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Una hora más tarde, Windsor Horne Lockwood III -conocido por todos aquellos que le temían (es decir, casi todos) como Win- entraba en el despacho de Myron. Win tenía un estupendo andar arrogante, como si vistiese frac y sombrero negro de copa e hiciese girar un bastón. Sin embargo, vestía una corbata Lilly Pulitzer rosa y verde, una americana azul que llevaba algo que parecía un escudo y pantalón caqui con una raya lo bastante aguda como para hacer sangre. Calzaba mocasines, sin calcetines, y en resumen parecía como si llegara de un crucero en el SS Ricachón.

– Suzze T acaba de estar aquí -comentó Myron.

Win asintió y echó la mandíbula hacia fuera.

– La vi cuando salía.

– ¿Parecía alterada?

– No me fijé -respondió Win, y se sentó-. Le han crecido los pechos -añadió.

– Tiene un problema -dijo Myron.

Win se echó hacia atrás y cruzó las piernas con su típica calma tensa.

– Explícate.

Myron giró la pantalla del ordenador para que Win la viese. Una hora antes, Suzze T había hecho lo mismo. Pensó en aquellas tres pequeñas palabras. Muy inocentes en sí mismas, pero preñadas de sentido en su contexto. En éste, aquellas tres palabras, todavía helaban la habitación.

Win miró la pantalla y buscó algo en el bolsillo interior de la chaqueta. Sacó un par de gafas. Las llevaba desde hacía casi un mes, y aunque Myron hubiese dicho que eso era imposible, hacían que Win pareciese todavía más altivo y presuntuoso. También le deprimía mucho verlas. No es que fueran viejas ni mucho menos, pero cuando Win se las mostró por primera vez, empleó esta analogía del golf: «Ahora estamos oficialmente en los últimos nueve de la vida».

– ¿Es una página de Facebook? -preguntó Win.

– Sí. Suzze dijo que la utiliza para promocionar su academia de tenis.

Win se acercó un poco más.

– ¿Es su ecografía?

– Sí.

– ¿Y cómo es que usa una ecografía para promocionar una academia de tenis?

– Es lo que le pregunté. Dijo que necesitaba darle un toque personal. La gente no sólo quiere leer propaganda.

Win frunció el entrecejo.

– ¿Entonces va y cuelga la ecografía de un feto? -Me miró-. ¿Tiene eso algún sentido para ti?

En realidad no lo tenía. Una vez más -con Win usando gafas para leer y los dos quejándose del nuevo mundo de las redes sociales-, Myron se sintió viejo.

– Mira los comentarios a la foto -dijo Myron.

Win le miró con ojos inexpresivos.

– ¿Las personas comentan una ecografía?

– Tú léelos.

Win lo hizo. Myron esperó. Se había aprendido la página de memoria. Había veintiséis comentarios en total; la mayoría expresaban buenos deseos. La madre de Suzze, la envejecida modelo del cartel de Mamá Malvada (tenis), por ejemplo, había escrito: «¡Atención, gente, voy a ser abuela! ¡Viva!». Alguien llamado Amy decía: «¡Qué chuli!». Un jocoso «se parece a su padre:)» era de un batería de estudio que solía trabajar en las sesiones de grabación con HorsePower. Un tipo llamado Kelvin escribía: «¡¡Felicitaciones!!». Tamy preguntaba: «¿Cuándo nacerá el bebé, cariño?».

Win se detuvo cuando faltaban tres para el final.

– Un tipo divertido.

– ¿Cuál?

– Un humanoide mierdoso llamado Eric escribió -Win se aclaró la garganta y se acercó más a la pantalla-: «¡Tu bebé se parece a un caballito de mar!», y luego Eric la Monda añadió las letras «MT».

– Él no es su problema.

Win no se aplacó.

– Puede que el viejo Eric aún se merezca una visita.

– Tú continúa.

– Bien.

Las expresiones faciales de Win casi nunca cambiaban. Se había entrenado a sí mismo para no mostrar nunca sus emociones en los negocios ni en el combate.

Pero unos segundos más tarde, Myron vio que algo se oscurecía en los ojos de su viejo amigo. Win le miró. Myron asintió. Porque ahora Myron sabía que Win había encontrado las tres palabras.

Las tres aparecían al final de la página. Las tres palabras estaban en un comentario hecho por «Abeona F», un nombre que no significaba nada para él. La foto del perfil era algo así como un símbolo, quizás una letra china. Después, todo en mayúsculas, sin puntuación, había tres palabras sencillas pero desgarradoras: «NO ES SUYO».

Silencio.

Entonces Win exclamó:

– ¡Caray!

– Desde luego.

Win se quitó las gafas.

– ¿Necesito hacer la pregunta obligada?

– ¿Cuál es?

– ¿Es verdad eso?

– Suzze jura que el bebé es de Lex.

– ¿La creemos?

– Sí -dijo Myron-. ¿Importa?

– No desde un punto de vista moral. ¿Mi teoría? Esto es obra de un tarado.

Myron asintió.

– Lo mejor de Internet es que da voz a todo el mundo. Y lo peor de Internet es que da voz a todo el mundo.

– El gran bastión de los cobardes y los anónimos -asintió Win-. Suzze tendría que borrarlo antes de que Lex lo vea.

– Demasiado tarde. Es parte del problema. Al parecer, Lex se ha largado.

– Entiendo -dijo Win-. ¿Quiere que nosotros le encontremos?

– Y que le llevemos a casa, sí.

– No será muy difícil encontrar a una famosa estrella del rock -afirmó Win-. ¿Cuál es la otra parte del problema?

– Ella quiere saber quién escribió esto.

– ¿La verdadera identidad del señor Loco?

– Suzze cree que es algo más gordo. Que alguien va a por ella.

Win sacudió la cabeza.

– Es un loco.

– Vamos. Escribir «No es suyo»… Es bastante asqueroso.

– Un loco asqueroso. ¿Acaso no lees las tonterías de Internet? Coges cualquier noticia, en cualquier sitio, y te encuentras siempre con los típicos comentarios racistas, homófobos y paranoicos. -Trazó comillas en el aire con dos dedos-. Te hará aullar a la luna.

– Lo sé, pero le prometí investigarlo.

Win exhaló un suspiro, se puso de nuevo las gafas y se inclinó hacia la pantalla.

– La persona que lo colgó es una tal Abeona F. Supongamos que se trata de un seudónimo.

– Supongamos.

– ¿Qué pasa con la foto del perfil? ¿Qué significa este símbolo?

– No lo sé.

– ¿Se lo preguntaste a Suzze?

– Sí. Dijo que no tenía ni idea. Se parece a un símbolo chino.

– Quizá podamos encontrar a alguien que lo traduzca. -Win se echó hacia atrás y volvió a unir los dedos-. ¿Te has fijado en la hora que colgaron el comentario?

Myron asintió.

– La tres y diecisiete de la madrugada.

– Muy tarde.

– Es lo que estaba pensando -dijo Myron-. Podría ser el equivalente a la red social de los borrachos.

– Un ex con agravios -opinó Win.

– ¿Los hay de otra clase?

– Si recuerdo bien la alocada juventud de Suzze, podría haber, por lo menos, unos cuantos candidatos.

– Ninguno al que ella crea capaz de hacer esto.

Win continuó mirando la pantalla.

– ¿Cuál va a ser nuestro primer paso?

– ¿De verdad?

– ¿Perdón?

Myron se paseó por su despacho recién renovado. Habían desaparecido los carteles de las obras de Broadway y los recuerdos de Batman. Los habían quitado cuando tuvieron que pintarlo, y Myron no tenía claro si quería volver a colgarlos. También habían desaparecido los viejos trofeos y premios de sus días de deportista -los anillos de los campeonatos de la NCAA, su certificado del Parade All-American, su premio como Jugador del Año del Colegio Universitario-, salvo una excepción. Justo antes de su primer partido profesional, con los Boston Celtics, cuando su sueño por fin se hizo realidad, Myron había sufrido una grave lesión en la rodilla. Sports Illustrated lo sacó en portada con este título: «¿ESTÁ ACABADO?». Y si bien ellos no contestaban a la pregunta, la respuesta acabó siendo un gran «¡SÍ!». No tenía claro por qué había conservado aquella portada enmarcada. Si le preguntaban, decía que era una advertencia para cualquier «superestrella» que entrara en su despacho sobre lo rápido que podría desaparecer del firmamento, pero Myron, hasta cierto punto, sospechaba que se trataba de algo más profundo.

– No es tu modus operandi habitual -señaló Myron.

– Oh, por favor, dime.

– Ahora viene cuando me dices que soy un agente, no un investigador privado, y que tú no ves ningún sentido en hacerlo porque no hay ningún beneficio económico en juego para la firma.

Win no dijo nada.

– A veces te quejas de que tengo complejo de héroe y de que tengo necesidad de ayudar a la gente para sentirme realizado. Y últimamente, o tal vez debería decir, más recientemente, tratas de explicarme que mis intervenciones han hecho más daño que bien o que he acabado hiriendo, e incluso matando, quizás a más personas de las que haya podido salvar.

Win bostezó.

– ¿Hay algo más que quieras decir?

– Creía que era evidente, pero aquí está. ¿Por qué de pronto pareces tan dispuesto, e incluso entusiasmado, a aceptar esta misión en particular, cuando en el pasado…?

– En el pasado -interrumpió Win-. Siempre te he ayudado, ¿no?

– La mayoría de las veces, sí.

Win me miró, se golpeó la barbilla con el índice.

– ¿Cómo explicarlo? -Se detuvo, pensó, asintió-. Tenemos tendencia a creer que las cosas buenas durarán para siempre. Está en nuestra naturaleza. Por ejemplo, los Beatles. Oh, siempre estarán con nosotros. Los Soprano, esa serie que no dejarán nunca de emitir. La serie de Zuckerman, de Philip Roth. Los conciertos de Springsteen. Pero las cosas buenas son escasas. Hay que disfrutarlas, porque siempre nos dejan demasiado pronto.

Win se levantó y se dirigió hacia la puerta. Antes de salir de la habitación miró atrás.

– Trabajar contigo -dijo- es una de esas cosas buenas.

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