Samara había recuperado el control cuando comenzó la sesión de la tarde, pero en opinión de Jaywalker, aquello fue beneficioso sólo a medias. Aunque era capaz de responder sus preguntas sin arrebatos ni interrupciones, sus respuestas habían perdido algo. Había perdido las ganas de entrar en detalles, de especular sobre sus motivos y de cuestionarse mientras miraba atrás. También había perdido la vulnerabilidad, que aunque aquella mañana había sido su ruina, también había dotado a su testimonio de autenticidad. Jaywalker sospechaba que había decidido cerrarse para mantener su equilibrio emocional, aunque al hacerlo perjudicara su credibilidad ante el jurado. Y, aunque Jaywalker entendía e incluso agradecía aquella decisión, no dejó de intentar sacarla de su refugio aunque ella se resistiera.
Señor Jaywalker: ¿Continuó la relación después de aquella primera mañana?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Jaywalker: ¿Quiere describirnos su progreso, por favor?
Señora Tannenbaum: La única manera en que puedo describirlo es diciendo que Barry me cortejó. Sé que es una palabra anticuada y cursi, pero es lo que hizo. Me cortejó.
Señor Jaywalker: Explíquenos qué quiere decir.
Señora Tannenbaum: Quiero decir que tuvimos citas. Fuimos al cine. Él me regalaba flores. Nos tomábamos de la mano. Hablábamos durante horas. Cosas como aquéllas no me habían sucedido nunca.
Señor Jaywalker: ¿Tenía la relación un componente sexual?
Señora Tannenbaum: Al principio no. La verdad es que yo nunca encontré a Barry muy atractivo. Era mayor que yo, y además… bueno, no era el hombre más guapo del mundo. Así que había atracción, pero no era una atracción de tipo sexual. Estaba más basada en agarrarnos las manos, besarnos, decirnos cosas bonitas el uno al otro. Estaba basada en la ternura, supongo.
Señor Jaywalker: ¿Y a usted le gustaba aquello?
Señora Tannenbaum: ¿Que si me gustaba? Me encantaba. No sabía que hubiera algo así.
Samara describió cómo había avanzado su relación aquellos primeros días. Barry había tenido que volver a Nueva York por asuntos de trabajo, pero le telefoneaba todos los días y le enviaba tarjetas y flores. Samara recordaba que le había mandado media docena de rosas amarillas al sexto día de haberla conocido. Sin embargo, ella nunca se había imaginado que tuviera dinero; hasta que una de las otras camareras del bar del hotel le había hecho un comentario sobre su viejo millonario. Samara se había quedado desconcertada, la otra chica le había dicho: «Sí, claro». Al día siguiente, había aparecido con un ejemplar reciente de la revista People, en la que había un artículo sobre los diez solteros más ricos de Norteamérica. Barry era el primero. Samara se había quedado mirando la foto durante cinco minutos, intentando establecer la conexión entre el hombre del que se estaba enamorando y el que aparecía en aquellas páginas.
Si le habían quedado dudas, se disiparon pocas semanas después, cuando Barry, que se había visto obligado a cancelar un viaje a Las Vegas por su trabajo, le pidió a Samara que fuera a Nueva York. Ella le explicó que, aunque estaba dispuesta a arriesgar su puesto de trabajo por hacerlo, no tenía dinero suficiente para comprar el billete de autobús. Él le dijo que no sería necesario, que enviaría uno de sus aviones a recogerla.
Uno de sus aviones.
Para Samara, estar en Nueva York fue como estar en el baile para Cenicienta. Barry le compró ropa y joyas, la invitó a cenar, la llevó al teatro, a un concierto, a la ópera y al ballet. Ella ni siquiera sabía que existiera algo como la ópera. Por fin se acostaron juntos, pero ni siquiera aquello fue como nada que Samara hubiera vivido. Ocurrió entre sábanas de seda, en el ático de Barry, con vistas a las luces brillantes de Manhattan. Y, en vez de que las cosas estuvieran centradas en la satisfacción de Barry, estuvieron centradas en la satisfacción de Samara. En vez de querer poseerla, lo que él quería era agradarla. Al contrario que en sus experiencias anteriores, Barry no zanjaba las cosas sólo porque hubiera terminado. No terminó hasta que estuvieron uno en brazos del otro, maravillándose por la buena suerte que habían tenido al conocerse. En una palabra, aquello era amor, algo que Samara no había saboreado en sus dieciocho años de vida. Ni de niña, ni de adolescente, ni en la edad adulta, que había alcanzado mucho antes de lo debido.
Señor Jaywalker: ¿Cuál fue su reacción a todo esto?
Señora Tannenbaum: Estaba abrumada. ¿Quién no lo hubiera estado? Estaba en el cielo. Y, sin embargo…
Señor Jaywalker: ¿Y sin embargo?
Señora Tannenbaum: Y sin embargo, yo seguía esperando a que el reloj marcara la medianoche. Seguía pensando que iba a despertarme y a descubrir que todo había terminado. Cada vez que Barry abría la boca, yo contenía la respiración, pensando que iba a pedirme que me marchara.
Señor Jaywalker: ¿Y se lo pidió?
Señora Tannenbaum: No. Me pidió que me casara con él.
Se casaron seis meses después, en una pequeña ceremonia civil en Scarsdale, donde Barry tenía una casa, o más bien, tal y como dijo Samara, una mansión como la de Lo que el viento se llevó. Antes, ella había firmado un montón de papeles que le habían puesto delante los abogados y los contables de Barry, incluyendo el acuerdo prenupcial por virtud del cual, tal y como le explicaron, se quedaría en la calle sin nada si alguna vez pedía el divorcio. A ella no le importó. Había vivido en la calle durante dieciocho años, de un modo u otro, y había tenido suficiente. Y la idea de divorciarse de Barry alguna vez le parecía impensable.
Sin embargo, al contrario que en los cuentos, nada es para siempre. Ciertamente, no era una casualidad que Barry hubiera tenido tres matrimonios fallidos antes de conocer a Samara; además, él tenía cuarenta y cuatro años más que ella, y por otra parte, tenían pasados tan diferentes que podrían haber sido de dos planetas distintos.
Las dos semanas de luna de miel que pasaron en París se vieron constantemente interrumpidas por fusiones y adquisiciones, por juntas de accionistas y comisiones de investigación. A un mes de casarse, Samara se dio cuenta de que, para Barry, lo primero eran los negocios. Y lo segundo y lo tercero. Había un buen motivo por el que se había convertido en el soltero más rico de Norteamérica, y era que estaba completamente dedicado a su imperio financiero, de manera obsesiva, patológica. Era como si, justo después de su tercer divorcio, Barry hubiera ido a Las Vegas a encontrar sustituta. La había encontrado a ella, se había tomado un breve periodo sabático, lo justo para convencerla (lo que Samara había denominado cortejo), y se había casado con ella. Cuando había tachado aquello de la agenda, había vuelto al trabajo, como de costumbre.
Con aquel cambio de actitud de Barry hacia su mujer, el matrimonio no tuvo ninguna oportunidad. Samara se vio sola en una ciudad completamente extraña para ella, tan extraña que le daba miedo salir. No tenía amigos. Le rogó a Barry que le encontrara un trabajo, cualquier trabajo. Él se negó, porque no iba a permitir que su mujer lo avergonzara trabajando. Tener familia era imposible: Barry ya tenía cinco hijos y doce nietos de sus matrimonios anteriores, y aunque mantenerlos le costaba una parte muy pequeña de toda su riqueza, estaba bastante alejado de su progenie, y furioso por tener que pagarles nada. No tenía intención de incrementar su número. Incluso las relaciones sexuales se convirtieron en algo muy extraño.
Señor Jaywalker: Háblenos de eso.
Señora Tannenbaum: Al principio, yo pensaba que Barry era tan suave en la cama a causa de la ternura. Sin embargo, pronto me di cuenta de que no tenía nada que ver con eso. Era un hipocondríaco, una de esas personas que están convencidas de que van a morir pero temen ir al médico porque quizá averigüen que están en lo cierto. O que están equivocados y lo que ocurre es que están locos. Él había sufrido un ataque al corazón algunos años antes, y tenía miedo de que si hacía excesivos esfuerzos durante las relaciones sexuales con alguien mucho más joven que él, pudiera repetírsele y matarlo. Y había leído en su ordenador, de donde sacaba todos sus conocimientos médicos, que habían realizado un experimento que demostraba que producir esperma le costaba mucha energía a los ratones, y que como resultado vivían menos. Barry sacó la conclusión de que a las personas les pasaba lo mismo, así que intentaba no eyacular, porque tenía miedo de perder un mes de vida cada vez que lo hiciera.
Sin amigos, sin vida social, sin vida sexual, sin trabajo y sin esperanzas de poder criar una familia, Samara no tardó mucho en resentirse con Barry y rebelarse contra él. Su rebelión hizo que superara sus miedos y comenzara a salir. Sin embargo, no lo hacía durante el día, para ir de compras o de turismo, tal y como le aconsejaba Barry, sino de noche, cuando acudía a discotecas que abrían hasta muy tarde. Después de todo, en Las Vegas tenía el turno de noche, y ver el amanecer al salir de un bar subterráneo lleno de humo no era nada nuevo para ella.
Sin embargo, Nueva York no era como Las Vegas, donde lo que ocurría se quedaba allí. Pronto, los periódicos sensacionalistas se enteraron de las salidas nocturnas de Samara, y Barry también. Al principio, él lo aguantó, figurándose que ella se cansaría pronto de aquellas salidas. Sin embargo, los rumores se volvieron más feos, y relacionaron a Samara con algunos hombres. Hubo fotos.
Señor Jaywalker: ¿Eran ciertos los rumores?
Señora Tannenbaum: ¿Se refiere a que si salía con otros hombres?
Señor Jaywalker: Sí.
Señora Tannenbaum: Sí, sí salía con otros.
Señor Jaywalker: ¿Y se acostaba con ellos?
Señora Tannenbaum: Con algunos.
Señor Jaywalker: ¿Y por qué?
Señora Tannenbaum: Estaba aburrida. No tenía vida. Era como si Barry me hubiera puesto en funcionamiento, me hubiera enseñado lo que era hacer el amor, y lo que era la intimidad, y después hubiera intentado apagarme. Yo tenía dieciocho o diecinueve años entonces. Había conocido el sexo, pero nunca había hecho el amor. Quería más.
Señor Jaywalker: ¿Cuál fue la reacción de Barry?
Señora Tannenbaum: Estoy segura de que se sentía avergonzado, horrorizado, lo que fuera. Supongo que la palabra es humillado. Para Barry era muy importante tener el control de absolutamente todo. Y allí estaba yo, después de seis meses de casarnos, corriendo por ahí como una golfa. Estoy segura de que era muy duro para él sentir que de repente había perdido el control, como una víctima.
Señor Jaywalker: Ha usado la palabra «golfa». ¿Estaba aceptando dinero de esos hombres, o regalos, como había hecho en Las Vegas?
Señora Tannenbaum: No, no era nada de eso. Barry me daba todo el dinero que necesitaba. Yo no quería su dinero, quería una vida.
En pocos meses, Samara apareció en todas las portadas de los periódicos sensacionalistas, con vestidos escotados y del brazo de alguna celebridad menor, normalmente hombres jóvenes y guapos. Un día, Barry la arrinconó en el salón de su mansión de Scarsdale, la agarró por los brazos y le exigió que terminara con aquel comportamiento.
Señor Jaywalker: ¿Y?
Señora Tannenbaum: Yo lo amenacé con llamar a la policía.
Señor Jaywalker: ¿Y accedió a cumplir con sus exigencias?
Señora Tannenbaum: No, si él no me conseguía un trabajo o me dejaba embarazada. Y no quiso hacerlo. Así pues, le dije que iba a mudarme, que tenía amigos con dinero que cuidarían de mí. Para impedirme que lo hiciera y lo humillara más, dijo que me compraría una casa en la ciudad. Lo único que me pidió fue que me comportara de un modo más discreto y que continuara actuando como su esposa en público, cuando me necesitara. Las apariencias eran muy importantes para Barry.
Señor Jaywalker: ¿Y funcionó?
Señora Tannenbaum: Funcionó durante un tiempo. Él me compró una casa en Midtown y abrió una cuenta bancaria para que yo pudiera amueblarla. Eso me proporcionó una ocupación, algo que creí que se me daba bien. También me dio espacio. Sé que es una palabra tonta de California, pero así es como yo me sentí.
Señor Jaywalker: Ha dicho que funcionó durante un tiempo.
Señora Tannenbaum: Sí. Sin embargo, la prensa y los columnistas de cotilleos son como tiburones. Seguían viniendo por más. Sé que fue culpa mía, por haber empezado; pero ellos se arremolinaban frente a mi casa y me seguían a todas partes, me sacaban fotografías en la acera, en el supermercado, en todas partes. Si yo me agachaba para recoger un pañuelo, al día siguiente había una portada con mi falda. Si me agachaba hacia delante, sacaban mi trasero. Una vez me vieron saliendo de una clínica ginecológica a la que había ido para que me examinaran un bulto que me había encontrado en un pecho. La fotografía salió en todas las portadas, y los titulares insinuaban que yo tenía sida o herpes, o que acababa de abortar. Alguien le envió ejemplares a Barry, y él se puso furioso. En realidad, no lo culpo. Yo también me habría puesto furiosa, en su lugar.
Samara intentó frenar su comportamiento y comenzó a pasar más tiempo en el ático de Barry, o en su mansión de Scarsdale. Sin embargo, Barry estaba enterrado en el trabajo, y a menudo se ausentaba durante días; así que Samara volvió poco a poco a su casa, a su vida y a sus antiguos amigos. Aunque se daba cuenta de que su comportamiento era una humillación para Barry, se sentía incapaz de cambiar.
De vez en cuando había choques fuertes entre ellos, discusiones y gritos llenos de amenazas y ultimátums. Nunca había violencia física, pero tampoco hubo nunca una resolución. Se impuso una especie de punto muerto, en el que Samara continuaba desafiando a Barry. Aunque él tuviera las riendas económicas de la vida de Samara, ella lo amenazaba con hacer públicos sus miedos, sus debilidades, sus ansiedades y sus neurosis sexuales. Si la suya era una relación de amor-odio, tenía muy poco de amor y bastante de ira. Barry odiaba a Samara por humillarlo continuamente, y Samara odiaba a Barry por mantenerla en una prisión sin muros.
Señor Jaywalker: ¿Cuánto duró aquella situación de estancamiento?
Señora Tannenbaum: Para siempre. A medida que pasaban los años, hicimos algunos ajustes, llegamos a algunos acuerdos. Seguíamos viéndonos y aparecíamos juntos en público cuando la ocasión lo requería. Sin embargo, en privado cada uno llevaba su vida. Yo me quedaba en mi casa, y Barry en la suya. Él detestaba eso, pero así eran las cosas.
Señor Jaywalker: ¿Y sus finanzas? ¿Quién se ocupaba de ellas?
Señora Tannenbaum: Barry tenía abogados y contables que se ocupaban de todo. Si había que firmar algo, uno de ellos llamaba y venía a casa, y me daba el documento que tuviera que firmar. Se ocupaban de las cosas sin tenerme en cuenta. Barry me había conocido cuando yo tenía dieciocho años y no sabía nada. Para cuando él… él murió, yo ya tenía veintiséis años y había aprendido algunas cosas. Sin embargo, era como si estuviera congelada en el tiempo para Barry. Siempre sería la camarera de dieciocho años en quien no se podía confiar ni para firmar un cheque. Eso era gran parte del problema.
Señor Jaywalker: Vamos a hablar de agosto, el agosto de hace un año y medio, el mes en que murió Barry. ¿Cómo estaban las cosas entre ustedes en aquel tiempo?
Señora Tannenbaum: Estaban igual que siempre, supongo. Yo ya no era el asunto favorito de la prensa, pero de vez en cuando hacía alguna estupidez, y mi foto salía en las portadas, con el pelo revuelto o un pezón al aire, o algo parecido. Y Barry se sentía humillado otra vez, y se ponía furioso, y teníamos una buena discusión.
En aquel momento, el juez Sobel interrumpió la declaración, tan amablemente como siempre, y preguntó si era un buen momento para conceder el descanso de la tarde. Sabía que Jaywalker iba a pedirle a Samara que hablara de la noche del asesinato, y decidió que los miembros del jurado debían estar descansados y alerta para escuchar su declaración.
– Es un momento perfecto -respondió Jaywalker.
Tenía la sensación de que el día había ido razonablemente bien. Aunque en aquella última sesión Samara había estado muy cautelosa en lo referido a las emociones, al menos no había permitido que su reticencia acortara sus respuestas. Quizá uno de los mayores obstáculos al que se enfrentaba un abogado al examinar a su cliente era que el acusado intentaba casi siempre resumir los hechos, en vez de explicarse. Por lo tanto, los buenos abogados dedicaban horas a sacar a la superficie los detalles de lo que había sucedido, y les decían una y otra vez que necesitaban transmitirles aquellos detalles a los miembros del jurado. Jaywalker, como en todo, llevaba aquello un paso más allá.
– Cuando salgas a declarar, estarás nerviosa. Desde tu sitio, verás a muchos extraños, y te vas a agobiar, créeme. Cuando ocurra esto, tu impulso natural será resumir las cosas. Todo el mundo lo hace. Lo que necesito es que controles ese impulso en lo posible. La mejor manera de hacerlo es hablar despacio y darme todos los detalles que puedas.
Había funcionado.
Si Samara sólo hubiera dicho que Barry era un hipocondríaco, los miembros del jurado lo habrían oído, pero sólo habrían tenido su conclusión intelectual. Cuando ella describió que Barry había leído aquel artículo sobre los ratones en Internet y que había tomado miedo a eyacular por si su vida se acortaba, ellos lo habían entendido. Lo mismo había ocurrido cuando había explicado que los periodistas no la dejaban tranquila; había descrito lo sucedido al salir de la clínica ginecológica, o las fotografías en las que se le veía un pezón, y le había dado al jurado algo que podían imaginar de verdad y recordar aquella noche, cuando llegaran a casa. La diferencia estaba en el hecho de que no se habían visto obligados a aceptar las conclusiones de Samara; habían asimilado los detalles y habían sacado sus propias conclusiones.
Lo que a Jaywalker no le complacía tanto era lo rápidamente que Samara había admitido su rabia contra Barry. ¿De dónde había salido eso? Él no recordaba que hubieran hablado de ello durante las sesiones de preparación. Si ella lo hubiera mencionado, habrían trabajado para rebajar el tono de su narración. Tal y como lo había contado en el estrado, aquella ira, unida a la existencia de la póliza de seguros, podía haber sido motivación suficiente para matar a Barry una docena de veces. Y a Tom Burke no se le había escapado, desde luego: Jaywalker lo había observado de reojo y lo había visto anotando cosas en su cuaderno en cuanto las palabras salían de labios de Samara.
Por lo tanto, Jaywalker iba a hacer todo lo que estuviera en su mano por arreglar las cosas antes de que Burke tuviera oportunidad de sacarles provecho. Sin embargo, la ira todavía estaba allí, y no era de ayuda.
Cuando los jurados estuvieron de nuevo sentados en sus sillas, después del descanso, Jaywalker no perdió el tiempo y fue directamente al grano.
Señor Jaywalker: ¿Recuerda la última vez que vio a Barry?
Señora Tannenbaum: Sí, lo recuerdo.
Señor Jaywalker: ¿Cuándo fue?
Señora Tannenbaum: La noche en que todo el mundo dice que fue asesinado.
Señor Jaywalker: ¿Y dónde lo vio?
Señora Tannenbaum: En su apartamento.
Ella contó que había ido al ático de Barry porque él la había invitado. Quería hablar de algo importante, pero Samara no recordaba qué. Cuando había llegado al ático era la hora de cenar; habían pedido comida china y la habían tomado directamente de los envases. Barry no había comido mucho, según recordó Samara. Se había quejado de que tenía un resfriado, o la gripe, o algo parecido. Típico de Barry.
En veinte minutos estaban discutiendo sobre aquello de lo que Barry quería hablar con ella. Quizá hubiera sido su humillación por el último capricho de Samara, pero no lo recordaba. En cualquier caso, la discusión se hizo muy desagradable rápidamente, y Samara insultó a Barry de un modo especialmente odioso para él. Después, se marchó.
Señor Jaywalker: ¿Recuerda qué insulto utilizó?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Jaywalker: ¿Cuál fue?
Señora Tannenbaum: Le dije que era gilipollas. Aquél era el insulto que más podía molestarle. Dijo que hacía que yo pareciera una cualquiera, como la basura de caravana que era. Yo le contesté que no me importaba. Si yo era una basura, pues lo era. Da igual. De todos modos, eso es lo que le llamé aquella noche, para ponerlo furioso. Yo también estaba muy enfadada.
Señor Jaywalker: ¿Y aun así no recuerda de qué discutieron?
Señora Tannenbaum: Exactamente. Sé que es una estupidez, pero así eran las cosas entre nosotros.
Ella había tomado un taxi para ir desde casa de Barry a la suya, directamente. No se había bañado ni duchado, ni se había lavado el pelo, ni había lavado la ropa, ni había hecho nada fuera de lo corriente. No recordaba a qué hora se había acostado, ni a qué hora se había quedado dormida. Sólo recordaba que al día siguiente, por la tarde, habían llegado dos detectives a su casa, y ella los había dejado pasar. Les había preguntado qué ocurría, y ellos se habían negado a contestarle, cosa que la había irritado.
Señor Jaywalker: ¿Qué le preguntaron?
Señora Tannenbaum: Querían saber cuándo había visto a mi marido por última vez.
Señor Jaywalker: ¿Qué respondió usted?
Señora Tannenbaum: Les pregunté por qué, o que si era asunto suyo. Algo así. De todos modos no me respondieron. Así que les dije que hacía una semana.
Señor Jaywalker: ¿Era verdad?
Señora Tannenbaum: No. Era mentira.
Señor Jaywalker: ¿Y por qué les mintió?
Señora Tannenbaum: No lo sé. Como ya he dicho, me estaban cabre… me estaban irritando. Me decían que tenía que responder a sus preguntas, pero se negaban a contestar a las mías. Quizá por eso les mentí, para vengarme. Sinceramente, no estoy segura.
Señor Jaywalker: ¿Qué ocurrió después?
Señora Tannenbaum: Me dijeron que mentía. Me dijeron que una testigo me había situado en el apartamento de Barry la noche anterior. Así que les dije que sí, que había estado allí.
Señor Jaywalker: ¿Qué ocurrió entonces?
Señora Tannenbaum: Me preguntaron si Barry y yo habíamos tenido una pelea. A mí me pareció que lo que ocurriera entre mi marido y yo no era de su incumbencia, y creo que se lo dije.
Señor Jaywalker: ¿Les contestó que sí, o que no habían tenido una pelea la noche anterior?
Señora Tannenbaum: Les dije que no, que no habíamos tenido una pelea. Para mí, una pelea es cuando dos personas se golpean, se tiran objetos, cosas así. Lo que nosotros habíamos tenido era una discusión.
Señor Jaywalker: ¿Les dijo eso voluntariamente?
Señora Tannenbaum: Yo no quería decirles nada. Había dejado entrar a aquellos tipos en mi casa, y ellos no tenían la decencia de decirme por qué habían ido y de qué iba todo aquello. Se suponía que tenía que escuchar y responder a todo lo que me preguntaran como si tuviera cinco años.
Señor Jaywalker: ¿Qué ocurrió entonces?
Señora Tannenbaum: Me dijeron que estaba mintiendo otra vez, y que tenían otro testigo que nos había oído pelear. Yo volví a decir que no nos habíamos peleado. Ellos me preguntaron si habíamos discutido, y entonces yo les dije que sí, que discutíamos todo el tiempo.
Señor Jaywalker: ¿Y qué es lo siguiente que recuerda?
Señora Tannenbaum: Uno de ellos, el que testificó aquí el otro día…
Señor Jaywalker: ¿El detective Bonfiglio?
Señora Tannenbaum: Sí, Bonfiglio, el desagradable. Me dijo que mi marido estaba muerto, que lo había matado alguien. Lo dijo tal cual, para hacerme daño.
Jaywalker sabía que en aquello debía ir de puntillas para no revelar que Samara había pedido un abogado justo entonces y había puesto fin al interrogatorio.
Señor Jaywalker: ¿Llegó un momento, un minuto después, más o menos, en el que ocurrió algo?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Jaywalker: ¿Qué ocurrió?
Señora Tannenbaum: Me pusieron las esposas en las muñecas, a la espalda, tirándome mucho de los brazos, y me dijeron que estaba arrestada por el asesinato de mi marido.
Señor Jaywalker: ¿Asesinó usted a su marido, Samara?
Señora Tannenbaum: Rotundamente no.
Señor Jaywalker: ¿Le hizo algo, físicamente, aquella noche?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Jaywalker: ¿Durante algún momento, mientras permaneció en casa de Barry, tuvo un cuchillo en la mano?
Señora Tannenbaum: Nunca.
Señor Jaywalker: ¿Lo apuñaló en el pecho con un cuchillo u otro instrumento afilado?
Señora Tannenbaum: No, en absoluto.
Señor Jaywalker: ¿Nos ha contado todo lo que recuerda de aquella noche?
Señora Tannenbaum: Sí, salvo el motivo por el que discutimos. Eso no lo recuerdo.
Jaywalker caminó hasta la mesa de Burke y le pidió algunas de las pruebas. La primera que le mostró a Samara fue la toalla.
Señor Jaywalker: ¿Reconoce esto?
Señora Tannenbaum: No estoy segura. Parece una de mis toallas, pero no hay forma de que sepa con seguridad si es mía. Podría serlo. Es todo lo que puedo decir.
Señor Jaywalker: ¿Alguna vez envolvió con ella un cuchillo y una toalla y lo metió detrás de la cisterna de su baño de invitados del piso superior de su casa?
Señora Tannenbaum: No, en absoluto.
Señor Jaywalker: ¿Y esta blusa?
Señora Tannenbaum: Es mía.
Señor Jaywalker: ¿Cómo lo sabe?
Señora Tannenbaum: Lo sé.
Señor Jaywalker: ¿La llevaba puesta la última noche que vio a Barry?
Señora Tannenbaum: No. Estoy segura de que no.
Señor Jaywalker: ¿Y cómo puede estar tan segura?
Señora Tannenbaum: Es parte de un conjunto que me regaló Barry: una blusa y unos pantalones. Tienen el mismo estampado y los mismos colores. Sólo los llevo conjuntados. Ya sabe, juntos. Además, mire el tejido: es seda. Demasiado grueso para el verano.
Señor Jaywalker: ¿Envolvió esta blusa, junto con un cuchillo, en la toalla que acabo de mostrarle, y lo escondió todo tras una cisterna?
Señora Tannenbaum: No, nunca.
Señor Jaywalker: ¿Y este cuchillo? ¿Lo reconoce?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Jaywalker: ¿Por qué?
Señora Tannenbaum: Es idéntico a un conjunto de cuchillos de carne que tengo. Tiene el mismo tamaño y la misma forma que los demás. Están en el cajón de mi cocina.
Señor Jaywalker: ¿Lo tenía consigo en el apartamento de Barry la última noche que estuvo allí?
Señora Tannenbaum: No.
Señor Jaywalker: ¿Lo escondió detrás de la cisterna?
Señora Tannenbaum: No.
Jaywalker le preguntó si podía explicar qué eran las manchas oscuras que había en los tres objetos. Samara le respondió que no sabía cómo habían llegado allí. Sí, había oído que el detective Ramseyer había dicho que eran manchas de sangre de Barry Tannenbaum. No, ella no había apuñalado a Barry ni lo había cortado con aquel cuchillo, ni ningún otro cuchillo, ni nada de nada. Tampoco podía explicar cómo habían terminado detrás de la cisterna de su baño aquellas tres cosas. Era evidente que alguien las había colocado allí, dijo Samara, pero no había sido ella.
Después, Jaywalker le mostró a Samara la póliza del seguro de vida e hizo que identificara su firma. Sin embargo, no recordaba haberla firmado, y nunca había querido hacer un seguro de vida a Barry ni a nadie más. Firmaba muy a menudo papeles que le presentaban el contable o el abogado de Barry, pero nunca se molestaba en leerlos, porque confiaba en sus afirmaciones de que lo hacían por su bien. Cuando Jaywalker le mostró el cheque por valor de veintisiete mil dólares, ella corroboró el testimonio de William Smythe y dijo que no era su firma la que figuraba en él, y que no lo había visto nunca. Tampoco había notado que faltara tanto dinero en su cuenta bancaria; apenas abría las cartas del banco ni ponía al día la cartilla; dejaba esas cosas para otros.
Jaywalker tomó aire. Eran las cuatro y media, y todavía tenía un par de puntos en sus notas. El primero de ellos era el Seconal que Samara había descubierto en su cocina. Sin embargo, Jaywalker tenía miedo de mencionarlo porque podía parecer demasiado sospechoso para el jurado. No podía pedirles a los miembros del jurado que creyeran que quien había asesinado a Barry y le había tendido la trampa a Samara era tan diabólico como para poner el Seconal en su armario de las especias con la esperanza de que la policía lo encontrara. Incluso a Jaywalker le parecía más probable que Samara hubiera conseguido el barbitúrico y lo hubiera colocado allí. Así pues, tomó el bolígrafo y tachó la palabra Seconal de la lista.
Era hora de terminar.
Señor Jaywalker: Samara, nos ha dicho que algunas veces se enfadaba mucho, mucho con Barry. ¿Es correcto?
Señora Tannenbaum: Sí.
Señor Jaywalker: ¿Alguna vez, en sus ocho años de matrimonio, se enfadó lo suficiente como para pegarle?
Señora Tannenbaum: No, nunca.
Señor Jaywalker: ¿Alguna vez lo golpeó, o con alguna parte de su cuerpo o con un objeto?
Señora Tannenbaum: Sólo una vez. Una vez, hace cinco años, le lancé una botella de refresco. Le di en el hombro, creo.
Señor Jaywalker: ¿Se rompió?
Señora Tannenbaum: ¿Romperse? Era una botella de plástico.
Señor Jaywalker: ¿Le hizo daño?
Señora Tannenbaum: No, la botella rebotó en su hombro. Estaba vacía. No le habría hecho daño ni a un ratón. Acabamos riéndonos.
Señor Jaywalker: Aparte de ese incidente, ¿hirió físicamente a su marido alguna vez, o intentó hacerlo?
Señora Tannenbaum: No, nunca.
Señor Jaywalker: ¿Lo quería?
Señora Tannenbaum: Sinceramente, no estoy segura. Sé que al principio sí. Sin embargo, era difícil querer a Barry. Estaba obsesionado con sus negocios. Y a mí nunca se me ha dado bien querer. Creo que aprendí a cerrarme muy pronto en la vida. A no darme a los demás. Quizá amar fuera muy difícil para nosotros dos.
Señor Jaywalker: ¿Quería terminar con esa relación?
Señora Tannenbaum: Sólo cuando estábamos discutiendo, o peleándonos, o como lo llame la gente. Aparte de esas ocasiones, no. Yo era la señora Tannenbaum. Además, tenía mi propia casa, mis amigos, mi vida. No era perfecto, pero era bastante.
Señor Jaywalker: ¿Mató usted a Barry Tannenbaum?
Señora Tannenbaum: No, no lo hice.
Señor Jaywalker: ¿Tomó este cuchillo, o cualquier otra cosa, y se la hundió en el pecho y en el corazón?
Señora Tannenbaum: Dios, no.
Con aquella negativa, Jaywalker se alejó hacia la mesa de la defensa y se sentó. Del uno al diez, él le hubiera dado un nueve. El único problema era que las pruebas que había contra ella eran muy sólidas, y un nueve no iba a ser suficiente. Demonios, ni siquiera un diez lo habría sido.
Todavía quedaba el turno de preguntas del fiscal. Tom Burke se levantó y solicitó permiso para acercarse al estrado del juez. En vez de comenzar su interrogatorio en aquel momento, a las cinco menos cuarto, pidió retrasarlo hasta la mañana siguiente.
– Bien, pero no por la mañana. Tengo las comparecencias de los abogados de mis casos. Pero, sí, puede comenzar a interrogar a la acusada mañana por la tarde.
Después, el juez Sobel les dijo a los miembros del jurado que tenían la mañana siguiente libre, lo que les pareció la mejor noticia del mundo, y cerró la sesión.
Cuando salieron del edificio, Jaywalker acompañó a Samara por Canal Street.
– Lo has hecho muy bien -le dijo-. Hazlo la mitad de bien mañana, y yo me ocuparé del resto.
– ¿No quieres que preparemos por última vez el interrogatorio del fiscal?
– No -respondió él-. Estás preparada.
Era su manera de decir «Si no lo estás ahora, no lo estarás nunca». Paró un taxi y abrió la puerta para que ella entrara.
– ¿Estás seguro? -insistió Samara-. Es decir, tenemos hasta mañana por la tarde. Para prepararme mejor, quiero decir.
Él sonrió ante la transparencia de su invitación.
– Acuérdate de lo que dijimos -le recordó él.
– Después -dijo ella.
– Después -repitió él.