Cuando llegué a casa encontré a Jesus y a Feather en el patio delantero con Bonnie. Estaban recortando los rosales que yo había plantado a ambos lados de la puerta principal. A Bonnie le gustaban aquellas rosas del tamaño de una manzana, moteadas de rojo y de amarillo. Cuando accedió a venir a vivir conmigo dijo: «Sólo si me prometes que conservarás esas rosas junto a la puerta. Así pensaré que me regalas flores cada día».
Feather estaba cogiendo las rosas con un cubo de cinc que parecía demasiado grande para que ella pudiera levantarlo. Reía mientras Jesus cortaba uno de los arbustos con las podaderas. Casi había anochecido, y el cielo estaba lleno de nubes de un color naranja brillante y negro, con la luz por detrás.
– ¡Papi! -gritó Feather. Corrió hacia mí y me abrazó las piernas-. He sacado otro notable.
– Qué bien, cariño. -La levanté por encima de mi cabeza y la volví a bajar para darle un beso en la mejilla.
Bonnie se estaba quitando los gruesos guantes de jardinería, pero Jesus siguió cortando el arbusto. Lo estaba haciendo muy bien. Le había enseñado cuando tenía la edad de Feather. Yo no tenía necesidad de que hiciera aquel trabajo, pero a él le gustaba. Quería trabajar conmigo, comer conmigo, caminar conmigo por la calle. Si él estaba por ahí en el mundo y tenía problemas, yo haría cualquier cosa para salvarle.
Para entonces Bonnie ya me estaba besando.
– ¿Estás bien? -me preguntó, mirándome a los ojos.
– Sí -dije, y me volví mientras hablaba.
Entré en casa seguido por Feather. El trabajo con el que había obtenido otro notable era sobre Betsy Washington y la bandera.
Mientras yo preparaba unos bocadillos de queso a la plancha, Bonnie y Jesus vinieron también a la cocina. Les ofrecí bocadillos, pero Jesus nunca tenía demasiada hambre, y Bonnie no picaba entre horas.
– Ya sé -dijo Feather, cuando estábamos ya todos juntos-, podría leer mi trabajo en voz alta ahora.
– No, ahora mismo no, cariño -dije-. Primero yo tengo que decir una cosa.
Feather me dirigió una mirada enfurruñada. La mujer que sería en el futuro relampagueó un momento en su rostro. Hizo un puchero y miró hacia el suelo. Entonces cogió la mano de Jesus y se inclinó hacia él.
– Quiero hablar con la familia -dije-. Quiero decir algo a los chicos.
Todos me miraban. Di un mordisco a mi bocadillo. Sentía un poco de vértigo.
– El colegio es la cosa más importante del mundo -dije-. Sin educación, no se puede hacer nada. Sin educación, te tratan como a un perro. -Miré hacia el armario y vi el morro del perrito amarillo que olisqueaba mi rastro-. Quiero que vayas a la universidad, Feather. Puedes ser profesora, o escritora, o incluso algo mejor que eso. ¿Me oyes?
– Sí, papi -dijo.
Todos nos mirábamos unos a otros.
Jesus miraba al suelo con los puños apretados.
– Bien -dije-. Es muy importante, porque Juice va a aprender de una forma distinta. A partir de ahora, va a estudiar construyendo un barco. Ésa es su vocación, y yo no me voy a interponer en su camino. Pero si hace eso, tendrá que estudiar mucho más aún que si fuera al colegio. Conozco todas las materias del instituto, y voy a hacer que me leas en voz alta cada noche durante cuarenta y cinco minutos. Y después de leer, pasarás otros cuarenta y cinco minutos hablando de lo que has leído. ¿Me oyes? Y si alguna vez dejas de trabajar en ese barco, tendrás que volver al colegio. No me importa que tengas dieciocho años, tendrás que volver. ¿Comprendido?
Jesus levantó la vista entonces y me miró con esa convicción que sólo los muchachos jóvenes pueden tener. Si hubiera sido cualquier otro chico, yo no habría tenido en cuenta la dura mirada que se reflejaba en sus ojos. Pero yo conocía a mi chico. No sólo acabaría el barco, sino que sería apto para navegar, y también él podría salir a navegar. Y me leería cada noche. Y lo haría encantado. Me di cuenta de que no era el tipo de chico capaz de aprender de desconocidos blancos que no pueden ocultar su desdén natural por los mexicanos. Ya había visto aquello en el Sojourner Truth. La mayoría de los niños ignoraban las señales, o se limitaban a conectar con los dos o tres profesores que realmente se preocupaban de ellos. Pero Jesus no era así. Él estaba conectado conmigo, y era mi obligación asegurarme de que aprendía lo necesario para desenvolverse en la vida.
– Preferiría que siguieras yendo al instituto -dije-. Porque no será fácil aprender tú solo cada día. Algunos días a lo mejor es muy tarde. Otros días es posible que yo no esté, y entonces tendrás que trabajar el doble la noche siguiente.
Jesus sonrió y me di cuenta de que era precisamente aquello lo que había deseado siempre.
– Yo le ayudaré las noches que tú no estés en casa -dijo entonces Bonnie.
– ¿Tienes esos papeles en tu habitación? -pregunté a Juice.
Él asintió.
– Déjamelos en la mesa. Los leeré cuando te vayas a la cama.
– ¿De verdad vas a hacer todo eso, Easy? -me preguntó Bonnie cuando yo hube firmado los papeles y estábamos ambos en la cama.
– ¿El qué?
– Leer con Jesus todas las noches.
– Claro. Ahora que se lo he prometido, tengo que hacerlo. Es nuestro trato.
– ¿Qué quieres decir? ¿Qué trato?
– Cuando se vino a vivir conmigo. Ni siquiera hablaba, porque le habían pasado muchas cosas. Pero se sentaba a mi lado y escuchaba cada palabra que yo decía. Y si yo aseguraba algo, él se lo tomaba como el catecismo. Si yo le hubiera dicho que saltara de una casa porque no se iba a romper la pierna, él habría saltado. Y si se hubiese hecho daño, habría pensado que yo no le había mentido, sino que de alguna manera me había equivocado. Si le hubiese dicho que saltara otra vez… pues lo habría hecho de nuevo. Ese tipo de fe te convierte en una persona leal.
– Pero ¿y si no puedes hacerlo? -preguntó Bonnie.
– ¿Si no puedo hacer el qué?
– Si no puedes mantener tu palabra.
– Mantendré mi palabra -dije-. Eso es lo que no entiendes. Tengo que mantener mi palabra con el chico.
– Pero ¿qué le enseñarás?
– Pues laIlíada, la Odisea, Veinte mil leguas de viaje submarino, La isla del tesoro… Cualquier cosa en la que aparezca un hombre y un barco. Eso es lo que le enseñaré al principio. Y luego, le enseñaré todas las matemáticas que necesite para construir el barco, y lo probaremos todo, y me aseguraré de que lo entiende. Trabajar con lo que uno tiene, es lo que siempre he hecho.
– Pero ¿no sería mucho más fácil que siguiera en el instituto, sencillamente?
– No, cariño. Bueno, sí, comprendo lo que quieres decir, pero lo que hemos conseguido ese chico y yo ha sido muy duro y difícil en el pasado, y seguramente lo será siempre. Si Jesus no confía en ti o no le gustas, no te deja penetrar en su interior. Estoy completamente seguro de que no aprenderá nada de profesores a los que no respete. Y además, mientras iba por ahí buscando al hijo de Alva, he averiguado un par de cosas que me han ayudado a tomar esta decisión.
Bonnie ya estaba convencida. Lo supe por la forma en que apoyó la cabeza en mi hombro. Pero me preguntó:
– ¿Y qué cosas son ésas?
– Primero, el propio Brawly. No he visto a ese chico más de cinco minutos, pero sé con sólo mirarle que es un desgraciado porque no tiene ni madre ni padre de la forma en que un muchacho necesita a sus padres. Le abandonaron y cuando al fin volvió, abusaron de él. Puede tener la mejor educación del mundo, que no le ayudará. Eso lo supe cuando vi los diplomas en el despacho de un policía asesino. Ése tenía educación, pero no había aprendido ni una maldita cosa.
Cuando Bonnie se durmió yo me levanté y llamé a Liselle Latour.
– ¿Sí? -dijo, con voz soñolienta.
– Hola, Liselle. Soy Easy.
– ¿Qué hora es?
– Las diez y media, más o menos -dije. En realidad eran las once menos diez-. Siento molestarte, querida, pero ¿ha vuelto Tina?
– La metieron en la cárcel.
– Dile que iré mañana por la mañana, a las ocho y media más o menos. Si no quiere hablar conmigo, quizá debería irse ya.
– Vale -dijo Liselle.
Resopló como si fuera a hacerme alguna pregunta, pero yo la corté con un «gracias» y colgué el teléfono.