Big Cyndi les recibió en el Essex County Airport de Caldwell, Nueva Jersey. Metió a Lex, la niñera y el bebé en un todoterreno. Big Cyndi les conduciría hasta donde estaba Zorra, un travestí, antiguo agente del Mossad. Zorra los ocultaría en un piso franco y nadie, ni siquiera Myron ni Win sabrían dónde estaban. De esta manera, aunque su plan fracasara y Herman Ache los capturase y los torturase, no podrían decirle dónde estaba Lex.
«Qué reconfortante», opinó Myron.
Win tenía un coche esperando. Por lo general utilizaba un chófer, pero ¿por qué poner en peligro a alguien más? Crisp ya se había despertado del todo. Le empujaron al asiento trasero, le ajustaron las ligaduras y le ataron las piernas. Myron se sentó en el asiento del pasajero; Win se puso al volante.
Herman Ache vivía en una legendaria mansión en Livingston, a unos pocos kilómetros de donde había crecido Myron. Cuando Myron era un crío, la finca había pertenecido a un famoso jefe de la mafia. Los rumores sobre aquel lugar eran algo habitual a la hora del patio. Un chico decía que si entrabas en la propiedad, unos pistoleros de verdad te disparaban. Otro chico decía que había un crematorio detrás de la casa, donde el jefe mafioso incineraba a sus víctimas.
Este segundo rumor era cierto.
Las columnas de la reja de la entrada estaban coronadas con unas cabezas de león de bronce. Win entró por el largo camino hasta la primera explanada. Era lo más lejos que podían llegar. Aparcaron.
Myron observó a tres matones gigantescos con trajes que les quedaban mal. El de en medio, que parecía el jefe, era muy corpulento.
Win sacó sus armas y las colocó en la guantera.
– Líbrate de las armas -dijo Win-. Nos van a cachear.
Myron le miró.
– ¿Tienes un plan?
– Sí.
– ¿Quieres compartirlo conmigo?
– Ya lo he hecho. Los cuatro vamos a sentarnos a charlar. Nos comportaremos de forma razonable. Averiguaremos lo que necesitamos saber de tu hermano. Aceptaremos no perjudicar sus negocios si no nos hacen daño. ¿Qué es lo que te preocupa?
– Me preocupa que confíes en que un psicópata como Herman Ache vaya a comportarse de forma razonable.
– Lo que más le preocupa es la buena marcha de sus negocios y su apariencia de legitimidad. Matarnos perjudicaría su imagen.
El más grandullón de los matones -medía casi dos metros y pesaba unos ciento cincuenta kilos- golpeó el cristal de la ventanilla de Win con el anillo. Win bajó el cristal.
– ¿En qué puedo ayudarle?
– Tengo ayuda más que suficiente. -Corpulento miró a Win como si fuese algo que acabase de caer del culo de un perro-. Así que usted es el famoso Win.
Win sonrió alegremente.
– No parece gran cosa -opinó Corpulento.
– Podría contestarle con algunos tópicos: no juzgue un libro por las tapas, las cosas buenas vienen en envases pequeños, pero sería demasiado para su entendimiento.
– ¿Se está haciendo el gracioso?
– Evidentemente, no.
Corpulento frunció su entrecejo de neardental.
– ¿Va armado?
– No -dijo Win, y se golpeó el pecho-. Yo, Win; ¿tú armado?
– ¿Eh?
Win suspiró.
– No, no vamos armados.
– Los vamos a cachear. A fondo.
Win le guiñó un ojo a Corpulento.
– Contaba con ello, muchachote.
Corpulento dio un paso atrás.
– Baje del coche antes de que le abra un agujero en la cabeza. Ahora.
Homofobia. Siempre les cabrea.
Por lo general, Myron se unía a Win en sus temerarias provocaciones, pero esta vez la situación le parecía fuera de control. Win dejó puestas las llaves de contacto. Myron y él salieron del coche. Corpulento les dijo dónde tenían que ponerse. Obedecieron. Los otros dos hombres abrieron la puerta trasera y utilizaron navajas de barbero para cortar las ataduras de Evan Crisp. Crisp se masajeó las muñecas para recuperar la circulación. Se acercó hasta Win y se detuvo delante de él. Los dos hombres se miraron el uno al otro.
– Esta vez no podrás atacarme a traición -dijo Crisp.
Win le dedicó una sonrisa.
– ¿Quieres intentarlo, Crisp?
– Con mucho gusto. Pero ahora no tenemos tiempo, así que les diré a mis chicos que apunten con un arma a la cabeza de su amigo mientras le doy un puñetazo. Sólo una pequeña compensación.
– El señor Ache dio instrucciones específicas -intervino Corpulento-. Nada de dañar la mercancía hasta que hable con ellos. Síganme.
Corpulento abrió la marcha. Myron y Win iban detrás de él. Crisp y los otros dos gorilas ocuparon la retaguardia. Delante, Myron vio la oscura mansión que un antiguo mafioso había descrito como un «clásico de Transilvania». Encajaba. Myron pensó: «Tío, ésta es la noche de las mansiones siniestras». Mientras caminaban, Myron habría jurado oír las voces de los muertos gritando para advertirles.
Corpulento les hizo entrar por una puerta trasera. Les hizo pasar por un detector de metales y después les revisó de nuevo con un detector manual. Myron intentó mantener la calma. Se preguntaba dónde habría escondido el arma Win. No era posible que se metiera en una situación como ésta sin llevar un arma.
Cuando acabó con el detector, Corpulento cacheó con rudeza a Myron. Luego pasó a Win y le dedicó más tiempo.
– Concienzudo, como había prometido -dijo Win-. ¿Hay un bote para las propinas?
– Un tipo divertido -afirmó Corpulento. Cuando acabó, dio un paso atrás y abrió la puerta de un armario. Sacó dos chándales grises-. Desnúdense. Luego se pueden poner esto.
– ¿Son de puro algodón? -preguntó Win-. Tengo la piel muy sensible, por no hablar de mi pasión por la alta costura.
– Un tipo divertido -repitió Corpulento.
– El gris no le sienta nada bien a mi complexión. Es como si me borrara por completo.
Win parecía un tanto tenso al ver hacia dónde iban las cosas. Su tono tenía la cualidad de un silbido en la oscuridad. Los otros dos gorilas se rieron y sacaron las armas. Myron miró a Win, y éste se encogió de hombros. No había mucho donde elegir. Se desnudaron hasta quedarse en calzoncillos. Corpulento les ordenó que también se los quitasen. Por fortuna, el registro fue breve. Los chistes homofóbicos de Win les habían preocupado y no fueron muy meticulosos.
Cuando acabaron, Corpulento le dio uno de los chándales a Myron y otro a Win.
– Vístanse.
Lo hicieron en silencio.
– El señor Ache les espera en la biblioteca -dijo Corpulento.
Crisp abría la marcha esbozando una sonrisa en el rostro. Corpulento y los matones se quedaron atrás. No era ninguna sorpresa. La situación de Gabriel Wire debía mantenerse en el máximo secreto. Myron se dijo que nadie lo sabía, excepto Ache, Crisp y, quizás, algún abogado. Ni siquiera los guardias de seguridad que trabajaban en la finca lo sabían. Para ellos, Wire era una especie de ermitaño loco, y tenían instrucciones estrictas de no violar su intimidad.
– Quizá yo debería encargarme de la charla -dijo Myron.
– Vale.
– Tienes razón. Herman Ache procurará hacer lo que más convenga a sus intereses. Tenemos su gallina de los huevos de oro.
– De acuerdo.
Cuando entraron en la biblioteca, Herman Ache les esperaba con una copa de brandy. Estaba de pie, junto a uno de esos viejos globos terráqueos que sirven de mueble bar. Win también tenía uno. Es más, toda la habitación parecía como si Win se hubiese encargado de decorarla. Las paredes estaban cubiertas de estanterías, con tres niveles y una escalera deslizante para llegar a los libros más altos. Los sillones de cuero eran de color burdeos. Había una alfombra oriental y molduras en el techo.
Esa noche la peluca gris de Herman Ache brillaba demasiado. Vestía un polo con un suéter con escote en V encima. Llevaba el escudo de un club de golf en el pecho.
Herman señaló a Win.
– Te dije que no te metieses en esto.
Win asintió.
– Lo hiciste.
Entonces Win metió la mano dentro del pantalón del chándal, sacó un arma y le disparó a Herman Ache entre los dos ojos. Herman Ache cayó como un saco de patatas. Myron soltó una exclamación y se giró hacia Win, que ya apuntaba con el arma a Evan Crisp.
– No -le dijo Win a Crisp-. Si te quisiera muerto, ya lo estarías. No me obligues.
Crisp se quedó inmóvil.
Herman Ache estaba muerto. No cabía ninguna duda.
– ¿Win? -dijo Myron.
Win mantuvo la mirada fija en Crisp.
– Cachéale, Myron.
Myron, aturdido, hizo lo que Win le pedía. No encontró ningún arma. Win le ordenó a Crisp que se pusiese de rodillas y con las manos en la nuca. Crisp lo hizo. Win mantuvo el arma apuntando a la cabeza de Crisp.
– ¿Win?
– No teníamos alternativa, Myron. El señor Crisp estaba en lo cierto. Herman hubiese ordenado matar a todos nuestros seres queridos.
– ¿Qué pasa con toda aquella charla sobre sus intereses comerciales? ¿Qué pasa con la distensión?
– Herman la habría aceptado durante algún tiempo, pero no a la larga. Tú lo sabes. En el momento en que descubrimos que Wire estaba muerto, el juego se convirtió en: nosotros o él. No nos habría dejado seguir vivos con esa amenaza sobre su cabeza.
– Pero matar a Herman Ache… -Myron sacudió la cabeza para intentar despejarse-. Ni siquiera tú podrás librarte de algo así.
– No te preocupes por eso ahora.
Crisp permanecía quieto como una estatua, con las manos en la nuca.
– ¿Ahora qué? -preguntó Myron.
– Pues quizá mataré a nuestro amigo, el señor Crisp.
Crisp cerró los ojos.
– ¿Win? -dijo Myron.
– Bah, no te preocupes -dijo Win, manteniendo la pistola siempre apuntada a la cabeza de Crisp-. El señor Crisp no es más que un empleado. No tiene ninguna obligación de lealtad hacia Herman Ache, ¿verdad?
Crisp, por fin, rompió el silencio.
– No, no la tengo.
– Ya lo ves. -Win observó a Myron-. Adelante. Pregúntaselo.
Myron se colocó delante de Crisp. Éste alzó la cabeza y le miró a los ojos.
– ¿Cómo lo hiciste? -preguntó Myron.
– ¿Hacer qué?
– ¿Cómo mataste a Suzze?
– No lo hice.
– Bien -intervino Win-. Ahora ambos estamos mintiendo.
– ¿Qué? -preguntó Crisp.
– Mientes cuando dices que no mataste a Suzze -respondió Win-. Y yo he mentido al decir que no iba a matarte.
En algún lugar, a lo lejos, sonó un reloj de pared. Herman Ache continuaba sangrando en el suelo. Un charco de sangre de forma casi circular seguía creciendo alrededor de su cabeza.
– Mi teoría es -continuó Win- que tú no eres sólo un empleado en este asunto, sino un socio de pleno derecho, pero en realidad eso no importa. Eres un tipo muy peligroso. No te gusta que te haya ganado la partida. Si hubiese ocurrido lo contrario, a mí tampoco me gustaría. Así que ya lo sabes. No puedo permitirte seguir con vida para luchar otro día.
Crisp giró la cabeza para mirar a Win. Intentó cruzar su mirada con la de Win, como si eso pudiese servirle de algo. Myron podía oler el miedo en Crisp. Aunque fuera un tipo duro, el tipo más duro del mundo, cuando ves la muerte cara a cara, sólo puedes pensar en una cosa: no quiero morir. El mundo se reduce a algo muy sencillo: sobrevivir. No rezamos en las trincheras porque nos preparamos para encontrarnos con nuestro Hacedor. Rezamos para no hacerlo.
Crisp estaba acorralado, quería encontrar la manera de escapar. Win esperaba, como si disfrutara de la situación. Había acorralado a su presa y era como si estuviese jugando con ella.
– ¡Socorro! -gritó Crisp-. ¡Han matado a Herman!
– Por favor. -Win parecía aburrido-. No te servirá de nada.
Los ojos de Crisp mostraron su confusión, pero Myron comprendió lo que estaba pasando. Sólo había un modo de que Win hubiese podido entrar con un arma: alguien le había ayudado desde dentro.
Corpulento.
Corpulento había puesto el arma en el chándal de Win.
Win levantó el cañón y apuntó a la frente de Crisp.
– ¿Unas últimas palabras?
Los ojos de Crisp se movieron como pájaros espantados. Giró la cabeza con la ilusión de encontrar el perdón en Myron. Le miró e hizo un último y desesperado intento.
– Salvé la vida de su ahijado.
Incluso Win pareció contener el aliento. Myron se acercó a Crisp y se agachó para mirarle cara a cara.
– ¿De qué estás hablando?
– Teníamos un buen negocio entre manos -explicó Crisp-. Estábamos ganando mucho dinero y, en realidad, no perjudicábamos a nadie. Entonces a Lex le entraron los remordimientos y lo estropeó todo. Después de todos esos años, ¿por qué demonios tuvo que contárselo todo a Suzze? ¿Cómo creería que iba a reaccionar Herman?
– Así que te enviaron a ti para silenciarla -dijo Myron.
Crisp asintió.
– Volé a Jersey City. Esperé en el garaje y la sorprendí cuando aparcó. Le apunté con el arma a la barriga y la hice subir por las escaleras. Allí no hay cámaras de seguridad. Hablamos un poco. Cuando llegamos al ático, le ordené que se inyectase la sobredosis de heroína o le dispararía en la cabeza. Yo quería hacer que pareciese un accidente, o un suicidio. Podía usar el arma, pero sería más fácil con las drogas. Con un pasado como el suyo, los polis se tragarían sin problemas que habría muerto por sobredosis.
– Pero Suzze se negó -dijo Myron.
– Así es. Suzze quería hacer un trato.
Myron casi podía verlo. Suzze encañonada por el arma, sin parpadear. Él estaba en lo cierto. Ella no se habría suicidado. No obedecería una orden como ésa, ni siquiera a punta de pistola.
– ¿Qué clase de trato?
Crisp se arriesgó a mirar a Win. Sabía que Win no alardeaba, que había llegado a la conclusión de que sería demasiado peligroso dejarlo vivir. A pesar de todo, el tipo intentaba agotar sus posibilidades de sobrevivir. Esta revelación era algo así como el chut de un delantero desde la mitad del campo acorralado por los defensas, un intento de mostrar la suficiente humanidad para que Myron convenciese a Win de no que apretase el gatillo.
Myron recordó la llamada a urgencias del conserje con acento hispano.
– Suzze aceptó inyectarse la sobredosis -dijo Myron-, si tú llamabas a urgencias.
Crisp asintió.
¿Cómo no lo había visto antes? Nadie podría forzar a Suzze a inyectarse heroína. Ella hubiese luchado por salvar su vida. Excepto con una condición.
– Suzze aceptó -continuó Myron- con la condición de su hijo tuviese una oportunidad de vivir.
– Sí -asintió Crisp-. Hicimos un trato. Le prometí hacer la llamada en el momento en que ella se inyectase.
A Myron se le rompió el corazón. Podía imaginarse a Suzze llegar a la conclusión de que si le disparaban en la cabeza, su hijo nonato moriría con ella. Por lo tanto, había luchado, no para salvarse a sí misma, sino para salvar a su bebé. Y había encontrado la manera de hacerlo. Era muy arriesgado. Si la muerte por sobredosis se producía inmediatamente, el bebé también moriría. Pero al menos tendría una oportunidad. Suzze, sin duda, sabía cómo actuaba una sobredosis de heroína, sabía que su vida se apagaría lentamente, que habría tiempo.
– ¿Cumpliste tu promesa?
– Sí.
Myron formuló la pregunta más obvia.
– ¿Por qué?
Crisp se encogió de hombros y contestó:
– ¿Por qué no? No había ninguna razón para matar a un bebé inocente si no era necesario.
La moral de un asesino. Así que ahora Myron lo sabía. Habían venido aquí en busca de respuestas. Sólo necesitaba una más.
– Háblame de mi hermano.
– Ya se lo dije. No sé nada de él.
– Tú fuiste a por Kitty.
– Claro. Cuando volvió y comenzó a montar aquel escándalo intentamos encontrarla. Pero no sé nada de su hermano. Lo juro.
Tras estas últimas palabras, Win apretó el gatillo y le pegó un tiro a Evan Crisp en la nuca. Myron dio un salto, sobresaltado por el disparo. La sangre salpicó la alfombra oriental mientras el cuerpo caía al suelo. Win hizo una rápida comprobación, pero no era necesario darle el tiro de gracia. Herman Ache y Evan Crisp estaban muertos.
– Ellos o nosotros -dijo Win.
Myron sólo observó.
– ¿Ahora qué?
– Ahora -respondió Win-, tú te vas con tu padre.
– ¿Qué vas a hacer?
– No te preocupes por eso. Quizá no me verás durante algún tiempo. Pero estaré bien.
– ¿Qué quiere decir que no te veré durante algún tiempo? No irás a cargar con la responsabilidad de todo esto tú solo.
– Claro que sí.
– Yo también estoy aquí.
– No, tú no estás. Ya me he ocupado de eso. Llévate mi coche. Encontraré la manera de comunicarme contigo, pero no me verás durante algún tiempo.
Myron quería oponerse a ello, pero sabía que sólo serviría para retrasar las cosas y poner en peligro lo inevitable.
– ¿Cuánto tiempo?
– No lo sé. No teníamos elección. Estos dos no nos habrían dejado salir con vida de ésta. Tienes que aceptar que es así.
Myron lo hizo. Ahora veía por qué Win no se lo había dicho. Myron hubiese buscado otra alternativa, cuando, en realidad, no la había. Cuando Win visitó a Frank Ache en la prisión, le había prometido un intercambio de favores. Había cumplido su parte y, además, había salvado sus vidas.
– Ve -dijo Win-. Esto se ha acabado.
Myron sacudió la cabeza.
– No se ha acabado -afirmó-. No hasta que encuentre a Brad.
– Crisp decía la verdad -señaló Win-. Cualquiera que sea el peligro en que esté metido tu hermano, no tiene nada que ver con esto.
– Lo sé -admitió Myron.
Habían ido hasta allí en busca de respuestas, pero Myron se daba cuenta de que aún no las sabía todas.
– Ve -repitió Win.
Myron abrazó a Win, y éste le devolvió el abrazo. Fue un abrazo fuerte y largo. No pronunciaron ni una palabra, no era necesario hacerlo. Pero Myron recordó lo que Win dijo después de que Suzze acudiese a su oficina en busca de ayuda, acerca de nuestra tendencia a creer que las cosas buenas duran para siempre. No es cierto. Nos creemos que siempre seremos jóvenes, y que los momentos y las personas que amamos son eternos. No lo son. Mientras Myron abrazaba a su amigo, supo que nada volvería a ser igual entre ellos. Algo en su relación había cambiado. Algo había desaparecido para siempre.
Después de aquel abrazo, Myron regresó por el pasillo y se cambió de ropa. Corpulento aún estaba allí. Los otros dos gorilas habían desaparecido. Myron no sabía qué habría sido de ellos, ni le importaba. Corpulento le hizo un gesto. Myron se acercó a él y le dijo: «Necesito pedirle un último favor». Le dijo a Corpulento lo que quería. Corpulento pareció sorprendido, pero respondió: «Deme un minuto». Fue hasta la otra habitación y, cuando volvió, le dio a Myron lo que éste le había pedido. Myron le dio las gracias. Salió, subió al coche de Win y lo puso en marcha.
En esos momentos, casi todo había acabado.
Había recorrido un par de kilómetros cuando Esperanza le llamó.
– Tu padre acaba de despertar -dijo-. Quiere verte.
– Dile que le quiero.
– ¿Vienes de camino?
– No. Todavía no puedo ir. No hasta que termine de hacer lo que me pidió.
Myron colgó el teléfono y comenzó a llorar.