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Gladden se arrepintió de no haberle preguntado a Darlene dónde estaba el mando a distancia antes de matarla. Le fastidiaba tener que levantarse para cambiar de canal. Todos los canales de la televisión de Los Angeles le sacaban jugo al reportaje del Times. Pero tendría que sentarse justo delante del aparato para ir cambiando de canal si quería ver todas las versiones. Ya le había visto la cara al detective Thomas. Lo habían entrevistado en todos los canales.

Se quedó tumbado en el sofá, demasiado nervioso para irse a dormir. Quería cambiar a la CNN, pero no tenía ganas de levantarse otra vez. Estaba viendo un canal por cable del final de la lista de emisoras. Una mujer con acento francés preparaba crepés rellenos de yogur.

Gladden no sabía si serían un postre o un desayuno. Pero el programa le abrió el apetito y se le ocurrió que a lo mejor se comía otra lata de ravioli. Decidió que no. Sabía que tenía que racionar las provisiones. Todavía le quedaban cuatro días por delante.

– ¿Dónde cojones está el dichoso mando, Darlene? -preguntó en voz alta.

Se levantó y cambió de canal, apagó las luces y volvió al sofá. Con el monólogo de los últimos presentadores de la CNN como fondo anestésico, empezó a pensar en sus planes. Ahora sabían que existía y tendría que tomar más precauciones que nunca.

Por fin le llegó el sueño, se le caían los párpados y el ruido de la televisión le sirvió de nana para dormirse del todo. Justo cuando caía, lo despabiló una referencia a un reportaje de Phoenix sobre el asesinato de un inspector de policía. Gladden abrió los ojos.

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