Al día siguiente, no terminó su sesión de comparecencias hasta después de la comida, Burke comenzó el interrogatorio de Samara a las tres de la tarde. Cuando lo hizo, comenzó a preguntarle por su primer encuentro con Barry, de vuelta al momento en que ella tenía dieciocho años y trabajaba de camarera en uno de los bares del Caesars Palace.
Señor Burke: Eso ocurrió muy poco después de que hubiera dejado de… como usted lo describió, aceptar dinero y otros regalos a cambio de favores sexuales. ¿No es así?
Señora Tannenbaum: No estoy segura de haber dicho «favores sexuales», pero sí, fue poco después de eso.
Señor Burke: Bien, como usted quiera llamarlo, pero había dejado de hacerlo.
Señora Tannenbaum: Exacto. Ya había cumplido dieciocho años y por fin podía trabajar.
Señor Burke: Y entonces, una noche, vio a Barry Tannenbaum.
Señora Tannenbaum: Sí. Aunque no sabía que él era Barry Tannenbaum, ni quién era Barry Tannenbaum.
Señor Burke: Entiendo. Díganos, ¿fue él quien estableció contacto con usted, o usted quien estableció contacto con él?
Señora Tannenbaum: No estoy segura de qué quiere decir con «establecer contacto».
Señor Burke: ¿Se acercó él a usted primero, o usted a él?
Señora Tannenbaum: Yo me acerqué a él.
Señor Burke: De hecho, comenzó invitándole a una bebida.
Señora Tannenbaum: A Coca-Cola light.
Señor Burke: Eso es una bebida, ¿no es así?
Señora Tannenbaum: En Las Vegas no.
Las risas que se oyeron desde la tribuna del jurado indicaron que Samara había marcado un punto. Y lo más importante, sugerían que había empezado a caerles bien. Sin embargo, Jaywalker también detectó una señal de peligro en las respuestas de Samara. Estaba luchando con Burke, intentando vencerlo siempre que podía, incluso en las cosas pequeñas. Jaywalker le había advertido que no lo hiciera, pero en aquel momento se estaba dando cuenta de lo difícil que le resultaba a Samara contener su carácter batallador. «Cálmate», le dijo mentalmente. «Limítate a responder las preguntas». Sin embargo, por mucho que le enviara el mensaje subliminalmente, no creía que ella fuera capaz de oírlo.
Señor Burke: ¿Y no es un hecho, señora Tannenbaum, que cuando terminó su turno aquella noche, Barry y usted salieron juntos?
Señora Tannenbaum: ¿Que salimos? No, eso no es verdad.
Señor Burke: ¿Adónde fueron?
Señora Tannenbaum: A su habitación del hotel.
Señor Burke: Ah. Y eso no es salir, ¿verdad?
Señora Tannenbaum: En esto tengo un problema, señor Burke.
Jaywalker se encogió en la silla. Lo que menos quería de Samara era que se mostrara combativa. A los sesenta segundos de interrogatorio del fiscal, ya iba a darle un sermón a Burke y a decirle lo que estaba mal en sus preguntas. Jaywalker intentó pensar en algo para emitir una protesta, pero no pudo. Además, el jurado se daría cuenta de que sólo era un intento de acallar a su clienta. Se deslizó hacia abajo en el asiento, apretó los dientes y se esperó lo peor.
Señora Tannenbaum: (Continuando). En el sitio de donde yo soy, y sobre todo en Las Vegas, algunas de las palabras que usa tienen significados especiales. Las bebidas llevan alcohol. Ir de fiesta significa esnifar cocaína. Tener una cita significa mantener relaciones sexuales. Y salir significa mantener relaciones sexuales regularmente.
Se oyó realmente un aplauso desde la tribuna del jurado. Jaywalker relajó la mandíbula y el cuerpo un poco. Se irguió en la silla y exhaló un suspiro. Quizá, y sólo quizá, Samara tenía lo necesario para salir airosa de aquello.
Sin embargo, Burke encajó muy bien el golpe. En vez de concentrarse en el discurso de Samara e intentar analizarlo, estableció rápidamente que, se llamara como se llamara, ella había pasado un buen número de horas en la habitación de Barry aquella primera noche. Dejó que los miembros del jurado decidieran exactamente qué habían estado haciendo. Después, guió a Samara hacia el momento en que ella se había enterado de quién era Barry, y de todo el dinero que la gente decía que tenía.
Señor Burke: ¿Cuándo lo supo?
Señora Tannenbaum: No estoy segura. Quizá dos semanas después de que nos conociéramos. Algo así.
Señor Burke: Por un artículo de una revista, ¿no es así?
Señora Tannenbaum: Así es.
Señor Burke: ¿Y cuándo viajó a Nueva York para estar con él?
Señora Tannenbaum: Lo está haciendo de nuevo.
Señor Burke: ¿Disculpe?
Señora Tannenbaum: Necesito saber a qué se refiere con «estar con él».
Señor Burke: Tocado. Para visitarlo. ¿Es mejor así?
Señora Tannenbaum: Mucho mejor. Fui a Nueva York unas dos semanas después de haberme enterado.
Señor Burke: Y en seis meses, se habían casado.
Señora Tannenbaum: Exacto.
Burke lo dejó en aquel punto. La sucesión de eventos hacía que sus insinuaciones quedaran claras. Jaywalker había pasado horas preparando a Samara para un aluvión de preguntas sobre hasta qué punto había tenido algo que ver la fortuna de Barry para que ella se casara con él. Era uno de los factores, reconoció Samara, pero también lo habían sido su ternura, su amabilidad y su interés en las cosas que ella tuviera que decir. Todo aquello eran cosas nuevas para Samara. Sin embargo, Burke era lo suficientemente listo como para saber que Jaywalker habría preparado a su clienta para que diera aquella respuesta, y no estaba dispuesto a darle oportunidad para hacerlo.
Le mostró una copia del acuerdo prenupcial, que tenía la fecha de una semana antes de la boda, y le preguntó si la firma que figuraba al final era suya.
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Burke: ¿Recuerda haberlo firmado?
Señora Tannenbaum: No, pero veo que lo hice. Es mi letra.
Señor Burke: Solicito que este informe sea clasificado como prueba número once de la acusación.
Señor Jaywalker: La defensa no tiene nada que objetar.
El Juez: Recibido.
Señor Burke: ¿Recuerda quién se lo presentó para que lo firmara?
Señora Tannenbaum: No. Tal vez fuera Barry, o tal vez Bill Smythe.
Señor Burke: ¿Lo leyó antes de firmarlo?
Señora Tannenbaum: Estoy segura de que no. Tiene, déjeme ver, más o menos veintidós páginas.
Señor Burke: ¿Entendía lo que estaba aceptando?
Señora Tannenbaum: Básicamente, sí.
Señor Burke: ¿Y qué era?
Señora Tannenbaum: Que si me divorciaba alguna vez de Barry, no obtendría nada.
Señor Burke: ¿Creyó que fuera cierto?
Señora Tannenbaum: Claro. No pensaba que fueran a escribir veintidós páginas para nada.
Señor Burke: Desde entonces, ¿alguna vez volvió a pensar en el asunto, y decidió que no era cierto?
Señora Tannenbaum: No. Tenía asumido que sí lo era.
Señor Burke: ¿Incluso después de ocho años de matrimonio?
Señora Tannenbaum: Sí. Creía que «hasta que la muerte os separe» significaba precisamente eso.
Jaywalker tuvo que admitir que aquél era un buen trabajo. Pregunta a pregunta, Burke había acorralado a Samara. Aunque ningún juez del mundo habría hecho cumplir estrictamente un contrato prenupcial después de ocho años de matrimonio, Burke había conseguido que Samara dijera que no lo sabía. En lo que a ella concernía, el divorcio no era una posibilidad, a menos que quisiera quedarse de nuevo en la calle. Desde allí, Burke cambió de marcha y pasó a otras avenidas por las que Samara pudiera haber esperado terminar con una buena parte del dinero de Barry.
Señor Burke: ¿Sabía algo del testamento de su marido?
Señora Tannenbaum: No, no sabía nada.
Señor Burke: ¿Sabe algo de testamentos en general?
Señora Tannenbaum: Sé lo que es un testamento.
Señor Burke: ¿Creía que en caso de que Barry muriera heredaría usted una fortuna?
Señora Tannenbaum: No lo sabía. Quiero decir que no sabía si ése era el caso o no.
Señor Burke: ¿Ha oído decir alguna vez que, por ley, un individuo no puede desheredar a su cónyuge? ¿Que, aunque intentara hacerlo, el cónyuge tendría derecho a la mitad del patrimonio de su esposo o esposa?
Señora Tannenbaum: No, no lo sabía.
Señor Burke: Entonces, que usted supiera, no iba a conseguir nada si se divorciaba, y no iba a heredar nada si moría su marido.
Señora Tannenbaum: Supongo. No pensaba mucho en esas cosas.
Señor Burke: ¿No le interesaba?
Señora Tannenbaum: En realidad, no.
Señor Burke: Se casó con uno de los hombres más ricos del planeta, ¿y no estaba interesada en su dinero?
Señora Tannenbaum: No creo que haya dicho eso. A mí me encantaba que Barry fuera rico, y tener un sitio precioso donde vivir, y todo tipo de cosas bonitas, y no tener que preocuparme por el dinero nunca más. Pero no me levantaba por las mañanas pensando en su testamento, ni en cuánto iba a heredar yo si él moría.
Señor Burke: Anoche nos dijo que Barry estaba convencido de que iba a morir.
Señora Tannenbaum: Exacto.
Señor Burke: De hecho, estaba convencido de que usted lo iba a matar, ¿no es así?
Señora Tannenbaum: Si lo estaba, se le daba muy bien guardar el secreto.
Señor Burke: ¿Le parece bien que hablemos del seguro de vida un minuto?
Señora Tannenbaum: De acuerdo.
Señor Burke: Aparte de la póliza por valor de veinticinco millones de dólares que usted firmó, ¿tenía otro seguro de vida su marido?
Señora Tannenbaum: No tengo idea.
Señor Burke: ¿Se lo mencionó Barry alguna vez?
Señora Tannenbaum: No, que yo recuerde.
Señor Burke: ¿Se lo preguntó alguna vez?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Burke: En ocho años de matrimonio, ¿nunca salió ese tema de conversación?
Señora Tannenbaum: No creo que usted entienda bien nuestro matrimonio, señor Burke. Yo era la mujer de Barry, no su socia de negocios.
Señor Burke: Entonces, no tenía usted la más mínima idea de si él tenía un seguro de vida o no. ¿Es eso lo que nos está diciendo? De nuevo, sin tener en cuenta la póliza de veinticinco millones de dólares.
Señora Tannenbaum: Yo tampoco tenía idea de eso.
Punto para Samara.
Señor Burke: Bien, recapitulemos un momento. Que usted supiera, no habría conseguido nada si se divorciaba de Barry. ¿Correcto?
Señor Jaywalker: Protesto. La pregunta ya ha sido formulada y contestada.
El Juez: Denegada.
Señor Burke: ¿Era eso lo que usted pensaba?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Burke: Y, que usted supiera, cabía la posibilidad de que Barry no le hubiera dejado nada en su testamento, ¿verdad?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Burke: Y, finalmente, tampoco habría obtenido ningún dinero de un seguro de vida, porque quizá no hubiera ninguno, ¿no es así?
Señora Tannenbaum: Exacto.
Señor Burke: Estaba usted en una situación precaria, ¿no le parece?
Señor Jaywalker: Protesto. Eso es suposición del fiscal.
Aunque el juez aceptó la protesta, Jaywalker sabía que Burke había conseguido anular el punto anterior de Samara y había marcado otro propio. El jurado no necesitaba oír la respuesta para entender que, según lo que sabía ella, su fortuna estaba en peligro de completar el círculo: de vivir bajo el umbral de la pobreza en una caravana a convertirse en princesa, y después a vivir en la pobreza de nuevo.
Sin embargo, Burke no estaba dispuesto a quitarle el pie del cuello todavía. Hizo que admitiera que la relación se había desintegrado con los años, porque ella se sentía cada vez más atrapada en un matrimonio con un hombre que ponía constantemente los negocios por delante de ella, y él se sentía cada vez más humillado por las muchas maneras en que ella lo humillaba.
Señor Burke: Poco antes de que su marido fuera asesinado, usted supo que su salud no era buena, ¿verdad?
Señora Tannenbaum: Sabía que tenía un catarro la última noche que lo vi. O la gripe. Algo así.
Señor Burke: Algo así. ¿Algo más?
Señora Tannenbaum: Como he dicho, siempre se estaba quejando de algo, siempre tenía miedo de estar enfermo o morir.
Señor Burke: ¿Sabía usted algo de su enfermedad coronaria?
Señora Tannenbaum: Sabía que había tenido un ataque al corazón antes de que nos conociéramos.
Señor Burke: ¿Y sabía que tenía cáncer?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Burke: ¿No lo sabía?
Señora Tannenbaum: No lo supe hasta después de su muerte.
Señor Burke: ¿Está diciendo que su marido hipocondríaco, que estaba constantemente quejándose y expresando su miedo de que pudiera estar muriéndose, no le dijo que tenía cáncer?
La protesta de Jaywalker y la débil respuesta afirmativa de Samara no sirvieron de nada. Lo que había querido decir Burke estaba claro: Samara estaba mintiendo. No sólo había creído que su posición financiera era muy vulnerable en un matrimonio que se deshacía, sino que, en el supuesto de que aquel matrimonio sobreviviera, su marido podía morir. Desesperada por protegerse de un modo u otro, había hecho una apuesta por la vida de Barry, y había apostado una gran suma de dinero. Después lo había asesinado durante el breve periodo de seis meses que concedía la póliza. Al menos, eso era lo que iba a argumentar Burke en su declaración final, con una lógica irresistible.
Además, Burke abordó de nuevo el tema de la póliza de seguros. Sacó el documento, lo dobló de manera que la última página quedara en primer lugar e hizo que un funcionario lo colocara delante de Samara.
Señor Burke: Díganos de quién es esa firma, por favor.
Señora Tannenbaum: Mía.
Señor Burke: ¿Es su letra?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Burke: Nadie la apuntó con un arma y la obligó a que firmara, ¿verdad?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Burke: Nadie la engañó para que firmara, ¿verdad?
Señora Tannenbaum: No lo sé. No recuerdo haberlo firmado, así que no puedo hablarle de las circunstancias en que lo hice.
Señor Burke: ¿Le cubrieron los ojos con una venda?
Señora Tannenbaum: No, nadie me ha cubierto los ojos con una venda. Eso sí lo recuerdo.
Señor Burke: ¿Le importaría ir a la primera página, por favor?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Burke: ¿Ve algo escrito en letra mayúscula en la parte superior de la página?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Burke: ¿Quiere leérselo al jurado, por favor?
Señora Tannenbaum: ¿En voz alta?
Señor Burke: Sí, en voz alta.
Señora Tannenbaum: Formulario de póliza de seguro de vida a corto plazo.
Señor Burke: A mitad de la página, verá el título «Sumario de contenidos». ¿Quiere leer lo que sigue inmediatamente a esas palabras, también escrito en letras mayúsculas?
Señora Tannenbaum: (Señalando) ¿Aquí?
Señor Burke: Sí, ahí.
Señora Tannenbaum: (Leyendo) Nombre del asegurado, Barrington Tannenbaum. Cantidad de la póliza, veinticinco millones de dólares. Vencimiento de la póliza, seis meses. Nombre de la beneficiaria, Samara M. Tannenbaum.
Señor Burke: Gracias.
Burke retiró la póliza y siguió con los objetos que se habían hallado en casa de Samara. Como había hecho Jaywalker anteriormente, hizo que identificara la toalla, la blusa y el cuchillo. Después le dio la oportunidad de explicar quién podía haber escondido detrás de la cisterna de su baño aquellos objetos. Samara no tenía respuesta. Había estado sola en casa todo el tiempo, desde que había vuelto a casa hasta que habían aparecido los detectives al día siguiente. ¿Pensaba que alguien se había colado en su casa y había puesto las cosas allí sin que ella se diera cuenta, o que las había puesto allí después de que se la hubieran llevado esposada? ¿O quizá habían sido los detectives quienes habían dejado allí los artículos, a causa de un inexplicable deseo de inculparla?
De nuevo, Samara no tenía respuesta.
¿Quizá los había escondido ella misma allí, de modo temporal, pensando que podría librarse de ellos en cuanto pudiera, y se había quedado sorprendida por lo rápidamente que había aparecido la policía? No, insistió ella. Aquello no era cierto. Ella nunca había puesto aquello en su casa, aunque tampoco podía decir quién lo había hecho, o cómo se las habían arreglado para conseguirlo.
A veces llegaba el momento, durante el interrogatorio del fiscal, en que las caras de los miembros del jurado expresaban con claridad su escepticismo, su incredulidad. Aquel momento había llegado para Samara. Ya no la creían. Jaywalker lo supo con tanta seguridad como sabía su apellido.
Eran casi las cinco de la tarde. Burke solicitó permiso para acercarse al estrado del juez. Después pidió permiso para terminar su interrogatorio al día siguiente. El juez Sobel accedió, y no aceptó la protesta de Jaywalker. Sin embargo, él sabía que, aunque se la hubiera concedido, no habría servido de nada. De hecho, había decidido que llegados a aquel punto, nada serviría.
Una hora antes, la defensa estaba en la cresta de la ola. El carácter batallador de Samara le había hecho ganar puntos al principio. Sin embargo, Burke había conseguido acorralarla con las pruebas, y atraparla en los hechos. Aquello le recordó a Jaywalker un consejo que había oído mucho tiempo antes de otro abogado: «Cuando tienes los hechos, golpea con los hechos. Cuando no tienes los hechos, golpea la mesa».
En aquel caso, el problema había sido desde el principio que el fiscal tenía de su lado los hechos, y también a la ley. En los dos momentos favorables del juicio, Jaywalker se había engañado a sí mismo pensando que, a pesar de aquel desequilibrio, quizá diera con la manera de lograr la absolución para Samara. Sin embargo, en aquel instante se veía reducido a golpear la mesa. Y aunque pudiera producir algo de ruido, eran los hechos y la ley lo que generalmente producían las victorias.
Aquella noche, Jaywalker se sirvió una dosis generosa de Kalhúa, dejó el vaso en la encimera y se sentó en uno de los taburetes de la cocina. Se quedó sentado a oscuras durante más de veinte minutos, sin hacer nada más que observar el líquido negro. Incluso sin acercar la nariz, percibía el aroma a café del licor y su dulzura. Sólo cuando se hubo dicho veinte veces que no podía hacer eso, ni a su cliente ni a sí mismo, se movió ligeramente, primero a la derecha y después a la izquierda, para sacar las manos de debajo de las piernas, donde se le habían quedado entumecidas por el peso.
Lenta, cuidadosamente, volvió a verter el licor en la botella. No quería derramar ni una gota, con aquel veredicto que se cernía sobre ellos. Iba a necesitar todo el alcohol entonces.
Aclaró el vaso, abrió el lavaplatos, y vio que estaba lleno de platos y vasos, no sucios, sino limpios. No se había molestado en sacarlos y llevaban allí una semana. Así que dejó el vaso en el fregadero. Su mujer lo habría regañado por aquel acto de pereza; sin embargo, su mujer estaba muerta, y él vivía solo. Y de repente, el impacto de su terrible soledad lo alcanzó de lleno, y tuvo que agarrarse con las dos manos a la encimera para no perder el equilibrio. «Gracias, Dios, por la suspensión», se dijo. «Gracias por no tener que hacer esto nunca más».