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En Laburnums se había alterado un poco la tranquilidad.

—Por supuesto, cuando estás trabajando en una obra, no pareces acordarte de nada, Robin.

Robin se mostró contrito.

Madre, lo siento una barbaridad. Había olvidado por completo que Janet salía esta noche.

—No importa en absoluto —anunció mistress Upward con frialdad.

—Claro que importa. Telefonearé al teatro, aplazando la visita para mañana.

—No harás tal cosa. Conviniste en ir esta noche, e irás.

—Pero, la verdad...

—No hay más que hablar.

—¿Quieres que le pida a Janet que deje la salida para otro día?

—Claro que no. Le hace muy poca gracia que le trastornen sus planes.

—Estoy seguro de que no le importaría. No si se lo digo yo...

—No le dirás una palabra, Robin. Hazme el favor de no disgustar a Janet. Y deja el asunto en paz ya. No quiero tener la sensación de que soy una vieja pesada que agua la fiesta a los demás.

Madre... dulzura... .

—Basta. Id y divertios. Ya sé yo a quién le pediré que me haga compañía.

—¿A quién?

—Eso es un secreto —respondió mistress Upward, recobrando el buen humor—. Y ahora deja de atormentarte.

—Telefonearé a Shelagh Rendell...

—Ya me encargaré yo de telefonear a quien me dé la gana. Repito que no hay más que hablar. Haz el café antes de marcharte y déjamelo al lado en la cafetera. ¡Ah!, y procura dejar una taza más... por si tengo visita.

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