Capítulo 75

Roy Grace estuvo pegado al teléfono todo el rato mientras conducía su Alfa, haciendo una llamada tras otra: para saber cómo estaba Emma-Jane y, luego, para conocer los progresos de cada uno de los miembros de su equipo; los presionó tanto como pudo.

Se dirigió hacia el este por la carretera de la costa, sustituyendo las elegantes fachadas de la época de la Regencia de Kemp Town por el campo abierto, más allá de los acantilados, tras el enorme edificio neogótico de la escuela Roedean para chicas y, luego, el edificio art déco del hogar Saint Dunstan para invidentes.

«Mañana, a las nueve y cuarto de la noche.»

Tenía la hora grabada con láser en la conciencia; estaba en todos sus pensamientos. Ahora eran las diez y cuarto de la mañana, lunes. Quedaban justo treinta y cinco horas para la emisión, pero ¿cuánto tiempo antes matarían a los Bryce?

Janie Stretton había llegado tarde a la cita de las seis y media de la tarde con el veterinario de su gato y no se había marchado hasta las ocho menos veinte. Entre ese momento y aproximadamente las nueve y cuarto de la noche, cuando Tom Bryce afirmaba haberla visto en el ordenador, había sido asesinada y se había emitido el vídeo. Si el asesino seguía el mismo patrón, tal vez tuvieran hasta alrededor de las siete y media de la tarde de mañana. Poco más de treinta y tres horas, aproximadamente.

Y seguían sin tener pistas.

Treinta y tres horas era muy poco tiempo, joder.

Entonces se permitió esbozar la más breve de las sonrisas al pensar en Cassian Pewe ingresado en el hospital; al recordar lo irónico de la situación; la increíble coincidencia; y en el hecho de que Alison Vosper hubiera visto la parte divertida y le hubiera mostrado un lado extraño de sí misma, su lado humano. Y la cuestión era -sabía que no era correcto, pero no podía evitarlo- que no se sentía nada mal por ello, ni siquiera compadecía a aquel hombre.

Lo sentía por el taxista inocente, pero no por ese mierdecilla de Cassian Pewe, que había llegado a Brighton recién ascendido y con intención de robarle el puesto. El problema no había desaparecido, pero con las heridas que había sufrido, al menos quedaba aparcado durante un tiempo.

Atravesó la elegante ciudad histórica de Rottingdean, situada en lo alto de un acantilado. Condujo por una cuesta amplia, luego por una bajada, seguida de otra cuesta, pasó por delante del barrio residencial de la posguerra de Saldean, que se había extendido sin orden ni concierto, y luego por Peacehaven, cerca de donde vivía Glenn Branson y de donde había aparecido el cadáver de Janie Stretton.

Dejó la carretera de la costa y entró en un laberinto de calles empinadas llenas de casas de una planta y chalecitos, y se detuvo delante de una vivienda pequeña, bastante abandonada con una autocaravana destartalada aparcada enfrente.

Terminó de hablar por teléfono con Norman Potting, que parecía haber avanzado mucho en su búsqueda de proveedores de ácido sulfúrico, se tomó un Red Bull y dos ProPlus más, recorrió un sendero corto flanqueado por gnomos de jardín y entró en un porche. Pasó por delante de unas campanillas inmóviles y llamó al timbre.

Un hombrecito enjuto y nervudo de setenta y tantos años, que guardaba un parecido más que razonable con varios de los gnomos que acababa de ver, abrió la puerta. Tenía perilla, el pelo gris y largo recogido en una coleta, llevaba un caftán, unos vaqueros y lucía la cruz ankh en una cadena de oro. Saludó a Grace efusivamente con voz aguda, todo energía, le estrechó la mano y lo miró con la dicha de quien se reencuentra con un viejo amigo.

– ¡Comisario Grace! ¡Me alegra volver a verle tan pronto!

– Lo mismo digo, amigo mío. Siento llegar tan tarde.

Hacía poco más de una semana de la última vez que Grace lo había llamado para solicitar sus servicios. Frame había salvado, sin lugar a dudas, la vida de un hombre inocente.

Harry Frame le estrechó la mano con una fuerza que contradecía su edad y estatura. Lo miró con unos ojos verdes penetrantes.

– Bueno, ¿a qué debo el placer esta vez? ¡Pasa!

Grace lo siguió por un vestíbulo estrecho iluminado por un farolillo con una bombilla de baja potencia y decorado con temas náuticos, el centro del cual era un gran ojo de buey de latón en la pared, y entró en un salón, en el que las estanterías estaban repletas de botellas con barcos dentro. Había un tresillo soso, con el respaldo cubierto de antimacasares, un televisor encendido y una mesa redonda de roble con cuatro sillas de madera junto a la ventana, hacia la que Frame le guio. Como siempre que lo visitaba, Grace se fijó en el grabado hortera de la cabaña de Anne Hathaway en la pared y en un lema enmarcado que decía: «La mente, una vez expandida, nunca puede volver a sus dimensiones originales».

– ¿Un té?

– No, gracias -dijo Grace, aunque habría matado por una taza-. Tengo muchísima prisa.

– La vida no es una carrera, comisario Grace, es un baile -dijo Harry Frame con un tono delicadamente censurador.

Grace sonrió.

– Lo tendré presente. Te apuntaré en mi tarjeta para un vals lento en el baile de verano. -Grace se sentó a la mesa.

– ¿Y bien? -dijo Harry que se sentó enfrente-. ¿Tu visita tiene por casualidad algo que ver con esa pobre joven a la que encontraron muerta en Peacehaven la semana pasada?

Harry Frame era médium y clarividente, además de zahorí. Grace había ido a verlo muchas veces. Podía tener una precisión asombrosa, aunque en ciertas ocasiones no le servía de ayuda, para nada.

Grace se metió la mano en el bolsillo, sacó tres bolsas de plástico pequeñas y las dejó sobre la mesa delante de Frame. Primero señaló el anillo de sello que había cogido de la habitación de Janie Stretton.

– ¿Qué puedes decirme sobre el propietario de esto?

Frame sacó el anillo, lo agarró y cerró los ojos. Se quedó quieto un minuto largo, con el rostro arrugado, concentrándose.

La habitación olía a moho: a muebles viejos, a moqueta vieja, a gente vieja.

Al final, Harry Frame negó con la cabeza

– Lo siento, Roy. Nada. Hoy no tengo un buen día. No tengo conexión con los espíritus.

– ¿No percibes nada del sello?

– Lo siento. ¿Podrías volver mañana? Podríamos intentarlo de nuevo.

Roy Grace cogió de nuevo el anillo, lo guardó en la bolsa de plástico y se lo metió en el bolsillo. Luego, señaló los gemelos de plata, que había cogido de un cajón del dormitorio de los Bryce, y un brazalete de plata que había sacado del joyero de Kellie Bryce.

– Tengo que encontrar a los propietarios de esto. Tengo que encontrarlos hoy. No sé dónde están, pero sospecho que se encuentran por los alrededores de Brighton y Hove.

El médium salió de la habitación y volvió deprisa con un mapa de la zona de Brighton y Hove. Apartó un candelabro, extendió el mapa sobre la mesa y sacó una cuerda, con un pequeño peso en la punta, del bolsillo del pantalón.

– Vamos a ver qué encontramos -dijo-. Sí, bien, vamos a ver.

Frame cogió el brazalete y los gemelos en la mano izquierda, luego, apoyo los codos en la mesa, inclinó la cara hacia el mapa y se puso a salmodiar.

– Yarummm -dijo Harry Frame para sí-. Yarummm. Brnnnn. Yarummm.

Luego se irguió de repente, sostuvo la cuerda sobre el mapa entre el dedo índice y el pulgar y dejó que el peso oscilara hacia delante y hacia atrás, como un péndulo. Después, frunciendo la boca muy concentrado, lo hizo girar enérgicamente dibujando un círculo pequeño, cubriendo sin cesar el mapa centímetro a centímetro.

– ¿Telscombe? -dijo-. ¿Piddinghoe? ¿Ovingdean? ¿Kemp Town? ¿Brighton? ¿Hove? ¿Portslade? ¿Southwick? ¿Shoreham? -Negó con la cabeza-. No, no percibo nada en esta zona, lo siento.

– ¿Podemos probar con un área más amplia? -preguntó Grace.

Frame volvió a salir y regresó con un mapa del este y el oeste de Sussex; pero de nuevo, después de varios minutos oscilando el peso con intensa concentración, no obtuvo ningún resultado.

Grace quería coger al hombre y zarandearlo. Se sentía muy frustrado.

– ¿Nada de nada, Harry?

El médium negó con la cabeza.

– Si no los encuentro, morirán.

Harry Frame le devolvió los gemelos y el brazalete.

– Podría intentarlo más tarde. Lo siento. Lo siento muchísimo.

– ¿Esta tarde, en algún momento?

Frame asintió con la cabeza.

– Si quieres, déjalos aquí. Le dedicaré todo el día. Seguiré trabajando en ello.

– Gracias, te lo agradecería mucho -contestó Grace.

Se marchó de allí acongojado, sabía que estaba agarrándose desesperadamente a un clavo ardiendo.

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