48

El sol se estaba poniendo y el cielo estaba del color de las calabazas maduras con cuchilladas de rosa fosforescente. Era tan hermoso que incluso la maraña de vallas publicitarias se me hizo agradable. Esperando a que llamara otra vez Bledsoe, que era el que había dejado el recado mientras yo hablaba con Rachel, volví a salir al balcón para intentar pensar y hacerme una idea clara de la situación. Su mensaje decía que no estaba en la oficina y que volvería a llamar.

Me quedé mirando al Hombre Marlboro, con sus ojos rodeados de arrugas y su estoico mentón. Siempre había sido uno de mis héroes, sin importarme que estuviera tan hueco como la página de la revista o la valla publicitaria. Recuerdo estar sentado a la mesa a la hora de cenar, ocupando mi sitio a la derecha de mi padre. Él siempre fumaba, con el cenicero a la derecha del plato. Así aprendí a fumar. Identificaba a mi padre con el Hombre Marlboro, por lo menos en aquella época.

De vuelta a la habitación, llamé a casa y contestó mi madre. Como de costumbre, se interesó por cómo estaba y me riñó amablemente por no haber llamado antes. Cuando le aseguré que estaba bien y conseguí calmarla, le pedí que me pasara a mi padre. No habíamos hablado desde el funeral, si es que hablamos aquel día.

– Hola, papá.

– Hijo. ¿Seguro que estás bien?

– Sí. ¿Y tú?

– Sí, bien. Sólo que estábamos preocupados por ti.

– No os preocupéis. Todo va bien.

– Es una locura, ¿no?

– ¿Lo de Gladden? Sí.

– Riley está aquí con nosotros. Se quedará unos días.

– Eso está muy bien.

– ¿Quieres hablar con ella?

– No. Quería hablar contigo.

Se quedó callado, como si eso le pusiera nervioso.

– ¿Estás en Los Angeles? Lo dijo con una «g» áspera.

– Sí, todavía estaré uno o dos días más. Sólo… llamaba porque quería… He estado pensando y quería decir que lo siento.

– ¿Por qué, hijo?

– No sé, por todo. Por Sarah, por Sean. Verás -me reí de la forma en que uno se ríe cuando algo no es gracioso y se siente incómodo-, lo siento por todo.

– Jack. ¿Seguro que estás bien?

– Estoy bien.

– Bueno, no tienes que disculparte por nada.

– Sí, papá, sí.

– Bueno… pues nosotros también lo sentimos. Lo siento. Dejé que el silencio subrayara sus palabras.

– Gracias, papá. Te dejo. Despídeme de mamá y saluda a Riley de mi parte.

– Sí. ¿Por qué no te pasas por aquí cuando vuelvas y te quedas también un par de días?

– Sí, lo haré.

Colgué. «El Hombre Marlboro», pensé. Miré por el balcón abierto y vi sus ojos que me miraban a hurtadillas por encima de la barandilla. Me volvía a doler la mano, y también la cabeza. Sabía demasiadas cosas que no deseaba saber. Me tomé otra pastilla.

A las cinco y media llamó por fin Bledsoe. Las noticias que me dio no eran buenas. Era la pieza que faltaba, el último desgarrón del velo de esperanza al que me asía. A medida que le escuchaba notaba cómo la sangre abandonaba mi cabeza. Volvía a estar solo. Y lo peor era que la mujer a la que había deseado no sólo me había rechazado, sino que me había utilizado y traicionado como nunca creí que pudiera hacerlo una mujer.

– Esto es lo que he sabido -dijo Bledsoe-. Agárrate que vienen curvas, te lo advierto.

– Suéltalo.

– Rachel Walling. Su padre era Harvey Walling. Yo no lo conocí. Cuando él era detective, yo todavía estaba patrullando las calles. He hablado con uno de los detectives de entonces y dice que le llamaban Harvey Bulldozer. Ya sabes, lo de la bebida. Era un tipo raro y solitario.

– ¿Qué sabes de su muerte?

– Ahora voy a eso. He pedido a un compañero que revisara los archivos. Ocurrió hace diecinueve años. Es curioso que no lo recuerde. Debía de tener la cabeza en otro sitio. Bueno, me encontré con mi colega en la taberna de Fells

Point y me dejo el expediente. Lo primero es que, con toda seguridad, era su padre. Su nombre aparece allí. Ella fue la que lo encontró. Se había pegado un tiro. Un tiro en la sien. Quedó como un suicidio, pero había algunos problemas.

– ¿Cuáles?

– Bueno, para empezar, no había dejado ninguna nota, y además llevaba guantes. Es verdad que era invierno, pero lo hizo dentro de casa. A primera hora de la mañana. El investigador puso en el informe que no le gustaba el detalle.

– ¿Había residuos de pólvora en uno de los guantes?

– Sí, había.

– ¿Estaba ella… Estaba Rachel en casa cuando ocurrió?

– Dijo que cuando oyó el disparo estaba en el piso de arriba, durmiendo en su habitación. En su cama enorme. Tuvo miedo y dice que no bajó hasta una hora después. Entonces lo encontró. Eso es lo que dice el informe.

– ¿Y la madre?

– No había madre. Se había ido hacía años. Desde entonces, Rachel vivía sola con su padre.

Me quedé pensando en lo que me había dicho. El detalle del tamaño de la cama y algo en el tono con que había pronunciado la última frase me daban que pensar.

– ¿Qué más, Dan? Me estás escondiendo algo.

– Jade, déjame preguntarte algo. ¿Estás liado con esa chica? Como te dije, vi en las noticias que…

– ¡Mira, no tengo tiempo! ¿Qué me escondes?

– Está bien, está bien. Lo único que no te he dicho es que en el informe ponía que era extraño que su cama estuviera hecha.

– ¿De qué hablas?

– De la cama del padre. Estaba hecha. Se podía pensar que se había levantado, había hecho la cama, se había vestido y se había puesto el abrigo y los guantes como si fuera a ir a trabajar, pero que finalmente se había sentado y se había pegado un tiro en la cabeza. Eso, o que se había pasado toda la noche despierto pensando y finalmente lo había hecho.

Noté que me invadían el cansancio y la tristeza. Resbalé de la silla al suelo con el teléfono todavía pegado a la oreja.

– El tipo que llevó el caso ya está retirado, pero lo tengo localizado. Mo Friedman. Empecé a trabajar de detective cuando él estaba a punto de jubilarse. Es un buen hombre. He hablado con él hace unos minutos. Vive en Poconos. Le he recordado el caso y le he preguntado su opinión. La personal, le he dicho.

– ¿Qué ha dicho?

– Que lo dejó tal como estaba porque creyó que, en cualquier caso, Harvey Bulldozer había recibido lo suyo.

– ¿Pero él qué pensaba?

– Ha dicho que, en su opinión, si la cama estaba hecha era porque nadie había dormido en ella. Que nunca se utilizaba. Ha dicho que cree que el padre dormía con la hija en la cama grande y una mañana ella se cansó. No ha vuelto a saber nada después, ni se ha enterado de todo lo que está pasando últimamente. Tiene setenta años y se dedica a hacer crucigramas. Dice que no le gusta ver las noticias. No sabía que la hija era agente del FBI. Me dejó sin habla. Ni siquiera podía moverme.

– Jack, ¿sigues ahí?

– Tengo que dejarte.

La telefonista de la oficina local me dijo que Backus ya no volvería. Cuando le pedí que lo comprobara de nuevo me hizo esperar cinco minutos, durante los cuales seguro que se estuvo haciendo las uñas o retocando el maquillaje. Cuando se puso de nuevo al aparato me confirmó que se había marchado definitivamente y que volviera a intentado por la mañana. Colgó antes de que pudiera decide nada más.

Backus era la pieza clave. Tenía que verlo, contarle lo que sabía y actuar según él dispusiera. Supuse que si no estaba en la oficina, seguramente habría vuelto al motel Wilcox. Yo igualmente tenía que ir a recoger el coche. Me colgué el ordenador al hombro y me dirigí a la puerta. Abrí y me quedé estupefacto. Backus estaba allí, con el puño en alto, a punto de llamar a la puerta.

– Gladden no era el Poeta. Era un asesino, sí, pero no el Poeta. Puedo probarlo.

Backus me miró como si le hubiera dicho que había visto que el Hombre Madboro me guiñaba el ojo.

– Jack, mira, te has pasado el día haciendo llamadas extrañas. Primero a mí, después a Quantico. He venido porque me preocupaba que los médicos hubieran pasado algo por alto ayer noche. Venía a ver si te apetecía dar una vuelta para

– Mira, Bob, no te culpo por pensar eso después de lo que te he preguntado a ti y a Hazelton, pero tenía que esperar hasta estar seguro. Ahora ya lo estoy. Puedo explicártelo. Salía a buscarte en este mismo momento.

– Entonces siéntate y dime de qué me estás hablando. Me dijiste que entró una raposa en el gallinero. ¿Qué querías decir?

– Quería decir que, estando donde estáis, vuestro trabajo es identificar a esa gente. Los delincuentes múltiples, como los llamáis vosotros. Y teníais uno entre vosotros.

Backus suspiró ruidosamente y sacudió la cabeza.

– Siéntate, Bob, y te contaré lo que sé. Si cuando acabe todavía crees que estoy loco, puedes llevarme al hospital.

Pero estoy seguro de que no lo creerás.

Backus se sentó a los pies de la cama y empecé a hilvanar la historia reconstruyendo los movimientos y las llamadas que había hecho durante la tarde. Me llevó casi media hora contarle sólo eso. Y justo cuando estaba a punto de empezar a darle mi interpretación de la información que había recogido, me interrumpió con algo que ya había considerado y para lo que estaba preparado.

– Te olvidas de algo. Dijiste que Gladden había admitido que mató a tu hermano. Al final. Lo dijiste tú mismo y esta tarde lo he leído en tu declaración. Incluso dijiste que te había reconocido.

– Pero se equivocaba. Yo me equivocaba. En ningún momento le dije el nombre de Sean. Sólo dije mi hermano. Le dije que había matado a mi hermano y él creyó que mi hermano era uno de los niños. ¿Entiendes? Por eso dijo lo que dijo, que había matado a mi hermano para salvarlo. Creo que quería decir que mataba a esos niños porque sabía que después de haber estado con ellos, no tenían remedio. De la misma manera que a él le había desgraciado Beltran. Creía que matándolos les salvaba de convertirse en lo que él mismo era. No hablaba de los policías, sólo de los niños. Creo que no tenía ni idea de lo de los policías… Y por lo que se refiere a que me reconociera, salí en las noticias de televisión, ¿recuerdas? Me pudo reconocer por eso.

Backus miró al suelo; observé cómo intentaba cuadrar la información y por su expresión supe que lo consideraba plausible. Estaba empezando a convencerle.

– De acuerdo -dijo-. ¿Y qué pasa con Phoenix, las habitaciones de hotel y todo eso? ¿Cómo encaja eso?

– Nos estábamos acercando. Rachel lo sabía y necesitaba hacer algo para desviar la investigación o para que apuntara únicamente hacia Gladden cuando lo cogiéramos. Aun cuando todos los policías del país deseaban verlo muerto, no podía estar segura de lo que ocurriría… De modo que hizo tres cosas. Primero, envió el fax, el del Poeta, desde su ordenador al número general de Quantico. Lo escribió asegurándose de que la información que contenía relacionara de manera definitiva a Gladden con los asesinatos de policías. ¿Recuerdas la reunión del fax? Ella fue la que dijo que relacionaba todos los casos.

Backus asintió con la cabeza, pero no dijo nada.

– Luego -añadí-, pensó que si le filtraba la historia a Warren haría saltar mi reportaje y provocaría la estampida del resto de los medios de información. Gladden se enteraría en cualquier sitio y desaparecería al saber que no sólo se le acusaba de los asesinatos que había cometido, sino de los asesinatos de policías que habían venido después. Así que llamó a Warren y le dio la información. Debía de saber que había ido a Los Angeles a vender la historia después de que le despidieran de la Fundación. Puede que la llamara y le dejara dicho dónde estaba. ¿Me sigues?

– Estabas tan seguro de que era Gordon…

– Lo estaba. Y tenía buenas razones. Las facturas del hotel. Pero el recibo de la farmacia demuestra que no estaba en su habitación cuando se hicieron las llamadas, y Warren me dijo que Thorson no era su informador. Ya no tenía ningún motivo para mentir. Thorson estaba muerto.

– ¿Qué fue lo tercero?

– Creo que conectó por ordenador con la red ASP No sé cómo se habría enterado. Puede que fuera un soplo al FBI o algo parecido. No estoy seguro. Pero conectó. No sé, puede que fuera entonces cuando envió uno de esos archivos del ídolo que Clearmountain encontró. También esta vez eran pruebas que relacionaban a Gladden con los asesinatos del Poeta. Lo estaba envolviendo en un paquete para regalo. Aunque yo no lo hubiera matado y estuviera vivo para negarlo todo, las pruebas estarían ahí y nadie le habría creído, sobre todo por los asesinatos que sí que había cometido.

Me tomé un respiro para que Backus pudiera digerir todo lo que le había dicho hasta entonces.

– Las tres llamadas las hizo desde la habitación de Thorson -continué al cabo de medio minuto-. No era más que otra precaución. Si salía mal, no quedaría rastro de que ella había hecho las llamadas. Pero la caja de condones la delata. Tú conoces de primera mano la relación que tenía con Thorson. Se peleaban, pero aún había algo. Él todavía estaba pendiente de ella y ella lo sabía. Y lo utilizó. Creo que si le hubiera dicho que fuera a buscar una caja de condones mientras ella se quedaba esperándole en la cama, habría salido corriendo hacia la farmacia como si se le quemara el culo. Y creo que eso fue exactamente lo que hizo. Sólo que ella no se quedó esperando en la cama. Hizo las llamadas y cuando Thorson volvió ya no estaba. Thorson no me contó exactamente todo esto, pero me lo dio a entender con otras palabras. El día que trabajamos juntos.

Backus asintió. Se le veía perdido. Creo que pensaba en lo que sería de su carrera. Primero, su autoridad cuestionada por el fracaso del arresto de Gladden y ahora esto. Sus días como ayudante agente especial al mando estaban contados.

– Parece tan…

No acabó la frase y yo tampoco la acabé por él. Todavía tenía más cosas que contarle, pero esperé. Se puso de pie y dio unos pasos. Miró por la puerta del balcón hacia el Hombre Marlboro. No pareció fascinarle tanto como a mí.

– Habíame de la luna, Jack.

– ¿Qué quieres decir?

– De la luna del Poeta. Me has contado el final de la historia. ¿Cuál es el principio? ¿Cómo llega una mujer al punto en el que estamos ahora?

Se volvió y me miró con una expresión desafiante. Buscaba algo, cualquier cosa que le sirviera para no creerlo. Me aclaré la garganta antes de empezar.

– Ésa es la parte más dura -le dije-. Deberías preguntarle a Brass.

– Lo haré. Pero inténtalo.

Me quedé pensando un momento antes de empezar.

– Una niña, no sé, de unos doce o trece años. Su padre abusa de ella sexualmente. Su madre, bueno… Su madre la abandona. O sabía lo que ocurría y no podía impedirlo, o simplemente no le importaba. La madre se va y la deja sola con su padre. Él es policía, un detective. La amenaza y la convence de que no puede contárselo a nadie porque él lo descubriría. Le dice que nadie la creerá y ella le cree… Así que un día se harta, o siempre ha estado harta pero no ha tenido la oportunidad o no se le ha ocurrido el plan adecuado. Lo que sea. Pero llega el día en que lo mata y hace que parezca que lo ha hecho él mismo. Suicidio. Lo ha conseguido. Hay un detective en el caso que se da cuenta de que algo no cuadra, pero ¿qué va a hacer? Sabe que se lo merecía. Y lo deja pasar.

Backus estaba en medio de la habitación mirando al suelo.

– Sabía lo de su padre. La versión oficial, quiero decir.

– Un amigo me ha averiguado los detalles de la otra versión. -Y ¿luego?

– Luego se hace mayor. El poder que sintió que tenía en aquel momento explica muchas cosas. Lo supera. Pocos lo consiguen, pero ella lo hace. Es una chica inteligente y va a la universidad a estudiar psicología, para aprender acerca de sí misma. Finalmente, incluso es reclutada por el FBI. Destaca, asciende rápidamente hasta que llega a la unidad que estudia los casos de personas como su padre. Y como ella. ¿Lo ves? Toda su vida ha sido una lucha por comprender. Cuando el jefe de su equipo decide estudiar los casos de suicidios de policías, acude a ella porque conoce la historia oficial acerca de su padre. No sabe la verdad, sólo la historia oficial. Acepta el trabajo sabiendo en su interior que la razón por la que ha sido elegida es un engaño.

Me detuve ahí. Cuanto más avanzaba en la historia, más sensación de poder tenía. El conocimiento de los secretos ajenos es un poder que emborracha. Me regodeaba en mi capacidad para reconstruir la historia.

– Y entonces -susurró Backus-, ¿cómo se le fue de las manos? Me aclaré la garganta.

– Todo iba bien -continué-. Se casó con un compañero y todo iba bien. Pero luego las cosas empezaron a torcerse. No sé si sería la tensión del trabajo, los recuerdos, el fracaso del matrimonio, o puede que todo junto. Pero empezó a no ser ella misma. Su marido la dejó, creyendo que en el fondo estaba vacía. El Desierto Pintado, la llamaba él, y ella le odiaba por eso. Y luego… puede que recordara el día en que mató a su torturador. A su padre. Recordaría la paz que sintió… La liberación.

Lo miré. Tenía la mirada perdida, quizás imaginando la historia a medida que yo relataba aquel horror.

– Un día -proseguí-. Un día llega la petición de un perfil. Un niño ha sido asesinado y mutilado en Florida. El detective que lleva el caso quiere un perfil de la persona que lo hizo. Sólo que ella reconoce al detective. Sabe su nombre, Beltran. Un nombre del pasado. Un nombre que quizá surgió en una vieja entrevista y sabe que también él es un torturador, un violador como su padre, y que la víctima que investiga probablemente también es su víctima.

– Entendido -dijo Backus, y retornó el hilo-. Se encuentra en Florida con ese hombre, Beltran, y vuelve a hacerlo. Igual que con su padre. Hace que parezca un suicidio. Sabía incluso dónde tenía escondida la escopeta Beltran. Gladden se lo había dicho. Probablemente fue un asunto fácil. Coge un avión, se presenta allí con sus credenciales, se introduce en la casa y lo hace. Recupera la paz interior. Llena el vacío que sentía. Sólo que no le dura. Pronto vuelve a sentirse vacía y tiene que volverlo a hacer. Una y otra vez. Sigue al asesino, Gladden, y mata a los que van tras él, utilizándole para borrar sus huellas antes incluso de dejarlas.

Backus miraba al vacío mientras hablaba, absorto en alguna imagen.

– Conocía todos los contactos, todos los movimientos -dijo-. Frotar el condón lubricado en el interior de la boca de Orsulak fue una estratagema perfecta. Verdaderamente genial.

Asentí y continué a partir de ahí.

– Había visto su celda y sabía que en los estantes había una fotografía que alguien podía descubrir -dije-. Sabía que los libros de Poe salían en la foto. Todo era un montaje. Seguía a Gladden adonde fuera. Le comprendía. Por los casos que llegaban para establecer un perfil sabía cuáles eran los que le pertenecían. Se identificaba con él y lo seguía. Salía y mataba al policía que iba tras él. Hizo que todos parecieran suicidios, pero tenía a Gladden para que cargara con ellos si algún día alguien se entrometía y se destapaba el pastel.

Backus me miró.

– Alguien como tú -dijo.

– Sí. Como yo.

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