30

En la planta baja, Win despertó al guardia de seguridad.

El guardia abrió los ojos de par en par. Estaba maniatado y amordazado. Win sonrió.

– Buenas noches -dijo-. Voy a quitarle la mordaza. Responderá a mis preguntas y no gritará pidiendo ayuda. Si se niega, le mataré. ¿Alguna pregunta?

El guardia de seguridad sacudió la cabeza.

– Comencemos con una pregunta sencilla -añadió Win-. ¿Dónde está Evan Crisp?


– Nos conocimos en el Espy, en Melbourne. Es la única parte de nuestra historia que es verdad.

Estaban de nuevo en los taburetes. Myron necesitaba un trago. Sirvió dos dedos de whisky Macallan en dos copas. Lex miró en el fondo de la suya, como si contuviese un secreto.

– En aquella época yo ya había publicado mi primer álbum en solitario. No pasó nada, así que comencé a pensar en formar una banda. Estaba en el Espy cuando entró Gabriel Wire. Tenía dieciocho años; yo, veinte. Gabriel había abandonado los estudios y le habían arrestado un par de veces, una por tenencia de drogas y otra por agresión. Pero cuando entró en aquel bar se giraron todas las cabezas… ¿Sabes a qué me refiero?

Myron asintió, sin intención de interrumpir.

– No sabía cantar ni una nota. Era incapaz de tocar ningún instrumento. Pero si un grupo de rock fuera una peli, yo tendría que ofrecerle el papel de líder. Nos inventamos toda esa historia de que yo tocaba en el bar y él se subió al escenario para salvarme. En realidad, robé la historia de una escena de una peli, Eddie and the Cruisers. ¿La has visto?

Myron asintió una vez más.

– Todavía encuentro a personas que juran haber estado en el Espy aquella noche. No sé si mienten para sentirse importantes o si sólo se engañan a ellos mismos. Lo más probable es que sean las dos cosas.

Myron recordó su propia infancia. Todos sus amigos afirmaban haber visto una actuación «sorpresa» de Bruce Springsteen en el Stony Pony, en Asbury Park. Myron tenía sus dudas. Estaba en el instituto cuando oyó los rumores, y había ido tres veces, pero Bruce nunca apareció.

– En cualquier caso, nos convertimos en HorsePower, pero yo escribía todas las canciones, todas las melodías, todas las letras. Utilizábamos playback en el escenario. Yo le enseñé a Gabriel cómo seguir una tonada, pero la mayor parte del tiempo yo cantaba por encima de él o lo modificábamos en el estudio.

Se interrumpió y bebió un sorbo, parecía desorientado. Para hacerle recuperar el hilo del relato, Myron preguntó:

– ¿Por qué?

– ¿Por qué qué?

– ¿Por qué necesitabas usarlo como reclamo?

– No seas obtuso -exclamó Lex-. Tenía la imagen ideal. Como te he dicho, Gabriel era una hermosa, poética y conmovedora fachada. Yo lo veía como mi mejor instrumento. Funcionó. Le encantaba ser una gran estrella, ligarse a cualquier jovencita que se cruzase en su camino, ganar dinero a manta. Yo también me sentía feliz. Todos escuchaban mi música. Todo el mundo.

– Pero nunca te reconocieron el mérito.

– ¿Y qué? Nunca me importó. Lo mío era la música. Lo era todo para mí. Y el hecho de que todo el mundo me considerase un segundón… Bueno, la broma era a costa de ellos, ¿no?

Myron se dijo que quizá fuera así.

– Lo sé -continuó Lex-. Era suficiente para mí. De alguna manera, éramos como una auténtica banda de rock. Necesitaba a Gabriel. En cierto sentido, su belleza era su talento. Los diseñadores de moda de mayor éxito recurren a las modelos más hermosas para presentar sus vestidos. ¿Acaso las modelos no interpretan un papel? Las grandes compañías tienen portavoces atractivos. ¿No son relevantes para el proceso? Eso era Gabriel para HorsePower. La prueba está a la vista. Escucha las obras que grabé en solitario, antes de encontrar a Wire. La música es igual de buena. A nadie le importa. ¿Recuerdas a Milli Vanilli?

Myron lo recordaba. Eran dos modelos masculinos llamados Rob y Fab que sólo movían los labios mientras otros cantaban, y llegaron al número uno de las listas de éxitos. Incluso ganaron el Grammy al Mejor Artista Revelación.

– ¿Recuerdas cómo el mundo odió a aquellos dos tipos cuando se supo la verdad?

Myron asintió.

– Los machacaron.

– Así es. La gente llegó a quemar sus discos. ¿Por qué? ¿La música no era la misma?

– Lo era.

Se inclinó hacia Myron con aire conspirador.

– ¿Sabes por qué los fans se volvieron de aquella manera contra aquellos dos tipos?

Myron sacudió la cabeza, con la intención de que siguiera hablando.

– Porque aquellos dos niños bonitos desvelaron una verdad: todos somos superficiales. ¡La música de Milli Vanilli era una mierda y ganaron un Grammy! La gente les escuchaba sólo porque Rob y Fab eran guapos y estaban de moda. Aquel escándalo hizo algo más que desmontar la fachada. Fue como poner un espejo delante de los fans y demostrar que eran unos imbéciles. Hay muchas cosas que somos capaces de perdonar, pero no podemos perdonar a aquellos que revelan nuestra auténtica estupidez. No nos gusta vernos a nosotros mismos como personas superficiales. Pero lo somos. Gabriel Wire parecía un artista profundo y conmovedor, pero no lo era. Las personas creían que Gabriel no concedía entrevistas porque se sentía demasiado importante, pero no las concedía porque era demasiado idiota. Sé que se burlaron de mí durante años. Una parte de mí se sentía dolida, ¿quién no?, pero la mayor parte de mí comprendía que era el único camino. Una vez que creé a Gabriel Wire, no podía destruirle sin destruirme a mí.

Myron intentaba asimilar las consecuencias de esa información.

– A eso te referías cuando decías que Suzze, al enamorarse de ti, se había enamorado de tu música. Como Cyrano.

– Sí.

– No lo entiendo. Cuando decías que Gabriel Wire estaba muerto…

– Lo decía literalmente. Alguien lo mató. Probablemente, Crisp.

– ¿Por qué lo hizo?

– No estoy seguro, pero tengo mis sospechas. Cuando Gabriel mató a Alista Snow, Herman Ache vio que ésa era su oportunidad. Si podían sacarle de ese lío, no sólo conseguirían cobrar su cuantiosa deuda de juego, sino que Wire estaría en deuda con ellos para siempre.

– Sí, vale, lo entiendo.

– Así que lo salvaron de la hoguera. Intimidaron a los testigos. Ofrecieron dinero al padre de Alista Snow. La verdad es que no sé qué pasó después. Creo que Wire se trastornó. Comenzó a actuar de una forma extraña. O quizás ellos comprendieron que en realidad ya no le necesitábamos. Yo podía componer la música por mi cuenta. Quizá llegaron a la conclusión de que estaríamos mejor con Wire muerto.

Myron pensó en eso.

– Parece demasiado arriesgado. Además, vosotros ganabais una pasta con las apariciones en algún que otro concierto.

– Las giras también eran un gran riesgo. Gabriel quería hacer muchas más, pero utilizar el playback era cada vez más difícil después de aquellos escándalos. No valía la pena.

– Sigo sin entenderlo. ¿Por qué matar a Wire? Y ya que estamos en ello, ¿cuándo?

– Unas pocas semanas después del asesinato de Alista Snow -contestó Lex-. Primero abandonó el país. Esa parte era verdad. Si no hubieran podido librarle de las acusaciones, creo que Gabriel se habría quedado en el extranjero, se habría convertido en otro Roman Polanski o algo así. Regresó cuando consiguieron desmontar el caso contra él. Los testigos enmudecieron. No había ningún vídeo de seguridad. El último paso fue que Gabriel se reuniese con Karl Snow y le diese una pasta. Después de todo aquello, la prensa y la poli dejaron de incordiar.

– Entonces, después de todo aquello, ¿Crisp mató a Gabriel Wire?

Lex se encogió de hombros. No tenía sentido.

– ¿Le dijiste a Suzze todo esto por teléfono?

– No, no todo, pero estaba dispuesto a hacerlo. Verás, cuando vi que todo estaba volviendo a irrumpir en nuestras vidas, incluyendo a Kitty, me dije que debía ser yo quien se lo dijese primero. En cualquier caso, deseaba hacerlo desde hacía años, y ahora íbamos a tener un bebé… Necesitábamos librarnos de todas las mentiras, de todos los secretos. ¿Sabes a qué me refiero?

– Lo sé. Pero cuando viste el mensaje que decía «No es suyo», tú sabías que no era verdad.

– Sí.

– ¿Entonces por qué escapaste?

– Te lo dije en el Three Downing. Sólo necesitaba ganar tiempo. Suzze no me dijo nada del mensaje. ¿Por qué? Ella lo había visto, y, tío, entonces comprendí enseguida que algo no iba bien. Piénsalo. Cuando acudió a ti, no sólo quería que me encontrases. Quería saber quién había colgado el mensaje en su muro. -Inclinó la cabeza a un lado-. ¿Por qué crees que lo hizo?

– Tú creías que todavía estaba enamorada de Gabriel.

– No es que lo creyera; lo sabía. Suzze ni siquiera te lo dijo a ti porque, bueno, ¿acaso la habrías ayudado a que se volviera a unir con otro hombre? No.

– Estás equivocado. Ella te quería.

– Por supuesto que sí. -Lex sonrió-. Porque yo era Wire. ¿No lo entiendes? Cuando vi aquel mensaje, me refiero al shock que le provocó… Sólo necesitaba ganar tiempo para saber qué hacer. Así que vine aquí y compuse algo de música. Entonces, como te he dicho, llamé a Suzze con la intención de contarle la verdad. Comencé diciéndole que Wire estaba muerto, que había muerto hace más de quince años. Pero no me creyó. Quería pruebas.

– ¿Viste el cadáver?

– No.

Myron separó las manos.

– Entonces, hasta donde tú sabes, podría estar vivo. Quizás está viviendo en el extranjero. Quizá se hace pasar por otra persona o vive en una comuna en el Tíbet.

Lex contuvo la risa al oírle.

– ¿Te creíste todas esas tonterías? Oh, vamos. Éramos nosotros quienes propagábamos los rumores. En un par de ocasiones les pedimos a varias actrices aspirantes a estrellas que dijesen que habían estado con él, y ellas aceptaron hacerlo para que se hablase de ellas. No, Gabriel está muerto.

– ¿Cómo lo sabes?

Él sacudió la cabeza.

– Es curioso.

– ¿Qué?

– Es lo mismo que Suzze no dejaba de preguntarme. ¿Cómo podía saberlo con certeza?

– ¿Tú qué le dijiste?

– Le dije que había un testigo. Una persona que vio el asesinato de Gabriel.

– ¿Quién?

Myron lo supo antes de que Lex respondiese. ¿A quién había llamado Suzze inmediatamente después de hablar con Lex? ¿Quién colgó algo que le hizo temer a Lex que la verdad saldría a relucir? ¿Quién, si seguía desenredando la madeja, relacionaba todo aquello con su hermano?

– Kitty -dijo Lex-. Kitty vio cómo mataban a Gabriel Wire.


Con el guardia de seguridad todavía maniatado -y con las voces de Myron y Lex Ryder sonando en su oído-, Win se dirigía hacia los ordenadores de la planta baja. Aquella austera decoración ahora tenía sentido. Lex podía venir cuando quisiera para utilizar el estudio de grabación. Crisp y algunos guardias de seguridad de absoluta confianza podían pasar allí la noche. Pero no había nadie viviendo allí. Se notaba ese vacío. El guardia de seguridad era un matón, un antiguo empleado de Ache. Sabía mantener la boca cerrada, pero ni siquiera él conocía la situación. Los guardias se sustituían al cabo de unos meses. Todos sabían que no se podía acceder a la planta alta. Ese guardia en particular nunca había visto a Gabriel Wire, por supuesto, pero tampoco había preguntado por él. Creía que Wire viajaba mucho. Le dijeron que Wire era una especie de ermitaño paranoico y que nunca debía abordarle. Así que nunca lo hizo.

Win se había preguntado por la falta de medidas de seguridad, pero ahora tenía mucho sentido. Wire vivía en una isla con muy pocos habitantes, la mayoría de los cuales evitaba la publicidad o quería proteger su intimidad. Y si se producía algún fallo y alguien conseguía entrar en la casa, ¿qué pasaría? Desde luego, no encontraría a Gabriel Wire, pero Ache, Crisp y Ryder habían inventado historias suficientes sobre viajes secretos y disfraces para explicar cualquier ausencia.

Era bastante ingenioso.

Win no era un experto informático, sólo sabía lo suficiente. Gracias a sus dotes de persuasión, el guardia le había ayudado con el resto. Win buscó las listas de pasajeros. Miró en los archivos de Crisp. El tipo no era tonto. Nunca dejaría nada que pudiese ser utilizado ante un tribunal, pero a Win no le preocupaban los tribunales de justicia.

Cuando acabó, Win hizo tres llamadas. La primera de ellas, a su piloto.

– ¿Está preparado?

– Sí -respondió el piloto.

– Parta ahora mismo. Yo le avisaré cuando pueda aterrizar.

La segunda llamada fue para Esperanza.

– ¿Alguna novedad sobre el estado del señor Bolitar?

Al Bolitar siempre había insistido en que Win le llamase Al. Pero Win no era capaz de hacerlo.

– Acaban de llevarlo de nuevo a cirugía -le informó Esperanza-. No pinta muy bien.

Win colgó de nuevo. La tercera llamada fue a una prisión federal en Lewisburg, Pensilvania.

Cuando Win acabó, se sentó y siguió escuchando a Myron y Lex Ryder. Consideró sus opciones, pero en realidad sólo había una. Esta vez habían ido demasiado lejos. Habían llegado hasta el borde del abismo, y ahora sólo había una manera de apartarse de él.

Sonó la radio del guardia de seguridad. Entre los ruidos de la electricidad estática, una voz preguntó:

– ¿Billy?

La voz pertenecía a Crisp.

Win sonrió. Significaba que Crisp estaba cerca. El gran enfrentamiento estaba a punto de producirse. Frank Ache le había avisado cuando fue a visitarle a la prisión. Win le había dicho que lo filmaría en vídeo, pero no, Frank tendría que conformarse con un relato oral.

Win le llevó la radio al guardia. Cuando Win se acercó, el guardia comenzó a gimotear. Win lo entendía. Sacó el arma y la apoyó en la frente del hombre. En realidad, aquello era una exageración. El tipo ya había intentado hacerse el duro. No había durado.

– Es probable que tengan una palabra de código para decirle a Crisp que tiene problemas -dijo Win-. Si la utiliza, me suplicará que apriete el gatillo. ¿Lo comprende?

El guardia asintió, dispuesto a complacerle.

Win puso la radio junto a la oreja de Billy y apretó el botón de hablar.

– Aquí Billy -dijo el guardia.

– ¿Situación?

– Todo despejado.

– ¿Se ha resuelto el problema anterior?

– Sí. Como le dije, eran los mellizos. Escaparon cuando me vieron salir.

– Me han confirmado que ya se han marchado -indicó Crisp-. ¿Cómo se comporta nuestro huésped?

– Todavía está arriba, trabajando en aquella nueva canción.

– Muy bien -dijo Crisp-. Ahora voy para allá. ¿Billy?

– Sí.

– No hay ninguna razón para decirle que voy para allá.

La conversación concluyó. Crisp estaba de camino.

Había llegado la hora de que Win se preparase.


– ¿Kitty? -preguntó Myron.

Lex Ryder asintió.

– ¿Cómo supo que Wire estaba muerto?

– Ella lo vio.

– ¿Ella les vio matar a Wire?

Lex Ryder asintió.

– No lo supe hasta hace unos días. Me llamó por teléfono e intentó sacarme pasta. «Sé lo que le hiciste a Gabriel», dijo. Creí que me estaba engañando. Le respondí: «Tú no sabes nada», y colgué. No se lo dije a nadie. Supuse que se marcharía. Al día siguiente colgó aquel tatuaje y el mensaje con aquellas palabras: «No es suyo». Era un aviso. La llamé. Le dije que nos encontrásemos en el Three Downing. Cuando la vi, me di cuenta de que estaba mal, hecha un asco. Supongo que podría haberle dado dinero, pero era una drogadicta perdida. No se podía confiar en ella. Buzz acabó llamando a Crisp y le dijo lo que ella estaba soltando. Entonces tú entraste en el club. Durante el alboroto, le dije a Kitty que se largase y no volviese. Dijo que lo había estado haciéndolo durante dieciséis años; desde que vio matar a Wire.

Así que, pensó Myron, Kitty no se había vuelto paranoica. Conocía un secreto que podía costarles millones de dólares a Herman Ache y Evan Crisp. Eso explicaba por qué Perilla y Tatuaje en el Cuello le siguieron hasta la caravana de Kitty. Ache se había dado cuenta de que Myron podía conducirle hasta Kitty. Había ordenado que lo siguiesen y, una vez que los encontrasen, las órdenes eran claras: matarlos a los dos.

¿Por qué no recurrió a Crisp? Respuesta obvia: Crisp estaba ocupado con algo más importante. Seguir a Myron era un tiro a ciegas. Ache contrató a unos matones baratos.

Win volvió a su oreja.

– ¿Has acabado ahí arriba?

– Casi.

– Crisp está en camino.

– ¿Tienes algún plan?

– Sí.

– ¿Necesitas mi ayuda?

– Necesito que te quedes donde estás.

– ¿Win?

– ¿Sí?

– Crisp quizá sepa qué le pasó a mi hermano.

– Sí, lo sé.

– No le mates.

– Bueno -dijo Win-. No inmediatamente.

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