Capítulo 23

Alison Vosper, la subdirectora, era el agente superior ante el que Roy Grace tenía que responder en última instancia. Tenía un temperamento volátil, que hacía que fuera dulce y tranquila un momento y agria el siguiente. Hacía unos años, un bromista del cuerpo la había apodado N.° 27, por el plato agridulce de un conocido restaurante de comida china para llevar. El mote había arraigado, aunque a Grace le pareció que seguramente había llegado la hora de cambiarlo, ya que no recordaba la última vez que Vosper había estado de un humor dulce. Y, sin género de dudas, hoy no lo estaba. A las nueve de la mañana de aquel viernes se encontraba en el despacho de Vosper con su alfombra de pelo largo, delante de su mesa, con esa misma sensación de inquietud en la boca del estómago que solía tener cuando le decían que fuera al despacho del director en el colegio. Era ridículo que un hombre de su edad tuviera miedo de un superior, pero Alison Vosper producía ese efecto en él, igual que lo producía en todo el mundo, quisieran reconocerlo o no.

Aparentemente, lo había requerido para que la informara en privado y por adelantado de la rueda de prensa diaria, pero no había mucho que decir. Habían pasado casi cuarenta y ocho horas y no habían identificado a la víctima ni tenían ningún sospechoso.

Una cosa que Grace había aprendido a lo largo de estos años como policía era la importancia que daban los agentes a transmitir a los ciudadanos la sensación de que estaban obteniendo resultados. Desde el punto de vista de intentar conseguir que el pueblo llano se sintiera reconfortado con la policía, Grace tenía la impresión de que los jefes a veces consideraban que era mejor detener a alguien, por muy inocente que fuera, y al menos demostrar que estaban haciendo algo, que tener que admitir de manera poco convincente ante una sala llena de periodistas preocupados por vender periódicos que no tenían ninguna pista.

A diferencia del edificio moderno e impersonal de la central del Departamento de Investigación Criminal de Sussex House donde trabajaba ahora, los peces gordos estaban todos en esta magnífica mansión Queen Anne, en el centro del grupo desordenado de edificios que albergaba la central de la policía de Sussex, a las afueras de Lewes, la antigua capital del condado.

Los excelentes detalles arquitectónicos originales del edificio habían permanecido intactos en la mayoría de los despachos más espléndidos, en concreto el estuco delicado y los techos ornamentados. El de Alison Vosper era un buen ejemplo. Su despacho de la planta baja era impecable, con una vista increíble del césped cuidado, y estaba amueblado con antigüedades elegantes que daban una sensación de autoridad y permanencia.

La pieza central era una gran mesa de palisandro pulido en la que había un cartapacio con el borde negro, un jarrón fino de cristal con tres tulipanes violetas, fotografías enmarcadas de su marido -un policía varios años mayor que ella pero tres rangos inferior- y sus dos hijos, un niño y una niña, inmaculados en sus uniformes del colegio, un portaplumas de amonita y, como siempre, un fajo de periódicos matutinos colocados en abanico. Gracias a Dios, Grace no aparecía en ninguna de las portadas.

La subdirectora Alison Vosper no sólo estaba agria esta mañana, sino sumamente fría, un efecto realzado por la blusa de cuello alto almidonada color hielo que llevaba, rematada por un broche de estrás igual de frío. Incluso su perfume desprendía un aroma ácido.

Como era habitual, Vosper no le invitó a sentarse, una técnica que utilizaba con todos los policías de rango inferior para que las reuniones fueran cortas y directas. Grace la informó de todo lo que había sucedido desde la última reunión. La única reacción visible que obtuvo fue cuando llegó al escarabajo, el asco suficiente para demostrar que, debajo de su duro caparazón, Alison Vosper seguía siendo un ser humano.

– ¿Así que tenemos tres posibilidades entre las mujeres cuya desaparición se ha denunciado estos últimos días? -dijo; tenía un acento monótono de Birmingham que la endurecía aún más.

– Sí, y hemos enviado a Huntingdon material recogido de sus casas para los análisis de ADN. Me debían un favor. A lo largo de hoy tendremos una identificación positiva.

– ¿Y si no la hay?

– Tendremos que ampliar la búsqueda.

Sonó el teléfono. Vosper pulsó una tecla, la mantuvo presionada y espetó:

– Estoy reunida. -Luego, volvió a mirar al comisario-. ¿Sabes que te juegas mucho en este caso, Roy?

Él se encogió de hombros.

– ¿Más que en otros?

Vosper lo miró un buen rato, en silencio y con severidad.

– Creo que los dos lo sabemos.

Grace frunció el ceño, no estaba seguro de qué vendría ahora y le incomodaban sus palabras.

Vosper dio unas vueltas a la alianza de oro que llevaba en el dedo y aquello pareció ablandarla.

– Eres afortunado por haber podido ejercer tu carrera en la misma zona hasta la fecha, Roy. Muchos policías tienen que trasladarse constantemente si quieren ascender, como yo. Soy de Birmingham, pero sólo he ejercido tres años de mi carrera allí. He estado en todas partes, Northumberland, Ipswich, Bristol, Southampton. En la época de tu padre era distinto. Él hizo toda su carrera en la policía de Brighton, ¿verdad?

– Si también incluyes Worthing.

Vosper le ofreció una pequeña sonrisa. Worthing estaba unos kilómetros más al sur en la costa. Luego, su expresión volvió a endurecerse.

– Tu padre era un hombre muy querido y respetado, es lo que me han dicho. Pero para mucha gente, no pareces hijo de tu padre.

Dejó que las palabras flotaran en el aire. Roy las sintió como una puñalada en el corazón. Era como si le hubieran hecho un corte y la energía se le escapara por la herida. Miró a la subdirectora, confuso y, de repente, muy vulnerable.

– Yo… sé que tengo mis detractores -dijo, y se dio cuenta, demasiado tarde, de la pobreza del argumento.

Vosper negó con la cabeza y esta vez se sacó la alianza de golpe y la sostuvo delante de ella, como un símbolo de que nada era permanente, de que podía borrarle de su vida tan fácilmente como podía tirar el anillo a la basura.

– No son tus detractores los que me preocupan, Roy. Al director le preocupa el daño que has hecho a la policía de Sussex. Casi provocas un juicio nulo hace un par de semanas al llevar una prueba a una médium y, como consecuencia, saliste en los titulares de todo el país y te pusiste en ridículo a ti… y nos pusiste en ridículo a nosotros. Muchos compañeros tuyos te han perdido el respeto por interesarte por lo sobrenatural. Luego, permitiste que dos sospechosos murieran durante una persecución.

Grace trató de interrumpirla, pensaba que no estaba siendo razonable, pero ella levantó la mano y se lo impidió.

– Ahora llevamos cuarenta y ocho horas investigando un asesinato y no puedes ponerle un nombre a la víctima ni tienes a ningún sospechoso. Lo único que me ofreces es la historia de un escarabajo que se halló en la escena del crimen.

Ahora Grace se estaba enfadando.

– Lo siento, pero esto no es justo y lo sabes.

– No se trata de qué es justo, Roy, sino de que la policía tenga fama de incompetente, de no proteger a los ciudadanos.

– Esos dos que murieron en el coche, eran culpables hasta las trancas y eran peligrosos. Se saltaron controles de carretera, robaron dos coches a mano armada, tiraron a un policía de su moto. ¿Habrías preferido dejarlos escapar? -Meneó la cabeza con exasperación.

– Lo que te estoy diciendo, Roy, es que sería mejor que te trasladáramos a una zona donde no te conocieran. Algún lugar en el norte, tal vez. Algún lugar con mucha actividad donde puedas poner en práctica tus habilidades. Algún lugar como Newcastle. Uno de mis compañeros de allí me ha pedido los servicios de un investigador jefe para un caso delicado que podría durar varios meses, quizás un año. Y creo que eres la persona indicada para el puesto.

– Será una broma. Mi casa está aquí. No quiero que me trasladéis a ningún sitio. Ni siquiera estoy seguro de querer seguir en el cuerpo si eso pasa.

– Entonces, tranquilízate y asegúrate de que no suceda. Voy a reclutar a otro agente para que os repartáis los casos sin resolver, puesto que creo que no estás haciendo tantos progresos como debieras. Es un ex inspector de la Met, y lo hemos ascendido al mismo rango que tú.

– ¿Lo conozco?

– Se llama Cassian Pewe.

Grace se quedó pensando un momento, luego se quejó para sus adentros. El inspector Cassian Pewe, ahora comisario. Grace había tenido un roce con él hacía un par de años, cuando la Met había enviado refuerzos para ayudar a la policía de Brighton durante el congreso del Partido Laborista. Lo recordaba como una persona tremendamente arrogante.

– ¿Vendrá aquí?

– Empieza el lunes. Trabajará en un despacho de este edificio. ¿Algún problema?

Quería decir que sí, la cabeza la daba vueltas. Claro, el preferido de la profe. ¿Dónde si no iba a colocarle? Aquí era perfecto, así ella y Pewe podrían charlar con regularidad, sobre cómo y dónde debilitar al incómodo Roy Grace.

Pero no tuvo más remedio que decir que no.

– Tu carta está marcada, Roy. ¿De acuerdo?

Estaba tan furioso que sólo pudo contestar asintiendo con la cabeza. Entonces, le sonó el móvil. Vosper le indicó que respondiera.

Grace se apartó de su mesa y miró la pantalla. Era del centro de investigaciones.

– Roy Grace -contestó.

Era el detective Nicholl, que le llamaba emocionado para comunicarle que tenían noticias del laboratorio de Huntingdon. Tenían una identificación positiva para el cadáver.

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