Jessica, con su bata rosa, se puso en cuclillas en el suelo de la cocina para acariciar a una Lady muy adormilada. Max, que estaba de pie junto a su hermana -con una camiseta de Harry Potter del revés- dijo muy serio, como si fuera una autoridad destacada en la materia:
– Es domingo. ¡Creo que está tomándose su descanso dominical!
Luego, durante unos momentos, dirigió su atención a los dibujos animados de la tele.
– No va a morirse, ¿verdad, papá? -preguntó Jessica.
Tom, que no había pegado ojo en toda la noche -sin afeitar, despeinado, descalzo y con vaqueros y una camiseta- se arrodilló y rodeó con el brazo a su hija.
– No, cielo -dijo él, la voz temblorosa-. Sólo está un poco enferma. Tiene un virus o algo. Veremos cómo está dentro de una hora o dos. Si no está mejor, llamaremos al veterinario.
Había llamado a los padres de Kellie, a todos sus mejores amigos y a todos los de él, por si había ido a casa de alguno a pasar la noche. Incluso había llamado a su hermana Martha, que vivía en Escocia. Nadie la había visto o hablado con ella. No sabía a quién más llamar o qué hacer.
Jessica apoyó la cara en la de Lady y le dio un beso.
– Te quiero, Lady. Vamos a curarte.
El perro no reaccionó.
Max también se arrodilló y apoyó la cara en la tripa del pastor alemán.
– Todos te queremos, Lady. ¡Tendrás que levantarte pronto o te perderás el desayuno!
Tom se dio cuenta de repente de que ninguno había desayunado. Eran las nueve y media.
– Cuando mamá vuelva, sabrá cómo curarla -declaró Jessica.
– Sí, claro que sí -dijo Tom cansinamente-. Debéis de tener hambre, chicos. ¿Qué queréis? ¿Torrijas?
Los domingos Kellie siempre preparaba torrijas para los niños.
– A ti no te salen muy bien -dijo Max-. Siempre se te queman. -Se puso de pie, cogió el mando y comenzó a hacer zapping.
– Podría intentar no quemarlas.
– ¿Por qué no puede hacerlas mamá?
– Las hará -dijo Tom con gran esfuerzo-, pero yo podría preparar unas cuantas, para que vayáis comiendo hasta que llegue, ¿no?
– No tengo hambre -gruñó Max.
– ¿Quieres cereales?
– ¡Siempre se te queman, papá! -dijo Jessica, imitando a su hermano.
– ¿Podemos ir hoy a la playa, papá? -preguntó Max-. Mamá dijo que si hacía buen tiempo podríamos ir. Y yo creo que hace buen tiempo, ¿no?
Tom miró por la ventana, abatido. Hacía un día espléndido: cielo azul, la promesa de un agradable día de principios de verano.
– Ya veremos.
Max puso cara larga.
– Noooo. ¡Lo prometió!
– ¿Sí?
– Sí.
– Bueno, cuando vuelva a casa le preguntaremos qué le gustaría hacer hoy, ¿vale?
– Seguramente sólo querrá beber vodka -dijo Jessica sin alzar la vista.
Tom no estaba seguro de haber escuchado bien.
– ¿Qué has dicho, cielo?
Jessica siguió acariciando al perro.
– Jessica, ¿qué has dicho?
– La vi.
– ¿Viste a mamá haciendo qué?
– Prometí que no lo contaría.
Tom frunció el ceño.
– ¿Que no contarías qué?
– Nada -dijo la niña con dulzura.
Sonó el timbre de la puerta.
Max corrió al recibidor, gritando emocionado:
– ¡Mami! ¡Mami! ¡Ha llegado mamá!
Jessica se puso de pie de un salto y siguió a su hermano. Tom salió detrás de ellos.
Max abrió la puerta, luego se quedó mirando hacia arriba con cara de sorpresa triste al hombre negro y alto con chaqueta de piel brillante y pantalones azules que tenía enfrente. Jessica se paró en seco.
A Tom no le gustó nada la expresión en el rostro del detective.
Glenn Branson se agachó para quedar a la altura de Jessica.
– Hola -le dijo.
La niña volvió corriendo a la cocina. Max se mantuvo firme, mirando fijamente al hombre.
– Sargento Branson -dijo Tom, un poco sorprendido de verlo.
– ¿Podríamos hablar un momento?
– Sí, por supuesto. -Tom le indicó que pasara.
Branson miró a Max.
– ¿Cómo estás?
– Lady no se despierta -dijo el niño.
– ¿Lady?
– Nuestra perra -le explicó a Tom-. Creo que tiene un virus.
– Vaya.
Max no se movió.
– ¿Por qué no coges unos cereales para ti y para Jessica? -sugirió Tom.
A regañadientes, Max se dio la vuelta y regresó a la cocina.
Tom cerró la puerta cuando el detective hubo entrado.
– ¿Tiene noticias? -Aún estaba perplejo por el comentario de Jessica sobre el vodka. ¿Qué había querido decir su hija?
– Hemos encontrado el Audi familiar que dijo que conducía su mujer -dijo Glenn Branson en voz baja-. Ardió, lo quemaron, seguramente fueron unos gamberros, en Ditchling Beacon esta pasada madrugada. Hemos comprobado el número de chasis, está registrado a su nombre.
Tom lo miró horrorizado y con la boca abierta.
– ¿Quemado?
– Eso me temo.
– ¿Y mi mujer? -Tom comenzó a temblar incontrolablemente.
– No había nadie dentro. Los fines de semana siempre pasan cosas así. Hay gamberros que roban coches y luego les prenden fuego, para divertirse o para borrar las huellas. Normalmente es por las dos cosas.
Tom tardó unos momentos en asimilar la información.
– Fue a llevar a la canguro a casa -dijo-. ¿Cómo diablos pudieron robarlo unos gamberros?
El sargento no tenía respuesta.