19.

Una muerte truculenta

– Se llama a declarar a Stacy Harrington.

A muchos fiscales les gustaba empezar con un buen golpe, llamando primero a un testigo clave. Aunque esto da mucho juego para un drama de televisión, a menudo sólo consigue confundir a los miembros del jurado en la vida real.

Tom Burke no era un showman, y lo que menos le interesaba eran los dramas. Con su elección de su primera testigo, había dejado bien claro que no quería conseguir un buen índice de audiencia, sino orden cronológico y claridad.

Stacy Harrington, una mujer negra de estatura baja y gran atractivo, era la secretaria de dirección de Tannenbaum International, la empresa más importante de Barry Tannenbaum. Había sido una de las primeras en notar la tardanza de Barry una mañana de agosto, un año y medio antes. Y Barry nunca llegaba tarde a nada.

Señor Burke: ¿Qué hizo usted cuando él no apareció?

Señora Harrington: Llamé a su casa, a sus dos casas.

Señor Burke: ¿Y?

Señora Harrington: No respondió.

Señor Burke: ¿En ninguna de las dos residencias?

Señora Harrington: En ninguna de las dos.

Señor Burke: ¿Qué hizo usted entonces?

Señora Harrington: Llamé a la policía.

Señor Burke: ¿A qué policía?

Señora Harrington: A la policía de Nueva York. Tenía entendido que Barry, el señor Tannenbaum, estaba en la ciudad. Y eso era más fácil. Marqué el número de la policía de Nueva York, el 911.

Señor Burke: ¿Y qué le dijo la policía?

Señora Harrington: Reconocieron su nombre. Dijeron que enviarían a alguien a su casa y que se pondrían en contacto con la policía de Scarsdale para que hicieran lo mismo.

Jaywalker no tenía preguntas para la señora Harrington. Había muchos abogados que se empeñaban en hacer un espectáculo interrogando a todos y cada uno de los testigos que subían al estrado. Para él, eso no tenía sentido. Si una testigo no había dicho nada que pudiera hacerle daño a su clienta, ¿para qué iba a disfrazar ese hecho haciéndole preguntas? ¿Por qué no ponerlo de relieve encogiéndose de hombros y diciendo que no había preguntas?

Burke llamó a Anthony Mazzini. Mazzini era el encargado del edificio en el que Barry Tannenbaum tenía un ático. Alrededor del mediodía, habían aparecido dos policías uniformados en el portal del edificio. Le habían explicado que el señor Tannenbaum no había ido a trabajar aquella mañana, y que el personal de su oficina estaba preocupado por su bienestar. Después de intentar, sin éxito, ponerse en contacto con el señor Tannenbaum por medio del portero automático y por teléfono, Mazzini había acompañado a los policías al ático. Habían llamado al timbre y a la puerta, pero no habían obtenido respuesta. Finalmente, él había abierto con una llave maestra. La puerta no tenía la cadena de seguridad puesta, ni estaba cerrada por dentro, y la alarma no estaba conectada. Mazzini había seguido a los agentes al interior del piso.

Señor Burke: ¿Encontraron algo inusual?

Señor Mazzini: ¿Inusual? Sí, bastante.

Hubo unas risas nerviosas en la tribuna del jurado.

Señor Burke: ¿Qué era?

Señor Mazzini: Encontramos al señor Tannenbaum tendido en el suelo de la cocina, en mitad de un charco de sangre.

Jaywalker tampoco hizo preguntas. Mazzini estaba en su corta lista de sospechosos, pero él sabía que aquél no era el momento apropiado para ir tras él. Para empezar, no le estaba permitido abordar temas que no hubiera mencionado el fiscal en su primera batería de preguntas. Si Jaywalker quería atacar al encargado, tendría que llamarlo después, durante el caso de la defensa, y si era necesario, declararlo testigo hostil. Sin embargo, aparte de aquel detalle técnico, ¿qué iba a hacer? ¿Preguntarle directamente a Mazzini si había asesinado a Tannenbaum y le había tendido una trampa a Samara?

Burke llamó a Susan Connolly, una de las primeras agentes que llegó a la escena del crimen. La oficial Connolly había determinado rápidamente que Tannenbaum estaba muerto, y que probablemente llevaba muerto varias horas. Su compañero y ella habían marcado la escena del crimen y habían prohibido la entrada a las personas no autorizadas para que nada resultara alterado. Después habían llamado a su supervisor, que les había ordenado que esperaran hasta que llegaran los detectives.

Señor Burke: ¿Cómo estaba situado el cuerpo?

Oficial de policía Connolly: ¿Disculpe?

Señor Burke: ¿Estaba boca abajo o boca arriba?

Oficial de policía Connolly: Boca abajo, casi por completo.

Señor Burke: ¿Usted o su compañero le dieron la vuelta?

Oficial de policía Connolly: No, señor.

Señor Burke: Gracias. No hay más preguntas.

En aquel momento, Jaywalker decidió que debía aprovechar la oportunidad para suscitar algunas dudas sobre el testigo anterior.

Señor Jaywalker: ¿Y el señor Mazzini, el encargado? ¿Qué hizo él?

Oficial de policía Connolly: Él tampoco tocó el cuerpo.

Señor Jaywalker: No, no quiero saber lo que no hizo, sino lo que hizo.

Oficial de policía Connolly: ¿Cuándo?

Señor Jaywalker: Durante todo el tiempo que estuvo en el apartamento.

Oficial de policía Connolly: No lo sé. Estuvo mirando por allí, sobre todo.

Señor Jaywalker: ¿Miró por varias habitaciones?

Oficial de policía Connolly: Supongo que sí.

Señor Jaywalker: Usted se quedó junto al cuerpo, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Sí, una vez que hubimos marcado el área y nos hubimos asegurado de que no había nadie más en el apartamento.

Señor Jaywalker: Entiendo. ¿Cuánto tardaron en llegar los detectives?

Oficial de policía Connolly: (Consultando sus anotaciones). Veinticinco minutos.

Señor Jaywalker: Cuando llegaron al apartamento, ¿hablaron mucho con el señor Mazzini?

Oficial de policía Connolly: Un poco. Yo no diría que mucho.

Señor Jaywalker: Entonces, ¿él todavía estaba allí?

Oficial de policía Connolly: No estoy segura.

Señor Jaywalker: ¿No acaba de decirnos que los detectives hablaron un poco con él cuando llegaron al apartamento?

(No hay respuesta)

Señor Jaywalker: ¿Estaba allí todavía el señor Mazzini?

Oficial de policía Connolly: Sí.

Señor Jaywalker: Entonces, en ese momento, él ya llevaba allí más de media hora, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Supongo que sí.

Señor Jaywalker: Como usted ha dicho, había estado mirando por varias habitaciones, ¿no es así?

Oficial de policía Connolly: Sí.

No era mucho, pero al menos era un comienzo. Había demostrado que el encargado del edificio, que tenía una llave maestra, también había tenido acceso al apartamento el día siguiente al asesinato. Y que la integridad de la escena del crimen había quedado comprometida, hecho que podía ser perturbador para los miembros del jurado, que seguramente conocían el caso de O. J. Simpson y veían regularmente CSI. No obstante, ¿qué estaba haciendo de veras Jaywalker? ¿Esperar que los policías hubiesen metido la pata? ¿Que se produjera el milagro? Eso parecía.

Hicieron un descanso para comer.


Aquella tarde, Burke comenzó con la detective Anne Maloney. Maloney pertenecía a la Unidad de la Escena del Crimen, cosa que rápidamente llamó la atención del jurado. Después de haber trabajado durante años casi en la oscuridad total, la Unidad de la Escena del Crimen se había convertido en la niña mimada del departamento de policía. El motor del cambio había sido la televisión, por supuesto, con series como CSI y otras de sus competidoras, que habían puesto a la unidad al frente del trabajo policial. En aquellos tiempos, los niños y los adolescentes ya no querían ser médicos, estrellas de cine, jugadores de béisbol, bomberos ni guardias forestales; querían ser David Caruso o Marg Helgenberger.

La detective Maloney no era un ídolo norteamericano. Era fea, baja y fornida, y llevaba un corte de pelo al estilo paje de los años cincuenta. Con gravedad, explicó que sus compañeros de unidad y ella habían llegado a la escena a las tres menos cuarto de la tarde, y que habían encontrado el apartamento asegurado por dos oficiales uniformados, que habían marcado la escena del crimen con la conocida cinta amarilla y negra en la puerta del piso.

Dentro, las cosas estaban bastante ordenadas, salvo dos excepciones, ambas en la cocina. Primero, había media docena de envases de cartón de comida china por la encimera. Y después, en el suelo, había un cadáver, que posteriormente fue identificado como Barry Tannenbaum.

Señor Burke: ¿Puede describirnos el estado del cuerpo?

Detective Maloney: Estaba muerto.

Aquella descripción tan comedida provocó risitas nerviosas en la tribuna del jurado.

Señor Burke: Esperaba que pudiera darnos unos cuantos detalles más.

Detective Maloney: El cuerpo estaba tendido boca abajo, colocado en posición fetal. Bajo él había una abundante cantidad de sangre.

Señor Burke: ¿Le tomó el pulso u otras constantes vitales?

Detective Maloney: No. Eso ya se había hecho, con resultados negativos.

Señor Burke: ¿Llegó un momento en que le dieron la vuelta al cadáver?

Detective Maloney: Sí. Después de fotografiar el cuerpo en la posición exacta en que lo encontramos, le dimos la vuelta.

Señor Burke: ¿Y qué observó en ese momento?

Detective Maloney: Observamos…

Señor Jaywalker: Protesto.

El Juez: Admitida. Sólo puede decirnos lo que observó usted.

Detective Maloney: Observé una gran mancha, que parecía de sangre, en la ropa de la víctima.

En aquel momento, Burke se acercó a su mesa y tomó una bolsa grande de papel marrón. Volvió hacia el estrado, sacó algo y se lo entregó a uno de los oficiales de sala uniformados, que a su vez lo situó frente a la testigo.

Señor Burke: Le muestro la prueba número uno, y le pregunto si la identifica.

Detective Maloney: Sí, la identifico.

Señor Burke: ¿Y qué es?

Detective Maloney: Es un jersey de cachemira blanco, la prenda que llevaba puesta el señor Tannenbaum.

Señor Burke: ¿Por qué la reconoce?

Detective Maloney: Por la gran mancha de sangre que tiene en la pechera. También están mis iniciales, A. L. M. I, que escribí en la etiqueta aquel día, con tinta.

Burke repitió el proceso con otra prenda, un jersey de cuello alto de color beis que Tannenbaum llevaba bajo el jersey blanco. La mancha de sangre era incluso mayor que la del otro jersey. Ambas manchas se habían vuelto casi negras, y sólo había un rastro de rojo alrededor de los bordes.

Después de fotografiar y examinar el cadáver, Maloney había llevado a cabo un registro del apartamento, pero no había encontrado nada fuera de lo común ni fuera de lugar. No había señales de un allanamiento de morada, ni nada que pudiera sugerir un robo. Por la ausencia de manchas de sangre en otros lugares del apartamento, ella había deducido que la víctima había sido asesinada justo donde había caído.

Maloney había tomado una serie de fotografías, que Burke había recopilado junto a las demás pruebas. La detective también había tomado medidas y había realizado un boceto, que después había ampliado, y que también constaba entre las pruebas. Había empolvado el apartamento para obtener las huellas dactilares, deteniéndose especialmente en los envases de comida china y en la zona que rodeaba el pomo de la puerta de entrada. Había conseguido encontrar algunas huellas latentes, y había fotografiado otras. También les había tomado las huellas a la víctima y a los dos policías, de modo que las suyas pudieran ser descartadas en las comparativas posteriores.

Después, Burke y Maloney describieron cómo ella había recogido muestras de cabello y fibras del cuerpo y de la ropa de la víctima. Había tomado cada una de ellas con unas pinzas, las había introducido en bolsas de plástico individuales y había marcado cada una de las bolsas con el lugar donde había sido tomada la prueba. Más tarde, había catalogado todos los artículos y se los había entregado a la División de Identificación Criminal para su análisis.

Burke le preguntó a Maloney si durante su registro del apartamento, o de la zona que lo rodeaba, había encontrado algo que pudiera ser el arma homicida. Ella respondió que no. Junto a sus compañeros de la Unidad de la Escena del Crimen, había peinado el pasillo, la zona de ascensores, el cuarto de la basura, el tejado e incluso los conductos de ventilación, todo sin dar con un cuchillo o un instrumento similar que pudiera haberse usado en el asesinato.

Burke había terminado con la testigo, pero antes de dejar a Jaywalker que hiciera su turno de preguntas, le pidió permiso al juez Sobel para hacer públicos el boceto de la detective y las fotografías. El juez accedió, y se colocó frente a la tribuna del jurado un caballete con el boceto. Los miembros se inclinaron para mirarlo, pero no dieron señal de que les causara mucha impresión.

Las fotografías, sin embargo, fueron otra cosa.

Antes de la selección del jurado, Jaywalker había luchado duramente para que no se incluyeran en el juicio. Las peores mostraban a Barry Tannenbaum boca abajo y ligeramente encogido, en un charco de algo que parecía pintura de color rojo muy, muy oscuro. Una de las fotografías mostraba el cuerpo dado la vuelta, revelando una mancha del mismo color que se extendía por todo el pecho de la víctima. Jaywalker había perdido la batalla, y aunque les había descrito las imágenes a los miembros del jurado durante la selección, y había conseguido que le aseguraran que no se dejarían abrumar por ellas, en aquel momento estaba oyendo gruñidos desde la tribuna. La muerte tenía ese efecto, él lo sabía. Sobre todo, una muerte truculenta retratada en papel fotográfico brillante, a todo color.

Durante su turno de preguntas, Jaywalker le preguntó a Maloney si también le había tomado las huellas al señor Mazzini.

Detective Maloney: ¿A quién?

Señor Jaywalker: Al señor Mazzini, el encargado del edificio.

Detective Maloney: No vi a ningún encargado del edificio.

Señor Jaywalker: ¿Los oficiales no le dijeron que había estado deambulando por el apartamento durante media hora?

Señor Burke: Protesto por la expresión «deambulando por el apartamento».

El Juez: Admitida.

Señor Jaywalker: ¿Le dijeron los oficiales que el encargado les había abierto la puerta del apartamento?

Detective Maloney: No, que yo recuerde.

Señor Jaywalker: ¿Y que había estado en el apartamento durante media hora?

Detective Maloney: No.

Señor Jaywalker: ¿Tiempo durante el cual había caminado de habitación en habitación?

Detective Maloney: No.

Detective Maloney: Si lo hubiera sabido, ¿le habría tomado las huellas dactilares?

Señor Burke: Protesto. Especulación.

El Juez: Ha lugar.

Señor Jaywalker: ¿Habría sido una buena práctica policial tomarle las huellas dactilares a todo aquél que hubiera estado en el apartamento aquel día?

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Denegada.

Detective Maloney: Supongo que sí.

Señor Jaywalker: ¿Supone que sí? ¿O la respuesta es «Sí, habría sido una buena práctica policial?».

Detective Maloney: Sí, habría sido una buena práctica policial.

Después, Burke llamó a declarar a Roger Ramseyer, un detective de la División de Investigación Criminal. Ramseyer había procesado las pruebas que le había enviado la detective Maloney, incluidas las huellas latentes, los pelos y las fibras, y las había comparado con huellas y muestras de cabello de los individuos que habían estado en el apartamento el día que fue descubierto el cadáver de Barry Tannenbaum. Se refirió al primer grupo como «artículos cuestionados», y al segundo como «conocidos». Burke le hizo preguntas sobre cada uno de los artículos.

Con respecto a las huellas encontradas en el apartamento, las huellas cuestionadas, Ramseyer pudo establecer comparaciones positivas con las huellas conocidas de Barry Tannenbaum, de la Oficial de policía Susan Connolly y de Samara Tannenbaum. Las huellas de Samara estaban en el pomo interior de la puerta del apartamento, en el pomo exterior y la placa de la cerradura, en dos de los envases de comida china y en dos vasos, uno vacío y el otro parcialmente lleno de agua. Se encontró coincidencia entre dos cabellos hallados en el jersey de Barry Tannenbaum y las muestras de cabello de Samara. Y un hilo rojo, recogido también del jersey de Barry, pertenecía a una blusa multicolor de mujer que le había llevado a Ramseyer otro detective dos días más tarde.

Jaywalker decidió no disputar los descubrimientos del detective. Su defensa, como ya le había dicho al jurado, era que a su clienta le habían tendido una trampa para inculparla. Ella había estado en casa de Barry la noche de autos, y así iba a testificarlo en el estrado. Era de esperar que sus huellas dactilares estuvieran en el piso, y su cabello, y hasta una fibra de su ropa. Esos artículos habían terminado en el jersey de Barry naturalmente, o habían sido colocados allí. Así que, cuando Burke terminó con el testigo, Jaywalker tenía pocas preguntas para él.

Señor Jaywalker: Detective Ramseyer, ¿encontró alguna huella latente que haya quedado clasificada como «desconocida»?

Detective Ramseyer: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Cuántas?

Detective Ramseyer: ¿Puedo repasar mis notas?

Señor Jaywalker: Por supuesto. De hecho, ¿por qué no va a la parte superior de la página cuatro de su informe?

Detective Ramseyer: Gracias. Sí, quedaron cuatro huellas desconocidas que pertenecen a cuatro individuos.

Jaywalker le hizo la misma pregunta con respecto a los cabellos y las fibras. El detective respondió que habían quedado cuatro cabellos desconocidos, pertenecientes a tres individuos, y tres fibras desconocidas.

Señor Jaywalker: Así pues, terminó sus análisis sabiendo que, al menos, cuatro individuos más dejaron sus huellas en el apartamento. Y tres o cuatro individuos, quizá los mismos, o quizá no, dejaron cabellos o fibras en el cuerpo o ropa de la víctima. ¿Es esto correcto?

Detective Ramseyer: Sí, es correcto.

Señor Jaywalker: ¿Y no tiene ningún modo de decirnos quiénes eran esas personas?

Detective Ramseyer: Correcto.

Señor Jaywalker: Dígame, detective. ¿Le proporcionaron huellas, cabellos o fibras conocidas del señor Mazzini?

Detective Ramseyer: No, señor.

Señor Jaywalker: ¿Y de Alan Manheim?

Detective Ramseyer: No, señor.

Señor Jaywalker: ¿Y de William Smythe?

Detective Ramseyer: No.

Señor Jaywalker: ¿Y de Kenneth Redding?

Detective Ramseyer: No.

Señor Jaywalker: Gracias.

Eran las cuatro y media, y Jaywalker supuso que el juez Sobel cerraría la sesión por aquella jornada. Sin embargo, Burke indicó en el estrado del juez que tenía una testigo a quien le gustaría entrevistar antes de que terminaran.

– ¿Quién es? -preguntó el magistrado.

– Es la hermana de la víctima.

– ¿Identificación del cuerpo? -preguntó Jaywalker.

Burke asintió.

– Acepto la identificación -dijo Jaywalker. Estaba dispuesto a admitir que era Barry Tannenbaum quien había sido asesinado, y lo último que quería era a un familiar lloroso en el estrado, sobre todo al final del día.

– No, gracias -dijo Burke, que tenía el derecho a rehusar el ofrecimiento de Jaywalker.

– Hágalo con brevedad -dijo el juez.

En cuanto volvieron a sus mesas, Burke llamó a Loretta Tannenbaum Frasier. Era una mujer encorvada que, según cálculos de Jaywalker, no podía medir más de un metro cincuenta, incluso con los zapatos puestos. En cuanto hubo prestado juramento y se hubo identificado como la hermana de la víctima, Jaywalker se puso en pie pese a la orden del juez.

– Estamos dispuestos a admitir que el hermano de la testigo fue la víctima -dijo él-. Si ésa es la razón por la que se ha llamado a esta testigo.

– Puede proceder, señor Burke -dijo el juez Sobel, tan molesto por el teatro de Jaywalker como Jaywalker se sentía por el teatro de Burke.

Encogiéndose de hombros de un modo que habría hecho sentirse orgullosa a Samara, Jaywalker se sentó. Pero había dicho lo que quería decir. Una de las cosas que les había advertido a los miembros del jurado durante la selección había sido que quizá el fiscal llevara a la sala a familiares atribulados para intentar ganarse sus condolencias. Además, pensaba recordarles aquello en su recapitulación. Sin embargo, por el momento lo único que podía hacer era sentirlo por aquella pobre mujer cuyo único hermano había sido apuñalado.

Tal y como estaban haciendo los miembros del jurado, sin duda.

Jaywalker sabía, por otra parte, que él habría hecho lo mismo en lugar de Tom Burke. Demonios, él habría llevado a una docena de familiares, cada uno más lloroso que el anterior.

Dicho en su honor, Burke fue al grano con la señora Frasier y no exageró las cosas. Cuando Jaywalker indicó que no tenía preguntas, terminó la sesión.

Habían pasado por seis testigos y Samara no estaba muerta todavía. Sin embargo, para Jaywalker aquello no era un gran consuelo. Tom Burke era un buen abogado con un caso sólido, aunque fuera circunstancial, y lo estaba construyendo ladrillo por ladrillo. Si los testigos del primer día sólo habían rozado a Samara, había sido por casualidad. El día siguiente sería distinto, y Jaywalker lo sabía. Los miembros del jurado escucharían a los verdaderos testigos, a los detectives que habían investigado el grueso del caso. Hablarían al jurado sobre las mentiras de Samara, sobre lo que habían encontrado escondido en su casa y sobre el móvil.

En otras palabras, lo peor estaba por llegar.

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