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La carta podría ser una bomba por la forma en que Falk se acercó a ella. Estaba sobre la mesa de la cocina, según lo prometido, pero él seguía armándose de valor para tocarla. Se inclinó para verla mejor y reconoció la letra de inmediato. Y percibió la fragancia, que emanaba como humo de una fogata. Era de ella, sin lugar a dudas, por inverosímil que pareciese.

Los planes de Falk para el día hasta el momento habían sido simples. Se ocuparía del caso Ludwig y procuraría hacer un hueco para otra sesión con Adnan. El general Trabert le había dicho que dejara a un lado los deberes habituales, pero no era el tipo de trabajo que puedes desconectar con un golpe de interruptor, y menos con sujetos como Adnan. Un avance podía ser como un corte de papel, que se cierra rápidamente a menos que ahondes más. Claro que la interrupción de Tyndall podría haber actuado ya como sutura.

Pero ahora tenía que ocuparse de la carta. Falk rodeó la mesa. Optó primero por una acción retardada, dirigiéndose con brío pasillo adelante, sudando a mares en un acceso de energía nerviosa. El calor, la falta de sueño y aquel nuevo acontecimiento tenían su motor al borde de la sobrecarga.

Se paró ante la puerta de su dormitorio para hacer una inspección cautelosa. Todo parecía en orden. No es que pudiese advertirse cualquier cambio en aquel desastre: la cama deshecha, los cajones abiertos, una camiseta todavía empapada de sudor de un día en una silla. Periódicos y revistas esparcidos sobre la mesita, junto a la carpeta que debería haber devuelto ayer. Una mirada juiciosa habría detectado una serie de razones para indagar más.

Falk prosiguió su cauteloso registro habitación por habitación, tanto para tranquilizarse como para detectar posibles anomalías. El cuarto de Whitaker estaba como una patena. Había una carta a casa sin terminar en la mesita de noche junto al despertador. Falk captó las palabras «aburrimiento» y «cariño» antes de seguir, avergonzado. Suponía que Whitaker habría ido directamente a desayunar, y la carta tenía que haber llegado poco antes, un reparto temprano, aunque allí los horarios solían variar. Falk no había vuelto a casa desde que se había marchado a Playa Molino a las cuatro de la madrugada. En Gitmo, la intimidad no estaba garantizada ni siquiera en las viviendas privadas. Cualquiera podría haber entrado y salido de la casa mientras tanto.

Falk volvió a la cocina y cogió el sobre. Estaba pegado con cinta adhesiva, tal vez como precaución especial. ¿O lo habría hecho alguien en la base después de inspeccionar el contenido? El matasellos era de hacía tres días. No estaba mal para Gitmo. Debía de haber llegado en el avión del día anterior desde la base aeronaval Roosevelt Roads de Puerto Rico. Levantó la pestaña y se intensificó el olor a hibisco. A pesar de la paranoia momentánea, se despertaron en él muchos recuerdos agradables. Falk recordó su primer baile, el roce de la mejilla de ella en la suya. Después, el aroma había llenado la habitación del hotel, el joven marine no podía creer su buena suerte. Meses después, incluso cuando sabía mucho más, no había dejado de creer en la lealtad de ella, al menos a cierto nivel. Ella lo había dicho además, en cartas como aquélla, menos en la cinta. Pero aquélla había sido otra época, otra etapa allí en La Roca.

En el sobre había dos hojas de papel de carta rosa. Antes de leerlas, Falk miró por encima del hombro; luego se acercó a la puerta de entrada, miró calle abajo hacia el campo de golf y cerró la puerta. Se sentó en el sofá marrón junto a la ventana. Primero contó los párrafos. Cinco. Lo importante se exponía siempre en el tercer párrafo, aunque empezó por el principio, por nostalgia:


Querido Revere:

Te he echado mucho de menos, muchísimo. Han pasado muchos años y aún puedo verte conmigo. ¿Recuerdas las noches maravillosas que pasamos juntos? Nos veo en mis sueños bailando tarde a la luz de las estrellas.


Hasta ahí igual que siempre: la redacción vacilante, encantadora en su torpe sintaxis. ¿No sería perfecto si ella fuese profesional? Pero ¿no se prendaría cualquiera de una frase tan perfectamente imperfecta como «bailando tarde a la luz de las estrellas»?


El mes pasado me enteré de que estás en Cuba, trabajando para el país. Me alegro por ti. Espero que encuentres tiempo ahí para pensar en mí y para escribirme.


Y ahora, al grano.


¿Recuerdas a nuestro amigo Harry que vive cerca? Él está deseando verte también y espera que sea pronto. De esa forma cuando nos visites puedes vernos a todos.

El verano no ha sido tan malo y yo tengo a veces un trabajo nuevo.


Y así sucesivamente, unas cuantas frases más de escasa importancia, trivialidades sin gracia, después del prometedor comienzo. Luego, la conclusión habitual, con sus floreos de colegiala.


Con cariño,

Elena

xxxooo


Abrazos y besos, como siempre. Sólo que esta vez parecían simples piezas de juego que esperaban que las utilizaran, con un resultado incierto.

Falk suspiró, volvió a doblar el delicado papel y lo guardó en el sobre. ¿Debería quemar la carta? ¿Triturarla? ¿Comérsela? Todas las alternativas parecían tardías. Su existencia constaría ya en algún sitio de la base. Así que se la guardó en el bolsillo de los pantalones, y se dio cuenta demasiado tarde de que ahora llevaría el aroma si veía después a Pam.

Al parecer, la noticia era que su «viejo amigo» Harry quería un encuentro. Pues tendría que esperar. Y a lo mejor ni siquiera hacía caso de la petición. De todos modos, lo que más necesitaba precisamente en aquel momento era dormir un poco, torturado o no.

Se le daba bien descansar bajo presión, había aprendido a temprana edad a cerrar los ojos mientras el infierno se desataba en la habitación contigua, metiéndose entre las sábanas como si nadara buscando aguas profundas, un refugio gélido al que nadie se molestaría en seguirle. La técnica fue doblemente eficaz en Gitmo, pues no sólo le permitía distanciarse de los problemas sino también del calor, que le agobiaba en cuanto se acostaba. Más profundo ahora, pensó, respirando despacio y regularmente. La luz se desvaneció mientras sentía una extraña presión en los oídos, como si fuese un buceador, y enseguida alcanzó el nivel deseado.

A los pocos segundos, al parecer, se debatía para salir a la superficie, arrastrado por un ruido persistente que ya no podía desoír. Se debatió jadeante, bañado en sudor. Y lo oyó de nuevo: un golpe en la puerta. Una llamada, una voz vagamente familiar.

– ¿Señor? ¿Señor Falk? -Otra andanada de golpes-. ¿Está ahí, señor?

Era el policía militar que había ido a buscarle por la mañana. Falk consultó el reloj y se sorprendió al ver que eran las dos de la tarde. Había dormido cinco horas.

– ¡Un momento, soldado! Ya voy.

Se puso una camisa, debatiéndose aún con el sueño. Se apresuró hacia la puerta. No pudo evitar echar una ojeada a la mesa de la cocina al pasar, y se sobresaltó al ver que la carta había desaparecido. Pero al momento recordó que se la había guardado en el bolsillo.

– ¿Qué pasa?

El policía dio un paso al frente, con la gorra en la mano.

– Es el sargento Ludwig, señor. Ha aparecido.

– ¿Vivo?

– No, señor. Ahogado.

Mala noticia, pero sin duda una resolución rápida y feliz. Más fácil para la familia y, desde luego, más fácil para Falk. Seguro que el análisis de alcoholemia daría positivo, a pesar de lo que opinaran los amigos de Ludwig. En Gitmo casi todos sucumbían al alcohol, aunque sólo fuese una noche.

– Lo lamento. Pero gracias por comunicármelo. Supongo que tendré que ir.

– Así es, señor. Tengo que llevarle a una reunión.

– ¿Una reunión?

Sería una reunión de control de daños. Idea de Trabert.

– Con los cubanos, señor. En la Puerta Nordeste. Ludwig ha aparecido en su zona.

– No puede ser.

Era insólito. Absolutamente imposible.

– Sí, señor. El general quiere que acompañe usted al capitán Lewis cuando vaya a recoger el cuerpo. Parece que están un poco disgustados.

Ya podían estarlo. A menos que hubiesen cambiado súbitamente las pautas seculares del viento y las corrientes, o que Ludwig hubiese batido un récord de resistencia a nado, era imposible que hubiese acabado en la costa cubana.

Se acabaron las resoluciones rápidas.

– Adelante, soldado. Será como en otros tiempos.

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