Myron observó a través de la ventana con tela metálica de la sala de urgencias. Roland Dimonte estaba a su izquierda. Dimonte apestaba a tabaco de mascar y a algo que recordaba un frasco de Hi-Karate rancio. A pesar de haber nacido y de haberse criado en el barrio conocido como «la cocina del infierno» de Manhattan, a Dimonte le gustaba el estilo vaquero urbano, y ahora mismo llevaba una ajustada camisa brillante con broches de presión y unas botas tan chabacanas que parecían robadas a una animadora de los San Diego Chargers. Llevaba el cabello corto por delante y a los lados y muy largo por detrás, como un jugador de hockey retirado que actuaba de comentarista en una emisora de televisión local. Myron podía sentir la mirada de Dimonte clavada en él.
Tumbado boca arriba en la cama, con los ojos muy abiertos y mirando el techo, con tubos saliéndole de por lo menos tres sitios, yacía Músculos Kyle, el gorila jefe del Three Downing.
– ¿Qué le pasa? -preguntó Myron.
– Un montón de cosas -respondió Dimonte-. La principal es un riñón roto. El doctor dice que fue causado por, cito textualmente, «un trauma abdominal preciso y severo». Irónico, ¿no te parece?
– ¿Irónico por qué?
– Verás, nuestro amigo estará meando sangre durante bastante tiempo. Quizá recuerdes algo de anoche. Es calcado a lo que nuestra víctima dijo que te ocurriría a ti.
Dimonte se cruzó de brazos para recalcar el efecto.
– ¿Qué? ¿Crees que yo hice esto?
Dimonte frunció el entrecejo.
– Vamos a fingir por un momento que no soy un imbécil descerebrado, ¿vale? -Tenía una lata de Coke vacía entre las manos. Escupió dentro el jugo de tabaco-. No, no creo que tú lo hicieses. Ambos sabemos quién lo hizo.
Myron señaló con la barbilla hacia la cama.
– ¿Qué dijo Kyle?
– Dijo que lo asaltaron. Que un grupo entró en el club y se le echó encima. Nunca vio sus caras, no los puede identificar; en cualquier caso, no quiere presentar una denuncia.
– Quizá sea verdad.
– Y quizás una de mis ex esposas me va a decir que ya no quiere que le pague la pensión.
– ¿Qué quieres que diga ahora, Rolly?
– Creía que lo tenías controlado.
– No sabes si fue Win.
– Los dos sabemos que fue Win.
Myron se apartó de la ventana.
– Déjame que te lo diga de otra manera. No tienes ninguna prueba de que haya sido Win.
– Claro que sí. Hay una cámara de vigilancia de un banco fuera del club. Cubre toda la zona. Muestra a Win acercándose a nuestro amigo de los pectorales. Los dos hablan durante unos minutos y después entran en el club. -Dimonte se detuvo, desvió la mirada-. Es extraño.
– ¿Qué?
– Win por lo general es mucho más cuidadoso. Supongo que debe de ser por la edad.
«Poco probable», pensó Myron.
– ¿Qué hay de los vídeos de vigilancia dentro del club?
– ¿Qué pasa con ellos?
– Dijiste que Win y Kyle entraron en el club. ¿Entonces qué muestran los vídeos de dentro?
Dimonte volvió a escupir en la lata, en un intento por disimular su obvio lenguaje corporal.
– Todavía estamos trabajando en ello.
– Ah, vamos a fingir por un momento que no soy un imbécil descerebrado.
– Han desaparecido, ¿vale? Kyle dice que los tipos que le atacaron tuvieron que llevárselos.
– Parece lógico.
– Mírale, Bolitar.
Myron lo hizo. Los ojos de Kyle seguían fijos en el techo. Los tenía llorosos.
– Cuando le encontramos anoche, el Taser con el que te atacó estaba en el suelo, a su lado. La batería estaba agotada por exceso de uso. Temblaba, estaba casi catatónico. Se había cagado en los pantalones. Durante doce horas no pudo pronunciar ni una palabra. Le mostré una foto de Win y se echó a llorar de tal manera que el doctor le tuvo que sedar.
Myron miró de nuevo a Kyle. Pensó en el Taser, en el brillo de los ojos de Kyle cuando apretaba el gatillo, y en lo cerca que había estado él, Myron, de acabar en ese mismo estado. Entonces Myron se volvió y miró a Dimonte. Su voz era pura monotonía.
– Me-sien-to-muy-mal-por-él.
Dimonte se limitó a sacudir la cabeza.
– ¿Puedo irme ya? -dijo Myron.
– ¿Vas a tu casa en el Dakota?
– Sí.
– Tenemos a un hombre allí esperando a Win. Cuando llegue, quiero tener una pequeña charla con él.
– Buenas noches, señor Bolitar.
– Buenas noches, Vladimir -respondió Myron mientras pasaba junto al portero del Dakota y la famosa puerta de hierro forjado.
Había un coche de la poli aparcado delante, enviado por Dimonte. Cuando Myron llegó al apartamento de Win, las luces estaban a media luz.
Win estaba sentado en su sillón de cuero con una copa de coñac. Myron no se sorprendió al verle. Como la mayoría de los viejos edificios con un pasado histórico, el Dakota tenía varios pasajes secretos subterráneos. Win le había mostrado uno que comenzaba en el sótano de un edificio cerca de Columbus Avenue y otro que lo hacía una calle más arriba, junto a Central Park. Myron estaba seguro de que Vladimir ya sabía que Win estaba allí, pero no diría nada. Los polis no le daban a Vladimir su gratificación de Navidad.
– Y yo que creía que anoche habías salido a la búsqueda de sexo de pago -dijo Myron-. Ahora descubro que fue para darle una paliza a Kyle.
Win sonrió.
– ¿Quién ha dicho que no podía hacer las dos cosas?
– No era necesario.
– ¿El sexo? Bueno, nunca lo es, pero nunca detiene a un hombre, ¿verdad?
– Gracioso.
Win juntó las manos formando una pirámide.
– ¿Crees que eres el primer tipo al que Kyle ha arrastrado a aquella habitación granate, o sólo el primero que se ha librado de una visita al hospital?
– Es un mal tipo, ¿y qué?
– Es un mal tipo. Tres denuncias por agresión el año pasado; en todos los casos los testigos del club le dejaron libre.
– ¿Entonces tú te ocupaste de él?
– Es lo que suelo hacer.
– No es tu trabajo.
– Pero disfruto mucho haciéndolo.
No tenía ningún sentido entrar ahora en esa cuestión.
– Dimonte quiere hablar contigo.
– Ya lo sé. Pero yo no quiero hablar con él. Por lo tanto, mi abogado le llamará dentro de una media hora y le dirá que, a menos que tenga una orden de arresto, no hablaremos. Fin de la historia.
– ¿Serviría de algo que te dijese que no deberías haberlo hecho?
– Espera -le pidió Win, y comenzó con su número de mímica-. Antes de que empieces, permíteme que afine mi violín de aire.
– De todas maneras, ¿qué le hiciste?
– ¿Encontraron el Taser? -preguntó Win.
– Sí.
– ¿Dónde?
– ¿Qué quieres decir con dónde? Junto a su cuerpo.
– ¿Junto a su cuerpo? Oh, bien. Por lo menos tuvo que ser capaz de disfrutar un poco por su cuenta.
Silencio. Myron abrió la nevera y sacó un Yoo-Hoo. En la pantalla del televisor se movía el logo del DVD Blu-Ray.
– ¿Qué fue lo que dijo Kyle? -añadió Win, y agitó el coñac en su copa, con las mejillas rojas-. Meará sangre durante un tiempo. Quizá tendrá un par de huesos rotos. Pero al final se recuperará.
– Pero no hablará.
– Oh, no. Nunca hablará.
Myron se sentó.
– Eres un tipo aterrador.
– Bueno, no me gusta presumir -dijo Win.
– De todas maneras, ésa no fue una acción prudente.
– Te equivocas. Fue una acción muy prudente.
– ¿Por qué?
– Hay tres cosas que debes recordar. Una -Win levantó un dedo-, nunca he lastimado a inocentes, sólo a quienes se lo merecen. Kyle entraba en esa categoría. Dos -otro dedo-, lo hice para protegernos. Cuanto más miedo les meto a ciertas personas, más seguros estamos.
Myron casi sonrió.
– Por eso dejaste que te filmase aquella cámara de vídeo en la calle. Querías que supiesen que eras tú.
– Te repito que no me gusta presumir, pero sí. Tres -dijo Win, y levantó un tercer dedo-, siempre lo hago por otros motivos distintos que vengarme.
– ¿Como hacer justicia?
– Para conseguir información. -Win cogió el mando a distancia y apuntó al televisor-. Kyle tuvo la bondad de facilitarme todos los vídeos de vigilancia de esa noche. He pasado la mayor parte del día mirándolos en busca de Kitty y Brad Bolitar.
Caramba. Myron se volvió hacia la pantalla.
– ¿Y?
– Todavía los estoy mirando -respondió Win-, pero lo que he visto por ahora no es bueno.
– Explícate.
– ¿Por qué explicártelo cuando te lo puedo mostrar? -Win se sirvió una segunda copa de coñac y se la mostró a Myron. Myron sacudió la cabeza. Win se encogió de hombros, dejó la copa a su lado y pulsó la tecla de Play en el mando a distancia. El logo saltarín desapareció de la pantalla. Apareció una mujer. Win pulsó Pausa-. Ésta es la mejor toma de su cara.
Myron se inclinó hacia delante. Una de las cosas fascinantes de los vídeos de vigilancia era que se rodaban desde cámaras colocadas en alto, y por lo tanto casi nunca se podía ver bien el rostro. Eso parecía una contradicción, pero quizá no había una alternativa mejor. Esa toma en particular era un poco borrosa, un primer plano, y Myron supuso que alguien había intervenido para enfocar su rostro. En cualquier caso, despejaba cualquier duda sobre su identidad.
– Vale, ahora ya sabemos que era Kitty -dijo Myron-. ¿Qué pasa con Brad?
– No hay ni rastro de él.
– Entonces, para utilizar tu expresión, ¿qué es lo que no es bueno?
Win pensó en eso.
– Quizá «no es bueno» fue una manera inapropiada de decirlo.
– ¿Cómo deberías haberlo dicho?
Win se tocó la barbilla con el dedo índice.
– En realidad muy, muy malo.
Myron sintió un escalofrío y se volvió hacia la pantalla. Win apretó otra tecla en el mando a distancia. La cámara se alejó.
– Kitty entró en el club a las diez y treinta y tres de la noche con un grupo de unas diez personas. Si quieres, la comitiva de Lex.
Allí estaba ella. Con una blusa turquesa y la cara pálida. El vídeo era uno de esos que filman cada dos o tres segundos, y por lo tanto parecía como si avanzase a trompicones, como un libro de pasar imágenes o un viejo noticiario de Babe Ruth corriendo las bases.
– Esta filmación fue tomada en una pequeña habitación cerca de la sala VIP a las diez cuarenta y siete.
No mucho antes de que llegasen él y Esperanza, pensó Myron. Win apretó la tecla de avance rápido y llegó a una imagen congelada. De nuevo el ángulo de la cámara era desde arriba. Resultaba difícil ver el rostro de Kitty. Estaba con otra mujer y un tipo con el pelo largo recogido en una cola de caballo. Myron no les identificó. El tipo de la coleta tenía algo en la mano. Quizás una cuerda. Win apretó la tecla de Play y los actores de este pequeño drama cobraron vida. Kitty extendió el brazo. Coleta se acercó a ella y envolvió la… No, no era una cuerda… alrededor del bíceps y la ató. Luego le tocó el brazo con dos dedos y sacó una jeringuilla. Myron sintió que el corazón se le caía a los pies cuando Coleta clavó la jeringuilla en el brazo de Kitty con una habilidad que demostraba mucha práctica, apretaba el émbolo y desataba la goma alrededor del bíceps.
– ¡Caray! -exclamó Myron-. Esto es nuevo, incluso para ella.
– Sí -asintió Win-. Ha pasado de esnifar a volverse adicta a la heroína. Impresionante.
Myron sacudió la cabeza. Tendría que haberse quedado pasmado, pero lamentablemente no era así. Pensó en las fotos de Facebook, en aquellas grandes sonrisas, en los viajes de familia. Se había equivocado antes. Aquello no era una vida. Era una mentira. Una enorme mentira. Clásico de Kitty.
– ¿Myron?
– Sí.
– Ésta no es la peor parte -dijo Win.
Myron observó a su viejo amigo.
– No será fácil de mirar.
Win no era partidario de las hipérboles. Myron se volvió hacia el televisor y esperó a que Win apretase el botón de Play. Sin apartar la mirada de la pantalla, Myron dejó el Yoo-Hoo en un posavasos y tendió la mano. Win tenía a punto la copa de coñac que había servido antes. Myron la aceptó, bebió un sorbo, cerró los ojos, dejó que le quemase la garganta.
– Avanzo unos catorce minutos -añadió Win-. En resumen, esto muestra unos pocos minutos antes de que la vieses entrar en la sala VIP.
Win apretó por fin la tecla de Play. La perspectiva era la misma; aquella pequeña habitación vista desde arriba. Pero esta vez sólo había dos personas en la habitación: Kitty y el hombre de la coleta larga. Hablaban. Myron dirigió una rápida mirada a Win. El rostro de Win, como siempre, no mostraba nada. En la pantalla, Coleta comenzaba a retorcerle el pelo a Kitty con los dedos. Myron sólo miraba. Kitty comenzó a besar el cuello del hombre, continuó por su pecho, le desabrochó la camisa a medida que bajaba, hasta que su cabeza desapareció del encuadre. El hombre echó la cabeza hacia atrás. Había una sonrisa en su rostro.
– Apágalo -dijo Myron.
Win apretó el botón de parada en el mando a distancia. La pantalla se volvió negra. Myron cerró los ojos. La más absoluta tristeza y una profunda rabia le recorrieron el cuerpo en idéntica proporción. Notó latir las sienes. Se sujetó la cabeza con las manos. Win estaba de pie a su lado y le puso una mano sobre el hombro. Win no dijo nada.
Se limitó a esperar. Al cabo de unos minutos, Myron abrió los ojos y se irguió en el asiento.
– La encontraremos -prometió Myron-. Cueste lo que cueste, la encontraremos.
– Seguimos sin tener noticias de Lex -dijo Esperanza.
Tras otra noche de sueño agitado, Myron estaba sentado a su mesa. Le dolía todo el cuerpo. Le martilleaba la cabeza. Esperanza estaba sentada al otro lado de la mesa. Big Cyndi, apoyada en el marco de la puerta, sonreía de una manera que alguien con problemas de visión podría llamar recato. Vestía un resplandeciente traje púrpura de Batgirl, unas cuantas tallas más grande que el que Yvonne Craig había hecho famoso en la vieja serie de televisión. La tela se tensaba en las costuras. Big Cyndi tenía un bolígrafo metido detrás de una de las orejas de gato y un Bluetooth en la otra.
– No hay ningún cargo en su tarjeta de crédito -añadió Esperanza-. Tampoco ninguna llamada de móvil. De hecho, le pedí a nuestro viejo amigo PT que utilizase el GPS en su móvil. Está apagado.
– Vale.
– También tenemos un primer plano muy bueno del tipo de la coleta que parecía tan… mmm… tan amigo de Kitty en el Three Downing. Big Cyndi irá al club dentro de unas horas con la foto y preguntará por él al personal.
Myron observó a Big Cyndi. Big Cyndi movió las pestañas. Imagínense a dos tarántulas tumbadas panza arriba bronceándose al sol del desierto.
– También estamos investigando a tu hermano y a Kitty -continuó Esperanza-. Nada en Estados Unidos. Ni tarjetas de crédito, ni carné de conducir, ni propiedades, devoluciones de impuestos, multas de aparcamiento, ninguna boda o divorcio, nada.
– Tengo otra idea -dijo Myron-. Investiguemos a Buzz.
– ¿El compañero de ruta de Lex?
– Es más que un compañero de ruta. En cualquier caso, el nombre verdadero de Buzz es Alex I. Khowaylo. Probemos con sus tarjetas de crédito y el móvil; quizá lo tenga conectado.
– Perdón -se disculpó Big Cyndi-. Tengo que atender una llamada. -Big Cyndi tecleó en su Bluetooth y puso voz de recepcionista-. ¿Sí, Charlie? Vale, sí, gracias. -Myron sabía que Charlie era el guardia de seguridad de la planta baja. Big Cyndi apagó el Bluetooth y dijo-: Michael Davis, de Shears, sube en el ascensor.
– ¿Le atiendes tú? -le preguntó Esperanza.
Myron asintió.
– Hazle pasar.
Shears, junto con Gillette y Schick, dominaban el mercado de las hojas de afeitar. Michael Davis era vicepresidente del departamento comercial. Big Cyndi esperó junto al ascensor al nuevo visitante. Los nuevos visitantes a menudo soltaban una exclamación cuando el ascensor se abría y Big Cyndi aparecía allí. Michael no lo hizo. Ni siquiera demoró el paso al pasar junto a Big Cyndi y dirigirse sin más preámbulos al despacho de Myron.
– Tenemos un problema -dijo Michael.
Myron abrió los brazos.
– Soy todo oídos.
– Vamos a retirar del mercado la Shears Delight Seven dentro de un mes.
Shears Delight Seven era una hoja de afeitar, pero, si había que creer al departamento de comercialización de Shears, se trataba de lo más nuevo en «innovación tecnológica del afeitado», porque contaba con un mango más ergonómico (¿alguien tenía problemas para sujetar una maquinilla de afeitar?), un «estabilizador de cuchilla profesional» (Myron no tenía ni idea de lo que significaba eso), «siete hojas de precisión más delgadas» (porque las otras hojas debían de ser gordas) y «un funcionamiento por micropulsaciones» (o sea, que vibraba).
Ricky «Smooth» [1] Sules, defensa del All-Pro NFL y cliente de Myron, aparecía en la campaña de publicidad. El eslogan era: «El doble de suave». Myron no lo entendía. En el anuncio de televisión, Ricky se afeitaba, sonreía como si estuviese en pleno acto sexual y decía que Shears Delight Seven le proporcionaba «el rasurado más preciso y cómodo», y después una chica preciosa exclamaba: «Oh, Smooth…», y le pasaba las manos por las mejillas. En resumen, era el mismo anuncio de maquinillas de afeitar que las tres empresas utilizaban desde 1968.
– Ricky y yo teníamos la impresión de que funcionaba bien.
– Oh, sí -asintió Davis-, funcionaba. Me refiero a que la respuesta del público ha superado todas las expectativas.
– ¿Y?
– Funciona demasiado bien.
Myron le observó y esperó que dijese algo más. Al ver que no lo hacía, preguntó:
– ¿Entonces cuál es el problema?
– Vendemos hojas de afeitar.
– Lo sé.
– Es con eso con lo que ganamos el dinero. No lo ganamos vendiendo las maquinillas. Demonios, casi las podríamos regalar. Ganamos vendiendo los recambios: las hojas de afeitar.
– Correcto.
– Así que necesitamos que las personas cambien las hojas, al menos, una vez a la semana. Pero las Shears Delight funcionan mejor de lo esperado. Tenemos informes de que hay personas que usan una misma hoja durante más de seis semanas. No podemos aceptarlo.
– No puede haber hojas que funcionen tan bien.
– Exacto.
– ¿Y por esa razón vais a cancelar la campaña?
– ¿Qué? No, por supuesto que no. Hemos conseguido una tremenda aceptación del producto. El consumidor lo adora. Lo que vamos a hacer es lanzar un nuevo producto mejorado. La Shears Delight Seven Plus con una nueva tira lubricante; para el mejor rasurado de tu vida. La introduciremos en el mercado poco a poco. Con el paso del tiempo, retiraremos las Shears Seven a favor de la versión mejorada Plus.
Myron intentó no exhalar un suspiro.
– Permíteme que me asegure de haberlo entendido bien: las hojas Plus no durarán tanto como las hojas normales.
– Pero -Davis levantó un dedo y sonrió de oreja a oreja- le ofrece al consumidor una tira lubricante. La tira lubricante le proporcionará el mejor afeitado posible. Es como un jacuzzi para la cara.
– Un jacuzzi cuyos recambios se tienen que reponer una vez a la semana y no una vez al mes.
– Es un producto fantástico. A Ricky le encantará.
Myron podría haber adoptado aquí una postura moral, pero, bah, no valía la pena. Su trabajo era velar por los intereses de sus clientes, y en el caso de los patrocinadores, eso significaba conseguir para el cliente la mayor cantidad posible de dinero. Sí, si había que tener en cuenta las cuestiones éticas, él le explicaría con exactitud a Ricky lo que diferenciaba a la Plus del modelo normal. Pero era Ricky quien debía tomar la decisión, y existían pocas dudas acerca de que, si eso significaba más dinero, él debía aceptarlo. Uno podía perder el tiempo lamentándose de que se trataba de un claro intento de estafar al público a través de la publicidad, pero sería muy difícil encontrar un producto o una campaña de comercialización que no hiciese lo mismo.
– Por lo tanto -dijo Myron-, quieres contratar a Ricky para que patrocine el nuevo producto.
– ¿Qué quieres decir con contratar? -Davis pareció muy ofendido-. Ya está bajo contrato.
– Pero ahora quieres que salga en los nuevos anuncios. Para las nuevas hojas Plus.
– Sí, por supuesto.
– Pues entonces pienso -dijo Myron- que Ricky debería cobrar un veinte por ciento más de dinero por esos anuncios.
– ¿Un veinte por ciento más? ¿Cómo?
– Un veinte por ciento más de lo que le habéis pagado por promocionar la Shears Delight Seven.
– ¿Qué? -gritó Davis, con una mano sobre el corazón, como si quisiese protegerse de un ataque-. ¿Estás de coña? Si será como repetir el mismo anuncio. Nuestros abogados dicen que, según el contrato, podemos pedirle que lo ruede de nuevo sin pagar ni un céntimo.
– Tus abogados están en un error.
– Vamos. Seamos razonables. Somos personas generosas, ¿no? Debido a eso, aunque en realidad no tenemos ninguna obligación de hacerlo, le podemos ofrecer una gratificación del diez por ciento de lo que ya está recibiendo.
– No es suficiente -opinó Myron.
– Es una broma, ¿no? Te conozco. Eres un tipo divertido, Myron. Ahora mismo estás bromeando, ¿verdad?
– Ricky está muy contento con la hoja tal como es -señaló Myron-. Si quieres que patrocine un nuevo producto en una nueva campaña de publicidad, desde luego que tendrá que cobrar más dinero.
– ¿Más? ¿Estás loco?
– Ganó el premio al Hombre del Año de la Destructora de Barbas Shears. Eso hizo aumentar su cotización.
– ¿Qué? -Se mostró aún más ofendido-. ¡Nosotros le dimos ese premio!
Parecía cada vez más y más furioso.
Media hora más tarde, cuando Michael Davis se marchó maldiciendo por lo bajo, Esperanza entró en el despacho de Myron.
– He encontrado a Buzz, el amigo de Lex.