29

Por la mañana, cuando Rachel me llamó, todavía estaba acostado. Eché un vistazo al despertador: eran las siete y media. No le pregunté por qué no había contestado al teléfono ni a la puerta la noche anterior. Ya me había pasado buena parte de la noche pensándolo y lamentándome, y llegué a la conclusión de que seguramente estaba en la ducha las veces que la telefoneé y llamé a la puerta.

– ¿Estás levantado? -Ahora sí.

– Bien. Llama a tu cuñada. -Vale, de acuerdo.

– ¿Quieres café? ¿Cuánto tardas en prepararte?

– Tengo que hacer la llamada y ducharme. Tardaré una hora, más o menos.

– Pues ahí te quedas, Jack.

– Vale, media hora. ¿Ya te habías levantado? -No.

– Pero ¿no tienes que darte una ducha?

– Yo no tardo una hora en prepararme ni en los días de fiesta.

– Vale, vale. Media hora.

Al levantarme, encontré en el suelo el envoltorio roto del condón. Lo recogí y tomé buena nota de la marca porque seguro que eran los que más le gustaban; después lo tiré a la papelera del cuarto de baño.

Casi deseaba que Riley no estuviera en casa, porque no sabía exactamente cómo pedirle permiso para que desenterraran el cuerpo de su marido; no sabía cómo reaccionaría. Pero sí sabía que a las nueve menos cinco de un domingo por la mañana lo raro sería que no estuviera. Las únicas veces que había acudido a la iglesia en los últimos años, que a mí me constara, habían sido cuando el funeral de Sean y, anteriormente, el día de su boda. Descolgó a la segunda señal, con una voz que me pareció más animada que la que le había escuchado durante el último mes. Al principio, ni siquiera estaba seguro de que fuera ella.

– ¿Riles?

– Jack, ¿dónde te has metido? Estaba preocupada.

– Estoy en Phoenix. ¿Por qué estás preocupada?

– Bueno, es que, verás, no sé lo que está pasando.

– Siento mucho no haberte llamado. Todo va bien. Estoy con el FBI. No puedo contarte gran cosa, pero están investigando la muerte de Sean. La suya y la de otros cuantos.

Miré por la ventana y vi la silueta de la montaña en el horizonte. El folleto turístico que había en la habitación decía que se llamaba Camelback Mountain (monte Joroba de Camello), y realmente era un nombre apropiado. No sabía si estaba hablando más de la cuenta. Pero Riley no iba a ir a vender la historia al National Enquirer.

Hum, ha surgido una cuestión en el caso. Creen que a lo mejor han pasado por alto cierta prueba sobre Sean… Esto, quieren… Riley, necesitan sacarlo de bajo tierra para volver a inspeccionarlo.

No hubo respuesta, y esperé un buen rato. -¿Riley?

– ¿Por qué, Jack?

– Sería de gran ayuda para el caso, para la investigación.

– Pero ¿qué quieren? ¿Van… van a abrirle el cuerpo otra vez?

Pronunció la última frase con un susurro desesperado y me di cuenta de que había metido la pata en la forma de planteárselo.

– No, no; en absoluto. Bueno, lo único que quieren es mirarle las manos otra vez. Nada más. Tienes que darles permiso. Si no, tendrán que acudir a los tribunales y es un lío tremendo.

– ¿Las manos? ¿Por qué, Jack?

– Es largo de contar. En realidad no debería decírtela, pero… Creen que el tipo…, el que lo hizo, intentó hipnotizar a Sean. Quieren mirarle las manos para comprobar si hay señales de pinchazos de alfiler, ¿sabes? Sería la prueba que le habría hecho el autor para saber si estaba hipnotizado de verdad o no.

Otro silencio.

– Hay una cosa más -le dije-. ¿Sean tenía tos o estaba resfriado? Es decir, aquel día.

– Sí -dijo, tras unos momentos de vacilación-. Se encontraba mal y le dije que no saliera. Yo también me encontraba mal, y le pedí que se quedara en casa conmigo.

Jack, ¿sabes una cosa? -¿Qué?

– No te extrañe que me encontrara mal, porque ya estaba embarazada. Me enteré el miércoles. Me pilló por sorpresa. Dudé.

– ¡Vaya, Riley! -dije por fin-. ¡Es maravilloso! ¿Se lo has dicho a los viejos?

– Sí, ya lo saben. Están muy contentos. Es una especie de hijo milagroso, porque yo no lo sabía y en realidad no nos lo habíamos propuesto.

– ¡Qué buena noticia!

No sabía cómo volver al tema de antes. Por fin, decidí agarrar al toro por los cuernos.

– Tengo que irme ya, Riley. ¿Qué les digo?

Rachel estaba en el vestíbulo cuando salí del ascensor. Llevaba la bolsa del ordenador y la de viaje.

– ¿Ya te vas del hotel? -le pregunté, porque no entendía.

– Normas del FBI cuando se está de viaje. No dejar nada en la habitación porque nunca se sabe cuándo habrá que salir volando. Si hay cambio de planes, no me dará tiempo a volver y recoger las cosas.

Asentí con un gesto. Ya era tarde para ir a hacer el equipaje, aunque tenía muy poco que recoger.

– ¿La has llamado?

– Sí. Dijo que de acuerdo. Y por el mismo precio me confirmó que Sean se encontraba mal aquel día. El jarabe para la tos era suyo. Me imagino por qué asesinó a Sean en el coche y no en casa, como a los otros.

– ¿Por qué?

– Porque Riley, la mujer de mi hermano, también se encontraba mal y se quedó en casa. Mi hermano habría hecho lo imposible por no llevar a ese tipo a casa, estando ella allí.

Moví la cabeza con tristeza por el último y quizás el más valeroso acto de mi hermano.

– Creo que tienes razón, Jack. Encaja. Pero, verás, ha habido algunos cambios. Acaban de avisar a Bob y me ha llamado desde la oficina. Ha pospuesto la reunión con la policía local. Hemos recibido un fax del Poeta.

En la sala de reuniones se respiraba un ambiente definitivamente sombrío.

Sólo participaban los agentes de Quantico: Badcku Thompson, Thorson y un agente llamado Cárter que se encontraba en la primera reunión informativa a la que asistí en Quantico. Vi que Rachel y Thorson intercambiaban una mirada despectiva cuando entramos. Miré a Backus; parecía sumido en sus pensamientos. Tenía delante el ordenador portátil abierto, encima de la mesa, pero no lo miraba. Se había puesto una americana gris diferente, que le daba un aspecto aseado. Le asomó a los labios una sonrisa de desconcierto y me miró.

– Jack, ahora vas a ver de primera mano la razón por la que nos preocupaba tanto que esta historia no se supiera. Ha bastado un único pase de vídeo de cinco segundos para que el delincuente supiera que le seguimos el rastro.

Asentí con un gesto.

– No me parece nada oportuno que se quede para esto -dijo Thorson.

– Un trato es un trato, Gordon. Él no tiene nada que ver con el reportaje de la CNN.

– De todos modos, no creo que…

– Basta ya, Gordon -terció Rachel-. No nos interesa tu opinión.

– Bien, dejemos las hostilidades y vamos a concentramos en el problema -dijo Backus-. Aquí tengo unas copias. Abrió una carpeta y pasó copias del fax por toda la mesa. A mí me tocó una. Nos pusimos a leer en silencio.

Querido Bob Backus, agente del FBI: Le saludo, señor. Vi las noticias y le vi a usted en Phoenix; muy astuto, señor. A mí no me engaña con esos comentarios a reporteros de pocas luces. He visto su cara, Bob. Usted viene a por mí y yo le espero con ansiedad. ¡Pero tenga cuidado, mi buen amigo Bob! ¡No se acerque tanto! Fíjese en lo que les pasó al pobre Orsulak y a los demás. Hoy han dado sepultura a Orsulak, ha sido el final de un trabajo bien hecho. Pero un hombre del FBI, de una estatura como la suya, sí que sería una buena caza. Je, je.

No se preocupe, Bob. Usted no corre peligro. La próxima víctima ya ha sido ungida. He hecho mi elección y lo tengo delante de mí mientras usted lee estas palabras.

¿Ya se apiñan sus tropas a su alrededor? ¿Le intriga saber cuál es el resorte que mueve a su oponente? Qué gran misterio, ¿verdad? Molesto como el pinchazo de un alfiler en la palma de la mano, sospecho. Le doy una pista (¿Para qué están los amigos?).

Soy la manzana podrida del ojo de mi amigo del alma, ¿quién soy? Cuando encuentre la respuesta, Bob, repítala una y otra vez. Entonces lo comprenderá. Lo sabrá. Es usted un profesional y seguro que está a la altura del enigma. ¡Cuento con usted, Bob!

Vivo solitario en un mundo de quejidos, Bob, y mi obra acaba de empezar. Otra cosa, Bob: que gane el mejor.

No firmo la correspondencia porque todavía no me ha dado nombre. ¿Cuál es, Bob? Le veré por la pequeña pantalla y espero que pronuncie mi nombre. Hasta entonces, ahí va mi despedida: Altos y Bajos… ¡a todos los maté yo!

¡Conduzca con precaución!

Leí el fax dos veces y las dos me dio el mismo escalofrío. Ahora entendía lo que querían decir. Lo de la luna. Esa carta era la voz de un extraterrestre. No era de aquí. No de este planeta.

– ¿A todos nos parece auténtico? -nos preguntó Backus.

– Hay varios detalles que le dan autenticidad -opinó Rachel-. El pinchazo de alfiler. La cita de Poe. ¿Y qué me dices de la referencia al amigo del alma? ¿Se ha informado a Florida de esto?

– Sí. Ahora la prioridad son los Amigos del alma, por descontado. De momento, han dejado de lado todo lo demás.

– ¿Qué dice Brass?

– Que, evidentemente, confirma la teoría de la conexión. Hay referencias a las dos vertientes, la de los detectives y la de los otros. Brad y ella tenían razón. Un solo delincuente. Ahora Brass tendrá en cuenta los asesinatos de Florida como nuestro modelo. Todo lo subsiguiente no es más que una repetición de la secuencia del crimen inicial. Está repitiendo el ritual.

– Es decir, si averiguamos por qué mató a Beltran, sabremos por qué mató a los otros.

– Exacto. Brass y Brad han estado hablando con Florida toda la mañana. Es de esperar que lleguen algunas respuestas enseguida y podamos juntar las piezas.

Nos quedamos todos rumiando el asunto unos instantes.

– ¿Nos vamos a quedar aquí? -preguntó Rachel.

– Creo que es lo mejor -contestó Backus. Aunque las respuestas estén en Florida, son estáticas. Pertenecen al pasado. Aquí estamos más cerca de él.

– El fax dice que ya ha elegido a su próxima presa -dije-. ¿Crees que se refiere al siguiente policía?

– Eso es exactamente lo que me parece -replicó Backus sombríamente-. Así que se nos acaba el tiempo. Mientras estamos aquí sentados, hablando, él vigila a otro hombre, a otro policía, en alguna parte. Y si no damos con el lugar, pronto tendremos otro muerto entre las manos -dio un puñetazo en la mesa-. Hay que cortar por lo sano, muchachos, hay que hacer algo. ¡Tenemos que encontrar a ese hombre antes de que sea tardé!

Lo dijo con fuerza y convicción. Era una arenga a las tropas. Ya les había pedido que pusieran todo su empeño. Ahora necesitaba todavía más.

– Bob -dijo Rachel-. El fax dice que el funeral de Orsulak es hoy. ¿Cuándo llegó y adonde lo han enviado?

– Gordon lo sabe.

Thorson se aclaró la garganta y habló sin miramos a Rachel ni a mí.

– Ha llegado a una línea de fax de Quantico asignada a asuntos de la Academia -dijo Thorson-. No hace falta decir que el remitente utilizó una opción de protección de datos para evitar la identificación de remitente. Estaba en blanco. Llegó esta mañana a las tres treinta y ocho. Hora del Este. Pedí a Hazelton que localizase la secuencia. Una llamada sonó en la centralita de Quantico, la telefonista reconoció la señal de fax y pasó la llamada a la sala de telecomunicaciones. Ella no sabía adonde ni a quién iba dirigida porque lo único que oyó fue el pitido. De modo que optó por pasado a un fax de la Academia, y allí quedó archivado en el ordenador hasta esta mañana, cuando por fin lo detectaron y lo entregaron al centro.

– Hemos tenido suerte de que no haya pasado desapercibido más tiempo -comentó Backus.

– Pues sí -remató Thorson-. Bueno, pues luego Hazelton llevó el original al laboratorio y allí sacaron una conclusión. Dicen que la transmisión no fue de fax a fax, sino que la enviaron desde un dispositivo de fax incorporado.

– Desde un ordenador -dije.

– Con módem-fax. Y como sabemos que ese tipo es ambulante, no sería de extrañar que fuera a todas partes con un Apple Mac encima. Suponemos que tiene un ordenador portátil con módem-fax incorporado. Un módem celular, casi seguro. Es lo que le daría mayor libertad de movimientos.

Pasaron unos momentos mientras asimilábamos las novedades. Yo no acababa de entender qué significaba todo aquello. Me daba la impresión de que gran parte de los datos que acumulaban durante las investigaciones no servía para nada mientras no detuvieran a un sospechoso. Sólo así podrían utilizar la información para formular unos cargos con que llevarlo ajuicio. Pero de momento, no servían para atraparlo.

– Es decir, que tiene un equipo informático completo -dijo Rachel, resumiendo-. ¿Se han tomado medidas para el próximo fax?

– Estamos bien preparados para localizar todas las llamadas que lleguen a la centralita -replicó Thorson-. Pero como máximo, localizaremos la célula de origen. Nada más.

– ¿Qué significa eso? -pregunté.

Thorson no parecía dispuesto a responder a mis preguntas. Rachel intervino, al ver que no me hacía caso.

– Pues significa que si opera desde un celular no podemos localizar con precisión el número ni la ubicación. Tendremos la ciudad y la célula desde donde se haya efectuado la llamada. En el mejor de los casos, nos delimitará un área de búsqueda de más de cien mil usuarios.

– Pero sabremos la ciudad -dijo Backus-. Tendremos la posibilidad de acudir a la policía local para buscar casos que puedan servirle como cebo. Sólo homicidios cometidos en la semana anterior. Sólo desde el de Orsulak.

Miró a Thorson.

– Gordon, quiero que se envíe otro aviso a todas las oficinas locales. Diles que cotejen con la policía todos los homicidios recientes. Nos interesan los casos de novela policíaca en general, pero sobre todo los de niños y los que presenten un modus operandi atípico o circunstancias de ensañamiento con la víctima, antes o después de la muerte. Lo quiero para esta tarde. Solicita acuse de recibo de los agentes especiales para mañana a las seis en punto de la tarde. No quiero que se nos escabulla por una rendija.

– Entendido.

– Además, para vuestra información, Brass ha propuesto una cosa más -añadió Backus-. Que la parte del fax donde dice que ya ha seleccionado a su próxima víctima podría ser un farol. Un plan para que reaccionemos y estemos alerta mientras el delincuente se escabulle, desaparece. No olvidéis que ése era el mayor peligro que veíamos en darle publicidad al caso.

– No estoy de acuerdo -dijo Rachel-. Creo que esto lo ha escrito un fanfarrón, una persona que se cree más lista que nosotros y que quiere tomarnos el pelo. Yo le tomo la palabra. Ahí fuera, en alguna parte, tiene a un agente en su punto de mira.

– Yo también me inclino a creerlo -dijo Backus-,y me parece que Brass también, pero ella tiene necesidad de poner sobre el tapete la otra posibilidad.

– Entonces, ¿cuál es la estrategia a seguir?

– Muy fácil -dijo Backus-. Encontrar a ese tipo y detenerlo antes de que ataque de nuevo. Backus sonrió y los demás le imitamos, a excepción de Thorson.

– En realidad, creo que vamos a resistir aquí y a redoblar nuestros esfuerzos hasta que se produzca alguna novedad. Y no comentemos con nadie la existencia del fax. Mientras tanto, nos mantendremos dispuestos a actuar tan pronto como suceda algo. Es de esperar que nuestro hombre envíe otro y Brass ya está preparando otra alerta para las oficinas locales. Le diré que subraye la importancia del asunto a los agentes que se encuentran en la zona horaria del Pacífico.

Miró a todos los reunidos y asintió con la cabeza. Había terminado.

– No repetiré que pongáis todo vuestro empeño en este caso. Lo necesitamos de verdad, ahora más que nunca.

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