31

El teléfono me sacó de un sueño profundo. Eché un vistazo a los extraños confines de la habitación, tratando de orientarme, hasta que mis ojos se detuvieron en Rachel.

– Será mejor que lo cojas -dijo con calma-. Ésta es tu habitación.

Me dio la impresión de que a ella no le había costado tanto como a mí despertarse. De hecho, por un instante, tuve la sensación de que ya estaba despierta y mirándome antes de que sonara el teléfono. Levanté el auricular después del que debía de ser el noveno o décimo timbrazo, mientras me fijaba en el reloj de la mesilla. Eran las siete y cinco.

– ¿Sí?

– Que se ponga Walling.

Me quedé de piedra. Aquella voz tenía alguna reminiscencia que me sonaba, pero no conseguí hallarla en mi mente confusa. Entonces caí en la cuenta de que Rachel no tenía por qué estar en mi habitación.

– Se equivoca de habitación. Ella está en…

– No me jodas, reportero. Dile que se ponga.

Tapé el micrófono con la mano y me volví hacia Rachel.

– Es Thorson. Dice que sabe que estás allí… digo, aquí.

– Dámelo -dijo airada, arrancándome el teléfono de la mano.

– ¿Qué quieres?

Hubo un largo silencio. Él debió de decirle dos o tres frases.

– ¿De dónde procede? Más silencio.

– ¿Por qué me llamas a mí? -le preguntó, de nuevo con voz airada-. Ve y díselo a él, si es lo que quieres. Seguro que le encantará saber que eres una especie de fisgón.

Me pasó el teléfono y lo colgué. Se puso una almohada sobre la cara y lanzó un gruñido. Se la quité.

– ¿Qué pasa?

– Malas noticias para ti, Jack. -¿Qué?

– En la edición de esta mañana del Times de Los Angeles aparece un reportaje sobre el Poeta. Lo siento. Tengo que llevarte a la oficina para una reunión con Bob.

Me quedé callado un instante, perplejo.

– ¿Cómo se habrán…?

– No lo sabemos. Precisamente de eso es de lo que vamos a hablar.

– ¿Te ha dicho qué es lo que saben?

– No, aunque parece que es bastante.

– Sabía que tenía que haberlo escrito ayer. ¡Maldita sea! Cuando quedó claro que ese tipo sabe que estáis tras él, no había ningún motivo para no escribirlo.

– Hiciste un trato y lo has cumplido. Tenías que hacerlo, Jack. Mira, vamos a esperar hasta que lleguemos a la oficina y veamos qué es lo que tienen.

– Voy a llamar a mi redactor jefe.

– Después. Parece que Bob ya está allí y nos está esperando. Volvió a sonar el teléfono. Ella tiró violentamente del auricular.

– ¿Qué pasa? -dijo con voz muy disgustada. Luego, en un tono más suave, se dirigió a mí-: Toma, es para ti. Sonrió tímidamente y me pasó el teléfono.

Después me besó suavemente en la mejilla, susurrándome que iba a su habitación a prepararse, y empezó a vestirse. Yo me puse al teléfono.

– ¿Diga?

– Soy Greg Glenn. ¿Quién era?

– Uf, era una agente del FBI. Hemos de ir a una reunión. Supongo que te has enterado de lo del Times.

Joder, si me he enterado!

Me iba invadiendo una sensación de abatimiento.

– Han conseguido un reportaje sobre el asesino. Nuestro asesino, Jack. Le llaman el Poeta. Me aseguraste que teníamos la exclusiva y que eso iba a misa. -Iba. Eso fue todo lo que acerté a decir. Cuando Rachel acabó de vestirse me dedicó una mirada comprensiva.

– Se acabó -prosiguió Glenn-. Vas a volver ahora y lo escribirás para mañana. Lo que tengas. Y será mejor que tengas más que ellos. Podríamos haberlo publicado nosotros, Jack, pero me convenciste. Ahora tenemos que ponernos al día con lo que era nuestra exclusiva, maldita sea.

– ¡De acuerdo! -le dije con energía, sólo para que se callase.

– Y espero no descubrir que tu estancia en Phoenix se ha alargado sólo porque has ligado.

– Que te jodan, Greg. ¿Tienes ahí el reportaje o no?

– Claro que lo tengo. Un gran reportaje. Muy bien escrito. ¡Pero en otro periódico!

– Léemelo. No, espera un momento. Tengo que ir a esa reunión. Si hay alguien en la biblioteca…

– ¿No me has oído, Jack? No vas a ir a ninguna reunión. Quiero que vuelvas en el primer avión a escribir eso para mañana.

Vi que Rachel me mandaba un beso y salía de la habitación.

– Entendido. Lo tendrás para mañana. Puedo escribirlo aquí y enviártelo.

– No. Éste es un reportaje que hay que tocar. Quiero tenerte aquí trabajando conmigo.

– Déjame ir a esa reunión y te llamo después.

– ¿Por qué?

– Hay novedades -le mentí-. No sé de qué se trata y tengo que ir a enterarme. Deja que vaya y te llamaré. Mientras, procura que desde la biblioteca envíen el reportaje del Times a mi buzón de correo electrónico. Te llamo enseguida. Tengo que irme.

Colgué sin darle tiempo a protestar. Me vestí a toda prisa y me dirigí a la puerta con la bolsa del ordenador. Estaba aturdido. No tenía ni idea de cómo podía haber ocurrido. Aunque se iba abriendo camino una idea: Thorson.

Cogimos cada uno dos tazas de una barra improvisada en el vestíbulo y nos pusimos en camino hacia la oficina de los federales. Ella llevaba consigo todo su equipaje. Yo me había olvidado. No dijimos nada hasta después de acabar la primera taza. Supuse que a ambos nos asaltaban pensamientos y dilemas diferentes.

– ¿ Vuelves a Denver? -me preguntó.

– Todavía no lo sé.

– ¿Ha ido mal?

– Sí, muy mal. Es la última vez que se fía de una promesa mía.

– No me cabe en la cabeza cómo ha podido ocurrir. Tendrían que haber llamado a Bob Backus para que lo comentase.

– Quizá lo hicieron.

– No, él te lo habría dicho. Habría cumplido el trato. Pertenece a la segunda generación del FBI. No conozco a nadie tan cumplidor como ese hombre.

– Bueno, espero que ahora lo cumpla. Porque hoy voy a ponerme a escribir.

– ¿Qué decía el reportaje?

– No lo sé. Lo sabré en cuanto conecte el ordenador a un teléfono.

Ya habíamos llegado a los juzgados. Aparcó en el garaje para funcionarios.

En la sala sólo estaban Backus y Thorson. Backus abrió la reunión lamentando que la filtración ocurriese antes de que yo hubiera podido escribir. Parecía sincero y me supo mal haber puesto en duda su integridad con los comentarios que le acababa de hacer a Rachel.

– ¿Lo tenéis? Yo puedo conseguirlo con mi ordenador si se me permite conectarlo a la línea telefónica.

– Por supuesto. Estaba esperando que alguien de la oficina de Los Angeles me lo enviase por fax. La única noticia que tengo es que Brass me ha dicho que en Quantico ya estamos recibiendo llamadas de otros medios de información.

Enchufé el ordenador, lo puse en marcha y lo conecté con el sistema del Rocky. No me paré a leer los mensajes que tenía. Me fui derecho a mi bandeja personal y miré los archivos que había en ella. Vi que había dos nuevos: «poetcopy» e «hipnotic». Entonces recordé que le había pedido a Laurie Prine noticias sobre hipnotismo y sobre Horace el Hipnotizador, pero ya las miraría más tarde. Abrí en pantalla el archivo «poetcopy» y me llevé una sorpresa, que tendría que haberme esperado ya antes de leer la primera frase del reportaje.

– ¡Maldita sea!

– ¿Qué pasa? -me preguntó Rachel.

– Lo ha escrito Warren. Nada más dimitir de la Fundación, la manera más inmediata que se le ha ocurrido para volver a entrar en el Times ha sido utilizar mi tema.

– Periodistas -dijo Thorson con manifiesta alegría-. No te puedes fiar de ellos.

No le hice caso, aunque había sido duro. Estaba enfadado por lo ocurrido. Con Warren y conmigo mismo. Tendría que haberlo previsto.

– Léelo, Jack -dijo Backus. Y así lo hice.

EL FBI y LA POLICÍA BUSCAN A UN ASESINO DE DETECTIVES

La presa se vuelve contra los cazadores

Por Michael Warren, especial para el Times

El FBI ha iniciado la persecución de un asesino en serie, cuyas víctimas han sido nada menos que siete detectives de homicidios, en una carrera desbocada por todo el país que empezó haceya tres años.

El sospechoso, apodado «el Poeta» porque deja versos de la obra de Edgar Alian Poe en la escena de sus crímenes, ha intentado hacer pasar por suicidios las muertes de sus víctimas.

Y como suicidas han sido consideradas esas víctimas durante tres años, hasta que la semana pasada se descubrieron las similitudes entre los crímenes, incluidas las citas de Poe, según una fuente próxima a la investigación.

Este descubrimiento impulsó al FBI a agilizar sus esfuerzos por identificar y capturar al Poeta. Varias docenas de agentes federales y la policía local de siete ciudades están llevando a cabo la investigación, dirigida por el Servicio de Ciencias del Comportamiento (BSS) del FBI En estos momentos ésta se centra en Phoenix, donde se produjo la última muerte atribuida al Poeta, según la citada fuente.

Esta fuente, que se confió al Times a condición de mantenerse en el anonimato, se negó a revelar de qué modo sé han descubierto las actividades del Poeta, aunque afirmó que la información crucial surgió de un estudio conjunto del FBI y la Fundación para el Cumplimiento de la Ley sobre suicidios de policías en los últimos seis años.

La noticia daba a continuación la lista de las víctimas y algunos detalles de cada caso. Después incluía unos cuantos párrafos de relleno sobre la unidad del BSS y terminaba con una cita encubierta de la misma fuente anónima que aseguraba que el FBI no sabía gran cosa sobre quién era el Poeta y dónde estaba.

Cuando acabé de leer se me habían encendido las mejillas de ira. No hay nada peor que sentirse atado por la letra de un compromiso cuando una de las personas con las que has cerrado el trato lo incumple. En mi opinión, el reportaje era flojo: mucha palabrería sobre escasos hechos, y todo atribuido a una fuente anónima. Warren no mencionaba siquiera el fax ni, lo que es peor, los asesinatos cometidos como cebo. Yo estaba seguro de que lo que me proponía escribir aquel día iba a ser la piedra de toque sobre el Poeta. Pero eso no calmaba un ápice mi enojo. Por muchos defectos que tuviera el reportaje, estaba claro que Warren había hablado con alguien del FBI. Y yo no podía dejar de pensar en que esa persona estaba sentada conmigo en aquella mesa.

– Habíamos hecho un trato -dije mirando por encima del ordenador-. Alguien le ha dado esto a ese tipo. Él sabía lo que le conté cuando acudí a él el jueves, pero el resto se lo ha sacado a alguien del FBI. Probablemente a alguien de nuestro equipo. Probablemente a alguien…

– Es posible, Jack, pero…

– Él ya lo tenía todo gracias a ti -interrumpió Thorson-. Sólo puedes culparte a ti mismo.

– Te equivocas -le dije volviéndome hacia él-. Yo le proporcioné bastante material, pero no le dije nada del Poeta. Ni siquiera le habíais dado ese nombre cuando yo hablé con Warren. Eso ha salido de aquí, del equipo. Y eso rompe nuestro trato. Alguien se ha ido de la lengua y ha levantado la liebre. Tengo que ponerme a escribir lo que sé de hoy para mañana.

Un breve silencio se adueñó de la sala.

– Jack -dijo Backus-, ya sé que esto no te servirá de consuelo, pero te aseguro que cuando disponga del tiempo suficiente me voy a enterar de quién ha sido el autor de la filtración, y esa persona no volverá a trabajar conmigo, y quizá ni siquiera va a seguir en el FBI.

– Tienes razón. No me consuela demasiado.

– Sin embargo, tengo que pedirte un favor.

Me quedé mirando a Backus, preguntándome si realmente tendría el valor de intentar convencerme para que retuviera el reportaje que todos los periódicos y cadenas de televisión del país iban a estar elaborando aquella misma noche y al día siguiente.

– ¿De qué se trata?

– Cuando lo escribas… Quisiera que tuvieras en cuenta que todavía necesitamos atrapar a ese tipo. Tienes información que puede echar al traste nuestras posibilidades de conseguido. Estoy hablando de cosas concretas. Detalles sobre el perfil. Detalles sobre la posibilidad de la hipnosis, sobre los condones. Si los publicas, Jack, y si esas cosas salen en la tele o en periódicos a los qué él tenga acceso, entonces cambiará sus métodos. ¿Entiendes lo que quiero decir? Sólo conseguirás ponérnoslo más difícil todavía. Asentí, pero inmediatamente le miré afilando los ojos.

– No irás a decirme tú lo que tengo que escribir.

– Lo sé. Te estoy pidiendo que pienses en tu hermano, en nosotros, y que tengas mucho cuidado con lo que escribes. Confío en ti, Jack. De manera implícita.

Me quedé pensando un buen rato y volví a asentir.

– Bob, hice un trato contigo y se ha roto. Si ahora quieres que te proteja, habrá que hacer otro trato. Hoy te van a asediar los reporteros. Pero quisiera que derivases todas las llamadas hacia los relaciones públicas de Quantico. Sólo yo hablo contigo y puedo citarte en exclusiva. También quiero la exclusiva sobre el fax del Poeta. Si accedes, no mencionaré en mi reportaje los detalles sobre el perfil y la hipnosis.

– Trato hecho -dijo Backus.

Lo dijo tan rápidamente que empecé a pensar que ya sabía exactamente lo que le iba a decir antes de que se lo dijera,

que ya estaba al tanto de que le iba a proponer un nuevo compromiso.

– Pero una cosa, Jack -añadió-. Hemos de ponernos de acuerdo en omitir una frase del fax. Si empezamos a conseguir confesiones, tenemos que poder utilizar la frase del fax omitida para eliminar a los farsantes.

– No hay problema -le dije.

– Yo me quedaré aquí. Te aseguro que atenderé todas tus llamadas. Ninguna más de la prensa.

– Pueden ser muchas.

– De todos modos, mi intención era pasárselas todas a los de relaciones públicas.

– Si han de declarar sobre el origen de todo esto, que no den mi nombre. Que digan que todo surgió a partir de una investigación del Rocky Mountain News.

Backus asintió.

– Una cosa más -añadí y me detuve un instante-. Todavía me preocupa la filtración. Si me entero de que el Times de Los Angeles o cualquier otro medio de comunicación consigue hoy el fax del Poeta, publicaré todo lo que sé en el siguiente reportaje. Incluido el perfil y todo eso. ¿Vale?

– Entendido.

– Tú, soplón -me dijo Thorson, enojado-. ¿Crees que puedes venir aquí y dictamos lo que…?

– Jódete, Thorson -le solté-. Estaba deseando decírtelo desde Quantico. Jódete, ¿vale? Apostaría a que has sido tú el que se ha ido de la lengua, así que no me vengas ahora llamándome so…

– ¡Jódete tú! -rugió Thorson mientras se levantaba desafiante.

Pero Backus se levantó rápidamente y le puso una mano sobre el hombro. Lo empujó con suavidad para que volviera a sentarse. Rachel lo contemplaba todo con un asomo de sonrisa en los labios.

– Tranquilo, Gordon -le susurró Backus-. Tranquilo. Nadie está acusando a nadie de nada. Dejemos que las cosas se enfríen. Todos estamos un poco alterados, pero no hay motivo para que no nos calmemos. Jack, ésa es una acusación peligrosa. Si puedes respaldarla con algo, dínoslo. Si no, será mejor que te disculpes.

No dije nada. Sólo me barruntaba que Thorson había filtrado el tema para joderme a causa de su paranoia hacia los periodistas en general y de mis relaciones con Rachel en particular. Eso no era algo que se pudiera discutir allí. Por fin, todos nos sentamos y nos quedamos mirándonos.

– Ha sido todo un espectáculo, colegas, pero me gustaría ponerme a trabajar -dijo finalmente Rachel.

– Y yo tengo que irme -dije-. ¿Qué frase del fax es la que quieres que omita?

– La adivinanza -contestó Backus-. No menciones a los Amigos del alma. Me quedé pensativo un instante. Era una de las mejores.

– De acuerdo. No hay problema.

Me levanté al mismo tiempo que lo hacía Rachel.

– Te acompañaré al hotel.

– ¿Sienta mal que te chafen una primicia como ésta? -me preguntó cuando nos dirigíamos al hotel.

– Muy mal. Supongo que es como cuando a vosotros, los del FBI, se os escapa alguien. Espero que Backus le dará caña por esto a Thorson… El muy gilipollas.

– Le será difícil demostrarlo. No es más que una sospecha.

– Si le cuentas a Backus lo nuestro y le dices que Thorson lo sabe, se lo creerá.

– No puedo. Si lo hago, seré yo la única que salga perdiendo. Cambió de tema tras un breve silencio, para volver sobre el reportaje.

– Tú tienes mucho más que él. -¿Qué? ¿Quién?

– Me refiero a Warren. Tu reportaje será mejor.

– El primero que cuenta la historia es el primero que se lleva la gloria. Es un viejo refrán periodístico. Pero es cierto. En la mayoría de las noticias, el primero que la da es casi siempre el único que merece crédito, incluso cuando esa primera versión está llena de lagunas y mentiras. Incluso cuando es una historia robada.

– O sea ¿que de eso se trata? ¿De conseguir crédito? ¿Sólo por ser el primero, aunque no digas la verdad? Me quedé mirándola y traté de sonreír.

– Sí, a veces. La mayoría. Vaya oficio, ¿no?

No contestó. Circulamos un rato en silencio. Yo estaba deseando que ella dijera algo sobre lo que había o no entre nosotros, pero no lo hizo. Ya nos acercábamos al hotel.

– ¿Y si no consigo convencerle para que me deje quedarme aquí y tengo que volver a Denver? ¿Qué pasará con lo nuestro?

Se quedó un rato callada.

– No lo sé, Jack. ¿Qué quieres que pase?

– No lo sé, pero no me gustaría que terminase así, tan… No sabía cómo decirle lo que deseaba.

– Yo tampoco quiero que acabe así.

Se detuvo frente al hotel para que yo me apeara. Dijo que tenía que volver. Un tipo con chaqueta roja y hombreras

doradas me abrió la puerta, privándonos de toda intimidad. Quería besarla, pero había algo en el ambiente que me lo impedía, quizás el hecho de estar en un coche oficial.

– Te veré en cuanto pueda -afirmé-. Tan pronto como pueda.

– Bueno -dijo sonriendo-. Adiós, Jack. Suerte con el reportaje. Llámame a la oficina para contarme si vas a escribirlo aquí. Quizá podamos vernos esta noche.

Ése era el mejor de los motivos que se me podían haber ocurrido para permanecer en Phoenix. Ella se acercó y me acarició la barba como lo había hecho aquella primera vez. Y justo antes de que saliera del coche me pidió que esperase. Sacó de su bolso una tarjeta, escribió un número en el dorso y me la dio.

– Es el número de mi busca para casos de emergencia. Funciona por satélite, así que puedes llamarme esté donde esté

– ¿En cualquier parte del mundo?

– En cualquier parte del mundo. Hasta que el satélite se caiga.

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