Muchas gracias a Torin Nelson, a Mark Jacobson y a las numerosas personas que preferirían que no diese su nombre y que me proporcionaron aclaraciones útiles sobre el procedimiento de los interrogatorios en Guantánamo, y comentarios sobre las extrañas perturbaciones atmosféricas del lugar. Sin el infatigable empeño de la Unión de Libertades Civiles Estadounidense para conseguir la liberación de numerosos documentos del Campo Delta, basándose en la Ley de Libertad de Información, me habría perdido muchas ideas valiosas.
Gracias también a la teniente coronel Pamela Hart, encargada de relaciones públicas del ejército durante mi viaje a Guantánamo en el verano de 2003 para el Baltimore Sun, y a los muchos oficiales y soldados que accedieron a hablar conmigo entonces. Las normas del Pentágono limitaron considerablemente mi acceso y mi libertad de movimiento, pero los soldados que me atendieron fueron amables y profesionales en todo momento.
Muchos trabajadores del FBI que prefieren guardar el anonimato me prestaron una ayuda extraordinaria explicándome el funcionamiento de los agentes secretos cubanos en Estados Unidos.
Las descripciones de todos los asuntos náuticos del libro habrían sido muy confusas si no hubiese contado con la ayuda de mi padre Bill Fesperman, que podría superar a Revere Falk. Gracias también a mi buen amigo Chip Pearsall por las ideas de sus días de guardacostas.
Y a quienes se lo pregunten, sí, los extractos del semanario del Campo Delta The Wire, son auténticos.