Capítulo 21

El profesor Lars Johansson era un hombre que, según Grace, parecía más un banquero internacional que un científico que había pasado la mayor parte de su vida arrastrándose por cuevas de murciélagos, pantanos y selvas hostiles de todo el planeta en busca de insectos raros.

Con su más de metro ochenta de estatura, pelo rubio y suave, físico atractivo y sofisticado y ataviado con un traje de raya diplomática de tres piezas, el anglosueco irradiaba confianza y un encanto cosmopolita. Estaba sentado a la gran mesa de su abarrotado despacho en el último piso del Museo de Historia Natural de Londres, con sus gafas de carey de media luna en la punta de la nariz, rodeado de vitrinas y campanas de cristal llenas de especímenes extraños, un microscopio y un montón de instrumentos médicos, reglas y pesas. La habitación podría estar sacada del plato de una película de Indiana Jones, pensó Grace.

Los dos hombres se habían conocido y se habían hecho amigos hacía unos años en la Convención de la Asociación Internacional de Investigadores de Homicidios, un encuentro que se celebraba en distintas ciudades de Estados Unidos y al que Grace asistía todos los años. Por lo general, Grace habría mandado a uno de los miembros de su equipo a ver a Johansson, pero sabía que obtendría respuestas más deprisa si iba en persona.

El entomólogo sacó la bolsa de plástico que contenía el escarabajo de la bolsa de pruebas beis de la policía.

– ¿Lo han limpiado, Roy? -preguntó con su culto acento inglés.

– Sí.

– Entonces, ¿puedo sacarlo?

– Por supuesto.

Johansson extrajo con cuidado el escarabajo de cinco centímetros con unas pinzas y lo dejó sobre su cartapacio. Lo examinó en silencio unos momentos con una gran lupa, mientras, agradecido, Grace bebía un sorbo de café solo, pensando por un instante con tristeza en la cita de esta noche con Cleo, que había tenido que cancelar para poder venir primero aquí y volver a Sussex House para celebrar la reunión informativa con su equipo a última hora. Había estado esperándola más que nada de lo que podía recordar en muchísimo tiempo y estaba destrozado porque no iba a verla. Pero al menos habían quedado para otro día, el sábado, sólo dos días después. Y la ventaja era que ahora tendría más tiempo para comprar ropa nueva.

– Es un buen espécimen, Roy -le dijo Lars-. Muy bueno.

– ¿Qué puedes decirme sobre él?

– ¿Dónde lo has encontrado exactamente?

Grace se lo explicó, y el entomólogo, dicho sea en su honor, apenas levantó las cejas.

– Encaja -dijo-. Es enfermizo, pero acertado.

– ¿Encaja? -preguntó Grace.

– Es una ubicación adecuada, por motivos que te aclararé. -Esbozó una sonrisa irónica.

– Soy todo oídos.

– ¿Quieres la clase completa de biología de segundo de carrera sobre este bichito o un resumen?

– Sólo la versión para justitos. Tendré que repetírselo a gente que aún es más inútil que yo.

El entomólogo sonrió.

– Se llama Copris lunaris y tiene la longitud media, normalmente miden de quince a veinticinco milímetros. Es originario del sur de Europa y del norte de África.

– ¿Pueden encontrarse aquí?

– Fuera del zoo, no.

Grace frunció el ceño, pensando en las repercusiones de aquello.

– Los egipcios la consideraban una criatura sagrada -continuó el profesor-. También se conoce como escarabajo pelotero.

Ahora Grace lo entendió.

– ¿Escarabajo pelotero?

– Eso es. Los más conocidos son la subespecie llamada escarabajo estercolero. Utilizan la cabeza y las patas delanteras para raspar los excrementos y hacer una bola, luego la llevan rodando hasta que encuentran un lugar adecuado para enterrarla, para que madure y se descomponga.

– Suena delicioso -dijo Grace.

– Creo que prefiero las albóndigas suecas.

Grace se quedó pensando un momento.

– Entonces, colocar este escarabajo en el recto de la mujer tiene un significado.

– Retorcido, pero sí.

Una sirena ululó en la calle.

– Creo que es razonable suponer que nos enfrentamos a alguien que tiene unos valores distintos a los tuyos y a los míos -dijo Grace con una mueca-. ¿Qué relación existe exactamente con el antiguo Egipto, Lars?

– Te lo imprimiré. Es bastante fascinante, la verdad.

– ¿Me ayudará a encontrar al asesino?

– No hay duda de que se trata de alguien que conoce el simbolismo. Creo que sería importante que comprendieras todo lo posible sobre el tema. ¿No has estado en Egipto, Roy?

– No.

Parecía que el profesor comenzaba a animarse.

– Si vas a Luxor, al Valle de los Reyes o a cualquier templo, verás escarabajos peloteros grabados por todas partes; eran una parte fundamental de la cultura del Alto y del Bajo Egipto. Y, por supuesto, eran importantes en los ritos funerarios.

Grace bebió un poco más de café, repasando mentalmente todo lo que tenía que hacer aquella noche, mientras el profesor tecleaba un momento en su ordenador.

Hacía veinte minutos, la detective Emma-Jane Boutwood había llamado para comunicarle que habían llegado los resultados de las pruebas de ADN: la base de datos no había dado ninguna identificación positiva. Todavía no se habían encontrado más partes del cuerpo. En la última hora, se había descartado a otra de las mujeres desaparecidas. El ADN del resto se había enviado por mensajero al laboratorio, y era de esperar -al menos para la policía- que hubiera una identificación positiva. Si no, tendrían que ampliar la búsqueda de inmediato.

De repente, una impresora escupió un folio a unos centímetros de donde estaba sentado y le dio un susto.

– ¿Ritos funerarios?

– Sí.

– ¿Qué importancia tenían estos escarabajos en los ritos funerarios, Lars?

– Se colocaban dentro de las tumbas para garantizar la resurrección eterna.

Grace pensó en aquello unos momentos. ¿Se enfrentaban a un fanático religioso? ¿A un jugador? Sin duda, se trataba de una persona inteligente -lo bastante culta para haber estudiado el antiguo Egipto-; la ubicación de este escarabajo en concreto en el recto de la mujer no se había elegido al azar.

– ¿Dónde podría alguien conseguir un escarabajo pelotero en Inglaterra? -preguntó-. ¿Sólo en un zoo?

– No, hay algún importador de insectos tropicales que comercia con ellos. No tengo ninguna duda de que también estarán disponibles a través de Internet.

Roy Grace anotó mentalmente encargar a alguien que hiciera una lista de todos los proveedores de insectos tropicales del Reino Unido y los visitara y realizara una búsqueda por Internet.

El entomólogo devolvió el escarabajo a la bolsa de pruebas.

– ¿Puedo ayudarte en algo más, Roy?

– Estoy seguro de que lo habrá. Ahora no se me ocurre nada más. Y te agradezco muchísimo que te hayas quedado hasta tan tarde para verme.

– No hay problema. -Lars Johansson señaló con la cabeza la ventana y la vista hacia Exhibition Road-. Hace una noche agradable. ¿Vuelves a Sussex?

Grace asintió.

– Deja que te invite a una copa, la penúltima.

Grace miró la hora. El siguiente tren rápido a Brighton salía dentro de cuarenta minutos. No le daba tiempo a tomar una copa, pero sí sentía que necesitaba una, y como el profesor le había ayudado tantas veces en el pasado, le pareció de mala educación rechazar su invitación.

– Una rápida -dijo-. Luego, tengo que salir corriendo.

Treinta minutos después, sentado a una mesa de la terraza de un pub abarrotado, se preguntó qué diablos pasaba exactamente con su vida. Esta noche debería estar con una de las mujeres más hermosas que había visto. Sin embargo, estaba bebiendo su segunda pinta de cerveza tibia, escuchando primero una conferencia de quince minutos sobre el sistema digestivo del escarabajo pelotero y, ahora, un largo análisis de Lars Johansson, cada vez más deshecho en lágrimas, de todos los problemas de su matrimonio.

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