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Ya en mi habitación, conecté el ordenador a la línea telefónica y marqué el número para entrar en el ordenador del Rocky. Tenía treinta y seis mensajes esperándome en la bandeja del correo electrónico. Hacía dos días que no lo miraba. La mayoría de los mensajes de mis compañeros eran para darme la enhorabuena, aunque no lo decían explícitamente porque seguramente quienes los habían enviado tenían sus dudas sobre si sería apropiado felicitarme por haber matado al Poeta. Había dos de Van Jackson; quería saber dónde estaba y me pedía que le llamara, y tres de Greg Glenn preguntándome lo mismo. La telefonista del Rocky también había transferido los mensajes para mí a la bandeja de correo, y encontré muchos de reporteros de todo el país y de productores cinematográficos de Hollywood. Además, me habían llamado mi madre y Riley Desde luego, yo era un valor en alza. Guardé todos los mensajes por si me apetecía contestados después y me desconecté.

La telefonista cogió mi llamada a la línea directa de Greg Glenn y me dijo que Glenn estaba en una reunión de la redacción y que tenía órdenes tajantes de no pasarle ninguna llamada. Dejé mi nombre y número de teléfono y colgué.

Esperé quince minutos a que Glenn me devolviera la llamada, tratando de no pensar en lo que Warren me había dicho al final de la charla; estaba tan impaciente que me marché de la habitación. Eché a andar hasta que llegué por casualidad a la Book Soup, una librería en la que ya me había fijado antes, al pasar en coche con Warren. Fui a la sección de misterio y encontré un libro que había leído en una ocasión y que estaba dedicado al agente literario del autor. Según mi teoría, eso era al menos una señal de que el agente era bueno. Con el nombre a mano, me fui a la sección de documentación y busqué al representante en un listado de agencias literarias, con direcciones y números de teléfono. Me aprendí el suyo de memoria, salí de la librería y volví al hotel.

La luz roja del teléfono estaba intermitente cuando entré en la habitación, y me imaginé que sería Glenn, pero prefería llamar primero al agente. En Nueva York eran las cinco y no tenía idea de cuál sería su horario de oficina. Contestó a la segunda señal. Me presenté con pocas palabras y enseguida fui al grano.

– Me gustaría saber si podríamos hablar de que usted fuera mi representante con respecto a… bueno, al tema de un libro que podríamos considerar de crímenes verídicos. ¿Lleva usted crímenes verídicos?

– Sí -dijo-, pero en vez de discutirlo por teléfono, ¿por qué no me envía una carta de presentación con su curriculum y un esquema del proyecto? Entonces le daría una respuesta.

– Lo haría, pero no creo que haya tiempo. Ya me han llamado algunas editoriales y un par de productoras de cine y tengo que tomar una decisión enseguida.

Eso le engancharía, estaba seguro.

– ¿Por qué le han llamado? ¿De qué se trata?

– ¿Ha leído o visto algo en televisión sobre ese asesino de Los Angeles, el Poeta?

– Sí, claro.

– Bueno, pues yo le:… Yo soy el que disparó. Soy escritor… reportero. Mi hermano…

– ¡Ah! ¿Es usted?

– Sí, soy yo.

Aunque le interrumpían frecuentemente otras llamadas, estuvimos hablando unos veinte minutos del posible proyecto de libro y del interés que ya había despertado entre los productores de cine. Me dijo que trabajaba con un agente de Los Angeles que podría encargarse de la parte cinematográfica y que, mientras tanto, cuánto tardaría en mandarle una propuesta de un par de páginas. Le dije que lo tendría listo en menos de una hora y me dio el número del módem-fax de su ordenador. Comentó que si la historia era tan buena como el reportaje de la televisión, tendría el libro vendido antes del fin de semana. Le contesté que era aún mejor.

– Una última pregunta. ¿Cómo ha dado conmigo?

– En AMorning for Flamingos.

La luz roja del teléfono no paraba de hacerme guiños, pero no le hice caso y después de colgar me puse a redactar la propuesta en el ordenador con la intención de resumir las dos últimas semanas en dos páginas. No fue cosa fácil, y menos teniendo en cuenta que sólo contaba con una mano; además, me extendí bastante y terminé con cuatro hojas.

Cuando lo di por acabado, la mano me dolía mucho, aunque había tratado de no moverla nada. Tomé otra pastilla de las que me habían dado en el hospital, y me disponía a releer la propuesta cuando sonó el teléfono.

Era Glenn, y estaba furioso.

– Jack! -me gritó-. Estaba esperando que me llamaras. ¿Qué demonios andas haciendo?

– Te llamé y te dejé un recado. Llevo una hora aquí sentado, esperando que me llamaras tú.

– Pues te he llamado, maldita sea. ¿Es que no te ha llegado mi mensaje?

– No. A lo mejor llamaste cuando salí un momento al pasillo a buscar una Coca-Cola. Pero no me…

– Bueno, bueno, es igual. Escucha. ¿Qué tenemos para mañana? Jackson lleva el tema desde aquí y he mandado a Sheedy en avión esta mañana hacia allá. Va a cubrir la rueda de prensa del FBI. Pero ¿qué novedades tienes por ahí? Todos los periódicos del país van pisándonos los talones y tenemos que seguir con ventaja. ¿Qué novedades hay? ¿Qué tienes que ellos no sepan?

– No sé -mentí-. No hay mucho movimiento. Los del FBI están todavía encajando detalles, supongo… ¿Sigo fuera

del asunto?

– Mira, Jack, no creo que puedas escribir esto. Ya lo hablamos ayer. Estás demasiado implicado. No puedes pedirme que te deje…

– De acuerdo, de acuerdo, sólo era una pregunta. Bueno… hay un par de cosas. Primero, anoche siguieron la pista de ese tipo, Gladden, hasta un apartamento y allí encontraron un cadáver. Otra víctima. Puedes empezar con eso. Pero a lo mejor lo cuentan en la conferencia de prensa. Por otra parte, dile a Jackson que llame a la oficina del FBI de aquí y que pregunte por el ordenador que encontraron.

– ¿Un ordenador?

– Sí, Gladden llevaba un ordenador portátil en el coche. Han tenido a sus cerebros informáticos trabajando en ello toda la noche y esta mañana. No sé, a lo mejor vale la pena llamarles. No sé lo que han encontrado.

– Bien, y tú ¿a qué te has dedicado?

– He tenido que ir a prestar declaración. Hemos estado toda la mañana. Tienen que presentársela al fiscal del distrito para que declare homicidio justificado, o algo así. Volví en cuanto terminamos.

– ¿Es que no te tienen al corriente de lo que pasa?

– No. Oí hablar del cadáver y del asunto del ordenador a un par de agentes, eso es todo.

– Bueno, menos da una piedra.

Se me escapaba la risa, pero no quería que se me notara en la voz. No me importaba revelar el descubrimiento de la última víctima del Poeta. De todos modos, seguro que acabaría saliendo a la luz. Pero si llamaba Jackson, seguro que no lograría siquiera que le confirmaran el hallazgo del ordenador, y mucho menos que le dijeran lo que había dentro. El FBI no haría pública esa información hasta que lo tuviera todo bien claro.

– Lo siento, Greg, no sé nada más -añadí-. Dile a Jackson que lo lamento. Bueno, ¿qué más tiene que hacer Sheedy, aparte de cubrir la rueda de prensa?

Sheedy prometía mucho. Acababan de destinarla al llamado Equipo de Acción, un grupo de reporteros que siempre llevaban el equipaje hecho en el maletero, listos para plantarse en cuestión de minutos en medio de cualquier calamidad, desastre o acontecimiento importante que ocurriera fuera de Denver. Yo también había estado en ese grupo, en otro tiempo. Pero después de cubrir el tercer desastre aéreo y hablar con gente cuyos seres queridos habían quedado aplastados o hechos pedazos, el trabajo me pareció espantoso y volví a los temas policíacos.

– No sé -dijo Glenn-. Echará un vistazo por ahí. ¿Cuándo vuelves?

– Prefieren que me quede en la ciudad, por si los de la oficina del fiscal del distrito quieren hablar conmigo. Espero que todo termine mañana.

– De acuerdo. Bueno, si te enteras de algo, comunícamelo enseguida. Y manda a la mierda a los de recepción de mi parte por no haberte pasado el aviso de mi llamada. Le comunico a Jackson el asunto del ordenador. Hasta la vista, Jack.

– Bien. ¡Ah, Greg! Tengo la mano mucho mejor.

– ¿Cómo?

– Ya sabía que estabas muy preocupado, pero ya no me duele tanto. Seguramente me quedará como nueva.

– Perdona, Jack. Hoy ha sido un día horrible.

– Sí, ya lo sé. Hasta la vista.

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