Capítulo 82

El Departamento de Huellas ocupaba uno de los mayores espacios de Sussex House. Situado en la planta baja, a poca distancia de la Unidad de Delitos Tecnológicos, tenía una actividad febril y callada, y cada vez que Grace entraba allí, percibía un aroma muy tenue de tinta en el aire.

Derry Blane, uno de los agentes más veteranos del departamento, estaba sentado en un área de trabajo más o menos en el centro del laberinto de mesas y máquinas. En la pantalla de su ordenador estaba la mejor huella que Joe Tindall había sacado del Volkswagen, una del retrovisor. Grace y Tindall estaban detrás de él, mirando la pantalla.

Blane, un hombre calvo y con gafas, tenía un aspecto paternal, amistoso, y una actitud callada y erudita que inspiraba confianza. Introdujo una orden en el teclado y apareció un grupo de diez huellas. Volvió a hacer clic y a Grace le dio un vuelco el corazón. Allí, en la pantalla, había una fotografía de archivo policial de su hombre. Y su nombre. Era el conductor del Golf. La cita de Janie Stretton en el Karma Bar.

– Tenemos una identificación positiva -dijo Derry Blane-. He introducido su nombre en el NAFIS y lo ficharon hace poco más de un año, después de un altercado en la discoteca Escape en Brighton. Quedó libre con una advertencia. Se llama Mik Luvic. Es albanés, sin domicilio fijo.

– ¿Qué más tenéis sobre él? -preguntó Grace.

– El tema es éste. -Blane volvió a teclear en el ordenador-. Hay un aviso en el PNC para vigilarle, a petición de la Interpol.

La emoción de Grace aumentó. El PNC era la base de datos de delincuentes de la policía.

– Así que he realizado una búsqueda internacional sobre su historial completo, para eso hace falta un historial completo, y ha aparecido relacionado con esta joya.

Blane pulsó un par de teclas más y, al cabo de un momento, la cabeza y el torso de un hombre obeso aparecieron en la pantalla. Tenía la cabeza pequeña en comparación con la mole de su cuerpo; llevaba el pelo plateado engominado hacia atrás y recogido en una coleta.

– Se llama Carl Venner. También utiliza el nombre de Jonas Smith. Tiene un historial interesante -prosiguió Blane-. Venner estaba en el Ejército de Estados Unidos. Empezó como piloto de helicópteros en Vietnam. Le condecoraron con un corazón púrpura al resultar herido en combate, luego dejó de volar por motivos de salud y se hizo operador de radio. Después lo ascendieron a un puesto de rango superior en Comunicaciones Militares. Entonces estuvo implicado en un escándalo. Puede que lo recuerdes: un cámara y un par de fotógrafos de guerra fueron procesados por grabar la tortura y ejecución de miembros del Vietcong y posteriormente vender las imágenes.

– ¿Películas snuff? -preguntó Grace.

– Exacto. Pero Venner logró librarse de los cargos. Se quedó en el Ejército estadounidense y lo trasladaron a un puesto de inteligencia en Alemania. Luego, cuando estalló la guerra de Bosnia lo destinaron allí. Y volvió a suceder lo mismo que en Vietnam. Al final, le hicieron un consejo de guerra por grabar ejecuciones de prisioneros y vender las películas en el mercado internacional de películas snuff.

– ¿Me tomas el pelo? -preguntó Grace.

– No, en absoluto. Este tipo es lo peor de lo peor. Es una sabandija. Un abogado listo consiguió que lo absolvieran, pero el escándalo le salpicó y lo expulsaron del Ejército. Después, su nombre aparece en una red internacional de pornografía infantil que operaba desde Atlanta. No se trata sólo de hombres manteniendo relaciones sexuales con niños; son imágenes de asesinatos de niños. En su mayoría asiáticos, algunos indios, también hay algún blanco.

– Realmente te relacionas con lo mejorcito, ¿verdad, Roy? -dijo Tindall con una sonrisa, otra vez de buen humor.

– Es típico de mí. Deberías ir a una de mis cenas.

– Sigo esperando a que me invites.

– ¿Y qué le pasó? -preguntó Grace, que se dirigió de nuevo a Blane.

– Parece que huyó. El FBI le perdió la pista. Luego…, hace tres años, apareció en Turquía. Luego en Atenas. Luego en París. Allí se desmanteló una pequeña red de películas snuff. La policía francesa llevó a cabo una redada en un piso del distrito 16 de París. Se incautaron de un montón de material y detuvieron a un grupo de gente que dijo que Venner era el cabecilla. Desde entonces, nadie lo ha visto.

– ¿Cuál es la relación con Luvic?

– La Interpol tiene a alguien en Londres que dispone de la información. Tengo su número. Se llama sargento Barry Farrier.

– Gracias, Derry, has hecho un gran trabajo. ¡E increíblemente rápido!

Por culpa del tráfico, Grace había tardado veinte minutos más de lo planeado en volver a la central; sin embargo, Joe Tindall debía de haberse encontrado con el mismo problema, por lo que Blane no había podido tener las huellas más de quince minutos.

Otra vez arriba, en su despacho particular enfrente del MIR Uno, Grace habló primero con el equipo de vigilancia pendiente del Golf. El conductor aún no había aparecido. Cuando estaba a punto de llamar al sargento Barry Farrier, le sonó el móvil. Al contestar, reconoció la voz efusiva y aguda de Harry Frame.

– ¿Tienes algo? -le preguntó Grace al clarividente.

– Bueno, no sé si significa algo para ti o no. Percibo un reloj -contestó el médium.

– ¿Un reloj? -dijo Grace-. ¿Un reloj de muñeca?

– ¡Exacto! -El entusiasmo de Frame aumentó-. ¡Un reloj de muñeca! Hay algo muy significativo. Un reloj de muñeca te conducirá a algo muy satisfactorio relacionado con un caso en el que estás trabajando. Este caso, creo.

– ¿Puedes darme más detalles? -preguntó Grace, perplejo.

– No, yo… No, eso es todo. Como te he dicho, no sé si significa algo.

– ¿Alguna marca en particular?

– No. Es caro, creo.

– ¿Caro?

– Sí.

– ¿De hombre o de mujer?

– Es un reloj de hombre: Creo que podría haber más de uno.

Grace meneó la cabeza, desconcertado, intentando pensar. La verdad era que ahora mismo aquella información no significaba nada.

– De acuerdo -contestó-. Gracias. Llámame si percibes algo más.

– Sí, claro, ¡no te preocupes!

Grace colgó y marcó de inmediato el número de la Interpol en Londres. Tuvo que esperar dos minutos a que Farrier terminara una llamada escuchando Greensleeves en lo que parecía una repetición permanente. Entonces, escuchó un marcado acento cockney.

– Sargento Farrier, ¿en qué puedo ayudarle?

Grace se presentó. De inmediato, Farrier se emocionó.

– Tengo detectives en Grecia, Turquía, Suiza y París que querrían tener una charla con el señor Luvic.

– Sé dónde está su coche -dijo Grace-. ¿Qué tiene sobre Carl Venner?

– Nada de nada. Nadie le ha visto en tres años. Y no pasa desapercibido. Es un gordo seboso.

Llamaron a la puerta y entró Norman Potting, con un papel en la mano. Grace le hizo un gesto para indicarle que estaba ocupado. Potting se quedó junto a la puerta.

– Estaría muy interesado en cualquier cosa que averigüe sobre Venner -dijo Barry Farrier-. Tengo órdenes de búsqueda suficientes para parar un tren. De toda Europa.

– ¿Podría estar en Inglaterra?

– Si Luvic está aquí, es una posibilidad.

– Cuénteme más cosas de Luvic.

– Es albanés. Tiene treinta y dos años. Es un tipo listo. En su país estudió Tecnología en la universidad, además de convertirse en campeón de kick-boxing y luchador a puño limpio. Típico de su generación, acabó la universidad y no encontró trabajo. Se juntó con un grupo de estudiantes que diseñaban virus informáticos por diversión, seguramente por aburrimiento. Luego, se asoció con otra gente, chantajes a grandes empresas.

– ¿Chantajes?

– Es un gran negocio. Imagine un gran evento deportivo, como el Derby, por ejemplo. Un par de días antes, los grandes corredores de apuestas reciben la amenaza de un ataque con virus informáticos que desconectará sus sistemas durante veinticuatro horas el día del Derby. A menos que paguen. Así que pagan. Es la opción más barata.

– He oído hablar del tema -dijo Grace.

– Sí, es lo más. En cualquier caso, luego Luvic entró en contacto con Venner de algún modo. Probablemente lo reclutó él. Entraron juntos en la red francesa de películas snuff, eso seguro. Los dos desaparecieron a la vez. Puedo enviarle todos los archivos por correo electrónico.

– Sí, por favor.

– Sí, no se preocupe. Ahora mismo. Le diré una cosa. He visto algunas de las fotos. Me gustaría pillar a Venner y a Luvic en un callejón una noche oscura. Sólo cinco minutos con ellos, eso me gustaría.

– Sé cómo se siente. Dígame, ¿Te dice algo un escarabajo pelotero, en relación con estos dos?

– ¿Pelotero? ¿Un escarabajo pelotero?

– Sí.

Al cabo de unos momentos de silencio, Barry Farrier dijo:

– En su negocio en Francia, siempre había un insecto, un escorpión, en algún sitio en las fotos y en las películas.

– ¿Vivo o muerto?

– Muerto. ¿Puedo saber por qué lo pregunta?

– Parece que este tipo está muy puesto en entomología -dijo Grace-. Si se trata del mismo hombre, ahora está utilizando escarabajos, escarabajos estercoleros.

– Muy adecuado.

Grace le dio las gracias, accedió a mantenerle informado de todo y colgó. Al instante, Norman Potting se acercó a su mesa a grandes zancadas y dejó delante de él el papel que llevaba.

– Acido sulfúrico, Roy. Tengo una lista bastante completa, creo yo, de todos los proveedores del Reino Unido. Aquí en el sur hay cinco. En nuestra zona dos, uno en Newhaven y otro en Portslade.

Grace, que aún estaba asimilando la información que le había dado Barry Farrier, cogió la lista y repasó deprisa los nombres y direcciones. Vio las dos empresas de la zona.

De repente, la puerta se abrió y Glenn Branson irrumpió en el despacho, la emoción iluminaba su rostro.

– ¡Tengo un resultado! -dijo, con la cara a unos centímetros de su inspector jefe.

– Cuéntame.

Branson plantó la fotografía del conductor del Volkswagen Golf en la mesa con un gesto triunfante.

– Acaba de llamarme un taxista amigo mío.

Frívolamente, y sin ningún motivo en particular, Grace preguntó:

– ¿No será el que te chivó lo mío con Cleo?

– El mismo. -Branson sonrió, luego siguió, totalmente eufórico-. He pasado esta fotografía a todos mis contactos. Acaba de llamarme. Ha recogido a un cliente que dice que es igualito a este tipo, en el centro de Brighton, hace veinte minutos. Está convencido de que es este hombre. Le ha dejado delante de un almacén en Portslade. En esta dirección. -Le dio a su jefe un trozo de papel escrito a mano.

Grace lo leyó. Luego, volvió a mirar la lista que Potting acababa de darle. El distribuidor de ácido sulfúrico situado en Portslade.

Era la misma dirección.

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