22.

Gracias, Jesús

Tom Burke dedicó toda la sesión matinal del martes a adelantarse a la estrategia de defensa de Jaywalker de «lo hizo otro tipo». Primero, llamó al estrado al encargado del edificio de Barry Tannenbaum, Anthony Mazzini, y le preguntó directamente si él había matado a Tannenbaum. El asombrado «¿Yo?» de Mazzini había surgido de sus labios de un modo tan sincero que Jaywalker se dio cuenta al instante de lo que había hecho Burke. Había puesto al encargado en el estrado otra vez sin decirle que iba a formularle esa pregunta. Era una táctica brillante, y había funcionado. La reacción de los miembros del jurado a la sinceridad de Mazzini fue evidente por sus sonrisas y asentimientos. Uno o dos de ellos llegaron a lanzarle a Jaywalker miradas de desagrado.

En su turno, Jaywalker pudo hacer poco, salvo conseguir que Mazzini admitiera que había tenido y seguía teniendo acceso al apartamento de Tannenbaum porque poseía una llave maestra, y que conocía la enemistad que existía entre Tannenbaum y el presidente de la comunidad, Kenneth Redding. Cuando Mazzini negó que se hubiera puesto de parte del presidente en la disputa, Jaywalker no pudo hacer nada. Cuando volvió a interrogar al testigo, Burke le preguntó si estaba seguro de que no tenía ninguna razón para querer matar a Tannenbaum.

Señor Mazzini: ¿Matarlo? Ese hombre me daba una propina de dos mil dólares por Navidad. ¿Por qué iba a querer matarlo?

Incluso Jaywalker tuvo que admitir que era una buena respuesta, así que tuvo que conformarse con conseguir que el encargado admitiera que había permanecido en el apartamento durante media hora después de que se descubriera el cuerpo, y que había caminado un poco por allí, y que probablemente había tocado algunas cosas.

No era mucho, ciertamente, porque además no habían encontrado ninguna huella suya en el apartamento, pero al menos le daba a Jaywalker algo de lo que hablar durante el alegato final.

Después, Burke llamó a Kenneth Redding, que había llegado desde Aruba la noche anterior, después de acortar sus vacaciones. No parecía que estuviera muy contento por ello. El testigo admitió que había tenido una discusión con Tannenbaum, pero que eso era normal cuando uno era presidente de una comunidad. Era corriente tener algún problema con los propietarios y arrendatarios. El enfrentamiento entre Tannenbaum y Redding se debía a que el primero se había negado a pagar una factura de trece mil dólares por la reparación de los daños del apartamento de Redding que no había cubierto el seguro de Tannenbaum. Redding le había exigido el pago, pero Tannenbaum se había negado, aduciendo que Redding había aprovechado la coyuntura para agrandar su cocina a expensas de él. Redding lo negó.

Señor Burke: De cualquier modo, teniendo en cuenta sus finanzas y las del señor Tannenbaum, ¿diría que la cantidad que se disputaban era mucho dinero?

Señor Redding: Personalmente, yo diría que era calderilla.

Señor Burke: ¿Suficiente calderilla como para matar a alguien?

Señor Redding: (Riéndose). Hace falta mucho más que eso para que yo mate a alguien.

Las risas de los miembros del jurado dieron a entender que estaban de acuerdo con él.

De nuevo, lo único que pudo hacer ver Jaywalker fue que Redding, como Mazzini, tenía la llave maestra de todos los apartamentos del edificio, aunque al principio el testigo fue reticente a admitir ese hecho. Parecía que las normas de la comunidad no permitían ese arreglo, pero que había conseguido que Mazzini le diera una llave de todos modos.

Señor Redding: Ya sabe, para usar en caso de emergencia.

Señor Jaywalker: ¿Como un incendio, o un desastre similar?

Señor Redding: Sí, ese tipo de cosas. Exactamente.

Señor Jaywalker: ¿Así pues, en caso de ataque nuclear, usted podría ir de piso en piso, abriendo los apartamentos de todo el mundo?

Señor Burke: Protesto.

Señor Jaywalker: Retiro la pregunta.

Burke llamó después a Alan Manheim. La primera pregunta que formuló el fiscal fue si Manheim había tenido alguna vez o tenía en la actualidad una llave del piso de Barry Tannenbaum o de la casa de Samara. Manheim negó con vehemencia que las hubiera tenido.

Testificó que había sido abogado personal de Barry Tannenbaum durante once años. En ese tiempo, se había visto involucrado, entre otras cosas, en la compraventa de inmuebles y otras propiedades, en la negociación de divorcio de Tannenbaum con su tercera esposa y en la redacción de un contrato prenupcial entre Samara y Barry para proteger al último en caso de divorcio. Se aseguraba de que Samara dejaría el matrimonio con lo mismo que había tenido al principio: nada.

Manheim había continuado trabajando para Tannenbaum hasta que, seis meses antes de la muerte de Tannenbaum, Manheim y él se habían separado bruscamente.

Señor Burke: ¿Y por qué ocurrió eso?

Señor Manheim: Tuvimos un desacuerdo.

Señor Burke: ¿Podría describir la naturaleza de ese desacuerdo?

Señor Manheim: En realidad hubo dos problemas. Para empezar, estaba la salud del señor Tannenbaum. Le habían diagnosticado un cáncer, y quería poner al día su testamento. Específicamente, quería saber si había algún modo para desheredar a su mujer, y dejarle todo su patrimonio a sus fundaciones, su universidad y las variadas organizaciones caritativas que había constituido.

Señor Burke: ¿Y qué le dijo usted?

Señor Manheim: Le dije que aunque desheredara a Samara en un testamento escrito, no serviría de nada. La ley haría que ella heredara la mitad de su patrimonio.

Señor Burke: ¿Y eso era cierto?

Señor Manheim: Sí. Es tan fundamental, que lo enseñan en el primer año de carrera.

Señor Burke: ¿Cabe decir que su respuesta no le granjeó la simpatía del señor Tannenbaum?

Señor Manheim: Sí, cabe. No se puso muy contento.

Señor Burke: Dijo que había otro problema.

Señor Manheim: Sí.

Señor Burke: Háblenos de él.

Señor Manheim: Barry… ¿cómo podría decir esto? Barry tenía una vena paranoica. Me acusó de robar, de haber hecho un desfalco.

Señor Burke: ¿Y tenía algo de cierto esa acusación?

Señor Manheim: No, en absoluto. Nada de nada.

Señor Burke: ¿Y cómo se resolvió ese asunto, si es que se resolvió?

Señor Manheim: Yo me ofendí más y más con sus acusaciones. Finalmente, presenté mi dimisión.

Señor Burke: ¿Y?

Señor Manheim: Y el señor Tannenbaum la aceptó.

Señor Burke: Y seis meses después, ¿se vengó usted clavándole un cuchillo en el corazón?

Señor Manheim: No. Me vengué consiguiendo un trabajo mejor pagado, y sin dejar de ser el mejor abogado que puedo.

Era una forma cruel de conseguir una negación, pero también muy efectiva. Sin embargo, lo que interesaba a Jaywalker no era lo que Burke le había preguntado a su testigo, sino lo que no le había preguntado. Lo cual significaba una cosa de dos: o Burke no quería ir hasta allí por alguna razón, o le estaba tendiendo una trampa a Jaywalker.

Señor Jaywalker: Señor Manheim, ¿dice que consiguió un trabajo mejor pagado después de dejar al señor Tannenbaum. ¿Es correcto?

Señor Manheim: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Diría usted que el señor Tannenbaum no le pagaba adecuadamente?

Señor Manheim: Teniendo en cuenta todo lo que yo hacía, no, no me pagaba adecuadamente.

Señor Jaywalker: Entiendo. ¿Cuánto le pagaba?

Señor Manheim: (Al juez) ¿Tengo que responder a eso?

El Juez: Me temo que sí.

Señor Manheim: (Inaudible).

Señor Jaywalker: No le oigo.

Señor Manheim: Dos con siete.

Señor Jaywalker: ¿Dos con siete qué?

Señor Manheim: Millones.

Señor Jaywalker: Vaya.

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Aceptada.

Señor Jaywalker: Lo siento. Dos millones setecientos mil dólares. ¿Ésa era su compensación total por año?

Señor Manheim: Sí.

Señor Jaywalker: ¿No tenía bonificaciones a finales de año?

Señor Manheim: Sí, bueno, pero variaban de año en año.

Señor Jaywalker: Entiendo. Bueno, ¿por qué no nos dice a cuánto ascendió la bonificación durante su último año completo de trabajo para Tannenbaum?

Señor Manheim: (Al juez) ¿De veras tengo que…?

El Juez: Sí.

Señor Manheim: Uno punto cinco.

Señor Jaywalker: Ayúdeme con las matemáticas, por favor. ¿Dos punto siete más uno punto cinco suman?

Señor Manheim: Cuatro punto dos.

Señor Jaywalker: Millones.

Señor Manheim: Sí.

Bien, pensó Jaywalker. Allí estaba la trampa que le había tendido Burke. Sin embargo, ¿por qué dejarlo en aquel momento? Los miembros del jurado estaban absolutamente asombrados con las cifras, tanto como para sentir antipatía hacia Manheim. Quizá algo de aquella antipatía se contagiase hacia Tannenbaum, también. Jaywalker había ganado muchos casos sólo porque los miembros del jurado terminaron odiando a las víctimas más que al acusado. Además, se estaba divirtiendo demasiado con el testigo como para cesar las preguntas en aquel punto.

Señor Jaywalker: Y este desfalco, o supuesto desfalco… ¿cuál fue la cantidad total de la controversia, señor Manheim, incluyendo las bonificaciones a finales de año, si es que las hubo?

Señor Manheim: No las hubo.

Señor Jaywalker: ¿Y?

Señor Manheim: (Mira al juez)

El Juez: Responda la pregunta, por favor.

Señor Manheim: Doscientos veintisiete.

Señor Jaywalker: ¿Doscientos veintisiete qué?

Señor Manheim: Millones.

Señor Jaywalker: Doscientos veintisiete millones de dólares. ¿Y le amenazó el señor Tannenbaum alguna vez con acudir a la policía o a las autoridades federales, o demandarlo por lo civil?

Señor Manheim: Nunca me amenazó. Se podría decir que lo sugirió. Yo le dije que adelante, que no tenía nada que ocultar.

Señor Jaywalker: ¿No estaba preocupado?

Señor Manheim: No. ¿Por qué iba a estarlo?

Igual que hay altibajos en un juicio, hay momentos especiales como aquél. Alan Manheim les había proporcionado aquel momento en mitad de su respuesta a Jaywalker. No con lo que dijo, sino con cómo lo dijo. A nadie se le escapó cómo se le quebraba ligeramente la voz al terminar la frase. Así que Jaywalker se quedó callado durante quince segundos, mirando al testigo. Si no cree que quince segundos puedan ser una eternidad, pruebe a no hacer absolutamente nada durante ese tiempo, justo ahora.

Finalmente, Jaywalker interrumpió el silencio haciendo la pregunta final:

Señor Jaywalker: Dígame, señor Manheim, a esos doscientos veintisiete millones de dólares, ¿los llamaría calderilla?

Señor Manheim: No.

Llegó el descanso de la comida.


– Lo has hecho trizas -dijo Samara, cuando estaban lejos de los oídos de los miembros del jurado-. Has estado sensacional.

Tenía razón, al menos en lo de las trizas. Para ser un testigo de la fiscalía, Alan Manheim había salido bastante mal parado. Su compensación millonaria, junto a la nada desdeñable posibilidad de que hubiera robado muchas veces esa cantidad a su jefe, tenían que haber causado una mala impresión al jurado, cuyos miembros trabajaban duramente para poder llegar a fin de mes. Sin embargo, no tenía por qué ocurrir que esos mismos miembros del jurado consideraran que, por recibir un salario desmesurado y por ser un ladrón, posiblemente, Manheim fuera también un asesino. Y aunque quisieran plantearse que el abogado había asesinado a Barry antes de que el millonario pudiera destapar el desfalco, y después tenderle una trampa a Samara para incriminarla, quedaba el pequeño problema del acceso. ¿Cómo podía Manheim haberse colado en el edificio sin que lo viera José Lugo, haber entrado en el apartamento de Tannenbaum, apuñalarlo hasta la muerte, cerrar la puerta sin una llave y salir nuevamente del edificio sin que Lugo se diera cuenta? Y, si había logrado hacer todas aquellas cosas, ¿cómo había entrado en casa de Samara sin llave, había escondido la blusa de Samara y la toalla, y después había vuelto a salir, todo ello mientras Samara estaba allí?

– No te pongas chula -le advirtió a Samara-. Hemos tenido un buen momento, pero quizá al final no sirva para nada.

– Si me apetece ponerme chula -le dijo ella con una sonrisa-, me pondré chula.

Y eso, de una mujer que tenía muchas posibilidades de salir de aquel juicio con una condena de veinticinco años de cárcel, o de cadena perpetua. Jaywalker no entendía cómo era posible que hiciera bromas acerca de ello. Y no sólo que hiciera bromas, sino que consiguiera hacerlo reír a él.

– Ve a comer algo -le dijo él-. Te veré de nuevo en la sala.

Y antes de que ella pudiera convertir también aquello en una broma, Jaywalker se dio la vuelta y se alejó.


Aquella tarde, Burke llamó al cuarto y último de los sospechosos de Jaywalker, William Smythe, un hombre con acento inglés que llevaba un traje de tweed de tres piezas. Era el contable personal de Barry Tannenbaum. Al menos lo había sido, hasta la muerte de Tannenbaum.

Tal y como había hecho con Alan Manheim, Burke comenzó pidiéndole a Smythe que dejara claro que no tenía llave ni del apartamento de Barry ni de la casa de Samara. Después le preguntó si había tenido alguna disputa con Tannenbaum, o si Tannenbaum le había acusado alguna vez de haber obrado mal.

Señor Smythe: Por supuesto que no. Como es normal entre dos personas que han trabajado juntas en asuntos financieros durante dieciséis años, teníamos diferencias de opinión ocasionales. Sin embargo, nunca pasó de ahí. Yo quería a Barry como a un hermano, y me gusta pensar que él sentía lo mismo por mí.

«Discúlpenme mientras vomito», pensó Jaywalker.

Sin embargo, por la mirada que le lanzó el juez Sobel, se dio cuenta de que debía de haber hecho algo más que pensarlo. La mujer de Jaywalker solía reprocharle que resoplaba en voz alta cuando quería hacer patente que desaprobaba algo pero no quería decirlo claramente. Quizá acabara de soltar un resoplido sin darse cuenta. Era evidente que estaba empezando a convertirse en un hábito inconsciente, como un temblor o un tic facial. Quizá fuera la primera señal de demencia, o de alguna enfermedad de la vejez.

Dios, cuánto necesitaba salir de aquel tinglado.

Burke hizo que Smythe le describiera sus deberes como contable de Tannenbaum, y eran muy amplios. Smythe dirigía mucho más las finanzas personales de su jefe que Manheim. Llevaba la cuenta de los recibos y los gastos, cuadraba las cuentas y manejaba media docena de cuentas bancarias. Tenía todo el poder de un abogado para firmar contratos de arrendamiento con opción a compra y de otros tipos. Cuando se extendía un cheque a nombre de Barry Tannenbaum, era posible que en realidad lo hubiera firmado William Smythe, algo bien sabido y tolerado por todos los directores de banco que trabajaban con Tannenbaum.

Aparte de su discurso de «lo quería como a un hermano», Smythe salió bien parado de su declaración. Al contrario que Manheim, no tenía motivos para temer una venganza por parte de Barry Tannenbaum. Si hubiera tenido la tentación de robar a Barry, podía haberlo hecho con facilidad, con una sencilla firma.

Jaywalker decidió que no atacaría a Smythe durante su turno de preguntas, sino que lo trataría como si fuera uno de los testigos aportados por la defensa. Sólo quedaban dos nombres en la lista de testigos de Tom Burke, y Jaywalker reconoció a uno de ellos porque era un experto en grafología. Se imaginó que el otro tenía que ser alguien de la compañía de seguros con la que se había firmado el seguro de vida de Barry Tannenbaum. Tenía sentido que Burke terminara aquel caso con el móvil del asesinato. En otras palabras, dejando lo mejor para el final. Samara le había asegurado a Jaywalker, una y otra vez, que aunque reconocía que la firma que figuraba en la póliza era suya y que los fondos para costear la prima del seguro habían salido de su cuenta, ella no sabía nada de aquel asunto hasta que Jaywalker le había dado la noticia.

Quizá Smythe supiera algo al respecto.

Señor Jaywalker: Señor Smythe, ha dicho que tenía usted acceso completo a los libros de contabilidad y a las cuentas bancarias del señor Tannenbaum. ¿Tenía un acceso parecido a la cuenta de Samara?

Señor Smythe: En cierto modo, aunque indirectamente.

Señor Jaywalker: ¿Qué quiere decir con «indirectamente»?

Señor Smythe: En el aspecto técnico, la cuenta de la señora Tannenbaum era compartida con su esposo. Cualquiera de los dos podía hacer depósitos o extender cheques. Sin embargo, en la práctica, el señor Tannenbaum hacía todos los depósitos y la señora Tannenbaum extendía todos los cheques.

Hubo unas risas en la tribuna del jurado. Samara la gorrona, la esponja. No era una buena imagen.

Señor Jaywalker: Entonces, ¿firmó usted alguna vez algún cheque en nombre de Samara?

Señor Smythe: Sí, si quiere verlo así. Yo prefiero pensar que lo estaba firmando en hombre del señor Tannenbaum, para cubrir algunos de los gastos de su esposa.

Señor Jaywalker: Y, de la misma manera, ¿le presentaba de vez en cuando documentos a Samara para que los firmara?

Señor Smythe: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Qué tipo de documentos?

Señor Smythe: Oh, la declaración de la renta, las renovaciones del carné de conducir, reclamaciones al seguro de salud, contratos de tarjetas de crédito. Ese tipo de cosas.

Señor Jaywalker: En otras palabras, cuando había organismos o entidades que no aceptarían su propia firma en lugar de la de ella.

Señor Smythe: Es una buena forma de decirlo.

Señor Jaywalker: ¿Y describiría a Samara como alguien muy diligente a la hora de leer el contenido de los documentos que firmaba, o no muy diligente?

Señor Smythe: No muy diligente.

Hubo más risas en la tribuna. Samara la cabeza hueca. Por Jaywalker, perfecto.

Señor Jaywalker: ¿Había ocasiones en las que ella indicaba que no quería que la molestaran y dejaba que usted leyera los documentos. ¿Es así?

Señor Smythe: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Y eso incluía la letra pequeña?

Señor Smythe: Sí, claro. Salvo en el caso de la declaración de la renta. Sí hacía que leyera aquellos documentos antes de permitirle que los firmara.

Señor Jaywalker: Porque la ley le obliga a hacerlo, ¿verdad?

Señor Smythe: Y porque es lo correcto.

Jaywalker caminó hacia la mesa del fiscal y le pidió el documento original de la póliza de seguros. Tenía una etiqueta que indicaba que era la prueba número nueve de la fiscalía. Jaywalker la quitó y le entregó el documento al relator, pidiéndole que la marcara como prueba de la defensa.

Los fiscales odiaban que los abogados defensores hicieran eso.

Señor Jaywalker: Señor Smythe, le muestro la prueba A de la defensa y le pregunto si la reconoce.

Señor Smythe: Sí. El señor Burke me la enseñó hace tiempo.

Señor Jaywalker: ¿Y qué es?

Señor Smythe: Es una póliza de seguros por la vida del señor Tannenbaum. Y parece que está firmada por la señora Tannenbaum.

Señor Jaywalker: Y la defensa lo corrobora.

El Juez: ¿Señor Burke?

Señor Burke: También lo corrobora.

¿Qué otra cosa podía hacer Burke? Jaywalker no sólo iba a sacar provecho de su segunda mejor prueba, sino que estaba despojándola de su mejor efecto al admitir que en el documento figuraba la firma de Samara. Por el rabillo del ojo, Jaywalker vio que Burke estaba tachando a alguien de su lista de testigos; sin duda, el nombre del experto en grafología. Después, para completar la actuación, Jaywalker hizo que el documento constara como la prueba A de la defensa. Burke no pudo hacer otra cosa que murmurar: «Aceptado».

Señor Jaywalker: ¿No es un hecho, señor Smythe, que Samara firmó este documento sólo porque usted se lo puso delante y le pidió que lo hiciera?

Señor Smythe: No, no es un hecho en absoluto.

Señor Jaywalker: Nos ha dicho que eso ocurría habitualmente, ¿no es así?

Señor Smythe: Ocurría, sí.

Señor Jaywalker: ¿Habitualmente?

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Quizá quiera rehacer la pregunta.

Señor Jaywalker: Claro. ¿Diría usted que ocurrió más de una vez durante los años que Barry y Samara estuvieron casados?

Señor Smythe: ¿Más de una vez? Sí.

Señor Jaywalker: ¿Más de una docena de veces?

Señor Smythe: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Más de dos docenas de veces?

Señor Smythe: Probablemente.

Señor Jaywalker: ¿Habitualmente?

Señor Burke: Protesto.

El Juez: Ha lugar.

De nuevo, Jaywalker se acercó a la mesa del fiscal y se inclinó hacia Burke.

– ¿Qué es lo que quieres ahora? -le preguntó Tom-. ¿Mis calzoncillos?

– Todavía no -le dijo Jaywalker-, pero me llevaré ese cheque que tienes ahí, con el que se pagó la prima del seguro.

Burke lo soltó a regañadientes y tuvo que quedarse allí sentado, sin poder hacer nada, mientras Jaywalker pedía que pusieran una nueva etiqueta a la prueba y que la incluyeran como la prueba B de la defensa.

Señor Jaywalker: ¿Reconoce la firma que hay en este cheque?

Señor Smythe: Sí, la reconozco.

Señor Jaywalker: ¿Puede leernos el nombre con el que fue firmado?

Señor Smythe: Samara M. Tannenbaum.

Señor Jaywalker: ¿Firmó este cheque en realidad Samara?

Señor Smythe: No.

Señor Jaywalker: Lo siento, no he podido oír su respuesta.

Señor Smythe: No, no lo firmó ella.

Señor Jaywalker: ¿Quién lo firmó?

Señor Smythe: Yo.

Señor Jaywalker: ¿Usted firmó con el nombre de Samara?

Señor Smythe: Sí.

Jaywalker tenía unas cuantas preguntas más para Smythe, pero cualquier cosa que dijera después de aquello iba a resultar decepcionante. Sabía que, sin duda, el contable tenía una explicación lógica para haber hecho lo que había hecho, así que, ¿por qué iba a darle la oportunidad de rehabilitarse? Era mejor dejar que lo hiciera Burke en su turno de preguntas, y después incidir.

– No hay más preguntas -dijo.

Burke estaba en pie antes de que Jaywalker se hubiera sentado.

Señor Burke: Hace unos minutos, el señor Jaywalker le ha preguntado por este documento, la prueba A de la defensa. En concreto, después de admitir que está firmado por su clienta, le ha preguntado si ella lo firmó sólo porque usted se lo pidió. ¿Recuerda que el abogado defensor le hiciera esta pregunta?

Señor Smythe: Sí, lo recuerdo.

Señor Burke: Y usted respondió, de manera enfática…

Señor Jaywalker: Protesto.

El Juez: Aceptada. Prescinda de la caracterización, por favor.

Señor Burke: Y usted respondió con las palabras «No, no es un hecho en absoluto».

Señor Smythe: Sí. Yo nunca le di a la señora Tannenbaum ese documento para que lo firmara. De hecho, nunca lo había visto hasta que usted me lo mostró, varias semanas después de la muerte del señor Tannenbaum.

Señor Burke: ¿Cómo puede estar tan seguro de que no se lo dio a la señora Tannenbaum para que lo firmara?

Señor Smythe: Porque, al contrario que la señora Tannenbaum, yo leo todo lo que le doy a firmar.

«Bien hecho», pensó Jaywalker. Sin embargo, ¿cómo iba a explicar Smythe lo de la firma del cheque? Resultó que no iba a tardar mucho en averiguarlo, y no le gustó la explicación más de lo que le había gustado la anterior.

Señor Burke: En cuanto a la prueba B de la defensa, el cheque para costear la prima, ha dicho que lo firmó usted. ¿Es correcto?

Señor Smythe: Sí.

Señor Burke: ¿Y cómo lo explica?

Señor Smythe: Igual que recogía las facturas del señor Tannenbaum cuando llegaban, también me hacía cargo de las de la señora Tannenbaum. Cuando apareció una factura de veintisiete mil dólares emitida por una compañía de seguros, me preocupé de preguntarle por ella al señor Tannenbaum.

Señor Burke: ¿No a la señora Tannenbaum?

Señor Smythe: No, me imaginé que no serviría de mucho.

Señor Burke: ¿Por qué?

Señor Smythe: Digamos que la señora Tannenbaum no tiene mucha cabeza para los negocios.

Más risas, a expensas esta vez de la cabeza hueca.

Señor Burke: ¿Y cuál fue la respuesta del señor Tannenbaum?

Señor Smythe: No recuerdo sus palabras exactas, pero siguiendo la costumbre que tenía con casi todas las facturas de su esposa, me dijo que la pagara.

Señor Burke: ¿Con casi todas? ¿Había excepciones?

Señor Burke: Recuerdo que en una ocasión se negó a pagar un cargo de doce mil dólares por una alfombrilla de baño en forma de elefante. Le pareció un poco extravagante, y la obligó a que la devolviera.

Señor Burke: Entiendo. De todos modos, cuando el señor Tannenbaum le dijo que pagara la factura del seguro, ¿qué hizo usted?

Señor Smythe: La pagué.

Señor Burke: ¿Y cómo lo hizo?

Señor Smythe: Extendí un cheque, firmé en lugar de la señora Tannenbaum y lo envié.

Señor Burke: ¿Y el cheque que usted firmó y envió es el mismo que consta como prueba de la defensa, la prueba B?

Señor Smythe: Sí.

Y así, el último de los sospechosos de la lista de Jaywalker fue tachado de la lista.

Burke tenía una testigo más, y después del descanso, la llamó a declarar. Miranda Thomas, una mujer de unos treinta o cuarenta años, con un ligero acento jamaicano. Era empleada de la Compañía de Seguros Equitable Life. Burke le pidió que identificara la prueba A de la defensa, y ella confirmó que era una póliza de seguro de vida de Barry Tannenbaum, con fecha de vencimiento, suscrita por su esposa, Samara Tannenbaum. Después hizo que identificara la prueba B de la defensa, el cheque por valor de veintisiete mil dólares.

Señor Burke: Ha usado la palabra «vencimiento» hace unos instantes. ¿Qué es un seguro con fecha de vencimiento?

Señora Thomas: Un seguro con fecha de vencimiento tiene efecto por un determinado periodo de tiempo. Durante ese periodo y los periodos de renovación subsiguientes, el seguro pagaría la cantidad estipulada en la póliza en caso de muerte. Sin embargo, al contrario que en un seguro vitalicio, un seguro con fecha de vencimiento no genera patrimonio con el que se pueda avalar un préstamo. Al final del periodo de vencimiento, a menos que se renueve, no tiene valor.

Señor Burke: ¿Y cuál era el periodo de duración de este seguro en particular?

Señora Thomas: Seis meses.

Señor Burke: ¿Es una duración normal para un seguro de vida?

Señora Thomas: No. Es mucho más común una duración de un año. Nosotros podemos hacer un seguro de seis meses si alguien nos lo pide, pero con ciertas condiciones.

Señor Burke: ¿Qué condiciones?

Señora Thomas: De vez en cuando, la gente nos solicita un seguro de vida de corta duración cuando van a salir al extranjero, o cuando van a desempeñar una ocupación peligrosa. Si va a ir al espacio, por ejemplo, puede que una persona desee suscribir un seguro de este tipo.

Señor Burke: Que usted sepa, ¿tenía pensado el señor Tannenbaum salir al espacio?

Señora Thomas: No, que yo sepa.

Señor Burke: ¿Conoce usted, por casualidad, la fecha de la muerte del señor Tannenbaum?

Señora Thomas: Sí, la tengo aquí, en mis notas.

Señor Burke: ¿Cuánto tiempo antes de la muerte del señor Tannenbaum se solicitó esta póliza de seguros?

Señora Thomas: Deje que lo consulte… Treinta y tres días antes.

Señor Burke: ¿Y cuándo se pagó?

Señora Thomas: Veintisiete días antes.

Señor Burke: ¿Y cuándo se emitió?

Señora Thomas: Veintidós días antes. Aunque, por regulación, debería haberse emitido el mismo día en que el cheque se envió por correo y se mataselló. Así que, veintisiete días antes.

Señor Burke: ¿Sabe si el señor Tannenbaum tuvo que hacerse un examen médico antes de que la póliza se emitiera?

Señora Thomas: No, no tuvo que hacérselo.

Señor Burke: ¿Por qué no?

Señora Thomas: Porque el seguro se redactó con ciertas causas de exclusión, como por ejemplo, la muerte causada por condiciones médicas anteriores a la fecha de la póliza. Como puede ver en el documento, algunas de ellas están mecanografiadas bajo el historial médico. En concreto, si el señor Tannenbaum hubiera muerto de cáncer o debido a una enfermedad cardiaca, la compañía no habría tenido que liquidar la póliza.

Señor Burke: ¿No le parece que son unas exclusiones demasiado importantes?

Señor Jaywalker: Protesto.

El Juez: Aceptada.

Señor Burke: De no haber muerto el señor Tannenbaum durante el periodo de validez de la póliza, y en caso de que la señora Tannenbaum hubiera decidido renovar el seguro, ¿habría tenido la prima el mismo valor?

Señora Thomas: No. A medida que el señor Tannenbaum envejeciera, la prima se habría incrementado en cada renovación, y al final se habría convertido en una cantidad prohibitiva.

Señor Burke: Así pues, como inversión a largo plazo, ¿tiene sentido suscribir esta póliza?

Señora Thomas: No, en absoluto. Sólo tiene sentido si uno teme que es probable que el individuo vaya a morir pronto.

Señor Burke: Pero no de cáncer.

Señora Thomas: Exacto.

Señor Burke: Y no de enfermedad cardiaca.

Señora Thomas: Exacto.

Señor Burke: ¿Llegó el momento en el que la Compañía de Seguros Equitable Life conoció la noticia de la muerte del señor Tannenbaum?

Señora Thomas: Sí.

Señor Burke: ¿Fue a causa de que alguien solicitara cobrar la póliza?

Señora Thomas: No, todavía no se ha reclamado el pago, que yo sepa.

Señor Burke: ¿Cuánto tiempo hay para reclamarlo?

Señora Thomas: La póliza dice que siete años, pero los tribunales dicen que el pago se puede reclamar siempre.

Señor Burke: Entonces, ¿cómo conoció la compañía de seguros la noticia de la muerte del señor Tannenbaum?

Señora Thomas: Me imagino que como todos los demás fallecimientos. Alguien de la compañía lo leyó en el periódico o lo vio en las noticias.

Señor Burke: ¿Y en ese momento, alguien se dio cuenta de que tenían una póliza de veinticinco millones de dólares por la vida de ese señor?

Señora Thomas: Sí, algo así. El agente que emitió la póliza, el señor Garibaldi, se dio cuenta de ello.

Señor Burke: ¿Y qué hizo el señor Garibaldi en ese momento?

Señora Thomas: Informó a su supervisor.

Señor Burke: ¿Y qué hizo su supervisor?

Señora Thomas: Telefoneó al fiscal del distrito. Le pareció bastante sospechoso que…

Señor Jaywalker: Protesto.

El Juez: Aceptada en cuanto a lo que sigue a «Telefoneó al fiscal del distrito». El resto no será tenido en cuenta por los miembros del jurado.

Sin embargo, el resto quedó en el aire, esperando a que los miembros del jurado terminaran la frase por sí mismos. Burke se sentó en su mesa, casi incapaz de contener una sonrisa triunfante. Jaywalker había trabajado mucho para preparar al jurado para aquel testimonio en concreto. Había mencionado el asunto de la póliza de seguros durante la selección de sus miembros, y lo había repetido varias veces. Había hablado de ello durante su declaración de apertura, e incluso había intentado debilitar su efecto con las preguntas que le había hecho al testigo anterior, el señor Smythe. Sin embargo, ninguno de sus intentos había conseguido preparar al jurado para lo devastadoras que eran aquellas pruebas para Samara.

Aquél era todo un móvil de asesinato. Ella había apostado veintisiete mil dólares de su propio dinero con la esperanza de ganar veinticinco millones de dólares por la muerte, en menos de seis meses, de su marido. No de cáncer, ni de corazón, de las enfermedades conocidas de Barry, y de causas por las que la gente moría a menudo. ¿Qué quedaba entonces? ¿Carreras de camiones? ¿Un rayo? ¿Una mordedura de serpiente? ¿Combustión espontánea?

Lo único que quedaba era el asesinato.

Sin embargo, Jaywalker no podía pasar por alto el testimonio de Miranda Thomas. Le había hecho demasiado daño a Samara. Se levantó lentamente de su sitio, tomó sus notas y se acercó al estrado, mirando a la testigo con los ojos entrecerrados, como si tuviera algo contra ella.

Aunque Dios sabía que no tenía nada.

Señor Jaywalker: Señora Thomas, nos ha dado a entender que las pólizas como ésta, en las que el pago es grande pero las primas también, no tienen sentido salvo para los que arriesgan. Sin embargo, esto no es cierto, ¿verdad?

Señora Thomas: ¿Disculpe?

Señor Jaywalker: ¿No es cierto que hay una categoría diferente de personas que suscriben precisamente este tipo de seguros de vida, a quienes preocupan muy poco los riesgos?

Señora Thomas: No sé muy bien adónde quiere llegar.

Señor Jaywalker: ¿La ayudaría recordar la expresión «impuestos sobre el patrimonio»?

Señora Thomas: No lo sé.

Señor Jaywalker: Sabe lo que son los impuestos sobre el patrimonio, ¿verdad?

Señora Thomas: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Qué son?

Señora Thomas: Son el porcentaje que el gobierno descuenta de un patrimonio antes de que se distribuya.

Señor Jaywalker: ¿Y todos los patrimonios se gravan con este impuesto?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: Sólo los patrimonios millonarios, ¿verdad?

Señora Thomas: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Sólo los de los ricos?

Señora Thomas: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Era rico Barry Tannenbaum?

Señora Thomas: No lo sé.

Señor Jaywalker: ¿De verdad?

Señora Thomas: De verdad.

Señor Jaywalker: ¿No había oído hablar de él? Me refiero antes de su muerte.

Señora Thomas: Sí.

Señor Jaywalker: ¿Qué había oído decir de él?

Señora Thomas: No lo sé.

Señor Jaywalker: Deje que la ayude. ¿Había oído que era uno de los hombres más viejos del mundo?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: ¿Uno de los más altos?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: ¿Uno de los más guapos?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: ¿Qué había oído decir de él?

Señora Thomas: Que era rico.

Señor Jaywalker: ¿Uno de los más ricos del mundo?

Señora Thomas: Supuestamente.

Señor Jaywalker: Señora Thomas, ¿no es un hecho, un hecho algo sórdido, que las pólizas de este tipo son útiles para que la gente muy rica se libre de pagar impuestos de patrimonio?

Señora Thomas: Supongo que es posible.

Señor Jaywalker: Después de todo, pueden permitirse pagar primas altas. Y las liquidaciones, cuando se hacen, no se cuentan como parte de su patrimonio, así que se cobran libres de cargas fiscales. ¿No es así?

Señora Thomas: Supongo que eso es posible.

Señor Jaywalker: ¿Lo supone, o yo tengo razón?

Señora Thomas: Tiene razón.

Señor Jaywalker: Así pues, en realidad, las compañías como la suya se prestan a este juego. Cobran esas grandes primas, que son calculadas por actuarios de seguros, para cubrir de sobra los enormes pagos. Todo el mundo gana, ¿no es así?

Señora Thomas: Se puede decir que sí.

Señor Jaywalker: Salvo el gobierno, a quien se despoja de sus rentas públicas. ¿Y quién cree que paga más impuestos para compensar las rentas que no se cobran?

Señora Thomas: No lo sé.

Señor Jaywalker: Claro que sí lo sabe. Usted, yo y el señor Burke. Y Stanley Merkel, y Leona Sturdivant, y Vito…

Señor Burke: ¡Protesto!

El Juez: Ha lugar.

Señor Jaywalker:… y Todesco, y Shirley Johnson, y…

Señor Burke: ¡Protesto! ¡Protesto!

El Juez: Se admite la protesta. Siéntese, señor Jaywalker. (El señor Jaywalker se sienta). Gracias. El jurado no tendrá en cuenta las referencias individuales a los miembros del jurado. Señor Jaywalker, ¿tiene más preguntas para la testigo?

Señor Jaywalker: No.

Burke sí las tenía, no obstante. Hizo que la señora Thomas insistiera en que emitir y suscribir esas pólizas era completamente legal. La industria de los seguros estaba muy regulada, explicó ella, y no se podía violar la ley. Además, incluso con sus ventajas fiscales, la prima de seis meses seguía siendo una estrategia de inversión muy poco usual, incluso para Tannenbaum, a causa de las cláusulas de exclusión.

En su turno, Jaywalker intentó que ella admitiera que la duración de seis meses del seguro quizá no significara otra cosa que falta de fondos por parte del pagador de la prima. Cuando ella trató de salir por la tangente, Jaywalker cambió de tema bruscamente.

Señor Jaywalker: Usted no cree que esto sea una estrategia para evitar pagar impuestos, ¿verdad, señora Thomas?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: Lo ve como una apuesta transparente, aunque arriesgada, de que el señor Tannenbaum iba a morir en seis meses, ¿verdad?

Señora Thomas: Exactamente.

Señor Jaywalker: Y no de cáncer ni de una enfermedad cardiaca, ¿verdad?

Señora Thomas: Sí.

Señor Jaywalker: Y, como intentaba decir antes, cuando yo la interrumpí tan groseramente, todo esto le parece bastante sospechoso, ¿verdad?

Señora Thomas: (Al juez). ¿Se me permite responder a eso?

El Juez: Sí.

Señora Thomas: Yo diría que más que sospechoso.

Señor Jaywalker: ¿Qué le parece a usted?

Señora Thomas: No le va a gustar esto, pero a mí me parece que su clienta suscribió la póliza porque había planeado matar a su marido.

Señor Jaywalker: Sin embargo, usted no es detective, ¿verdad, señora Thomas?

Señora Thomas: No, por supuesto que no.

Señor Jaywalker: ¿Ni agente federal?

Señora Thomas: No.

Señor Jaywalker: Si no le importa, ¿podría decirme cuál es su nivel de estudios?

Señora Thomas: Tengo el título de bachillerato.

Señor Jaywalker: Y aun así, ve con claridad que todo esto era un plan de Samara Tannenbaum, ¿verdad?

Señora Thomas: Sí, lo veo con claridad.

Señor Jaywalker: Es así de evidente, ¿verdad?

Señora Thomas: Para mí sí.

Señor Jaywalker: Dígame, señora Thomas, ¿no se le ha ocurrido pensar que es un poco demasiado evidente?

Señora Thomas: ¿Qué quiere decir con eso?

Y lo único que pudo pensar Jaywalker, que había nacido judío, había recibido una educación religiosa unitaria y que se había hecho ateo muchos años antes, fue «¡Gracias, Jesús!».

Señor Jaywalker: ¡Lo que quiero decir es que es tan evidente que tiene que ser una trampa! ¡Que nadie en su sano juicio podría creer que se saldría con la suya en algo así! ¡Que…!

Su estallido fue ahogado por los gritos de protesta de Burke, y por los repetidos mazazos que el juez Sobel estaba dando en su mesa. Cuando, por fin, se restauró la calma, Jaywalker aprovechó para decir: «No hay más preguntas». Y Burke, con la cara congestionada, anunció que la fiscalía había concluido con el caso.

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