Capítulo XXV

La encuesta había terminado. El fallo: asesinato perpetrado por persona o personas desconocidas.

Después de la encuesta, a petición de Hércules Poirot, los que habían asistido a ella acudieron a Long Meadows.

Trabajando con diligencia, Poirot había logrado establecer cierto orden en la sala. Se habían colocado los asientos en semicírculo, a los perros de Maureen se los había excluido con dificultad, y Hércules Poirot, conferenciante por propio nombramiento, ocupó su sitio en un extremo de la estancia e inició la conferencia con un leve carraspeo para aclararse la garganta.

Messieurs et mesdames...

Hizo una pausa. Las palabras que pronunció a continuación fueron inesperadas y parecieron casi burlescas:


"Mistress McGinty ha muerto. ¿Cómo murió?

"De rodillas, como yo.

"Mistress McGinty ha muerto. ¿Cómo murió?

"Con la mano tendida, como yo.

"Mistress McGinty ha muerto. ¿Cómo murió?

"Así...


Viendo la expresión de los que le escuchaban, prosiguió:

—No; no estoy loco. El hecho de que les repita la rima infantil de un juego de chiquillos no significa que me encuentre en la segunda infancia. Algunos de ustedes quizá hayan jugado a eso en su niñez. Mistress Upward había jugado a ello. Me lo repitió incluso... con una variación. Ella dijo: "Mistress McGinty ha muerto. ¿Cómo murió? Arriesgando el cuello, como yo." Eso dijo... y eso hizo. Arriesgó el cuello... y por eso ella, como mistres McGinty, murió...

Para nuestro propósito, es preciso que volvamos al principio... a mistress MoGinty... de rodillas, fregando suelos ajenos. A mistress McGinty la mataron. Y un hombre, James Berttley, fue detenido, juzgado y condenado. Por ciertas razones, el superintendente Spence, encargado del caso, no estaba convencido de la culpabilidad de Bentley, a pesar de la fuerza de las pruebas existentes. Yo me mostré de acuerdo con él. Vine aquí a contestar una pregunta: "¿Cómo murió mistress McGinty? ¿Por qué murió?

"No les haré relatos largos y complicados. Diré tan solo que una cosa tan sencilla como un frasco de tinta me proporcionó un indicio. En el Sunday Comet, leído por mistress McGinty el domingo antes de su muerte, se publicaron cuatro fotografías. Ya están enterados a estas alturas de todo lo referente a esas fotografías. Conque solo diré que mistress McGinty reconoció entre ellas una que había visto en una de las casas en que trabajaba.

"Le habló de ello a James Bentley, aunque él no le dio importancia a la cosa por entonces. Ni después tampoco. En realidad, apenas la escuchó. Pero obtuvo la impresión de que había visto el retrato en casa de mistress Upward y que, cuando hizo referencia a una mujer que, de saberse todo, no tendría por qué enorgullecerse tanto, se refería a mistress Upward. No podemos fiamos de esta declaración suya; pero no cabe duda de que empleó la frase relacionada con el orgullo, y nadie puede negar que mistress Upward era orgullosa y autoritaria.

"Como todos ustedes sabrán, ya que algunos de ustedes se hallaban presentes, y los otros lo habrán oído contar, saqué esas cuatro fotografías en casa de mistress Upward. Observé una expresión de sorpresa en el rostro de la señora, y la acusé de haber reconocido a alguna de las mujeres. Tuvo que confesar que era cierto. Dijo que "había visto una de aquellas fotografías en alguna parte, pero que no recordaba dónde". Cuando le pregunté qué fotografía, señaló la de la niña Lily Gamboll. Pero eso, permítanme que les diga, no era la verdad. Por razones particulares, deseaba guardar el secreto. Señaló otra fotografía para desorientarme.

"Una persona hubo que no se dejó engañar, sin embargo: la persona autora del asesinato. Una persona sabía cuál era el retrato que mistress Upward había reconocido. Y aquí no me andaré con rodeos: el retrato en cuestión era el de Eva Kane, mujer que fue cómplice, víctima o, posiblemente, instigadora en el famoso asesinato del caso Craig.

"A la noche siguiente, mistress Upward murió. La asesinaron por la misma razón que asesinaron a mistress McGinty. Mistress MCGinty alargó la mano. Mistress Upward alargó el cuello. El resultado fue el mismo en ambos casos.

"Ahora bien: antes que mistress Upward muriera, tres mujeres recibieron llamadas telefónicas: mistress Carpenter, mistress Rendell y miss Henderson. Las tres llamadas eran mensajes de mistress Upward pidiendo a cada una de las personas en cuestión que acudieran a hacerle compadía aquella noche. Era la noche en que su sirvienta salía, y su hijo y mistress Oliver se iban a Cullenquay. Parece, por consiguiente, que deseaba hablar en privado con cada una de estas tres señoras.

"Pero ¿por qué tres mujeres? ¿Sabía mistress Upward dónde había visto el retrato de Eva Kane? ¿O sabía que lo había visto, pero no recordaba dónde? ¿Tenían estas tres mujeres algo en común? Nada, al parecer, salvo su edad. Todas ellas frisaban, aproximadamente, en los treinta.

"Quizá hayan leído ustedes el artículo del Sunday Comet. Se publicó en él un cuadro verdaderamente sentimental de la hija de Eva Kane en tiempo por venir. Las mujeres a quienes mistress Up ward había citado tenían todas la edad precisa para poder haber sido la hija de Eva Kane.

"Conque parecía desprenderse que, aquí en Broadhinny se encontraba la hija del célebre asesino Craig y de su amante Eva Kane. Y también parece desprenderse que la joven estaba dispuesta a llegar a cualquier extremo por impedir que se supiera la verdad. Llegaría, incluso, a cometer dos asesinatos. Porque, cuando se halló muerta a mistress Upward, se encontraron dos tazas de café en la mesa, ambas usadas, y, en la taza de la visitante, leves indicios de carmín.

"Ahora volvamos a las tres mujeres que recibieron mensajes telefónicos. Mistress Carpenter recibió el aviso, pero dice que no fue a Laburnums aquella noche. Mistress Rendell tenía la intención de ir, pero se quedó dormida en su silla. Miss Henderson que fue a Laburnums, pero la casa estaba a oscuras, no consiguió que oyeran sus llamadas y se volvió a casa otra vez. Eso es lo que cuentan las tres mujeres... pero hay pruebas que están en contradicción con sus declaraciones. Hay esa segunda taza de café con manchas de carmín. Y un testigo exterior, la muchacha llamada Edna, asegura firme mente haber visto entrar a una mujer rubia en la casa. También hay el indicio del perfume..., un perfume caro y exótico que, de entre todas las interesadas, solo mistress Carpenter usa...

Hubo una interrupción. Eve Carpenter exclamó:

—Es una mentira. ¡Es una mentira maligna y cruel! ¡No fui yo! ¡Jamás fui allí! Jamás me acerqué a la casa... Guy, ¿no puedes hacer algo contra esos embustes?

Guy Carpenter estaba blanco de ira.

—He de decirle, monsieur Poirot, que existe una ley contra la calumnia y que todas las personas aquí presentes son testigos de lo dicho.

—¿Es una calumnia decir que su esposa usa determinado perfume... y también, permítame que se lo diga, cierto carmín?

—¡Es absurdo! —exclamó Eve—. ¡Ridículo en grado sumo! Cualquiera podía ir por ahí derramando mi esencia.

Poirot la miró inesperadamente, radiante.

Mas oui, ¡justamente! Cualquiera podía. Una cosa demasiado transparente, nada sutil, de hacer. Torpe y burda. Tan burda, que, en cuanto a mí se refiere, fracasó por completo. Hizo más. Me dio, como suele decirse, ideas. Sí; me dio ideas. Perfume... y rastro de carmín en una taza. Pero ¡es tan fácil quitar el carmín de una taza! Puedo asegurarles que es posible eliminar hasta el último indicio sin dificultad. O podían haberse retirado las propias tazas y lavarlas. ¿Por qué no? No había nadie en la casa. Pero eso no se hizo. Y me pregunté: ¿por qué? La respuesta pareció un énfasis deliberado sobre la femineidad, un deseo de subrayar el hecho de que era una mujer quien había cometido el asesinato. Reflexioné sobre las llamadas telefónicas a esas tres mujeres: todas ellas habían sido mensajes. En ningún caso había hablado la propia receptora con mistress Upward. Conque quizá no fuera mistress Upward quien había telefoneado. Era alguien que deseaba hacer recaer la culpabilidad del crimen sobre una mujer... cualquier mujer. De nuevo me pregunté: ¿por qué? y solo puede haber una respuesta: que no fue una mujer quien mató a mistress Upward... sino un hombre.

Paseó la mirada por su auditorio. Todos estaban muy quietos. Solo dos personas respondieron.

Eve Carpenter dijo, con un suspiro:

—¡Ahora empieza usted a hablar con sentido común!

Mistress Oliver movió vigorosamente la cabeza y dijo:

—Claro que sí.

—He llegado a este punto: un hombre mató a mistress Upward, y un hombre mató a mistress McGinty. ¿ Qué hombre? El motivo del asesinato tenía que seguir siendo el mismo: todo gira alrededor del retrato. ¿En posesión de quién se hallaba aquella fotografía? Esa es la primera cuestión. ¿Y por qué se conservó? Bueno; eso quizá no sea tan difícil. Digamos que se conservó, al principio, por razones sentimentales. Una vez eliminada McGinty... no es necesario destruir el retrato. Pero después de cometido el segundo asesinato, la cosa varía. Esta vez el retrato se ha relacionado definitivamente con el crimen. Ahora resulta peligroso conservarlo. Por consiguiente, estarán ustedes de acuerdo en que se ha de destruir forzosamente.

Contempló las cabezas que expresaban con un movimiento su asentimiento.

—Pero, a pesar de todo eso, ¡la fotografía no se destruyó! ¡No, no fue destruida! Lo sé, porque la encontré. La encontré hace unos días. La encontré en esta misma casa. En el cajón del buró que ven ustedes pegado a la pared. Lo tengo aquí.

Enseñó la descolorida fotografía de la muchacha de las rosas.

—Sí —dijo Poirot—. Es Eva Kane. Y en el dorso hay dos palabras escritas con lápiz. ¿Quieren que les diga cuáles son? Mi madre...

Sus ojos, graves y acusadores, descansaron sobre Maureen Summerhayes. Esta se apartó el cabello de la cara y le miró con los ojos muy abiertos y aturdidos.

—No comprendo. Yo nunca...

—No, mistress Surnmerhayes, usted no comprende. Sólo puede haber dos razones para conservar este retrato después del segundo crimen. La primera de ellas es un sentimentalismo inocente. Usted no experimentaba sensación de culpabilidad; por tanto, podía conservar la fotografía. Nos dijo usted misma, en casa de mistress Carpenter, cierto día, que era hija adoptiva. Dudo de que haya usted sabido nunca cuál era el nombre de su verdadera madre. Pero alguna otra persona lo sabía. Alguien que tiene todo el orgullo de la familia... un orgullo que le hace aferrarse a su casa ancestral, orgullo de sus antepasados y de su alcurnia. Ese hombre preferiría morir a consentir que el mundo... y que sus hijos... supieran que Maureen Summerhayes era hija del asesino Craig y de Eva Kane. Ese hombre, he dicho, preferiría morir. Pero eso no ayudaría, ¿verdad? En lugar de eso, digamos que tenemos aquí a un hombre dispuesto a matar.

Johnnie Summerhayes se levantó de su asiento. Su voz, cuando habló, era tranquila, casi amistosa:

—Está usted diciendo ya muchas bobadas, ¿verdad? Se está divirtiendo lanzando una serie tonta de teorías. ¡Eso es lo único que son: teorías! Diciendo cosas de mi mujer...

Estalló su ira de pronto, en furioso torrente:

—¡Maldita sea su estampa, perro indecente!...

La rapidez con que cruzó la habitación pilló a todos desprevenidos. Poirot saltó con agilidad hacia atrás y el superintendente Spence se metió de pronto entre Poirot y el esposo.

—Vamos, vamos, comandante Summerhayes, no se excite... no se excite...

Summerhayes se rehizo, se encogió de hombros y murmuró:

—Perdonen. Es absurdo en realidad. Después de todo... cualquiera puede meter una fotografía en un cajón.

—Precisamente —asintió Poirot—; y lo interesante de este retrato es que no tiene ninguna huella dactilar.

Hizo una pausa y luego movió la cabeza muy despacio, en gesto afirmativo.

—Pero debiera haberlas tenido —dijo—. Si mistress Summerhayes lo hubiese conservado, lo habría hecho inocentemente y, como es natural, debiera haber tenido huellas dactilares suyas.

Maureen exclamó:

—Yo creo que está usted loco. Jamás he visto ese retrato en mi vida... salvo aquel día en casa de mistress Upward.

—Es una suerte para usted —aseguró Poirot— que yo sepa que está usted diciendo la verdad. El retrato fue introducido en el cajón unos minutos tan solo antes que yo lo encontrara. Por dos veces aquella mañana fue vaciado el contenido de ese cajón en el suelo, y por dos veces lo volví a meter todo en su sitio. La primera vez, el retrato no estaba en el cajón. La segunda vez, . Lo habían colocado allí en el intervalo, y sé quién lo hizo.

Había tomado una entonación distinta su voz. Ya no era un hombrecillo ridículo, de absurdo bigote y cabello teñido; era un cazador que se aproximaba a la pieza.

—Los crímenes fueron cometidos por un hombre. Y lo fueron por el más sencillo de todos los motivos: por dinero. En casa de mistress Upward se encontró un libro. Y en la guarda hay escrito un nombre: Evelyn Hope. Hope fue el apellido que tomó Eva Kane cuando abandonó Inglaterra. Si su verdadero nombre era Evelyn, daría con toda seguridad ese mismo nombre a la criatura cuando naciese. Pero Evelyn es nombre de hombre tanto como de mujer. ¿Por qué habíamos supuesto que la criatura de Eva Kane era una niña? En realidad, ¡nada más que porque lo decía el Sunday Comet! Pero, en verdad, el Sunday Comet tampoco lo había dicho tan concretamente: lo había supuesto, como consecuencia de una entrevista romántica con Eva Kane. Pero Eva Kane salió de Inglaterra antes que naciera su hijo... Así, pues, nadie podía saber cuál iba a ser su sexo. Ahí es donde yo también me dejé engañar. Por la romántica inexactitud de la Prensa, del Sunday Comet. Evelyn Hope, hijo de Eva Kane, llega a Inglaterra. Tiene talento y llama la atención de una mujer muy rica, que no sabe una palabra de su origen... sólo la historia romántica que quisiera él contarle. Y fue una linda historia en verdad... ¡la de una trágica y joven bailarina que murió de tuberculosis en París! Es una mujer que se siente muy sola y que ha perdido hace poco a su propio hijo. El talentudo autor dramático adopta legalmente el nombre de su bienhechora. Pero su verdadero nombre es Evelyn Hope, ¿verdad, mister Upward?

Robin Upward gritó con estridencia:

—¡Claro que no! No sé de qué está usted hablando.

—No sé qué esperanza tiene de poder negarlo. Hay gente que le conoce por ese nombre. El nombre de Evelyn Hope, escrito en el libro, es de su puño y letra... la misma letra que las palabras "mi madre" en el dorso del retrato. Mistress McGinty vio la fotografía y la escritura cuando estaba poniendo en orden sus cosas. Le habló a usted de ello después de leer el Sunday Comet. Mistress McGinty supuso que se trataba de una fotografía de mistress Upwarden su juventud, puesto que no tenía idea de que no fuera ella su verdadera madre. Pero usted comprendió que si llegaba alguna vez a mencionar el asunto, de suerte que llegara a oídos de mistress Upward, sería el fin. Mistress Upward tenía ideas muy fanáticas en cuanto a las características heredadas. No hubiese tolerado ni un instante a un hijo adoptivo que fuera hijo de un famoso asesino. Ni perdonaría las mentiras que usted le había contado. En consecuencia, era preciso sellar los labios de mistress McGinty a toda costa. Le prometió usted un pequeño regalo, quizá, para que fuese discreta. La visitó a la noche siguiente, camino de la emisora desde la que había usted de radiar... y la mató. Así...

Con un brusco movimiento, Poirot asió el cortador de azúcar de encima del estante, hizo con él un molinete e inició el descenso, como para descargarle un formidable golpe a Robin en la cabeza.

Tan amenazador fue el gesto, que varios de los asistentes exhalaron un grito.

Robin Upward soltó un chillido. Un agudo chillido de terror.

Aulló:

—No... no... Fue un accidente. Juro que fue un accidente. No tenía la intención de matarla. Perdí la cabeza. ¡Lo juro!

—Lavó usted la sangre y volvió a dejar el cortador en este cuarto, donde lo había encontrado. Pero hay métodos científicos para determinar la existencia de sangre... y para hacer resaltar nue vamente las huellas latentes.

—Le digo que jamás tuve intención de matarla... Fue todo un error... Y, en cualquier caso, no es culpa mía... Yo no soy responsable. Lo llevo en la masa de la sangre. No puedo remediarlo. No se me puede ahorcar por algo que no es culpa mía... Ya lo verán ustedes.

Spence murmuró entre dientes:

—No, ¿eh? ¡Aguarda y verás!

Y en voz alta, en tono solemnemente oficial:

—He de advertirle, mister Upward, que todo cuanto diga desde este momento en adelante podrá ser empleado en contra suya ante un tribunal.

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