– Lex está bien -dijo Myron.
Suzze y Lex tenían un ático en un edificio junto al río Hudson en Jersey City, Nueva Jersey. El ático ocupaba toda la planta y tenía más metros cuadrados que una sala de fiestas. A pesar de la hora -era medianoche cuando Myron regresó de Biddle Island-, Suzze estaba vestida y le esperaba en la enorme terraza. La terraza estaba a mucha altura, con sofás tipo Cleopatra y butacas, estatuas griegas, gárgolas francesas y arcos romanos, y era perfecta cuando lo que querías -y desde luego, eso era lo que ibas a ver de todas maneras- era una vista espectacular del perfil de Manhattan.
Myron hubiera preferido volver a casa. No había nada más que hablar ahora que sabía que Lex estaba bien, pero al oír su voz por teléfono le había parecido que Suzze le necesitaba. Con algunos clientes, los mimos formaban parte del trabajo. Con Suzze nunca había sido así.
– Dime qué dijo Lex.
– Está con Gabriel, grabando algunas canciones para su próximo álbum.
Suzze miró el perfil de Manhattan a través de la neblina del verano. En su mano sujetaba una copa que parecía contener vino. Myron no tenía claro qué decir al respecto -embarazo y vino-, así que se limitó a carraspear.
– ¿Qué? -preguntó Suzze.
Myron señaló la copa de vino. El señor Sutileza.
– El doctor dice que está bien tomar una -explicó ella.
– Oh.
– No me mires así.
– No lo hago.
Ella miró el perfil desde el arco, con las manos sobre la barriga.
– Vamos a necesitar unas balaustradas más altas. Con un bebé en camino…, y ni siquiera dejo que suban aquí mis amigos cuando están borrachos.
– Buena idea -asintió Myron. Ella estaba tratando de ganar tiempo. No pasaba nada-. Mira, en realidad no sé qué pasa con Lex. Admito que se está comportando de una forma un tanto extraña, pero también me explicó claramente que no es asunto mío. Querías que averiguase si estaba bien y lo he hecho. No puedo obligarle a volver a casa.
– Lo sé.
– ¿Entonces qué más hay? Puedo seguir buscando quién colgó aquel comentario, «No es suyo»…
– Sé quién lo colgó -dijo Suzze.
Eso le sorprendió. Observó su rostro y, al ver que ella no añadía nada más, preguntó:
– ¿Quién?
– Kitty.
Bebió un sorbo de vino.
– ¿Estás segura?
– Sí -¿Cómo?
– ¿Quién más querría vengarse de esa manera? -preguntó ella.
La humedad pesaba sobre Myron como una pesada manta. Miró la abultada barriga de Suzze y se preguntó cómo debía de ser cargar con ella todo ese tiempo.
– ¿Por qué querría vengarse de ti?
Suzze no hizo caso de la pregunta.
– Kitty era una gran tenista, ¿verdad?
– Tú también.
– No tan buena como ella. Era la mejor tenista que he visto nunca. Me hice profesional, gané unos cuantos torneos, acabé cuatro años seguidos entre las diez primeras. Pero Kitty… podría haber sido una de las grandes.
Myron sacudió la cabeza.
– Eso no habría podido ocurrir jamás.
– ¿Por qué lo dices?
– Kitty era un desastre. Las drogas, las fiestas, las mentiras, la manipulación, el narcisismo, su pulsión autodestructiva…
– Era joven. Todas éramos jóvenes. Todas cometimos errores.
Silencio.
– ¿Suzze?
– ¿Sí?
– ¿Por qué querías verme esta noche?
– Para explicarte algo.
– ¿Explicarme qué?
Ella se le acercó, abrió los brazos y le abrazó. Myron la sujetó con fuerza, sintió la barriga cálida contra él. Al principio le pareció una sensación extraña, pero a medida que se prolongaba el abrazo, comenzó a sentarle bien, era terapéutico. Suzze apoyó la cabeza en el pecho de Myron y se quedó allí durante un rato. Myron se limitó a acogerla en sus brazos.
– Lex está equivocado -acabó por decir Suzze.
– ¿En qué?
– Algunas veces las personas necesitan ayuda. Recuerdo la noche en que me salvaste. Me abrazabas así. Me escuchabas. No me juzgaste. Quizá no lo sepas, pero me salvaste la vida un centenar de veces.
– Estoy aquí para ayudarte -afirmó Myron en voz baja-. Dime qué es lo que va mal.
Ella siguió abrazándole, con la cabeza hundida en su pecho.
– Kitty y yo estábamos a punto de cumplir los diecisiete. Yo deseaba desesperadamente ganar la categoría inferior aquel año y jugar en el Open. Kittty era mi principal competidora. Cuando me derrotó en Boston, mi madre se volvió loca.
– Lo recuerdo -asintió Myron.
– Mis padres me explicaron que en la competición vale todo. Haces lo que sea para ganar. Conseguir una ventaja. ¿Recuerdas esa famosa jugada de béisbol, la del «Golpe», que se oyó en todo el mundo? ¿El jonrón de Bobby Thompson en los años cincuenta?
El cambio de tema le desconcertó.
– Sí, claro. ¿Qué pasó?
– Mi padre dijo que hizo trampas. Thompson. Quiero decir que todos lo hacían. La gente cree que lo de los esteroides sólo pasa ahora. Pero aquellos viejos New York Giants eran unos tramposos de cuidado. Otros lanzadores rayaban las pelotas de béisbol. Aquel tipo que dirigía a los Celtics, el que te fichó a ti, consiguió que en el vestuario del equipo visitante tuviesen una temperatura infernal. Quizá no fuera una trampa. Quizá sólo era intentar sacar ventaja.
– ¿Tú buscaste sacar ventaja?
– Sí.
– ¿Cómo?
– Divulgué rumores sobre mi competidora. La hice parecer más puta de lo que era. Intenté estropear su concentración añadiendo tensión a su vida. A ti te dije que su bebé probablemente no era de Brad.
– No fuiste la única que me lo dijo. Yo conocía a Kitty. En cualquier caso, no basé mi opinión en lo que tú me dijiste. Ella era un desastre, ¿no?
– Yo también lo era.
– Pero tú no estabas manipulando a mi hermano. No fingías que estabas locamente enamorada y después te acostabas con un montón de tíos.
– Pero de todas maneras estaba más que dispuesta a decírtelo, ¿verdad? -Suzze apoyó la cabeza en su pecho con más fuerza-. ¿Sabes qué es lo que no te dije?
– ¿Qué?
– Kitty también amaba a tu hermano. Con todo su corazón y todo su ser. Cuando se separaron, su juego sufrió las consecuencias. Su corazón ya no estaba por la labor. La empujé a ir a una fiesta. Insistí en que Brad no era para ella, que tenía que ligar con otros.
Myron pensó en las felices fotos de Kitty, Brad y Mickey en Facebook, y se preguntó qué podría haber pasado. Intentó dejar que su mente se conformase con recordar aquellas benditas imágenes, pero la mente va donde quiere. En esos momentos su mente regresaba al vídeo de Kitty y Coleta en aquella habitación privada del Three Downing.
– Kitty cometió sus propios errores -dijo, y percibió amargura en su tono de voz-. Lo que dijiste o dejaste de decir no cambia las cosas. Le mintió a Brad en todo. Le mintió sobre el consumo de drogas. Le mintió sobre mi participación en su pequeño drama, y también le mintió cuando dijo que tomaba la píldora.
Pero mientras le daba esas explicaciones, notaba que había algo en sus propias palabras que no encajaba. Allí estaba Kitty, a punto de convertirse en la nueva Martina, Chrissy, Steffi, Serena o Venus, y al final acababa preñada. Quizá se trató, como ella afirmaba, de un accidente. Cualquiera que asistiera a las clases de salud en el instituto sabía que la píldora no garantizaba sus resultados el cien por cien de las ocasiones. Pero Myron nunca se había creído ni una coma de aquella excusa.
– ¿Lex sabe todo esto? -preguntó.
– ¿Todo? -Ella sonrió-. No.
– Me dijo que ésa era la cuestión principal. Las personas tienen secretos, y esos secretos se infectan y acaban destruyendo la confianza. No puedes tener una buena relación sin una transparencia total. Tienes que conocer todos los secretos de tu esposo.
– ¿Lex dijo eso?
– Sí.
– Es muy dulce, pero se equivoca de nuevo.
– ¿Cómo es eso?
– Ninguna relación sobrevive a la transparencia total. -Suzze apartó el rostro de su pecho. Myron vio las lágrimas resbalar por sus mejillas, sintió la humedad en su camisa-. Todos tenemos secretos, Myron. Lo sabes tan bien como cualquiera.
Cuando Myron llegó al Dakota eran las tres de la madrugada. Miró a ver si Kitty había respondido a su mensaje («Por favor perdóname»). No lo había hecho. Ante la remota posibilidad de que Lex le hubiese dicho la verdad, y de que Kitty le hubiese dicho la verdad a Lex, le envió un e-mail a Esperanza para que comprobara si el nombre de Kitty aparecía en las listas de embarque de los vuelos que hubieran salido de Newark o del aeropuerto J.F.K. con destino a Sudamérica. Se conectó a Skype para ver si Terese estaba conectada. No lo estaba.
Pensó en Terese. Pensó en Jessica Culver, su antiguo amor, a quien Lex había mencionado. Después de proclamar durante años que el matrimonio no era para ella -los años en que estuvo con Myron-, Jessica acabó casándose, y no hacía mucho tiempo de eso, con un hombre llamado Stone Norman. Stone, por el amor de Dios. ¿Qué clase de nombre era ése? Sus amigos sin duda le debían de llamar Stone Man o Stoner. [3] Pensar en los antiguos amores, sobre todo en aquellos con los que te habías querido casar, no le iba a llevar a ninguna parte, así que Myron se obligó a detener sus pensamientos.
Media hora más tarde, Win volvió a casa. Le acompañaba su última amiga, una asiática alta con tipo de modelo, llamada Mii. Le acompañaba también una tercera persona, otra atractiva mujer asiática que Myron nunca había visto antes.
Myron observó a Win, que alzó las cejas.
– Hola, Myron -saludó Mii.
– Hola, Mii.
– Ésta es mi amiga, Tuu.
Myron contuvo un suspiro y la saludó. Tuu asintió. Las dos mujeres salieron de la habitación y Win le sonrió a Myron. Myron sacudió la cabeza.
– ¿Tuu?
– Sí.
Cuando Win había empezado a salir con Mii, disfrutaba bromeando con su nombre. «Mii tan cachondo. Es Mii hora. Algunas veces sólo quiero hacer el amor con Mii…» -¿Tuu y Mii? -preguntó Myron.
Win asintió.
– Maravilloso, ¿no te parece?
– No. ¿Dónde has estado toda la noche?
Win se le acercó con aire de conspirador.
– Entre Tuu y Mii…
– ¿Sí?
Win sonrió.
– Oh -Myron suspiró-. Lo he pillado. Muy bueno.
– Sé feliz. Solía ser todo de Mii. Pero luego comprendí algo. También soy de Tuu.
– Oh, en ese caso, Tuu y Mii juntos.
– Ahora sí que lo has pillado -dijo Win-. ¿Qué tal tu estancia en Biddle Island?
– ¿Quieres saberlo ahora?
– Tuu y Mii pueden esperar.
– Con eso te refieres a las chicas, no a nosotros, ¿verdad?
– Sí que parece confuso, ¿no?
– Por no decir perverso.
– No te preocupes. Cuando no estoy, Tuu puede mantener a Mii ocupada. -Win se sentó, y juntó las manos formando una pirámide-. Dime qué has averiguado.
Myron lo hizo. Cuando acabó, Win dijo:
– Mii piensa que Lex parlotea demasiado.
– ¿Tú también te has dado cuenta?
– Cuando un hombre filosofa tanto es que está ocultando algo.
– ¿Además de aquello de que ella iba a volver a Chile o a Perú mañana?
– Te apartaba de la pista. Quiere que te mantengas apartado de Kitty.
– ¿Crees que sabe dónde está?
– No me sorprendería.
Myron pensó en lo que dijo Suzze acerca de la transparencia y de que todos tenían secretos.
– Ah, una cosa más. -Myron buscó su Blackberry-. Gabriel Wire tiene un guardia vigilando la entrada de su casa. Me resultó familiar, pero no sé de qué.
Le dio a Win la Blackberry con la foto del guardia de seguridad en la pantalla. Win la observó un momento.
– Esto no es bueno -comentó.
– ¿Le reconoces?
– No había vuelto a oír su nombre desde hace años. -Win le devolvió la Blackberry-. Pero se parece a Evan Crisp. Un profesional. Uno de los mejores.
– ¿Para quién trabaja?
– Crisp siempre trabajó por libre. Los hermanos Ache solían llamarle cuando había problemas graves.
Los hermanos Ache, Herman y Frank, habían sido dos jefes mafiosos de la vieja escuela. Por fin, acabaron aplicándoles la RICO [4] y los encerraron. Como muchos de sus colegas mayores que él, Frank Ache estaba cumpliendo condena en una cárcel federal de máxima seguridad, casi olvidado por todos. Herman, que ya tenía más de setenta años, consiguió librarse de la acusación y utilizó su fortuna ilegal para comprar legitimidad.
– ¿Un sicario?
– Hasta cierto punto -aclaró Win-. A Crisp lo llaman cuando tus matones necesitan un toque de finura. Si quieres que alguien haga mucho ruido o destroce un local, Crisp no es tu hombre. Si quieres que alguien muera o desaparezca sin levantar sospechas, llamas a Crisp.
– ¿Y ahora Crisp trabaja como poli de alquiler para Gabriel Wire?
– La respuesta sería «no» -dijo Win-. Es una isla pequeña. A Crisp le avisaron de que acababas de llegar y se limitó a esperar que aparecieras por allí. Mi teoría es que sabía que le tomarías una foto y que deduciríamos su identidad.
– Para asustarnos -dijo Myron.
– Sí.
– Excepto que nosotros no nos asustamos así como así.
– Sí -dijo Win con un leve movimiento de hombros-. Somos muy machos.
– Vale, así que primero tenemos ese extraño mensaje en la página de Suzze, con toda probabilidad colgado por Kitty. Luego tenemos a Lex, que se encuentra con Kitty. Tenemos a Crisp trabajando para Wire. Además, Lex se oculta en casa de Gabriel Wire y, casi sin lugar a dudas, nos está mintiendo.
– Y cuando sumas todo esto, ¿cuál es el resultado?
– Nada -dijo Myron.
– No es de extrañar que seas nuestro líder. -Win se levantó, se sirvió un coñac y le lanzó a Myron una lata de Yoo-Hoo. Myron no la sacudió ni abrió. Sólo sujetó la lata fría con su mano-. Por supuesto, el hecho de que Lex esté mintiendo, no significa necesariamente que el mensaje básico que te envió sea erróneo.
– ¿Cuál es el mensaje?
– Que estás interfiriendo en la situación, aunque sea con las mejores intenciones. Pero, en cualquier caso, estás interfiriendo. Sean cuales sean los problemas por los que tu hermano y Kitty estén pasando, no son asunto tuyo. No formas parte de sus vidas desde hace mucho tiempo.
Myron pensó en ello.
– Quizá sea por mi culpa.
– Oh, por favor -dijo Win.
– ¿Qué?
– ¿Culpa tuya, dices? De modo que cuando Kitty, por ejemplo, le dijo a Brad que tú intentabas ligártela, ¿estaba diciendo la verdad?
– No.
Win separó las manos.
– ¿Y?
– Puede ser que sólo tratara de vengarse de mí. Dije unas cuantas cosas horribles de ella. La acusé de haberle tendido una trampa a Brad, de manipularle. Dije que no creía que el bebé fuera suyo. Y que quizás estaba mintiendo para defenderse.
– Buhhh. -Win comenzó a tocar el violín de aire-. Buhhh.
– No estoy defendiendo lo que ella hizo. Pero quizá yo también lo compliqué todo.
– Dime, por favor, ¿qué hiciste para que se complicase todo?
Myron no dijo nada.
– Adelante -insistió Win-. Estoy esperando.
– Quieres que diga que fue porque interferí.
– ¡Bingo!
– Y que, por lo tanto, quizás ésta sea mi oportunidad de corregir mis errores.
Win sacudió la cabeza.
– ¿Qué?
– ¿Cómo lo enredaste todo al comienzo? Interfiriendo. ¿Cómo pretendes disculparte por aquello? ¿Interfiriendo de nuevo?
– ¿Así que debería olvidarme de lo que vi en el vídeo de aquella cámara de vigilancia?
– Yo lo haría. -Win bebió un sorbo-. Pero sé que tú no puedes.
– ¿Entonces qué hacemos?
– Lo que siempre hacemos. Pero mañana por la mañana. Esta noche tengo otros planes.
– ¿Y esos planes incluyen a Tuu y Mii?
– Diría bingo de nuevo, pero detesto repetirme.
– Ya sabes -dijo Myron, escogiendo las palabras con cuidado-, y yo no pretendo moralizar ni juzgar.
Win cruzó las piernas. Cuando lo hacía, la raya continuaba perfecta.
– Oh, esto va a ser muy bueno.
– Reconozco que Mii ha sido una parte de tu vida durante más tiempo que cualquier otra mujer que pueda recordar, y me alegro de que al menos parezca que has reducido tu afición por las putas.
– Prefiero el término chicas de compañía de alto nivel.
– Vale. En el pasado, eras un mujeriego…
– Un sinvergüenza libertino -dijo Win con una sonrisa libertina-. Siempre me ha gustado la palabra libertino, ¿a ti no?
– Encaja -admitió Myron.
– ¿Pero?
– Cuando teníamos veinte, e incluso treinta años, todo funcionaba de una manera, no sé, encantadora.
Win esperó.
Myron miró la lata de Yoo-Hoo.
– Olvídalo.
– Y ahora -dijo Win-, crees que mi comportamiento, para un hombre de mi edad, empieza a resultar patético.
– No pretendía decirlo de esa manera.
– Crees que debería calmarme un poco.
– Sólo quiero que seas feliz, Win.
Win separó las manos.
– Lo soy.
Myron le dirigió una mirada inexpresiva.
– Te estás refiriendo a Tuu una vez más, ¿no?
La sonrisa libertina.
– Quiéreme por mis defectos.
– Una vez más, con me, ¿te refieres a Mii?
Win se levantó.
– No te preocupes, viejo amigo. Soy feliz. -Win comenzó a moverse hacia la puerta del dormitorio. De pronto se detuvo, cerró los ojos y pareció preocupado-. Quizá tengas algo de razón.
– ¿En qué?
– Quizá no soy feliz -dijo, con una mirada distante y nostálgica en su rostro-. Quizá tampoco lo seas tú.
Myron esperó y estuvo a punto de exhalar un suspiro.
– Adelante. Dilo.
– Quizá sea que ha llegado el momento de que Tuu y Mii seamos felices.
Desapareció en la otra habitación. Myron se quedó mirando la lata de Yoo-Hoo durante un buen rato. No oyó ningún sonido. Por fortuna, Win había aislado su dormitorio desde hacía años.
A las siete y media, Mii apareció con una bata y comenzó a preparar el desayuno. Le preguntó a Myron si quería desayunar. Myron declinó cortésmente la invitación.
A las ocho sonó su teléfono. Miró la pantalla y vio que era Big Cyndi.
– Buenos días, señor Bolitar.
– Buenos días, Big Cyndi.
– El camello de la coleta estuvo anoche en el club. Le seguí.
Myron frunció el entrecejo.
– ¿Con el vestido de Batgirl?
– Estaba oscuro. Me camuflaba.
La imagen se formó en su mente, pero por fortuna desapareció enseguida.
– ¿Le dije que Yvonne Craig en persona me ayudó a hacerlo?
– ¿Conoces a Yvonne Craig?
– Oh, somos viejas amigas. Verá, ella me dijo que la tela era elástica. Es algo así como la tela de una faja, no tan fina como la lycra, pero tampoco tan gruesa como el neopreno. Fue muy difícil de conseguir.
– No lo dudo.
– ¿Sabía que Yvonne comenzó haciendo el papel de la preciosa chica verde de Star Treki -Marta, la esclava de Orion -respondió Myron, sin poder evitarlo. Intentó volver al tema-. ¿Dónde está ahora nuestro camello?
– Enseñando francés en la Thomas Jefferson Middle School de Ridgewood, Nueva Jersey.