28

Myron encontró un Panera Bread abierto. El delicioso olor de las pastas le recordó que no había comido desde hacía siglos. Pidió un café y una pasta. Se sentó cerca de la ventana, junto a una puerta lateral, por si acaso necesitaba salir deprisa. Desde ese punto privilegiado podía controlar todos los coches que entraban en el aparcamiento. Si llegaba un coche de la poli, podía salir de allí y llegar al bosque en un santiamén. Probó el café y olió la pasta. Comenzó a pensar en su padre. Siempre comía rápido. Antaño, los sábados por la mañana, su padre los llevaba a su hermano y a él al Seymour's Luncheonette, en Livingston Avenue, a tomar un batido, patatas fritas, y a veces le compraba a Brad un sobre de cromos de béisbol. Myron y Brad se sentaban en los taburetes y los hacían girar. Su padre siempre se quedaba junto a ellos, como si eso fuese lo que debía hacer un hombre. Cuando traían las patatas, se inclinaba sobre el mostrador y se las comía con voracidad. Su padre nunca había sido gordo, pero siempre había estado varios kilos por encima del peso ideal.

¿Habría sido eso la causa de lo que había sucedido? ¿Qué habría pasado si su padre hubiese comido mejor? ¿Qué habría pasado si su padre hubiese hecho más ejercicio, si hubiese tenido un trabajo menos estresante, o si su hijo que no se hubiese metido en líos que le mantenían despierto toda la noche? ¿Qué habría pasado si su padre no hubiese salido de la casa para defender a ese hijo?

Suficiente.

Myron volvió a colocarse el Bluetooth en la oreja y llamó a la investigadora del condado, Loren Muse. Cuando respondió, Myron dijo:

– Tengo un problema.

– ¿Cuál?

– ¿Tienes algún contacto en Edison, Nueva Jersey?

– Está en el condado de Middlesex. Mi jurisdicción cubre Essex y Hudson. Pero sí.

– Esta noche ha habido un tiroteo.

– ¿Es un hecho?

– Y teóricamente, puede que yo haya disparado en defensa propia.

– ¿Teóricamente?

– No quiero decir que pueda usarse en mi contra.

– Vaya con el abogado. Adelante.

Mientras Myron se lo explicaba, una limusina negra pasó con mucha lentitud. Un cartel en la ventanilla decía: «DOM DELUISE». Myron se acercó al vehículo, sin dejar de hablar por el Bluetooth, y se metió en el espacio de los pasajeros. El chófer dijo hola. Myron movió los labios en un hola silencioso y señaló el auricular para indicarle que estaba hablando por teléfono y que era un gilipollas pretencioso.

Loren Muse no parecía muy contenta.

– ¿Qué quieres que haga con esta información?

– Pasársela a tu contacto.

– ¿Para qué? ¿Para informarle de que el autor de los disparos me ha llamado y me ha dicho que aún no está dispuesto a entregarse?

– Más o menos.

– ¿Cuándo crees que tendrás tiempo de honrarnos con tu presencia? -preguntó Muse.

– Pronto.

– Bueno, eso tendría que satisfacerle.

– Estoy tratando de ahorrarles algunos dolores de cabeza, Muse.

– Podrías hacerlo si vinieras ahora.

– No puedo.

Silencio. Luego Muse preguntó:

– ¿Tiene algo que ver con la sobredosis de Suzze?

– Sí, eso creo.

– ¿Crees que los tipos de la caravana eran sus camellos?

– Podrían serlo, sí.

– ¿Todavía crees que la muerte de Suzze fue un asesinato?

– Sí, es posible.

– ¿Y crees que podrías echarme una mano con todos esos elementos?

Myron deliberó si debería echarle a Muse un cable, y explicarle que Suzze había visitado a Kitty o que el teléfono desechable al que Suzze había llamado no mucho antes de su muerte había pertenecido a su cuñada. Pero entonces comprendió que eso llevaría a más preguntas -y quizás a una visita al instituto de rehabilitación-, y decidió que no era el momento de hacerlo.

Sin embargo, intentó responder a la pregunta con otra.

– ¿Tienes alguna nueva prueba que sugiera que sucedió algo más, aparte de la sobredosis?

– Ah, ya veo -dijo Muse-. Aunque yo te dé algo, tú continuarás dándome nada.

– La verdad es que todavía no sé nada.

– Estás lleno de mierda, Myron. Pero en este momento qué puede importarme. En respuesta a tu pregunta, te diré que no hay ni la más mínima prueba que sugiera algo extraño en la muerte de Suzze T. ¿Te sirve de algo?

– En realidad, no.

– ¿Dónde estás ahora? -preguntó Muse.

Myron frunció el entrecejo.

– ¿Lo preguntas en serio?

– No me lo vas a decir, ¿eh?

– No te lo voy a decir.

– O sea, que sólo confías en mí hasta cierto punto.

– Tienes la obligación, como agente de la ley, de informar de cualquier cosa que te diga -respondió Myron-. No puedes decir lo que no sabes.

– ¿Qué te parece si me dices quién vivía en la caravana? De todas maneras lo voy a averiguar.

– No, pero…

Podría echarle un cable, a pesar de que había dado su palabra de que no lo haría.

– ¿Pero qué?

– Consigue una orden de arresto contra un maestro de escuela primaria en Ridgewood llamado Joel Fishman. Es un traficante.

Myron había prometido al viejo Crush que no le denunciaría, pero cuando apuntas con un arma a alguien en una escuela primaria, bueno, no puedes pedir garantías.

Cuando acabó de darle suficientes detalles para arrestar a Joel Fishman, Myron apretó el botón de concluir la llamada. Como el uso de teléfonos móviles no está permitido en los hospitales, llamó a la recepción. Le pasaron de una persona a otra, hasta que pudo hablar con una enfermera dispuesta a decirle que no había novedades en el estado de su padre. Fantástico.

La limusina aparcó en la pista de despegue, junto al avión. Nada de perder el tiempo con facturación de equipajes, tarjetas de embarque, ni colas de seguridad en las que el tipo que va delante de ti se olvida de sacar la calderilla del bolsillo a pesar de las cuarenta peticiones de que lo haga y, finalmente, hace sonar la alarma el detector de metales. Cuando vuelas en un jet privado, aparcas en la pista, subes las escalerillas, y bingo, despegas.

Como Win señalaba a menudo, era bueno ser rico.

Win ya estaba a en el avión, con una pareja que le presentó como «Sassy y Sinclair Sinthorpe» y sus hijos, mellizos adolescentes, «Billings y Blakely».

Myron frunció el entrecejo. ¿Y los ricos se reían de los nombres afroamericanos?

Sassy y Sinclair llevaban americanas de mezclilla. Sassy vestía pantalones de montar y guantes de cuero. Tenía el pelo rubio recogido en una coleta. Rondaba los cincuenta y tantos y tenía muchas arrugas por tomar demasiado el sol. Mostraba una sonrisa de caballo y era un prototipo deslumbrante de persona rica. Sinclair era calvo y gordo, y llevaba un pañuelo en el cuello. Se reía con ganas por cualquier cosa y decía «evidentemente, evidentemente», en respuesta a casi todo lo que se le decía.

– Es tan emocionante -dijo Sassy, casi sin mover los labios-. ¿No lo es, Sinclair?

– Evidentemente, evidentemente.

– Como si estuviésemos ayudando a James Bond en una misión secreta.

– Evidentemente, evidentemente.

– Chicos, ¿verdad que es emocionante?

Billings y Blakely la miraron con el clásico odio adolescente.

– Esto se merece un cóctel -dijo Sassy.

Le ofrecieron a Myron una copa. Él declinó la invitación.

Billings y Blakely continuaban contemplando la escena con altivo desprecio, o quizás era una expresión facial genética por defecto. Los mellizos tenían el pelo ondulado, como Kennedy, y vestían prendas de tenis blancas con suéteres anudados alrededor del cuello. El mundo de Win.

Ocuparon sus asientos y al cabo de cinco minutos, el avión despegó. Win se sentó junto a Myron.

– Sinclair es mi primo -dijo Win-. Tienen una casa en Biddle Island e iban a ir allí mañana. Sólo les pedí que adelantasen la partida.

– ¿Y así Crisp no sabrá que vamos en este vuelo?

– Exacto. Si hubiese cogido mi avión o el barco, nos hubiésemos denunciado. Puede que tenga a alguien vigilando el aeropuerto. Dejaremos que mis primos bajen primero y luego saldremos.

– ¿Tienes algún plan para entrar en la propiedad de Wire?

– Lo tengo. No obstante, necesitaremos alguna ayuda local.

– ¿De quién?

– Ya me ocupo yo -dijo Win esbozando una leve sonrisa-. No hay cobertura de móvil en la isla, pero tengo un teléfono por satélite, por si acaso el hospital necesita ponerse en contacto con nosotros.

Myron asintió. Se echó hacia atrás y cerró los ojos.

– Otra cosa muy importante -añadió Win.

– Te escucho.

– Esperanza localizó la matrícula de tus amigos del parque de caravanas. El coche está alquilado a una compañía llamada Regent Rental. Buscó el historial de la compañía. ¿Adivina quién es el dueño?

Myron seguía con los ojos cerrados.

– Herman Ache.

– ¿Debo mostrarme impresionado?

– ¿Tengo razón?

– Sí. ¿Cómo lo has sabido?

– Un acierto obvio. Todo está relacionado.

– ¿Tienes alguna teoría?

– Más o menos.

– Por favor, explícamela.

– Creo que se trata de lo que hablamos antes. Frank Ache te dijo que Wire tenía grandes deudas de juego, ¿no?

– Correcto.

– Pues empecemos por ahí: Gabriel Wire, y quizá Lex también, le debía mucho dinero a Herman Ache. Pero creo que Herman le echó el anzuelo a Wire tras el incidente de Alista Snow.

– ¿Al protegerle de las acusaciones de asesinato?

– Haciendo que retiraran los cargos, criminales y de cualquier otro tipo. Sea lo que sea lo que esté pasando aquí, todo comenzó la noche que Alista Snow murió.

Win asintió mientras reflexionaba sobre ello.

– Eso explicaría por qué Suzze visitó a Karl Snow ayer.

– Correcto, otra conexión -asintió Myron-. Suzze también está vinculada de alguna manera con lo que sucedió aquella noche. Quizás a través de Lex, o quizás a través de su amante secreto, Gabriel Wire. No estoy seguro. Por las razones que fuese, ella necesitaba confesar la verdad. Fue a ver a Kitty y admitió haber cambiado las pastillas anticonceptivas. Luego fue a visitar a Karl Snow. Quizá le dijo lo que le había pasado en realidad a su hija, no lo sé.

Myron se detuvo. De nuevo había algo que no cuadraba. Win lo dedujo.

– Entonces, después de limpiar su conciencia, ¿la embarazada Suzze T compró heroína, volvió a su ático y se suicidó?

Myron sacudió la cabeza.

– No me importa lo que indican las pruebas. No tiene sentido.

– ¿Tienes una teoría alternativa?

– La tengo. Herman Ache la mandó matar. Fue, a todas luces, un trabajo de profesionales. Yo diría que fue Crisp quien lo hizo. Es muy bueno haciendo que los asesinatos parezcan casos de muerte natural.

– ¿Motivo?

Myron todavía no estaba seguro.

– Suzze sabía algo, con toda probabilidad algo que perjudicaría a Wire, quizá podía servir de base a los cargos criminales por la muerte de Alista Snow. Así que ordena matarla. Luego envía a dos hombres a buscar a Kitty, para que la maten también.

– ¿Por qué a Kitty?

– No lo sé. Tal vez quería hacer limpieza. Herman supuso que ella sabía algo, o quizá temía que Suzze hubiese hablado con ella. Fuera lo que fuese, Herman decidió no correr riesgos. Tierra quemada. Eliminar a Suzze y a Kitty.

– Y a ti -acabó Win por él.

– Sí.

– ¿Qué pasa con tu hermano? ¿Cómo encaja en todo esto?

– No lo sé.

– Todavía hay mucho que no sabemos.

– Casi todo -asintió Myron-. Pero hay otro detalle: Si Brad volvió a Perú, ¿por qué estaba su pasaporte en la caravana?

– ¿La respuesta más probable? No fue a Perú. En ese caso, ¿cuál sería la conclusión lógica?

– Que Kitty mintió -dijo Myron.

– Kitty mintió -repitió Win-. ¿No era una canción de Steely Dan?

Katy mintió. Era el nombre de un álbum, no de una canción.

– Oh, claro. Me encantaba aquel álbum.

Myron intentó apagar su cerebro sólo por un rato para poder descansar antes de asaltar el castillo. Cerró los ojos y echó la cabeza hacia atrás cuando el avión empezó a descender. Cinco minutos más tarde estaban en tierra. Myron consultó su reloj. Habían llegado al aeropuerto de Peterboro cuarenta minutos antes.

Sí. Era bueno ser rico.

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