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¡Eh bien! —dijo Poirot—, ¿tiene alguna cosa que decirme?

—No sé si será importante. Alguien intentó entrar por la ventana del cuarto de mistress Welherby.

—¿Cuándo?

—Esta mañana. Ella estaba fuera. Y la muchacha había salido con el perro. El marido estaba encerrado en su despacho, como de costumbre. Normalmente, yo hubiese estado en la cocina, que cae al otro lado, como el despacho, pero me pareció una buena ocasión para... ¿comprende?

Poirot asintió con un gesto.

—Conque subí al piso y me colé en el cuarto de su excelencia doña Acidez. Había una escalera pegada a la ventana y un hombre intentaba alzar la falleba. La señora, desde el asesinato, lo tiene todo cerrado. No entra ni una pizca de aire fresco. Cuando me vio el hombre, bajó a toda prisa y se fue. La escalera era la del jardinero. Había estado recortando la hiedra y luego se había marchado a tomar un piscolabis.

—¿Quién era el hombre? ¿Puede describirle mas o menos?

—Sólo le vi un instante. Para cuando yo llegué a la ventana, había bajado la escalera y desaparecido. Y cuando le vi al principio, estaba él de espaldas al sol y no pude verle la cara.

—¿Está usted segura de que se trataba de un hombre?

Maude reflexionó.

—Vestía de hombre, por lo menos... llevaba un sombrero viejo, de fieltro. Podía haber sido una mujer, claro está.

—Es interesante —dijo Poirot—. Es muy interesante... ¿Nada más?

—Nada aún. ¡La de porquerías que guarda esa mujer! ¡Debe andar mal de la cabeza! Entró sin que yo la oyera esta mañana y me echó una bronca por andar husmeando. Acabaré por asesinarla. Si alguien anda pidiendo que la asesinen, ese alguien es ella. Es desagradable a más no poder.

Poirot murmuró dulcemente:

—Evelyn Hope...

—¿Qué es eso?

La joven se volvió bruscamente hacia él.

—¡Por lo visto conoce usted el nombre!

—Pues... sí... Es el nombre que Eva Cómo Se Llame tomó cuando marchó para Australia. Lo...lo decía el periódico... el Sunday Comet.

—El Sunday Comet dijo muchas cosas; pero no dijo eso. La Policía encontró ese nombre anotado en un libro de casa de mistress Upward.

Maude exclamó:

—Entonces sí que era ella... y no murió allá. Michael tenía razón.

—¿Michael?

Maude dijo bruscamente:

—No puedo entretenerme. Llegaré tarde a servir la comida. La tengo en el horno, pero se estará quemando ya.

Echo acorrer. Poirot se quedo mirando cómo se alejaba.

Allá en la ventana de la estafeta, mistress Sweetiman, con la nariz pegada al cristal, se preguntó si aquel extranjero viejo le habría estado haciendo proposiciones de cierto carácter a la muchacha.

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