Capítulo 26

– Los de la agencia inmobiliaria del piso que tiene alquilado su hija en Brighton nos dejaron entrar ayer, señor Stretton, y nos permitieron coger un par de artículos suyos para realizar pruebas de ADN. Cogimos muestras de cabellos de un cepillo que había en el baño y un trozo de chicle que encontramos en un cubo de la basura -explicó Grace.

Derek Stretton sostenía su taza sin beber, mirándolo con recelo.

– Las mandamos al laboratorio de la policía en Huntingdon y esta mañana hemos recibido los resultados. El ADN del chicle y del cabello pertenece a la misma persona, y la correspondencia con el cuerpo que encontramos el miércoles es total. Me temo que la única conclusión a la que podemos llegar, señor, es que la joven asesinada es su hija, Janie.

Hubo un largo silencio y, durante unos momentos, Grace pensó que Derek Stretton iba a echar la cabeza hacia atrás y reírse a carcajadas. Sin embargo, lo único que sucedió fue que la taza comenzó a repiquetear contra el platito, cada vez más fuerte, hasta que el hombre se inclinó hacia delante y la dejó sobre la mesa.

– Yo… Entiendo -dijo.

Volvió a mirar a Grace, luego a Branson. Entonces, despacio, como una silla plegable compleja, pareció doblarse sobre sí mismo.

– Es todo lo que tengo en el mundo -dijo-. Por favor, díganme que no es verdad. Va a venir hoy… Es mi cumpleaños… Vamos a ir a cenar. Oh, Dios mío. Yo… yo…

Grace miró al frente con rigidez, evitando la mirada de Branson, deseando desesperadamente poder decirle a aquel hombre que no era verdad, que se había cometido un error. Pero no podía añadir nada más, nada que aliviara su dolor.

– Perdí a mi mujer, su madre, hace tres años. Cáncer. Ahora he perdido a Janie. Yo…

Grace le dio espacio.

– ¿Qué clase de hija era, señor? -le preguntó luego-. Quiero decir… ¿Estaban muy unidos?

– Dicen que siempre hay un vínculo especial entre un padre y una hija -contestó Derek Stretton tras un largo silencio-. Sin duda, yo considero que así es.

– ¿Era una persona afectuosa?

– Muchísimo. Nunca se ha olvidado de mi cumpleaños, ni una sola vez, ni de las navidades o del Día del Padre. Es… simplemente… perfecta… -Su voz se apagó.

Grace se puso de pie.

– ¿Tiene una fotografía reciente de ella? Me gustaría hacer circular una foto tan deprisa como sea posible.

Derek Stretton asintió sombríamente.

– ¿Y le importaría que echáramos un vistazo en su cuarto?

– ¿Quieren que los acompañe o…?

– Podemos ir solos -dijo Grace con delicadeza.

– Primer piso, giren a la derecha en las escaleras. Es la segunda puerta a la derecha.

Era el cuarto de una chica, una chica ordenada, organizada y metódica. Había una fila de peluches recostados en los cojines. En la pared colgaba un poster de U2. Había una colección de conchas en el tocador. Las estanterías estaban repletas principalmente de libros infantiles, historias de aventuras de chicas y algunos thrillers de abogados de Scott Turrow, John Grisham y varios escritores estadounidenses más. Había unas zapatillas en el suelo y una bata anticuada colgada en la puerta.

Grace y Branson abrieron todos los cajones, hurgaron en la ropa, en la ropa interior, las camisetas, blusas y jerséis, pero no encontraron nada que sugiriera ni remotamente qué había hecho Janie Stretton para exponerse a un asesino despiadado.

Luego, Grace cogió un joyero de terciopelo y abrió la tapa. Dentro había unos pendientes delicados de amatista, una pulsera de plata con colgantes, un collar de oro y un sello con un emblema en relieve. Cerró la tapa y se quedó con el joyero.

Quince minutos después bajaron al salón. Derek Stretton no parecía haberse movido de su silla y no había tocado el té.

Grace levantó el joyero y abrió la tapa para mostrar al padre de Janie el contenido.

– Señor Stretton, ¿todo esto es de su hija?

El hombre miró y asintió.

– ¿Puedo llevarme una de estas piezas? ¿Algo que quizá se hubiera puesto recientemente? -Obvió la extraña mirada que le lanzó Glenn Branson.

– Seguramente el sello es lo mejor -dijo-. Es el emblema de nuestra familia. Lo llevaba siempre hasta hace poco.

Grace sacó una pequeña bolsa de plástico del bolsillo que había traído consigo para este propósito, cogió el anillo de la caja con el pañuelo y lo metió con cuidado en la bolsa.

– Señor Stretton, ¿se le ocurre alguien que tuviera alguna razón para querer hacerle daño a su hija? -preguntó Grace.

– Nadie -susurró.

Grace volvió a sentarse delante de Derek Stretton, se inclinó hacia él y se colocó las manos debajo de la barbilla.

– ¿Tenía novio? -le preguntó.

– No, nadie especial -contestó Derek Stretton mirando la alfombra.

– Pero ¿tenía una relación actualmente?

Stretton miró a Grace, parecía recobrar la compostura.

– Era una chica guapa con una gran personalidad. Nunca le faltaron admiradores. Pero se tomaba la abogacía muy en serio. Creo que no quería demasiadas distracciones.

– ¿Es abogada?

– Estudiante de Derecho. Estudió aquí, en la Universidad de Southampton, y lleva unos años estudiando en la facultad de Derecho de Guildford. Ahora es pasante en un bufete de Brighton, o abogado en prácticas, como lo llamen hoy en día.

– Y usted la ha mantenido mientras estudiaba.

– Lo mejor que he podido. Durante los últimos meses he pasado algunos apuros. Dificultades. Yo…

Grace asintió con comprensión.

– ¿Podríamos volver a los novios, señor? ¿Conoce el nombre de su pareja más reciente?

Derek Stretton parecía haber envejecido veinte años en los últimos veinte minutos. Se quedó pensando unos momentos.

– Justin Remington, salió con él hará un año o así. Un joven encantador. Él… Janie lo trajo un par de veces. Es promotor inmobiliario en Londres. Me caía bastante bien, pero creo que no era lo suficiente inteligente para ella. -Sonrió con la mirada ausente-. Janie tiene…, tenía una inteligencia extraordinaria. No había forma de plantarle cara al Scrabble desde que tenía nueve años.

– ¿Sabe cómo podría localizar a este tal Justin Remington?

Hubo un silencio mientras Stretton pensaba, luego frunció el ceño.

– Le gustaba mucho el tenis -dijo-. Creo que no hay tantos jugadores. Sé que jugaba en Londres, en el Queens, creo -dijo.

Roy Grace comenzaba a ver rápidamente que no iba a conseguir mucho más del hombre.

– ¿Hay alguien a quien pueda llamar? -le preguntó-. ¿Un pariente o amigo que pueda venir?

– Mi hermana -dijo Derek Stretton dócilmente al cabo de unos momentos-. Lucy. No vive muy lejos. La llamaré. Se quedará destrozada.

– ¿Por qué no llama mientras estamos aquí, señor? -le instó Branson, tan delicadamente como pudo.

Los dos policías esperaron mientras telefoneaba, retirándose con discreción al fondo de la sala. Grace lo oyó sollozar; luego Stretton salió de la habitación un rato. Finalmente volvió y se acercó a ellos con un sobre marrón en la mano.

– He puesto algunas fotos de Janie. Agradecería que me las devolvieran.

– Por supuesto -dijo Grace, sabiendo que el pobre hombre seguramente tendría que realizar docenas de llamadas durante los próximos meses para que se las devolvieran; inevitablemente, se traspapelarían en algún momento del proceso.

– Lucy está de camino, mi hermana. Llegará dentro de una media hora.

– ¿Quiere que esperemos? -le preguntó Grace.

– No, estaré bien. Necesito tiempo para pensar. Yo… Puedo… ¿Puedo ver a Janie?

Gráce lanzó una mirada a Branson.

– Creo que no es aconsejable, señor.

– Me gustaría mucho verla una vez más. ¿Sabe? ¿Para despedirme? -Alargó la mano y cogió con firmeza la de Grace.

Grace se dio cuenta de que Stretton no había deducido de los periódicos que no tenían la cabeza de Janie. No era el momento de decírselo. Decidió dejárselo a las dos agentes de la Unidad de Relaciones Familiares. Vanessa Ritchie y Maggie Campbell iban a ganarse el pan y a recuperar la gran inversión realizada en su formación.

– Dos mujeres detectives vendrán a verle enseguida. Son de nuestra Unidad de Relaciones Familiares. Ellas podrán orientarle al respecto.

– Gracias. Significaría mucho para mí. -Luego, soltó una risita triste-. ¿Saben, agentes? Yo… Nunca hablé de la muerte con Janie. No tengo ni idea de si quería que la enterraran o que la incineraran. -Con los ojos muy abiertos, añadió-: Y su gato, claro. -Se rascó la coronilla-. ¡Bins! Solía traérmelo cuando se iba de viaje. Yo… no sé… Es todo tan…

– Ellas podrán ayudarlo con todo. Por eso están aquí.

– Nunca se me ocurrió pensar que pudiera morir, ¿saben?

Grace y Branson regresaron al coche en un silencio tremendamente incómodo.

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