20.

Una pérdida masiva de sangre

Jaywalker se había marchado de los juzgados el jueves por la tarde pensando que, al día siguiente, Tom Burke comenzaría la sesión llamando a declarar a uno de los dos detectives que había llevado el caso. Sin embargo, Burke llamó a Jaywalker a su casa aquella noche para decirle que el detective no estaría disponible, así que iba a reorganizar el orden de sus testigos.

– Gracias por avisarme -le dijo Jaywalker, que se lo agradecía de veras.

Durante mucho tiempo, había tenido sentimientos contradictorios sobre a qué clase de fiscal prefería enfrentarse durante un juicio. Estaban los arteros, y estaban los honestos, grupo del cual Burke era un ejemplo perfecto. Sin embargo, Jaywalker se sentía libre para responder al fuego con fuego si estaba frente a un artero, mientras que, con alguien como Burke, se sentía obligado a devolver decencia por decencia. A veces no era tan divertido, pero a la larga seguramente era lo mejor para todo el mundo.

Después de despedirse del fiscal, se sirvió un café, el tercero de la tarde, todo ello sin Kalhúa, y sacó los expedientes que sabía que debía revisar para el viernes, gracias al juego limpio de Tom.

Una semana antes del juicio, Burke le había confesado a Jaywalker que iba a presentar la solicitud para entrar en la judicatura del Tribunal Penal, y que quizá le pidiera una carta de recomendación.

– La escribiré encantado -dijo Jaywalker-. Pero, ¿yo? Quiero decir que… Sabes lo que piensan de mí, ¿no? Podría ser contraproducente.

– Tonterías. El hecho de que no sepan cómo controlarte no significa que no sepan que eres el mejor.

– Deja el peloteo. He dicho que te escribiré la carta. ¿La quieres ahora?

– No -le dijo Burke-. Espera hasta el final del juicio. Puede que después me odies.

– Estoy seguro de que te odiaré, pero de todos modos puedes contar con la carta.

– Gracias -dijo Burke-. Y, cuando la escribas, acuérdate de utilizar mi segundo nombre, Francis. Creo que hay un fiscal en Staten Island que también se llama Tom Burke y que también está pensando en solicitar el puesto. Se supone que el tipo es un perdedor.

– Claro, no como tú, ¿verdad?

Jaywalker sonrió al recordar aquella conversación. Al contrario de lo que todo el mundo pensaba, los fiscales no siempre se convierten en jueces duros. Tom Burke sería un fantástico juez. El único problema era que Robert Morgenthau, el octogenario fiscal del distrito de Manhattan, no podía permitirse perder a los Burke de su oficina; había una nueva generación de noBurke ascendiendo por los peldaños de la escalera.


Tal y como le había dicho a Jaywalker, Burke comenzó la sesión del viernes con el segundo de los dos policías que había ido al apartamento de Barry Tannenbaum y lo había encontrado muerto. Burke tenía como propósito demostrar que el cadáver del apartamento era el mismo que el oficial había visto al día siguiente en la morgue, esperando la autopsia. El oficial lo confirmó, y Jaywalker no vio motivo para interrogarlo.

Después, Burke llamó a Charles Hirsch, el Forense Médico Jefe. Jaywalker conocía bien al doctor Hirsch, porque lo había entrevistado en dos casos de asesinato previos. Era un hombre delgado, desgarbado, y un extraordinario testigo. Tenía un currículum de quince páginas en el que se enumeraban doctorados, investigaciones, becas de enseñanza, puestos académicos y premios. Había testificado como experto en medicina legal en más juicios de los que llevarían la mayoría de los abogados en su vida. Jaywalker se levantó rápidamente y se ofreció para confirmar su validez como testigo ante el jurado. En aquella ocasión, Burke aceptó el ofrecimiento, pero de todos modos pasó cinco minutos haciendo que el doctor Hirsch mencionara sus credenciales. Sin la aceptación de Jaywalker, habría podido seguir durante horas.

Señor Burke: ¿Querría explicarles a los miembros del jurado lo que quiere decir con el término «médico forense»?

Doctor Hirsch: Por supuesto. Un médico forense es el que se especializa en conocer la causa o causas de la muerte, y que lleva ese conocimiento a los juicios, donde se relacionan las disciplinas de la medicina y la justicia.

Señor Burke: ¿Cuál es la primera herramienta que usa un médico forense?

Doctor Hirsch: La autopsia.

Señor Burke: ¿Qué es una autopsia?

Doctor Hirsch: Una autopsia es el examen de un cuerpo realizado post mórtem, tanto externo como interno, ayudado por el microscopio y otro tipo de estudios para los órganos, sobre todo la sangre, el cerebro y el hígado.

Señor Burke: Durante su carrera, ¿cuántas autopsias ha realizado?

Doctor Hirsch: Creo que he realizado personalmente unas diez mil, y he estado presente como observador en otras cinco mil.

Señor Burke: Ofrezco al testigo como experto en medicina forense.

El Juez: Creo que el señor Jaywalker ya ha aceptado que lo es.

Señor Burke: Doctor Hirsch, ¿ha tenido que realizar la autopsia al cuerpo de Barrington Tannenbaum, también conocido como Barry Tannenbaum?

Doctor Hirsch: Sí, así es.

Burke le pidió al testigo que proporcionara la fecha, la hora en la que había visto por primera vez el cuerpo, y que explicara en qué condiciones se encontraba. El doctor explicó que el cuerpo estaba completamente vestido y que tenía una gran mancha roja en el pecho y la zona abdominal superior. Al despojarlo de la ropa, el doctor Hirsch había observado que tenía una gran cantidad de sangre seca en el pecho. Había lavado aquella sangre con una solución salina y había encontrado una herida. Describió su localización.

Señor Burke: ¿Le importaría describirnos la herida?

Doctor Hirsch: Era una laceración, específicamen te…

Señor Burke: Permítame que lo interrumpa. ¿Qué es una laceración?

Doctor Hirsch: Una laceración es un corte a través de la piel, diferente a una abrasión, que es una raspadura de la piel, o a una contusión, que es una magulladura de la piel.

Señor Burke: Gracias. Creo que lo he interrumpido a media frase.

Doctor Hirsch: Hay varios tipos de laceración; hay laceraciones alargadas, en las que la piel se corta y se abre, y hay pinchazos, en los cuales la piel se rasga por la acción de un objeto que entra en contacto con ella más o menos en ángulo recto, es decir, perpendicularmente. Y hay combinaciones de ambas, en las que el ángulo es menor. No obstante, en este caso la herida era un pinchazo casi perpendicular a la superficie del pecho.

Señor Burke: ¿Qué tamaño tenía la herida?

Doctor Hirsch: En la superficie tenía unos dos centímetros de longitud, de izquierda a derecha. En términos de penetración, la lesión tenía unos doce centímetros y medio de profundidad.

Señor Burke: ¿Pudo determinar hacia dónde se dirigía la herida?

Doctor Hirsch: Sí. Pude seguir la herida desde el punto de entrada por la epidermis insertando una sonda de metal por la vía que ofrecía menor resistencia. Atravesé varias capas de grasa y de tejido muscular. Por suerte, o deliberadamente, la herida pasaba entre dos costillas de la víctima. De ahí entraba en la cavidad pectoral y atravesaba el pericardio. El pericardio es una membrana que rodea y contiene el corazón. Una vez dentro del pericardio, la vía continuaba y entraba en el ventrículo izquierdo del corazón y lo rompía.

Señor Burke: ¿Qué ocurre cuando se rompe el ventrículo izquierdo del corazón?

Doctor Hirsch: A menos que haya una intervención médica de urgencia, se produce una hemorragia masiva. La sangre puede extenderse por la cavidad pectoral, los pulmones o salir por la abertura de la herida.

Señor Burke: ¿Y en este caso en particular?

Doctor Hirsch: En este caso, ocurrieron las tres cosas. Los pulmones y la cavidad pectoral del individuo se llenaron de sangre. Además, hubo hemorragia externa, de ahí la cantidad de sangre que había en las prendas de vestir. Esa cantidad de sangre de la ropa sugiere que el instrumento que provocó la herida fue retirado con rapidez, probablemente antes del fallecimiento de la víctima. De lo contrario, dada la estrechez de la herida, el instrumento habría actuado como taponador de la sangre, es decir, como una especie de corcho que habría limitado la cantidad de sangre que podría escapar del cuerpo a través de la herida.

Señor Burke: ¿Podría decirnos cuál fue la causa de la muerte?

Doctor Hirsch: Sí. El corazón de la víctima se paró a causa de la pérdida masiva de sangre. Esa hemorragia masiva fue resultado directo de la ruptura del ventrículo izquierdo del corazón.

Señor Burke: Después de examinar la herida, ¿podría decirnos algo sobre el instrumento que la causó?

Doctor Hirsch: Sí. Puedo decirle que fue hecha con una hoja delgada y fina, de no más de dos centímetros de anchura y de unos 3 milímetros de grosor, muy puntiaguda. Tenía el filo de sierra.

Señor Burke: ¿Cómo sabe eso?

Doctor Hirsch: Lo sé porque observé las marcas de rasgaduras que había en el tejido, en uno de los bordes de la herida, en contraste con el borde opuesto, que era liso.

Señor Burke: ¿Podría decirnos algo sobre la longitud del instrumento que produjo la herida?

Doctor Hirsch: Puedo decir con seguridad que la hoja tenía una longitud mínima de doce centímetros y medio. De lo contrario, la punta no habría alcanzado tanta profundidad. No estoy tan seguro sobre su longitud máxima, pero creo que era de doce con siete centímetros, y no más.

Señor Burke: ¿En qué basa esa creencia?

Doctor Hirsch: En mi observación de la pequeña zona hundida que rodeaba a la herida. Esa zona hundida me da a entender que el instrumento que se usó para infligir la herida era un cuchillo con un mango, y la empuñadura, la parte perpendicular que separa la hoja del mango y sirve de mecanismo de seguridad, golpeó la piel con la suficiente fuerza como para dejar su sello, por decirlo de algún modo. Creo que la presencia de esa empuñadura fue lo que impidió que el cuchillo penetrara más profundamente. Además, probablemente nos da la longitud de la hoja, aunque no del mango, y por lo tanto, no da la longitud completa del cuchillo.

En aquel momento, Burke se acercó a su mesa y sacó un artículo envuelto en papel marrón. Lo identificó como la prueba número cinco de la fiscalía. De nuevo, hizo que uno de los funcionarios de la sala se lo entregara al testigo. Una vez desenvuelto, se reveló que era un cuchillo plateado de cortar carne, con una hoja delgada y puntiaguda y uno de los bordes en sierra. La hoja tenía unos trece centímetros de largo y unos dos centímetros de ancho, y estaba separada del mango por una empuñadura.

Señor Burke: Doctor, por favor, mire este cuchillo. ¿Lo había visto alguna vez?

Doctor Hirsch: Sí, usted me lo mostró hace varias semanas, y de nuevo, esta mañana.

Señor Burke: ¿Y las medidas de este cuchillo concuerdan con las de la herida que usted observó mientras realizaba la autopsia de Barry Tannenbaum?

Doctor Hirsch: Sí, en efecto.

Señor Burke: ¿En todos los sentidos?

Doctor Hirsch: En todos los sentidos.

Finalmente, Burke hizo lo que hacen los buenos fiscales. Adelantó las partes que eran propicias a suscitar más cuestiones en el turno de preguntas de la defensa e intentó limitar cualquier beneficio que Jaywalker pudiera obtener de ellas. Durante la autopsia practicada a Barry Tannenbaum, Hirsch había identificado algunos asuntos preocupantes en cuanto a la salud de la víctima, y los había reflejado en su informe. Había encontrado síntomas de cáncer de próstata en estado avanzado, con metástasis en el colon y la vejiga. También tenía un tumor del tamaño de una pelota de golf en el intestino grueso. Por otra parte, tenía el corazón dilatado, y marcas de una antigua lesión. Aquellos dos descubrimientos unidos indicaban que padecía una enfermedad cardiaca crónica. Más específicamente, sugerían que en el pasado, quizá unos diez años antes, Tannenbaum había sobrevivido a un ataque al corazón.

Señor Burke: ¿Y alguna de esas cosas, o separadas o en yuxtaposición de unas y otras, contribuyeron de algún modo a la muerte del señor Tannenbaum?

Doctor Hirsch: No, en absoluto. Claramente, esta muerte fue un homicidio. Se produjo por hemorragia, debido a la ruptura del ventrículo izquierdo del corazón. Nada más y nada menos.

En el transcurso de la autopsia, Hirsch había tomado muestras de sangre, de tejido cerebral y hepático, y había enviado esas muestras al laboratorio para su análisis. Los resultados eran los informes de serología y de toxicología. En las muestras se habían detectado pequeñas cantidades de etanol, así como de Seconal, un barbitúrico.

Señor Burke: Antes de nada, ¿qué es el etanol?

Doctor Hirsch: El etanol es alcohol etílico. Es el que ingerimos cuando bebemos una cerveza, o un vaso de vino.

Señor Burke: ¿Y las bebidas alcohólicas?

Doctor Hirsch: En ésas también.

Aquello provocó un par de carcajadas en la tribuna del jurado, quizá a costa de los ancestros irlandeses de Burke.

Señor Burke: ¿Podría decirnos cuánto había tenido que beber el señor Tannenbaum para presentar esa cantidad de etanol en sangre?

Doctor Hirsch: Sí. Quizá hubiera tomado una copa, no más de una y media, durante el transcurso de las seis horas previas a su muerte.

Señor Burke: ¿Y el Seconal?

Doctor Hirsch: Eso es un poco más difícil de cuantificar. Dos píldoras, quizá tres, o cuatro como máximo. En otras palabras, la cantidad que tendría que tomar para dormir una persona que tuviera problemas para hacerlo y que hubiera desarrollado tolerancia al medicamento con el tiempo.

Señor Burke: ¿Piensa usted que el alcohol o el Seconal, solos o en combinación, contribuyeron de algún modo a la muerte del señor Tannenbaum?

Doctor Hirsch: No, en absoluto.

Jaywalker sabía que no debía atacar a Hirsch, y la verdad era que no tenía ninguna razón para hacerlo. El caso no trataba de si Barry Tannenbaum había muerto por apuñalamiento o no. Ésa era la razón de su muerte, y todo el mundo lo sabía. Sin embargo, sí podía hacer algunas puntualizaciones. Interrogar a un testigo no significa machacarlo, y Jaywalker lo sabía. A menudo se consigue mucho más tratando al testigo como si fuera propio.

Señor Jaywalker: Doctor, me interesa la expresión que usó el señor Burke cuando le mostró el cuchillo y le preguntó si sus medidas concordaban con la herida que presentaba el señor Tannenbaum.

Doctor Hirsch: Bien.

Señor Jaywalker: Al responder afirmativamente, ¿quería decir que es este cuchillo el que causó la herida?

Doctor Hirsch: No. Sólo que puede ser.

Señor Jaywalker: Entiendo. ¿Le importaría estimar cuántos cuchillos más de la ciudad podrían haber provocado la herida?

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Denegada.

Señor Jaywalker: ¿Docenas?

Doctor Hirsch: Claro.

Señor Jaywalker: ¿Cientos?

Doctor Hirsch: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Miles?

Doctor Hirsch: Yo diría que sí.

Señor Jaywalker: Y la zona hundida que rodeaba la apertura de la herida, la marca que usted cree que pudo dejar la empuñadura del cuchillo que se usara, y en caso de que usted haya determinado correctamente su origen, ¿podría indicar que se imprimió una fuerza considerable al hundir la hoja en el cuerpo?

Señor Burke: Protesto por «considerable».

El Juez: Denegada. Puede contestar.

Doctor Hirsch: Estoy de acuerdo en que la fuerza debió de ser considerable. Tendríamos una idea mucho mejor si el cuchillo hubiera topado con una de las costillas. El hueso se habría roto o se habría astillado; la hoja se habría doblado o habría dejado de avanzar. Sin embargo, como he dicho antes, la hoja se hundió entre dos costillas.

Señor Jaywalker: Entonces, nunca lo sabremos con seguridad.

Doctor Hirsch: Exacto.

Señor Jaywalker: Y tendremos que conformarnos con «una fuerza considerable».

Doctor Hirsch: Exacto.

Señor Jaywalker: Eso podría sugerir que la responsable de haber hundido ese cuchillo en el cuerpo de la víctima debió de ser una persona poderosa, y que hundió el cuchillo con muchos músculos.

En aquella ocasión, la protesta de Burke fue aceptada. Sin embargo, Jaywalker había logrado su objetivo, y sabía que cuando llegara la hora de las recapitulaciones, a él le permitirían usar aquel argumento y pedirles a los miembros del jurado que miraran a Samara y se preguntaran si era capaz de blandir un arma con una fuerza tan brutal.

No era mucho, pero era lo suficiente como para enviar al jurado a comer.


A las dos de la tarde, el detective de Burke todavía no estaba disponible para acudir a la sala, y en vez de deambular de un lado a otro intentando encontrar otros testigos para llamar a declarar, Burke pidió que se suspendiera el juicio hasta el lunes.

– De acuerdo -accedió el juez Sobel-. Le daremos al jurado un fin de semana largo. Pero asegúrese de que el detective esté aquí a primera hora de la mañana del lunes, o…

– ¿O desestimará el caso? -sugirió Jaywalker.

– En sus sueños -respondió el magistrado-. En sus sueños.

Parecía que le había echado un vistazo al resto de las pruebas.


– Probablemente tendrás que declarar a mediados de la semana que viene -le dijo Jaywalker a Samara, cuando estaban recorriendo Canal Street y se habían alejado de los oídos de los miembros del jurado-. Tendremos que pasar algún tiempo preparándote.

«Pasar algún tiempo». No pasar más tiempo, dado el hecho de que ya habían llevado a cabo unas veintidós horas de preparación. Aunque Jaywalker temía que pudiera parecer que sus testigos habían ensayado todo lo que decían, seguía aferrándose a su creencia de que no había nada mejor que ir preparado en exceso. Continuaría trabajando con Samara hasta el día en que se sentara en el estrado. ¿El día? Más bien el minuto.

– ¿Quieres venir a mi casa esta noche? -le preguntó ella-. Te diría que vinieras ahora, pero voy a disfrutar de la tarde libre hasta el toque de queda. Después de eso, podría ser toda tuya.

Jaywalker la miró, intentando averiguar si aquello tenía un doble sentido o si se lo había imaginado.

– Mejor será que quedemos mañana, a las nueve de la mañana -le dijo-. En mi oficina. Allí habrá menos distracciones.

Por el modo en que ella consiguió hacer un mohín y sonreír a la vez, Jaywalker supo que no, que no se lo había imaginado. Y de nuevo, mientras se alejaba de ella y se dirigía a la boca de metro, volvió a recordar las palabras del taxista: «Será tonto».

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