La dama desaparece
Texto. Me preguntaba si Paul estaría seguro en la habitación del hospital. Si Use, la Loba, se enteraba de que había sobrevivido a su disparo, ¿no volvería a rematar la faena? Yo no podía pedir protección policial para él sin antes explicar lo de los diarios de Ulrich. Y resultaba absolutamente descabellado intentar explicarle aquella historia a la policía, sobre todo cuando ni yo misma la entendía. Al final decidí regresar a la quinta planta y decirle a la enfermera que mi hermano tenía miedo de que su agresor regresara para matarlo.
– Estamos muy preocupados con Paul -le dije-. No sé si lo habrá notado, pero Paul vive en un mundo propio. Cree que los nazis lo persiguen. Cuando estuvo hablando con usted, la doctora Herschel le habrá dicho que preferimos que nadie entre a verlo a menos que alguno de nosotros esté presente, la doctora, la psicóloga Rhea Wiell o yo. En estos momentos está tan alterado que podría tener serios problemas respiratorios.
Me pidió que lo pusiera por escrito y lo dejara en la sala de enfermeras. Me dejó usar el ordenador que había en la salita de atrás, luego colgó mi mensaje en el tablón de la sala de enfermeras y me dijo que se ocuparía de que la centralita pasara allí todas las llamadas y anuncios de visitas.
Antes de regresar a casa, pasé por mi oficina para enviarle un correo electrónico a Morrell, contándole los acontecimientos del día. «Hasta el momento, nadie me ha dado una paliza ni me ha dejado tirada, medio muerta, en la avenida Kennedy -le escribí-, pero me ha pasado de todo». Acabé contándole la conversación con Paul en el hospital. «Tú has trabajado mucho con personas que han sufrido torturas, así que quiero preguntarte algo: ¿crees que Paul puede estar sufriendo una disociación para autoprotegerse y por eso se identifica con las víctimas del Holocausto? La verdad es que toda la situación es espeluznante.»
Me despedí con las típicas frases de amor y añoranza que suelen enviarse a los amantes que están lejos. ¿Cómo habría conseguido Lotty apartar de su mente este tipo de sentimientos durante todos estos años? ¿No sería que su mente atormentada le había condenado a la soledad y la añoranza? Cuando volví a casa me senté en el porche trasero con el señor Contreras y los perros durante un largo rato. No hablamos mucho pero su presencia me reconfortaba.
Por la mañana decidí que ya era hora de volver a visitar a la Compañía de Seguros Ajax. Llamé a Ralph desde mi oficina y hablé con Denise, su secretaria. Como siempre, tenía la agenda completa y otra vez tuve que insistir con vehemencia, pero con encanto y amabilidad, para conseguir que Denise volviera a encontrarme un hueco, cosa que hizo, aunque debía llegar a Ajax a las nueve y media, para lo que sólo me quedaban veinte minutos. Agarré mi maletín con las fotocopias de los cuadernos de Ulrich y corrí calle abajo hasta la esquina de North para subir en un taxi.
Cuando llegué, Denise me dijo que en dos minutos Ralph estaría de regreso del despacho del presidente. Me hizo pasar a la sala de reuniones y me sirvió una taza de café. Ralph llegó casi de inmediato, presionándose los lagrimales con los dedos. Parecía demasiado cansado para una hora tan temprana del día.
– Hola, Vic. Tenemos una grave concentración de riesgos en la zona de Carolina que ha sufrido inundaciones. Sólo puedo dedicarte cinco minutos y después tengo que salir pitando.
Puse las fotocopias sobre la mesa de la sala de reuniones.
– Éstas son fotocopias de los cuadernos de Ulrich Rick Hoffman, el agente que le vendió la póliza a Aaron Sommers hace tantos años. Ulrích llevaba lo que parece ser una lista de nombres y direcciones, seguida de una serie de iniciales crípticas y marcas de control. ¿A ti todo esto te dice algo?
Ralph se inclinó sobre los papeles.
– Esta letra es casi imposible de entender. ¿No hay forma de poder verla mejor?
– Mejora un poco si amplías la imagen. Pero, por desgracia, en este momento no tengo los originales. Hay algunas palabras que sí entiendo porque llevo dos días estudiándolas.
– Deníse -le gritó a su secretaria-, ¿puedes venir un momento?
Denise entró trotando obedientemente, sin expresar ningún enfado por la forma perentoria en que había sido convocada, y volvió a marcharse con un par de hojas para fotocopiarlas. Al rato, regresó con ampliaciones de diferentes tamaños. Ralph las miró y negó con la cabeza.
– El hombre era realmente críptico. He visto un montón de expedientes de agencia y… ¡Denise! -volvió a gritar-. Llama a esa chica del Departamento de Reclamaciones, Connie Ingram. Dile que venga, por favor.
En un tono de voz normal añadió, dirigiéndose a mí:
– Acabo de darme cuenta de qué era lo que me resultaba extraño en aquel expediente, el de ese seguro con el que tuvimos problemas. Connie podrá explicármelo -se volvió hacia las páginas llenas de nombres y direcciones-. Omschutz, Gerstein, ¿éstos son nombres? ¿Qué es Notvoy?
– Es Nestroy, no Notvoy. Una amiga mía dice que es una calle de Viena.
– ¿Te refieres a Austria? ¿Teníamos un agente del South Side que vendía seguros en Austria?
– Es posible que empezase allí su carrera como agente de seguros antes de la guerra. No lo sé. Tenía la esperanza de que al ver estos papeles pudieses decirme si tenían algo que ver con los seguros o no. Un no rotundo podría serme tan útil como un sí rotundo.
Ralph negó con la cabeza, frotándose otra vez el entrecejo.
– No lo sé. Si está relacionado con los seguros, estos números, los 20/w y los 8/w, podrían referirse a un pago semanal aunque, ¡qué digo!, si yo no sé cómo se dice semana en alemán. Tal vez no empiece con w. Además, ¿qué moneda tenían? ¿Estas cantidades podrían referirse a pagos? Y estas otras, si es un seguro, podrían ser números de pólizas, aunque no se parecen a los que yo estoy acostumbrado a manejar.
Me los alcanzó.
– ¿Tú entiendes la letra? ¿Cuál es esta mayúscula, esta que parece una abeja pegada a una flor? Y después viene una serie de números y después, ¿ésta es una «q» o una «o»? Y después viene una L. Por favor, Vic, no tengo tiempo para este tipo de acertijos. Puede que esté relacionado con los seguros, pero no lo puedo afirmar. Supongo que podría preguntárselo a Rossy, él tendría que saberlo si se trata del sistema europeo, aunque si se remonta a antes de la guerra… Bueno, en Europa han cambiado todos los sistemas después de la guerra. Rossy es un tipo joven, es de 1958. Es probable que ni lo conozca.
– Sé que sólo parece un acertijo -le contesté-. Pero creo que a ese agente de seguros, a Fepple, lo mataron por culpa de esto. Ayer alguien, que probablemente estaba buscando estos papeles, le disparó al hijo de Rick Hoffman.
Denise entró en la sala de reuniones para decirle a Ralph que había llegado Connie Ingram.
– Entra, Connie. ¿Qué tal estás? Espero que no hayas tenido que contestar a más preguntas de la policía. Oye, Connie, ese expediente que nos estuvo dando tantos quebraderos de cabeza, el de Aaron Sommers. En él no había ninguna nota escrita por el agente. Cuando lo recuperé del despacho de Rossy me pareció que tenía algo raro y ahora, mirando estas hojas, me he dado cuenta de lo que faltaba.
Se volvió hacia mí para explicármelo.
– Mira, Vic, el agente apunta sus impresiones en una hoja, pone unos números o lo que sea, escribe una recomendación, simplemente unas notas o cualquier cosa que siempre acaban en el expediente y nosotros confiamos en su criterio personal, especialmente si se trata de seguros de vida. El cliente puede tener algún médico conocido que le haga un certificado diciendo que goza de buena salud, pero el agente le ve y se da cuenta de si es alguien que vive como yo, de patatas fritas y de café, e informa a la compañía si vale la pena correr el riesgo o de si conviene subirle la póliza o lo que sea. Da igual, en la carpeta de Sommers no había nada de eso. Así que, Connie, ¿qué ha pasado? ¿Has llegado a ver alguna vez el informe del agente en ese expediente al echarle una ojeada? Puede que tuviese una letra como ésta.
Ralph le enseñó una de las hojas a Connie. Ésta abrió los ojos como platos y se tapó la boca con la mano.
– ¿Qué sucede, Connie? -le pregunté.
– Nada -contestó de inmediato-. Esta letra es tan rara. No puedo creer que haya gente que la entienda.
– Pero -dijo Ralph- ¿has visto alguna vez un informe de ese agente…, cómo se llamaba…, Ulrich Hoffman? Ya fuese a máquina o a mano. ¿No has visto nada? ¿Estás segura? ¿Qué pasa cuando pagamos una póliza? ¿Tiramos todas las notas con los antecedentes? Me parece difícil de creer… Un seguro bien hecho va siempre acompañado de muchos papeles.
Denise asomó la cabeza por la puerta.
– Su llamada de Londres, señor Devereux.
– Pásemela a mi despacho -mientras salía por la puerta dijo, por encima del hombro-: Es de Lloyds, debido a las pérdidas producidas por las inundaciones. Déjame las copias allí, se las enseñaré a Rossy. Connie, piensa con mucho cuidado qué es lo que viste en ese expediente.
Recogí mis fotocopias y le devolví a Denise las ampliaciones que había hecho. Mientras le agradecía a Denise su ayuda, Connie se escabulló por la puerta. Cuando llegué al ascensor no la vi. O había un ascensor esperando nada más llegar ella o se había escondido en el lavabo de señoras. Por si estaba en los lavabos, me alejé de los ascensores y me puse a mirar la vista del lago desde los ventanales. El conserje de la planta ejecutiva me preguntó si podía ayudarme; le dije que sólo estaba pensando.
Después de cinco minutos apareció Connie Ingram, mirando a un lado y a otro como un conejo asustado. Me entraron ganas de saltar delante de ella y gritarle ¡bu!, pero esperé junto al ventanal hasta que se encendió el indicador de la llegada del ascensor y entonces me acerqué rápidamente para subir detrás de ella cuando se estaban cerrando las puertas.
Me dirigió una mirada de odio mientras apretaba el botón de la planta treinta y nueve.
– Me ha dicho el abogado que no tengo que hablar con usted. Me ha dicho que lo llamara si venía a verme.
Se me taponaron los oídos al bajar el ascensor.
– Puede llamarle nada más bajarse. ¿También le dijo que no hablase con el señor Devereux? ¿Va a pensar alguna respuesta sobre si ha visto algún informe en el expediente? En caso de que a él se le olvide que se lo ha preguntado, porque sé que tiene muchas cosas en la cabeza, le llamaré de vez en cuando para recordárselo.
La puerta se abrió en la planta treinta y nueve y Connie salió disparada sin contestar a mi genial despedida. Me monté en el metro para regresar a mi oficina, donde me encontré con un correo electrónico de Morrell.
Me doy cuenta de que hasta yo, que me creía un viajero experimentado, tenía una gran ilusión por ver este paisaje digno de Rudyard Kipling. Pero no estaba preparado para algo tan inhóspito y grandioso o, sobre todo, para sentirme tan empequeñecido por las montañas. Te entran ganas de hacer gestos desafiantes: Estoy aquí, estoy vivo, miradme.
En cuanto a tu pregunta sobre Paul Hoffman o Radbuka, ya sé que no soy un experto, pero pienso que alguien que haya sufrido torturas, como parece que sufrió a manos de su padre, puede convertirse en una persona de una gran fragilidad emocional. Sería doloroso pensar que tu propio padre te torturaba, pensarías que había algo muy malo en ti que provocara ese comportamiento y los niños suelen echarse a sí mismos la culpa en situaciones difíciles. Pero si logras convencerte de que te han perseguido por tu identidad histórica -porque eras judío, habías nacido en la Europa del Este y habías sobrevivido a los campos de concentración- entonces eso le daría otro matiz a tu tortura, tendría una razón más profunda y te protegería del dolor de pensar que eras un niño horrible cuyo padre tenía motivos para maltratarte. Al menos, ésa es mi opinión. Mi querido molinillo de pimienta, no puedo decirte lo mucho que te echo de menos. Es terriblemente inquietante ver un paisaje del que ha desaparecido la mitad de la población. No sólo echo en falta tu cara, echo en falta ver rostros de mujeres.
Imprimí el trozo en el que se refería a Paul y se lo envié por fax a Don Strzepek a la casa de Morrell, acompañado de una frase que escribí a toda prisa: Por si te interesa. Me preguntaba cómo habrían acabado las cosas entre Don y Rhea la noche anterior. ¿Seguiría adelante con el libro sobre los recuerdos recuperados que estaba escribiendo en colaboración con ella? ¿O esperaría hasta ver si Max y Lotty se prestaban a hacerse una prueba de ADN?
Paul Hoffman se había inventado una personalidad que pendía de un hilo finísimo: había buscado en Internet los nombres que figuraban en las relaciones de asegurados de Ulrich hasta que dio con una página en la que aparecía uno de ellos. Se había servido de ese hilo para conectarse a sí mismo con la Inglaterra inmediatamente posterior a la guerra.
Al pensar en ello, me acordé de la foto de Arma Freud que Paul tenía colgada en su escondite. Su salvadora en Inglaterra. Llamé a la casa de Max y hablé con Michael Loewenthal. Agnes había podido cambiar su cita con la galería, así que él estaba cuidando de Calia. Fue hasta el salón y regresó al teléfono con el título de la biografía que Lotty había bajado la noche anterior del estudio de Max.
– Vamos a ir al centro para hacerles una última visita a las morsas del zoológico. Te acercaré el libro a tu oficina. No, encantado de hacerlo, Vic. Estamos en deuda contigo por todo lo que te has ocupado de nuestro pequeño monstruo. Aunque tengo que admitir que también hay otro motivo: Calia está muy pesada con el asunto del collar del perro. Así que, ya que vamos, aprovecharé para recogerlo.
Solté un gruñido. Me había dejado el maldito cacharro en la cocina de mi casa. Le dije a Michael que si no se lo acercaba esta noche a Evanston, se lo enviaría a Calia por correo a Londres.
– Lo siento, Vic. No es necesario que te tomes todas esas molestias. Dentro de una hora me pasaré por allí con el libro. Por cierto, ¿has hablado con Lotty? La señora Coltrain me ha llamado desde la clínica y estaba preocupada porque Lotty había cancelado todas sus citas para hoy.
Le dije que la noche anterior no nos habíamos despedido de muy buenas maneras, así que no había tenido ganas de llamarla. Pero cuando Michael colgó, marqué el número de la casa de Lotty. El teléfono sonó hasta que saltó el contestador en el que su voz seca daba varios números a los que llamar en caso de una urgencia médica y pidiéndole a los amigos que dejasen un mensaje después de la señal. Pensé, inquieta, en el loco que andaba por la ciudad disparando a la gente para hacerse con los cuadernos de Hoffman. Pero seguro que el portero no habría dejado entrar a nadie que no fuese del edificio.
Llamé a la señora Coltrain, que, al principio, se alegró al oír mi voz, pero que volvió a ponerse nerviosa cuando descubrió que yo no sabía nada de Lotty.
– Por supuesto que cuando está enferma suele cancelar todas sus citas, pero siempre me llama para comunicármelo directamente.
– ¿Es que le ha llamado otra persona? -la preocupación hizo que me saliera la voz aflautada.
– No, pero dejó un mensaje en el contestador de la clínica. Cuando entré no podía creérmelo, así que decidí llamarla a casa y luego le pregunté al señor Loewenthal si la doctora no había dejado dicho nada a nadie en el hospital. Nadie sabía nada, ni siquiera el doctor Barber, ya sabe que se sustituyen uno al otro en caso de emergencia. Uno de los colegas de la doctora Herschel va a venir al mediodía para atender los problemas más urgentes que se presenten por aquí. Pero si la doctora no está enferma, ¿dónde está?
Si Max no lo sabía, no lo sabía nadie. Le dije a la señora Coltrain que me pasaría por el piso de Lotty. Ninguna lo mencionó, pero las dos nos imaginamos a Lotty tirada en el suelo, inconsciente. Busqué en la guía telefónica el número de la portería del edificio de Lotty y hablé con el portero, que me dijo que no la había visto aquella mañana.
– ¿Alguien tiene llaves de su casa en el edificio? ¿Puedo entrar para ver si se encuentra bien?
Consultó una lista. Lotty había dejado el nombre de Max y el mío para que nos llamaran en caso de que hubiese alguna emergencia. Dijo que creía que su jefe no tendría inconveniente en abrirme si yo no tenía llaves. ¿Cuándo pasaría por allí? ¿En veinte minutos? Le diría a Gerry que subiese del sótano, donde estaba vigilando a unos técnicos que estaban reparando la caldera.
Mary Louise llamó justo cuando salía. Estaba en el South Side con Gertrude Sommers -sí, la tía de mi cliente-, que quería decirme algo en persona. Me había olvidado de que había mandado a Mary Louise para que averiguase algo sobre el sospechoso sobrino de mi cliente. Le había dejado una nota la tarde anterior, pero estaban sucediendo tantas cosas que me parecía que había pasado un mes.
Intenté que no me oyese suspirar. Estaba cansada, muy cansada, de andar corriendo de una punta a otra de Chicago. Le dije a Mary Louise que, a menos que me encontrase con algún problema grave en casa de Lotty, en una hora y media llegaría al apartamento de Gertrude Sommers.