Ya había anochecido y no podía ver por dónde pasábamos. La Academia y el centro de investigación del FBI estaban en el centro de una base de la Infantería de Marina. Ocupaban tres edificios irregulares de ladrillo conectados mediante pasadizos acristalados y patios interiores. Rachel Walling introdujo el coche en un aparcamiento exclusivo para agentes del FBI.
Seguía en silencio mientras hizo la maniobra y aún cuando salió del coche. Ya empezaba a conmoverme. Me disgustaba verla triste por mi culpa y que me considerara un egoísta.
– Mira -le dije-, lo que más me importa es, obviamente, atrapar a ese tipo. Déjame llamar por teléfono a mi fuente y a mi redactor jefe y saldremos de dudas, ¿vale?
– Bueno -dijo de mala gana.
Fue una sola palabra pero me hizo feliz haberle sacado algo. Entramos en el edificio central, recorrimos una serie de pasillos hasta un tramo de escaleras por el que bajamos al Centro Nacional para el Análisis del Crimen Violento. Estaba en el sótano. Me condujo a través de la recepción hasta una gran sala no demasiado distinta a las salas de redacción. Había dos hileras de escritorios y puestos de trabajo separados por mamparas y, a la derecha, una fila de despachos individuales. Se volvió y me señaló el interior de uno de aquellos despachos. Supuse que sería el suyo, aunque me pareció austero e impersonal. La única foto que había era la del presidente, colgada en la pared del fondo.
– Aquí puedes sentarte y usar el teléfono -dijo-. Voy a buscar a Bob y a ver qué hacemos. Y no te preocupes, el teléfono no está intervenido.
Del mismo modo que noté el sarcasmo en su voz, vi que sus ojos recorrían el escritorio para asegurarse de que no me dejaba a solas delante de ningún documento importante. Una vez que lo hubo comprobado, salió. Me senté tras el escritorio y busqué en mi agenda los números que me había dado Dan Bledsoe. Lo encontré en su casa.
– Soy Jack McEvoy El de esta mañana. -Ya.
– Escuche, me han cogido los del FBI al volver a Washington. Se están tomando en serio lo de ese tipo y ya tienen conectados cinco casos. Pero todavía no tienen el de McCafferty porque en el expediente no figuraba la nota. Yo puedo proporcionárselo para que les sirva como punto de partida, pero antes quería consultarlo con usted. Si se lo cuento, es probable que vayan a hablar con usted. Probablemente lo hagan de todos modos.
Mientras se lo pensaba, mis ojos recorrieron el escritorio igual que lo había hecho Walling. Estaba casi vacío, sólo ocupado por un calendario mensual desplegado que le servía como bloc de notas. Me fijé en que acababa de volver de vacaciones, pues había escrito «vac» en todos los días de la semana anterior. Había anotaciones abreviadas en otras fechas del mes, pero eran indescifrables.
– Déselo -me dijo Bledsoe.
– ¿Está seguro?
– Segurísimo. Si viene aquí el FBI y dice que Johnny Mac fue asesinado, su viuda tendrá para comer. Eso era lo que yo quería, así que cuénteselo. A mí no me van a hacer nada. No pueden. Lo hecho, hecho está. Ya me he enterado, hoy mismo, de que andan por aquí hurgando en los archivos.
– Bueno, hombre, pues gracias.
– ¿ Va a escribir algo de esto?
– No lo sé. Estoy en ello.
– Este caso es suyo. ¡A por él! Pero no se fíe de los grises, Jack. Le utilizarán a usted y utilizarán lo que ha conseguido, y después lo dejarán tirado en la cuneta como a un perro.
Le agradecí el consejo, y cuando estaba colgando pasó por delante de la puerta abierta del despacho un hombre con el clásico traje gris del FBI que, al verme sentado tras la mesa, se detuvo y entró, con una mirada interrogante.
– Disculpe, ¿qué está haciendo aquí?
– Espero a la agente Walling.
Era un hombre corpulento, de cara enjuta y rubicunda y cabello corto y negro.
– ¿Y quién es usted?
– Me llamo Jack McEvoy y ella…
– Bueno, al menos no se siente en su mesa.
Hizo un gesto giratorio con la mano, indicándome que debía rodear el escritorio y sentarme en una de las sillas que allí había. Sin ninguna intención de discutir, obedecí sus instrucciones. Me dio las gracias y salió del despacho.
Aquel episodio sirvió para recordarme que nunca me había gustado tratar con agentes del FBI. Por lo general, todos tienen estreñimiento. Más que la mayoría de la gente.
Cuando me aseguré de que se había ido volví a coger el teléfono de Walling y marqué el número directo de Greg Glenn. En Denver eran poco más de las cinco y sabía que estaría muy ocupado supervisando titulares, pero no estaba seguro de si podría volver a llamar.
– Jack, ¿puedes llamar un poco más tarde?
– No. Tengo que hablar contigo.
– Bueno, date prisa. Hemos tenido otro tiroteo en una clínica y estamos decidiendo los titulares.
Le puse rápidamente al corriente de lo que tenía y de lo que había pasado con el FBI. Pareció olvidarse por completo del tiroteo en la clínica y de los titulares, y repetía sin parar que lo que yo tenía era fantástico y que iba a ser un reportaje estupendo. No le conté lo del empleo que Warren había perdido ni lo del intento de registro de Walling. Le dije dónde estaba y lo que pretendía hacer. Le pareció bien.
– De todos modos, es probable que necesitemos todo el espacio para este asunto de la clínica -dijo-. Por lo menos durante dos días. Aquí vamos de culo. Puede que te necesite para reescribirlo.
– ¿Cómo?
– ¡Ah, ya! Bueno, sigue con eso, a ver qué consigues. Y tenme informado. Va a ser algo grande, Jack. -Así lo espero.
Glenn se puso a hablar otra vez de las posibilidades de conseguir premios periodísticos y de darles en las narices a los competidores consiguiendo un tema de alcance nacional. Mientras lo escuchaba entró en el despacho Walling, acompañada de un hombre que supuse sería Bob Backus. También vestía de gris, aunque tenía cara de ser el jefe. Parecía tener cerca de cuarenta años, aunque se mantenía en forma. Su cara era afable, con el cabello castaño cortado al cepillo y unos penetrantes ojos azules.
Alcé un dedo para indicar que estaba acabando y tuve que cortarle el rollo a Glenn.
– Greg, tengo que dejarte.
– Vale, manténme informado. Y una cosa, Jack. -¿Qué?
– Consigue alguna foto.
– De acuerdo.
Mientras colgaba pensé que quizás esperaba demasiado de mí. No iba a ser fácil meter a un fotógrafo en todo aquello. Bastante tenía con preocuparme de meterme yo.
– Jack, te presento a Bob Backus, ayudante del agente especial responsable. Es el jefe de mi equipo. Bob, Jack McEvoy del Rocky Mountain News.
Nos dimos la mano y el de Backus fue un apretón de cuidado. Típico de los machos del FBI, como el traje. Al hablar se acercó distraídamente al escritorio y puso el calendario derecho.
– Siempre es agradable conocer a uno de nuestros amigos del cuarto poder. Sobre todo a uno que no sea de por aquí. Me limité a asentir con la cabeza. Era una chorrada y todos lo sabíamos.
– Jack, ¿por qué no vamos a la sala de juntas a tomar un café? -me preguntó Backus-. Va a ser un día muy largo. Allí te pondré al corriente.
Mientras subíamos las escaleras, Backus no dijo nada importante, aparte de expresarme sus condolencias por lo de mi hermano. Cuando los tres estuvimos sentados en aquella cafetería a la que llamaban sala de juntas, fue directo al grano.
– Jack, esto es extraoficial-dijo-. Todo lo que veas u oigas mientras permanezcas en Quantico es extraoficial. ¿Queda claro?
– Sí. Hasta ahí, vale.
– Conforme. Si quieres alterar este acuerdo, habla conmigo o con Rachel y lo discutiremos. ¿Te importa que lo pongamos por escrito y lo firmemos?
– En absoluto. Pero seré yo quien lo redacte.
Backus asintió como si yo hubiera conseguido un tanto definitivo.
– ¡Muy bien! -Apartó su taza de café, se sacudió algo de las manos y se indinó sobre la mesa hacia mí-. Jack, dentro de quince minutos tenemos una reunión del equipo. Estoy seguro de que Rachel te ha contado que estamos lanzados. En mi opinión, cometeríamos una negligencia criminal si llevásemos esta investigación de otra manera. He metido en ella a todo mi equipo, además de ocho agentes del BSS y dos técnicos a tiempo completo, y están implicadas seis oficinas locales. No recuerdo cuándo fue la última vez que se montó un dispositivo así para una investigación.
– Me alegra oído… Bob.
No pareció vacilar ante mi decisión de tutearle. Lo había hecho a modo de ensayo. Al parecer, él me estaba otorgando un trato igualitario al tutearme y llamarme varias veces por mi nombre de pila. Y decidí ver qué pasaba si yo hacía lo mismo.
Hasta el momento iba bien.
– Has hecho un buen trabajo -siguió diciendo-, lo que nos proporciona un sólido punto de partida. Es un comienzo, y quiero decirte que llevamos ya en ello nuestras buenas veinticuatro horas o más.
Detrás de Backus vi al agente que había hablado conmigo antes en el despacho de Walling, sentado en otra mesa con una taza de café y un bocadillo.
– Estamos hablando de una cantidad enorme de recursos asignados a esta investigación -decía Backus-.Pero, ahora mismo, nuestra prioridad número uno es contener el tema.
Todo iba según lo que yo esperaba y tuve que esforzarme en controlar mi expresión para que no trasluciese que ya sabía que podía gobernar al FBI y sus investigaciones. Lo había conseguido. Estaba dentro.
– No quieren que escriba sobre ello -le dije tranquilamente.
– Eso es, exactamente. Por lo menos, de momento. Sabemos que tienes material suficiente, incluso sin contar con lo que nosotros te hemos aportado, para escribir un reportaje bestial. Este es un tema explosivo, Jack. Si escribes de esto
allá en Denver, seguro que vas a llamar la atención. Esa misma noche entrará en la red de telecomunicaciones y llegará a todos los diarios. Después saldrá enHard Copy y luego en el resto de los programas sensacionalistas. Se va a enterar cualquiera que no tenga la cabeza bajo la arena como los avestruces. Y eso, Jack, sinceramente, es lo que no queremos que ocurra. En cuanto el culpable se entere de lo que sabemos de él, desaparecerá. Si es listo, y sabemos que es condenadamente listo, desaparecerá. No podremos atraparlo nunca. Y eso no es lo que tú quieres. Se trata de la persona que mató a tu hermano. ¿Verdad que no es eso lo que quieres?
Asentí para mostrar que comprendía el dilema y permanecí un instante en silencio, mientras pensaba mi réplica.
Pasé la mirada de Backus a Walling, y después la volví a fijar de nuevo en él.
– Mi periódico ya ha invertido en esto mucho tiempo y dinero -dije-. El reportaje lo tengo en el bolsillo. Es decir, para que lo entiendas, esta misma noche podría escribir un reportaje diciendo que las autoridades están llevando a cabo una investigación de alcance nacional sobre la probabilidad de que un asesino de policías haya estado actuando en la impunidad desde hace tres años.
– Como ya te he dicho, has hecho un trabajo excelente y nadie te discute qué tipo de reportaje es éste.
– Entonces, ¿qué es lo que me propones? ¿Que lo deje estar y me marche a esperar que convoquéis una rueda de prensa el día que atrapéis a ese tipo, si es que lo cogéis? Backus se aclaró la garganta y se echó hacia atrás en la silla. Miré a Walling, pero su cara no me decía nada.
– No voy a dorarte la pildora -dijo Backus-. Sí, es cierto, quiero que pongas el reportaje en la nevera una temporada.
– ¿Hasta cuándo? ¿Qué es una temporada?
Backus miró a su alrededor como si no hubiera estado nunca en aquella cafetería. Contestó sin mirarme.
– Hasta que atrapemos a esa persona. Se me escapó un silbido.
– ¿Y qué sacaré yo si congelo el reportaje? ¿Qué sacará el Rocky Mountains News?
– Primero y principal, nos habrás ayudado a atrapar al asesino de tu hermano. Si esto no te parece suficiente, estoy seguro de que podemos llegar a algún tipo de acuerdo de exclusiva para la información sobre el arresto del sospechoso.
Durante un rato nadie dijo nada, porque estaba claro que me tocaba mover ficha. Sopesé cuidadosamente mis palabras antes de hablar inclinándome sobre la mesa.
– Bueno, Bob, como supongo que sabes, ésta es una de esas raras ocasiones en que vosotros, tíos, no tenéis todas las cartas en la mano. Esta investigación es mía,¿sabes? Yo la empecé, y no voy a retirarme precisamente ahora. No voy a volver a Denver y sentarme en mi escritorio a esperar que suene el teléfono. Estoy dentro, y si no me mantenéis dentro, vuelvo y escribo el reportaje. Aparecerá en el periódico el domingo por la mañana. Es nuestro día de mayor difusión.
– ¿Le harías eso a tu propio hermano? -dijo Walling, cargando las palabras de ira-. ¿Es que te importa un carajo?
– Rachel, por favor -terció Backus-. Esto es importante. Lo que nosotros…
– A mí sí me importa -le interrumpí-. Soy el único al que le ha importado. De modo que no tratéis de hacerme sentir culpable. Mi hermano ya está muerto, tanto si cogéis a ese tipo como si no, y tanto si escribo el reportaje como si no.
– Vale, Jack, aquí no estamos cuestionando tus motivos -dijo Backus alzando las palmas de las manos en actitud tranquilizadora-. Parece que nos hemos puesto en plan de adversarios y eso no me gusta. ¿Por qué no me dices claramente qué es lo que quieres? Estoy seguro de que lo podemos arreglar aquí mismo. Incluso antes de que se enfríe el café.
– Es muy sencillo -le dije rápidamente-. Ponme en la investigación. Acceso total como observador. No escribiré ni una palabra hasta que pillemos a ese hijo de puta o nos demos por vencidos.
– Eso es un chantaje -dijo Walling.
– No, es una oferta que os hago -le respondí-. En realidad es una concesión, porque yo ya tengo el reportaje. Tener que aparcarlo me repugna y es contrario a mi deber.
Miré a Backus. Walling estaba enfadada, pero no me importaba. Era Backus quien tenía que tomar la decisión.
– Creo que eso no lo podremos hacer, Jack -dijo por fin-. Va contra las normas del FBI infiltrar a alguien de ese modo. Además, puede ser peligroso para ti.
– No te preocupes por eso. En absoluto. Ése es el trato. Tómalo o déjalo. Llama a quien tengas que llamar. Pero el trato es ése.
Backus se acercó la taza y se quedó mirando el café, todavía humeante. Aún no había dado ni un sorbo.
– Esta propuesta está por encima de mi capacidad de decisión -dijo-. Tengo que demorar la respuesta.
– ¿Hasta cuándo?
– Voy a consultarlo ahora mismo.
– ¿Y qué pasa con la reunión del equipo?
– No pueden empezar sin mí. ¿Por qué no me esperáis aquí? No tardaré mucho. Backus se levantó y deslizó cuidadosamente la silla bajo la mesa.
– Una cosa ha de quedar clara -le dije cuando ya se iba-. Si se me permite participar como observador, no escribiré sobre el caso hasta que hayáis hecho una detención o decidáis que la investigación es infructuosa y dediquéis toda vuestra atención a otros casos, con dos excepciones.
– ¿Cuáles son esas excepciones? -me preguntó Backus.
– Una es que me pidáis que escriba sobre ello. Puede darse el caso de que queráis levantar la liebre publicando la noticia. Seré yo quien lo escriba, en ese caso. La otra excepción es que el tema se filtre. Si esto sale en cualquier otro periódico o en la televisión, daré por incumplido el trato. Inmediatamente. Si llegara a olerme siquiera que alguien va a publicarlo, prefiero hacerla yo primero. Es mi reportaje, ¡maldita sea!
Backus me miró y asintió con la cabeza.
– No tardaré.
Cuando se había ido, Walling me miró y dijo calmosamente:
– Si hubiera sido yo, no me habría tragado tu farol.
– No era un farol-le dije-. Iba en serio.
– Si es cierto eso, que estás cambiando cazar al tipo que mató a tu hermano por un reportaje, entonces me das mucha lástima. Voy a buscar más café.
Se levantó y me dejó solo. Mientras la veía caminar hacia el mostrador, sus palabras me bullían en la cabeza, yendo finalmente a parar en la frase de Poe que había leído la noche anterior y que no podía apartar de mis pensamientos:
Vivía solitario
en un mundo de quejidos
y mi alma era una marea estancada.