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Jesus estaba sentado en el porche delantero esperándome cuando llegué a casa. Ya había preparado un sitio en el salón para que me sentara mientras él, de pie, me leía.

– Puedes sentarte, Juice -le dije-. Cuarenta y cinco minutos es mucho tiempo, y quiero que te concentres en las palabras, no en tus pies.

Jesus sonrió. Echaba de menos aquella sonrisa. Era una imagen muy breve, como la de un exótico pájaro rojo en lo más profundo del bosque. Un aleteo, y ya había desaparecido de nuevo.

Yo había conseguido un ejemplar en tapa dura deMoby Dick en la biblioteca Robertson para nuestra primera lectura. Mientras Feather y Bonnie se entretenían y jugaban en la cocina, Jesus empezó a leerme sobre Ishmael y su fatídico viaje.

La lectura era difícil. Muchas de las palabras tenía que buscarlas en el diccionario que guardábamos debajo de la mesa de centro. Pero cuando acabó, me sorprendió ver que Jesus comprendía toda la historia y sus implicaciones. Sólo llevábamos doce páginas de su educación y ya era todo un éxito.

Jackson llamó unos minutos después de cenar. Jesus y Feather estaban lavando los platos mientras Bonnie los vigilaba, asegurándose de que no dejaban ninguna mancha.

– ¿Qué tal va todo, Easy? -me preguntó. Antes de que pudiera responder, dijo-: He tenido que trabajar como una mula para ganarme los doscientos cincuenta.

– Lo único que quiero saber es lo de la nómina.

– Manelli paga a sus hombres una vez al mes. Siempre en sábado -dijo Jackson. Hizo una pausa y añadió-: Excepto esta semana.

– ¿Qué significa eso?

– He ido a ver a la secretaria auxiliar, en las oficinas, y nos hemos hecho amigos. Me ha dicho que estaba estudiando para sacarse el título de contabilidad, que son dos años, y le he enseñado un par de trucos para presentar una solicitud de deducción de impuestos a fin de año.

No me sorprendió que Jackson Blue supiera contabilidad. Era ambas cosas, inteligente y ladrón, de modo que resultaba razonable que hubiese estudiado el tema del robo desde dentro.

– Después, como la había ayudado tanto -continuó Jackson-, le he pedido si me podía hacer un cheque parcial mañana, porque debía el alquiler y el propietario necesitaba al menos una fianza. Ella me ha dicho que igual podía conseguirlo para el lunes, porque había oído decir que el pago de mañana se iba a aplazar hasta el lunes. Me ha dicho que no se lo contara a nadie, porque era un secreto. Estaba preocupada porque sabía que los hombres necesitaban el dinero, especialmente porque tenían que cuadrarlo todo según los costes mensuales. Le he preguntado el porqué de aquel retraso, pero no lo sabía. Pero tengo una sospecha.

– ¿Qué?

– Bueno, Easy -dijo-. No sé en qué andas metido, pero si la nómina se cambia en secreto en el último minuto es porque va a pasar algo gordo. Ya sabes que los trabajadores de la construcción suelen alborotarse si no se les paga en efectivo. Creo que es un montaje, y me parece que tú ya sabes por qué.

– Gracias, Jackson -dije-. Te daré tu dinero dentro de un par de días.

– ¿Qué estás haciendo, Easy? -preguntó-. ¿Vas a empezar a robar nóminas?

– Jackson, ¿cómo puedes ser tan listo y tan tonto al mismo tiempo?

Pasé en coche junto al escondite de la banda más tarde, pero parecía vacío. Paré y entré por el porche de atrás. Se lo habían llevado todo excepto las cajas de comida vacías… hasta las revistas sólo para hombres habían desaparecido.

Pero Isolda sí que estaba en casa. Todavía iba en albornoz, pero llevaba el pelo recogido y se había maquillado. Yo llevaba una pequeña cartera abierta, para poder sacar la pistola con rapidez.

– ¿Señor Rawlins? -dijo ella, mirando la cartera de piel marrón-. ¿Qué es esto?

– ¿Puedo entrar?

Sus labios gordezuelos se curvaron en una sonrisa, pero yo no sentí nada. Los jóvenes responden ante las mujeres puramente por instinto animal. Pero en la madurez, nuestra mente a veces es capaz de crear un cortocircuito para esos impulsos.

Fuimos hasta la ventana. Aunque el sol estaba bajo, una luz brillante procedía de un cartel luminoso de la calle. Ella me sirvió un té helado, que yo dejé en la mesita improvisada, cubierta con una sábana.

– Me sorprende que haya venido otra vez -dijo ella.

– ¿Por qué? -pregunté. Inspeccioné los rincones de la habitación. No parecía haber ningún lugar donde pudiera esconderse un hombre adulto.

– Estaba usted tan enfadado… ya sabe, por lo mío y de Brawly.

– Sí -dije-. Brawly. Por eso estoy aquí.

– ¿Qué pasa con él?

– ¿Dónde está?

– Pues no lo sé, desde luego -dijo, revelando al elegir sus palabras que era una auténtica hija del sur.

– Ah, sí, cariño -dije yo-. Sabe perfectamente dónde está, o al menos sabe quién lo sabe. De modo que no me joda.

– Señor Rawlins… -protestó ella.

– He dicho que no me joda, Issy. Ya no es hora de evasivas. Es hora de hablar a las claras.

– Pero ¿qué está diciendo?

– Estoy diciendo que es usted la que lo controla todo.

– ¿La que controla el qué?

– Es la única que conoce a todo el mundo. Brawly -dije, levantando un dedo-, Mercury…

– Ya le dije que sólo le conocía de pasada.

– … Henry Strong -dije, levantando el tercer dedo-. Y había estado saliendo con Aldridge intermitentemente durante años.

– Aldridge, sí -dijo ella-. Pero no tengo nada que ver con ninguno de los otros hombres.

– No es cierto -dije yo-. Usted estuvo con Henry Strong. Le conoció a través de Brawly y le dejó quedarse una noche o dos. Pero él no sabía que Brawly se lo había contado todo. El no sabía que Brawly le había dicho que planeaba un robo, exactamente igual que su viejo.

– Está loco -dijo Isolda, y luego se puso de pie.

– Ya le he dado un puñetazo a una mujer hoy -dije-. Y ella me gustaba.

Al oír aquello, Isolda volvió a sentarse.

– Como decía -continué yo-, Brawly le dijo lo que estaba haciendo y apuesto lo que quiera a que averiguó que Henry era un espía. Iba a huir con usted el día antes del robo.

– Esto es una locura -dijo Isolda. Ni siquiera me miraba.

– Su bikini dice otra cosa.

Ella se volvió entonces, con una pregunta en la mirada.

– He visto las fotos -dije-. Usted con un bikini marrón en una cama que no reconocí durante unos días. Al principio no me llamó la atención, pero luego estuve en otro dormitorio y me acordé.

– ¿Qué demonios está diciendo?

– Strong tomó fotos suyas en su dormitorio -dije-. Apuesto a que le hacía de modelo, y practicaba para cuando fueran a las islas.

– ¿Quién se lo ha contado? -El cuello de Issy latía.

– El mismo pajarito que me ha contado que Aldridge era el compañero del tío de Brawly en aquel robo.

– ¿Quiere decir que Hank era un espía? -preguntó ella.

– Ah, ¿no lo sabía? -pregunté. Y entonces-: Por supuesto que no lo sabía. Si lo hubiera sabido, ellos habrían aplazado el robo por ahora.

– Pero ¿de qué está hablando? -exclamó Isolda. Por entonces, ya eran sólo palabras. Sabía que la había cogido. Ahora buscaba, sencillamente, una vía de escape.

– Él se enamoró de usted. Planeaba huir con usted, irse para siempre a la playa. Pero no quería decirle que era un soplón. No. Un hombre orgulloso como el viejo Hank no haría tal cosa.

– No sé de qué está hablando, señor Rawlins.

– No. Pero ya va captando la idea. Lo veo en sus ojos -dije-. Strong le dijo que se iban en el barco el día antes del trabajo. Por lo que a él respectaba, usted no sabía nada de los planes que había hecho con Brawly y Conrad. No tenía que decirle que era un delator. Ni siquiera tenía que decirle que había tendido una trampa a los miembros de los Primeros Hombres para que atracaran una nómina, los cogieran con las manos en la masa y así desacreditaran a toda la organización.

Mi pequeño discurso produjo mucha inquietud en Isolda. Quizá no fuera correcto al cien por cien, pero yo sabía demasiado para que ella se lo tomara a la ligera. Se retorció las manos y volvió la cabeza a un lado y otro. Luego, de repente, se quedó muy seria y calmada.

– ¿Qué es lo que quiere? -me preguntó.

– Ya tengo el esquema general -dije-. Lo único que quiero es que lo llene con nombre y direcciones.

– ¿Y qué sacaré yo de todo esto?

– En primer lugar, no llamaré a los contactos en la policía de Hank ni les diré que usted estaba metida en el plan. En segundo lugar, no llamaré a John ni le diré que usted intentó embaucar a Brawly para que matase a su padre.

– No me da miedo -mintió-. Soy inocente.

– No -dije yo-. Usted no es inocente desde que iba al colegio. Lo que usted cree es que se va a poder librar de esto. Pero está equivocada. Si no me dice lo que yo quiero saber, le daré un golpe en la cabeza, la ataré como un carnero y la llevaré a la comisaría de policía en el maletero de mi coche.

No mentía, e Isolda lo sabía muy bien. No me gustaba tener que ponerme tan violento, pero era la única posibilidad que tenía de averiguar todo lo que estaba pasando.

Debí de impresionar a Isolda, porque me dijo:

– Y si oye lo que quiere oír, ¿me dejará ir?

– Veamos qué tiene que decir.

Contemplarla era algo asombroso. La belleza se desprendió completamente de su rostro. Era como una máscara, una fachada. De pronto, se mostraba dura e iracunda… casi decididamente fea.

– Tenía razón en lo mío y de Hank -me dijo-. En cuanto le vi, supe que era el hombre adecuado para mí. Tenía esa voz, vestía tan bien. Ya sabe que lo mayoría de los negros que corren por aquí son paletos de pueblo con agujeros en los vaqueros y mierda en los zapatos. Así les va bien.

– Pero a Henry no -la interrumpí.

– Brawly le trajo…

– ¿De modo que usted y Brawly todavía se hablaban?

– Pues claro que sí. Yo fui casi una madre para ese chico. Se ponía celoso cuando había un hombre a mi alrededor. Por eso se pelearon él y Aldridge…

– Entonces, ¿eso ocurrió de verdad?

– Sí -afirmó Isolda-. Pero sólo fueron un par de empujones. Se llevaban bien otra vez. Fue el whisky, que los puso como locos.

– ¿Y qué ocurrió con Henry?

– Decía que estaba cansado de intentar luchar por la igualdad de derechos, que llevaba muchos años de actividad en la política y que nada cambiaba, en realidad. Decía que iba a hacer un trato estupendo y luego retirarse a un país donde los hombres negros pudiesen ser banqueros y presidentes. Decía que quería que yo me fuese con él.

– ¿No le dijo que su dinero en realidad procedía de la policía?

– No me dijo nada de eso, sólo que iba a hacer un trato. Pero ahora que lo dice, todo encaja. Tiene razón, yo sabía lo que estaba pasando porque Brawly me lo contó. Brawly me lo cuenta todo.

– ¿Y qué tiene que ver Aldridge con todo esto?

– Brawly se lo contó a él también -susurró Isolda-. Sabía que Aldridge había estado con su tío en aquel robo, años atrás. Por eso se pelearon él y su padre entonces. Él se puso furioso con Aldridge, porque sabía que Alva se volvió loca por la muerte de su hermano. Durante mucho tiempo estuvo enfadado, pero luego le dijo a Aldridge que iba a hacer lo mismo. Iba a robar una nómina.

Hubo un momento de calma en la conversación. Isolda estaba pisando una capa de hielo muy fina, y yo tenía miedo al pensar quién podía caer con ella.

Al final, le pregunté:

– Entonces, ¿lo hizo Brawly?

– No.

No pude evitar sonreír. Aunque Isolda estuviera mintiendo, al menos protegía a Brawly.

– ¿Pues quién lo hizo? -pregunté.

– Mercury.

No me sorprendió. Mercury tenía la complexión física necesaria para el tipo de violencia que sufrió Aldridge.

No me sorprendió, pero le pregunté:

– ¿Y cómo demonios se metió Mercury en todo esto?

– Iba por ahí con nosotros. Y un día encontré unas braguitas de algodón con el nombre de esa zorrita, Tina Montes, bordado en ellas… en el cajón de Hank.

– Oh.

– Él no me había regalado ningún anillo, de modo que cuando me decía que estaba muy ocupado o que estaba cansado, yo llamaba a Mercury y él venía.

– ¿Así que le contó a Mercury lo del robo?

– No. Él ya estaba metido. Brawly le habló a Hank de Mercury y él le pidió que nos ayudara a planearlo todo. Entonces, Merc averiguó que Aldridge iba diciendo por ahí que no permitiría que Brawly participase en ningún robo. Me pidió que le hiciera venir a mi casa para poder hablar a solas con él.

– Así que usted estaba metida también en el plan para matarle -la acusé.

– No. Yo ni siquiera estaba en la ciudad. Estaba en Riverside, como ya le dije. No sabía lo que iba a hacer Merc.

– ¿Qué pensaba que iba a hacer, pues?

– Hablar -protestó ella-. Como me había dicho. Pero después… después me dijo que Aldridge le había atacado. Que fue en defensa propia.

– ¿Y lo de Henry Strong, fue defensa propia también?

– Le dije a Merc que Henry planeaba huir. Tenía que hacerlo. Henry no me dejaba participar en lo que estaban haciendo. Quería llevarme con él,pero no casarse conmigo. ¿Qué hubiera hecho yo si me hubiese dejado abandonada en Jamaica?

– ¿Y qué pintaba yo en todo esto? -le pregunté.

– Mercury le dijo a Henry que usted iba siguiendo a Brawly y a Conrad. Dijo que querían darle una buena paliza, para mantenerle al margen hasta que acabara el trabajo. Entonces le dijo a Conrad que Henry y usted iban a traicionarles.

– ¿Así que planeaban matarme a mí también?

Isolda desvió la vista.

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