿Cómo?

– No importa, el caso es que era un hereje en Inglaterra, pero no dejaba que nadie se enterase. También era alquimista. Intentaba convertir el plomo en oro y esas cosas. Vivió en los años de la peste. Y al final de su vida era presidente del club científico y jefe de la casa de la moneda nacional.

– ¿Todo eso?

Jackson asintió, solemnemente.

– Como jefe de la casa de la moneda, estaba a cargo de las ejecuciones. Y todas las cosas que descubrió… se las guardó para él durante años, antes de dárselas a conocer al mundo.

– ¿Y qué, Jackson?

– ¿Y qué? Estamos hablando de la historia de los negros, Easy.

– ¿Estás diciendo que en realidad Newton era un negro?

– No, hermano. Digo que todo lo que enseñan en el colegio es que una manzana le cayó en la cabeza a Isaac y eso es todo. No te enseñan que creía en la magia, ni que en su corazón estaba en contra de la Iglesia de Inglaterra. No quieren que sepas que sentado en tu habitación puedes descubrir cosas por ti mismo que nadie más sabe. Yo estoy aquí recogiendo conocimientos mientras algún otro negro está por ahí fuera, en algún sitio, dándole a un martillo. Eso es lo que digo.

– Darle a un martillo es más de lo que haces tú -dije, por puro reflejo. Realmente no lo creía. La interpretación que había hecho Jackson de Isaac Newton me recordaba a mí mismo, un hombre que vivía en las sombras la mayor parte de su vida. Un hombre que guarda secretos y esconde pasiones que podrían hacer que le mataran si los dejara asomar al mundo.

– Eres un idiota si crees eso, Easy.

– Y tú también eres un idiota, Jackson -dije.

– ¿Por qué?

– Ese hombre del que hablas, que guardaba sus secretos… lo hizo durante un tiempo. Pero luego se los mostró al mundo. Y por eso los conocemos hoy en día. ¿Cuándo se los vas a mostrar tú al mundo?

– Un día a lo mejor te sorprendo, Easy. Ajá.

– Bueno -dije-, hasta que llegue ese día, necesito que hagas algo por mí.

– ¿El qué?

– Antes de entrar en materia, ¿por qué no respondes a mi pregunta?

– ¿Qué pregunta?

– ¿Qué haces en casa en ropa interior por la tarde? O sea, ¿quién paga el alquiler?

– Alguien que cree que mis estudios son importantes.

Ya vi que no tenía intención de revelar quién era su gallina de los huevos de oro. Y en realidad no era asunto mío, así que volví al motivo por el que había acudido allí.

– Necesito que te presentes para un trabajo, Jackson -dije.

– ¿Un trabajo? No sé qué cojones pasa contigo, hermano. Pero ya he trabajado más en mis cuarenta y dos años de vida que la mayoría de los hombres blancos que tienen el doble de mi edad. Y soy un hijo de puta perezoso.

Me eché a reír. Era divertido, y además era verdad. Celebré aquel momento de alegría encendiendo un cigarrillo.

– No te pido que vayas a trabajar. Bueno, a lo mejor un día, como máximo. Sólo quiero que pidas ese trabajo, y que luego lo cojas. Pero no tienes que sudar mucho ni nada.

– ¿Qué tipo de trabajo?

– Construcción.

– ¿Construcción? Maldita sea, Easy, es el trabajo más duro que hay. Tendría que pasarme todo el día por ahí fuera, al sol, y me dará una insolación.

– Doscientos cincuenta dólares por un día -dije.

– ¿Dónde hay que firmar?

– Compañía Constructora Manelli, en Compton. Puedes citar a John como referencia.

– ¿Qué quieres saber de ellos?

– Todo lo que puedas averiguar. Quién está al mando. Quién trabaja allí. Quiero saberlo todo sobre la nómina, los camiones del servicio de comidas, quién está de servicio y a qué horas. Quiero saber también qué seguridad hay, y si alguien sabe algo acerca del crimen de Henry Strong de hace tres noches.

Jackson asimiló las instrucciones y asintió.

– ¿Esto tiene que ver con Brawly y los Primeros Hombres?

– Mataron a Strong allí. La gente de John trabajaba para Manelli cuando John no podía pagarles y ellos necesitaban ayuda. De algún modo, Mercury y Chapman tienen algo que ver con lo que le está pasando a Brawly. Y tengo que saberlo.

Jackson asintió de nuevo y luego extendió la mano. Dejé uno de los billetes de cien del señor Strong en su palma. Jackson sonrió.

Después de eso nos pusimos de acuerdo rápidamente. Él se iría a Manelli aquella misma tarde para trabajar al día siguiente. Como aquello le ocuparía dos días enteros, le prometí pagar sus gastos mientras no se pasara de la raya.

Después hablamos un poco más de Newton. Jackson me dijo que el tipo de cálculo que había inventado Newton se llamaba «cálculo diferencial». Intentó explicarme que las matemáticas eran el lenguaje mediante el cual funcionaban las cosas, que era el auténtico secreto que siempre habían buscado los hombres, hablar en el lenguaje de las cosas. Yo apenas le entendía, ni siquiera a un nivel rudimentario, pero comprendí que estaba diciendo algo que sería muy importante para mi vida.

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