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Poco cambio se había operado en James Bentley. Estaba, quizá, un poco más delgado y tenía más inquietas las manos. Fuera de esto, seguía siendo la misma criatura silenciosa y sin esperanza.

Hércules Poirot habló con cuidado. Había nuevos indicios. Se estaba procediendo a una revisión del asunto. Existía, por consiguiente, esperanza... Pero a James Bentley no le atraía la esperanza.

—De nada servirá —dijo—. ¿Qué más pueden descubrir?

—Los amigos de usted —aseguró Poirot— están trabajando mucho.

—¿Mis amigos? —se encogió de hombros—. No tengo amigos.

—No debe decir eso. Tiene, por lo menos, dos.

—¿Dos amigos? Me gustaría saber quiénes son.

El tono no expresaba, en realidad, deseo alguno de que se lo comunicaran, sino simplemente hastío e incredulidad.

—En primer lugar, el superintendente Spence...

—¿Spence? ¿Spence? ¿El superintendente policíaco que preparó la acusación contra mí? Eso resulta cómico.

—No es cómico. Es afortunado. Spence es un hombre muy perspicaz y muy concienzudo. Quiere estar completamente seguro de que no ha cometido ningún error.

—Bien seguro se siente de eso ya.

—Por extraño que parezca, anda muy lejos de tener esa seguridad. Por eso, como he dicho, es su amigo.

—¡Esa clase de amigo!

Hércules Poirot aguardó. Hasta el propio James Bentley, pensó, debía de tener algún atributo humano. Ni el propio James Bentley podía carecer por completo de algo de la curiosidad que caracteriza a la mayoría de los hombres.

Y en efecto, Bentley, al cabo de unos instantes, preguntó:

—¿Quién es el otro?

—Maude Williams.

Bentley no pareció reaccionar.

—¿Maude Williams? ¿Quién es?

—Trabajaba en las oficinas de Breather & Scuttle.

—¡Ah, esa miss Williams!

Précisément, esa miss Williams.

—Pero ¿qué tiene que ver con ella?

Había momentos en que Hércules Poirot hallaba la personalidad de James Bentley tan irritante, que sentía de todo corazón no poderle creer culpable del asesinato de mistress McGinty. Por desgracia, cuanto más le irritaba Bentley, más se inclinaba a compartir las creencias de Spence. Cada vez le costaba más trabajo imaginarse a Bentley matando a alguien. Poirot estaba seguro de que la actitud de James Bentley ante el asesinato hubiera sido que, después de todo, nada valía la pena. Si las ínfulas, la "chulería", la presunción, eran características de los asesinos, como decía Spence, Bentley nada tenía de asesino.

Poirot dijo, conteniéndose:

—Miss Williams se interesa por este asunto. Está convencida de que es usted inocente.

—No veo qué puede saber ella del caso.

—Le conoce a usted.

Bentley parpadeó. De mala gana dijo:

—Supongo que sí, hasta cierto punto, aunque no muy bien.

—Trabajaron juntos en el despacho, ¿verdad? ¿Comieron a veces juntos?

—Pues... sí... una o dos veces. El Café del Gato Azul está muy a mano... al otro lado de la calle.

—¿No salió nunca de paseo con ella?

—Si quiere que le diga le verdad, sí que salimos una vez. Dimos un paseo por las lomas.

Hércules Poirot dio un bufido.

Ma foi, ¿acaso intento arrancarle la confesión de un crimen? ¿No es natural que salga en compañía de una muchacha bien parecida? ¿No es agradable? ¿No le produce satisfacción alguna?

—No veo por qué.

—A la edad de usted, es natural y justo que disfrute de la compañía de muchachas.

—No conozco a muchas chicas.

¡Ça se voit! Pero de eso no debiera presumir, sino avergonzarse. Usted conocía a miss Williams; trabajó con ella y habló con ella, y a veces comió con ella, y una vez salió de paseo con ella. Y cuando la menciono, ¡ni siquiera recuerda usted su nombre!

James Bentley se puso colorado.

—Es que... ¿sabe?... nunca he tenido gran cosa que ver con muchachas. y ella no es precisamente lo que uno llamaría una señorita, ¿no le parece? ¡Oh, muy agradable y todo eso!... Pero no puedo menos de pensar que mi madre la hubiese encontrado vulgar... ordinaria...

—Lo que importa es lo que usted piense.

James Bentley volvió a sonrojarse.

—Su cabello —dijo— y la clase de ropa que lleva... Mamá, claro está, era un poco anticuada...

Se interrumpió.

—Pero ¿halló usted a miss Williams, cómo diré yo... simpática?

—Siempre fue muy bondadosa —dijo James Bentley despacio—. Pero no... no comprendía en realidad. Se le murió la madre cuando no era más que una niña, ¿sabe?

—Y luego perdió usted la colocación —dijo Poirot—. No pudo encontrar otra. Miss Williams se vio con usted en Broadhinny, según tengo entendido.

James Bentley dio muestras de embarazo.

—Sí... sí. Iba a ir allá por cuestión de negocios y me mandó una postal. Me pidió que me viera con ella. No comprendo por qué. No es como si la hubiera conocido bien de verdad.

—Pero ¿se vio con ella?

—Sí; no quise ser grosero.

—¿Y la llevó al cine o la invitó a comer?

James Bentley pareció escandalizarse.

—¡Oh, no! Nada de eso. Nos... nos limitamos a hablar mientras aguardaba ella el autobús.

—¡Ah! ¡Cuán divertido debe de haberle resultado eso a la pobre chica!

James Bentley dijo vivamente:

—Yo no tenía dinero. No debe olvidar eso. No tenía ni un penique.

—Claro. Fue unos cuantos días antes que mataran a mistress McGinty, ¿no es cierto?

James Bentley movió afirmativamente la cabeza. Dijo de pronto:

—Sí, fue el lunes. La mataron el miércoles.

—Le voy a preguntar otra cosa, mister Bentley. ¿Mistress McGinty compraba el Sunday Comet?

—Sí.

—¿Leyó alguna vez ese periódico?

—Solía ofrecérmelo a veces; pero no se lo aceptaba casi nunca. A mi madre no le gustaba esa clase de periódico.

—Por consiguiente, ¿no vio el Sunday Comet de aquella semana?

—No.

—¿Y mistress McGinty no habló de él, ni de nada de su contenido?

—¡Ya lo creo que sí! —contestó inesperadamente Bentley—. ¡No habló de otra cosa!

¡Ah, la la! Conque no habló de otra cosa. ¿Y qué fue lo que dijo? Tenga cuidado. Esto es muy importante.

—No lo recuerdo muy bien ahora. Fue algo relacionado con un asesinato antiguo. El caso Craig creo que era... no; quizá no fuese Craig. Sea como fuere, dijo que alguien relacionado con el caso vivía en Broadhinny ahora. No habló de otra cosa. No pude comprender por qué había de importarle eso.

—¿Dijo qué persona de Broadhinny era?

—Creo que esa mujer cuyo hijo escribe obras de teatro.

—¿La mencionó por el nombre?

—No... yo... la verdad, hace tanto tiempo...

—Se lo suplico, intente pensar. Desea usted verse en libertad de nuevo, ¿verdad?

—¿En libertad?

La pregunta parecía sorprenderle.

—Sí; en libertad.

—Yo... sí... supongo que sí...

—Entonces ¡piense!¿Qué fue lo que dijo mistress McGinty?

—Pues... algo así como: "Tan satisfecha de sí misma como está y tan orgullosa. No tendría tanto de qué enorgullecerse si todo se supiera." Y añadió: "Nadie diría que se trataba de la misma mujer viendo el retrato." Pero, claro, se había tomado años antes.

—¿Por qué estaba usted seguro que era de mistress Upward de quien hablaba?

—La verdad es que no lo sé... Me dio esa impresión simplemente. Había estado hablando de mistress Upward... y luego perdí yo todo interés y no escuché... y después... Bueno, ahora que lo pienso, no sé en realidad de quién estaba hablando. Hablaba mucho, ¿sabe?

Poirot suspiró. Dijo:

—Yo, personalmente, no creo que fuera de mistress Upward de quien hablara. Yo creo que sería de otra. Es fantástico pensar que, si llegan a ahorcarle a usted, será porque no presta suficiente atención a la gente con quien conversa. ¿Le hablaba mucho mistress McGinty de las casas en que trabajaba, o de las señoras de dichas casas?

—Sí, hasta cierto punto... pero es inútil preguntármelo. No parece usted darse cuenta, monsieur Poirot, que tenía mi propia vida en que pensar entonces. Me hallaba consumido por la ansiedad... me encontraba en una situación desesperada...

—¡No tanto como la situación en que se encuentra ahora! ¿Habló mistress McGinty de mistress Carpenter... o Selkirk, como se llamaba entonces... o de mistress Rendell?

—Carpenter tiene esa casa nueva en la cima de la colina y un automóvil grande, ¿verdad? Era el prometido de mistress Selkirk. Mistress McGinty siempre le tuvo ojeriza a mistress Selkirk. No sé por qué. "La del salto", eso es lo que solía llamarla. No sé lo que quería decir con ello..

—¿Y los Rendell?

—El médico, ¿verdad? No recuerdo que dijera nada en particular de ellos.

—¿Y los Wetherby?

—Recuerdo lo que de ellos dijo —anunció Bentley con gesto de satisfacción—. "No tengo paciencia con sus remilgos ni sus caprichos", eso es lo que dijo de ella. Y de él: "No suelta ni una palabra, buena ni mala."

Hizo una pausa.

—Dijo que en aquella casa no había felicidad —agregó.

Poirot alzó la mirada. Durante un segundo, la voz de James Bentley había tenido un dejo del que careciera hasta entonces. No estaba repitiendo obedientemente lo que recordaba. Había salido fugazmente de su apatía. James Bentley estaba pensando en Hunter's Close, en la vida que allí se llevaba, en si era o no una casa desgraciada. Pensaba objetivamente.

Poirot preguntó con dulzura:

—¿Los conocía usted? ¿A la madre? ¿Al padre? ¿A la hija?

—En realidad, no. Fue el perro. Un Sealyham. Cayó en una trampa. Ella no podía sacarle. La ayudé yo.

Se notaba otra vez algo nuevo en la voz. "La ayudé yo", había dicho, vibrando levemente en las palabras un eco de desmedido orgullo.

Poirot recordó lo que le había dicho mistress Oliver de su conversación con Deirdre.

Preguntó:

—¿Hablaron ustedes?

—Sí. Ella... su madre sufría mucho, me dijo. Quería mucho a su madre.

—¿Y usted le habló de la suya?

—Sí —respondió simplemente el otro.

Poirot nada dijo. Aguardó.

—La vida es muy cruel —dijo James Bentley—. Muy injusta. Hay gente que nunca parece conseguir la menor felicidad.

—Es posible —dijo Hércules Poirot.

—No creo que hubiera conocido mucha miss Wetherby.

—Henderson.

—¡Ah, sí! Me dijo que tenía padrastro.

—Deirdre Henderson —dijo Poirot—; Deirdre de los Dolores. Lindo nombre; pero no linda muchacha, según tengo entendido.

James Bentley se ruborizó.

—A mí —aseguró— se me antojó bastante bien parecida...

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