Capítulo XXIII

1



Eve Carpenter entró en casa de los Summerhayes de la misma manera que solía hacerlo la mayor parte de la gente: empleando la puerta o la ventana que encontrara más a mano.

Andaba buscando a Hércules Poirot, y cuando lo encontró no perdió el tiempo en preámbulos.

—Escuche —dijo—; usted es detective y se dice que es de los mejores. Bien. Le alquilo.

—¿Y si no me alquilo, madame? ¡Mon Dieu! ¡Yo no soy un taxi!

—Usted es detective particular, y a los detectives particulares se les paga, ¿verdad?

—Esa es la costumbre.

—Bueno, pues eso es lo que digo. Yo le pagaré. Le pagaré bien.

—¿Por qué? ¿Qué es lo que quiere que haga?

Eve Carpenter dijo vivamente:

—Protegerme contra la Policía. Están locos. Al parecer, creen que maté a esa Upward. Y andan husmeando, haciéndome toda suerte de preguntas... y desenterrando cosas. No me gusta. Están trastornándome el juicio.

Poirot la contempló. Era cierto algo de lo que decía. Parecía años más vieja que cuando la viera por primera vez unas cuantas semanas antes. Las enormes ojeras daban mudo testimonio de las no ches pasadas sin dormir. Líneas bien señaladas le corrían desde la boca a la barbilla. Y la mano, al encender un cigarrillo, le temblaba convulsivamente.

—Tiene usted que poner fin a esto —dijo—. Es absolutamente necesario.

Madame, ¿qué puedo hacer yo?

—Mantenerles a raya de una manera o de otra. ¡Qué frescura tienen! Si Guy fuera hombre, pondría coto a sus actividades. No permitiría que me persiguiesen.

—Y... ¿él no hace nada?

Ella contestó bruscamente:

—No se lo he dicho. No hace más que hablar pomposamente de la necesidad de dar a las autoridades toda la ayuda posible. Claro, ¿a él qué demonio le importa? Se siente seguro. Aquella noche estuvo en no sé qué mitin político.

—¿Y usted?

—Sentada en casa. Escuchando la radio.

—Si lo puede demostrar...

—¿Cómo quiere que lo demuestre? Ofrecí a los Croft una cantidad fabulosa para que dijeran que habían entrado y salido varias veces y que me habían visto allí. Los muy cerdos se negaron a complacerme.

—Fue muy poco prudente por parte suya hacer semejante sugerencia. Esto puede comprometerla enormemente.

—No veo por qué. Lo hubiera resuelto todo.

—Con ello probablemente ha logrado usted convencer a sus sirvientes de que fue usted, en efecto, quien cometió el asesinato.

—Bueno... había pagado a Croft; de todas formas, por...

—¿Por qué?

—Nada.

—No olvide que solicita mi ayuda.

—¡Oh, no era cosa que importase! Pero Croft fue quien tomó el recado que dio ella..

—¿Mistress Upward?

—Sí. Pidiéndome que fuese a verla aquella noche.

—Y... ¿dice usted que no fue?

—¿Por qué habría de ir? Era una pelmaza esa mujer. ¿A santo de qué iba yo a ir a su casa a tenerla cogida de la mano? No soñé ni por un momento en ir.

—¿Cuándo llegó ese mensaje?

—Hallándome ausente. No sé exactamente cuándo... Supongo que entre cinco y seis. Croft lo tomó.

—Y usted le dio dinero para que olvidara haber tomado tal mensaje. ¿Por que?

—No sea idiota. No quería verme envuelta en el asunto.

—Y luego, ¿le ofreció usted dinero para que le proporcionaran una coartada? ¿Qué cree usted que pensarán él y su mujer?

—¿A quién diablos le importa lo que ellos piensen?

—Pudiera importarle a un jurado —contestó solemnemente Poirot.

Le miró ella boquiabierta.

—No hablará en serio.

—Ya lo creo que hablo en serio.

—¿Harían caso a la servidumbre... y a mí no? Poirot la contempló.

¡Tan crasa grosería y estupidez! Despertando la hostilidad de la gente que hubiera podido ayudarla. Una política miope e idiota. Miope...

Unos ojos azules tan grandes y hermosos...

Dijo dulcemente.

—¿Por qué no usa lentes, madame? Los necesita.

—¿Cómo? ¡Oh!, los llevo a veces. Los usaba siempre de niña.

—Y se hizo una plancha para la dentadura. Le miró con asombro.

—Pues, si quiere que le diga la verdad, sí. ¿A qué viene todo eso?

—¿El pato feo se convierte en cisne?

—Desde luego, fui bastante fea.

—¿Lo creía así su madre? Ella contestó vivamente:

—No recuerdo a mi madre. ¿Y de qué diablos estamos hablando? ¿Quiere aceptar el encargo?

—Lamento no poder aceptarlo.

—¿Por qué no?

—Porque en este asunto represento los intereses de James Bentley.

—¿James Bentley? ¡Ah!, se refiere a ese medio bobo que mató a la mujer de la limpieza. ¿Qué tiene él que ver con los Upward?

—Quizá... nada.

—¡Pues entonces! ¿Es cuestión de dinero? ¿Cuánto?

—Ese es su gran error, madame. Piensa siempre que el dinero lo puede todo. Tiene usted fortuna, y cree que solo la fortuna cuenta.

—No he tenido dinero siempre —dijo Eve Carpenter.

—No —dijo Poirot—. Ya me figuraba yo que no —movió la cabeza en dulce y afirmativo gesto—. Eso explica muchas cosas. Y excusa algunas.

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