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Eve Carpenter salió por donde había entrado, vacilando un poco, como recordaba Poirot haberla visto hacer antes.

Se dijo dulcemente:

—Evelyn Hope...

Conque mistress Upward había telefoneado a Deirdre Henderson y a Evelyn Carpenter. Quizá hubiera telefoneado a alguna otra persona. Tal vez...

Entró Maureen con la violencia de siempre.

—Ahora son las tijeras. Perdone que tarde la comida. Tengo tres pares, y no encuentro ninguna.

Corrió al buró y se repitió el proceso que Poirot conocía ya. Esta vez alcanzó su objetivo un poco antes. Maureen soltó un grito de alegría y se fue.

Casi maquinalmente, Poirot se acercó al buró y se puso a meter las cosas en el cajón otra vez. Lacre, papel de escribir, una cesta de labor, fotografías...

Se quedó mirando la que tenía en la mano.

Se oyeron pasos presurosos por el corredor.

Poirot sabía moverse aprisa a pesar de su edad. Había dejado caer el retrato en el sofá, puesto encima un almohadón y tomado asiento para cuando volvió a entrar Maureen.

—¿Dónde demonios he puesto el cazo de las espinacas?

—Aquí está, madame.

Señaló el cazo, que reposaba a su lado en el sofá.

—¡Resulta que es ahí dónde lo dejé! —Lo cogió—. Todo va atrasado hoy...

Miró a Poirot, que estaba sentado más tieso que un palo.

—¿Para qué demonios quiere sentarse ahí? Aun con almohadones resulta el asiento más incómodo del cuarto. Todos los muelles están sueltos.

—Lo sé, madame. Pero estoy... estoy mirando ese cuadro de la pared.

Maureen alzó la mirada hacia el retrato al óleo de un oficial de marina, de cuerpo entero, con telescopio.

—Sí... es bueno. Aproximadamente, lo único bueno que hay en esta casa. No estamos muy seguros de que no sea un Gainsborough —exhaló un suspiro—. Johnnie no quiere venderlo, sin embargo. Es su tatara no sé cuántos abuelo, y se hundió con su barco, o hizo alguna cosa enorme mente gallarda. Johnnie está la mar de orgulloso de él.

—Sí —dijo Poirot con dulzura—. Sí; ¡tiene algo de que estar orgulloso su marido!

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