23

El Bluetooth del coche de Myron atendió su móvil. Pasó la primera media hora al teléfono, hablando con los clientes. La vida no se detiene porque irrumpa la muerte. Si necesitas alguna prueba de ello, vuelve al trabajo.

Unos pocos minutos antes de llegar, le llamó Win.

– ¿Vas armado? -preguntó Win.

– Supongo que has hecho disgustar a Herman Ache.

– Lo hice.

– O sea, que está involucrado en algo con Gabriel Wire.

– Eso parece, sí, excepto por una cosa.

– ¿Cuál es? -preguntó Myron.

– Le conté nuestra teoría de que ellos controlaban a Wire a través del chantaje y las deudas de juego.

– Correcto.

– Después de varios minutos -continuó Win-, el señor Ache admitió por fin que nuestra teoría era acertada.

– ¿Eso qué significa?

– Herman Ache mentiría sobre lo que acaba de comer al mediodía -respondió Win.

– Por lo tanto, nos estamos perdiendo algo.

– Sí. Mientras tanto, ármate.

– Recogeré un arma cuando vuelva -dijo Myron.

– No hay necesidad de esperar -señaló Win-. Hay un treinta y ocho debajo de tu asiento.

Tremendo. Myron metió la mano debajo del asiento y notó el bulto.

– ¿Hay alguna cosa más que necesite saber?

– Un birdie en el último hoyo. Hice setenta.

– Siempre dejando lo más importante para el final.

– Intentaba ser modesto.

– Creo -dijo Myron-, que en algún momento necesitaremos hablar con Gabriel Wire cara a cara.

– Eso podría significar asaltar el castillo -opinó Win-, o al menos su finca en Biddle Island.

– ¿Crees que podremos atravesar su sistema de seguridad?

– Fingiré que no me lo has preguntado.

Cuando Myron llegó a la intersección con Edison, entró en el aparcamiento de otro centro comercial. Miró para ver si había alguna heladería -esta vez comenzaría por allí si la había-, pero no, éste era un centro más genérico, un Strip Mall USA, con un Best Buy, un Staples y una zapatería llamada DSW que tenía el tamaño de un pequeño principado europeo.

Entonces, ¿por qué allí?

Repasó en su mente la cronología del día anterior. Suzze recibió primero una llamada telefónica desde el móvil de su marido, Lex Ryder. La llamada duró cuarenta y siete minutos. Treinta minutos después de colgar, Suzze llamó al móvil desechable de Kitty. Aquella llamada fue más breve: cuatro minutos. Vale, bien, ¿qué vino después? Había una brecha de tiempo, pero cuatro horas más tarde, Suzze habló con Karl Snow en su heladería sobre la muerte de su hija, Alista Snow.

Por lo tanto, necesitaba llenar aquellas cuatro horas.

Si seguía la lógica del GPS, en algún momento entre la llamada de cuatro minutos de Suzze a Kitty y la visita de Suzze a Karl Snow, condujo hasta aquí, a esta intersección en Edison, Nueva Jersey. Suzze no puso la dirección en el GPS, como sí hizo con la del centro comercial de Karl Snow. Sólo indicó la intersección. Había un centro comercial en una esquina; una estación de servicio en la otra; un concesionario Audi en la tercera, y nada aparte de un bosque, en la cuarta.

Entonces, ¿por qué? ¿Por qué no puso una dirección concreta?

Pista uno: Suzze vino hasta aquí después de llamar a Kitty. Si se consideraba su larga y complicada relación, una llamada de cuatro minutos parecía muy breve. Conclusión posible: Suzze y Kitty sólo habían hablado lo suficiente para fijar una cita. Segunda conclusión posible: acordaron encontrarse aquí, en esta intersección.

Myron buscó un restaurante o un café, pero no había ninguno. Parecía poco probable que dos antiguas estrellas del tenis decidieran venir aquí a comprarse unos zapatos, artículos de oficina o electrónica, así que eso eliminaba una de las esquinas. Miró la carretera, a izquierda y derecha. Y allí, una vez pasado el local del concesionario Audi, Myron vio un cartel que le llamó la atención. Las letras estaban escritas en tipografía Old English y decían: «GLENDALE MOBILE ESTATES».

Myron cruzó la carretera y vio que se trataba de un parque de caravanas. Incluso los parques de caravanas habían seguido el camino de Madison Avenue, con esos lujosos carteles publicitarios y la utilización de la palabra «estates», [5] como si aquello fuese una parada obligatoria en una gira por las mansiones de élite de Newport, en Rhode Island. Las caravanas ocupaban una cuadrícula de calles con nombres como Garden Mews [6] y Old Oak Drive, [7] aunque no había indicios de que hubiese ningún jardín o algún roble, viejo o no, y Myron no tenía claro qué eran los mews.

Desde ese lugar de la carretera, Myron vio varios carteles de «se alquila». Nueva conclusión: Kitty y Mickey se alojaban allí. Quizá Suzze no sabía la dirección exacta. Quizás el GPS no reconocería Garden Mews ni Old Oak Drive, así que le había indicado a Suzze la intersección más cercana.


No tenía ninguna foto de Kitty para mostrar, e incluso, de haberla tenido, hubiese parecido sospechoso. Tampoco podía dedicarse a llamar a las puertas de las caravanas. Al final, Myron optó por la antigua y siempre eficaz labor de vigilancia. Subió al coche y aparcó cerca del despacho de la administración del parque. Desde allí tenía una buena vista de la mayor parte de las caravanas. ¿Durante cuánto tiempo podría permanecer aparcado allí y esperar? Una hora, tal vez dos. Llamó a su viejo amigo Zorra, un antiguo agente del Mossad que siempre estaba dispuesto a hacer un turno de vigilancia. Zorra vendría aquí y se haría cargo dentro de dos horas.

Myron se acomodó y aprovechó el tiempo para hacer varias llamadas a sus clientes. Chaz Landreaux, su más antiguo jugador de la NBA y ex All Stars, confiaba en seguir jugar otro año en la liga profesional. A continuación llamó a los gerentes generales, dispuesto a conseguir una prueba para el veterano, pero no tenían ningún interés en él. Chaz estaba desconsolado.

– Todavía no estoy dispuesto a dejarlo -le dijo a Myron-. ¿Sabes a lo que me refiero?

Myron lo sabía.

– Tú continúa entrenando -le recomendó Myron-. Alguien te dará una oportunidad.

– Gracias, tío. Sé que puedo ayudar a un equipo joven.

– Yo también lo sé. Deja que te pregunte una cosa. En el peor de los casos posibles, si la NBA no está interesada, ¿qué te parecería jugar un año en China o en Europa?

– No me apetece mucho.

Al mirar a través del parabrisas, Myron vio que se abría la puerta de otra caravana. Esta vez, sin embargo, salió su sobrino Mickey.

Myron se irguió en el asiento.

– Chaz, seguiré trabajando en ello. Hablaremos mañana.

Colgó. Mickey mantenía la puerta abierta. Miró al interior de la caravana durante unos segundos, antes de cerrarla. Tal como Myron había notado la noche anterior, era un chico grandote, de un metro noventa o un metro noventa y dos de estatura, y unos ciento diez kilos de peso. Mickey caminaba con los hombros echados hacia atrás y la cabeza erguida. Eran, comprendió Myron, los andares Bolitar. El padre de Myron caminaba así; Brad caminaba así, y Myron también.

«No puedes escapar a los genes, chico. ¿Ahora qué?» Intuyó que existía una remota posibilidad de que Suzze hubiese hablado o se hubiese encontrado con Mickey. Pero en realidad parecía poco probable. Sería mejor quedarse allí, esperar a que Mickey se fuese y acercarse luego a la caravana, con la esperanza de que Kitty estuviese dentro. Si no era así, si Kitty no estaba y él necesitaba encontrar a Mickey, no sería difícil hacerlo. Mickey vestía el polo rojo de los empleados de Staples. Era casi seguro que Mickey se dirigía al trabajo.

¿En Staples contrataban a empleados tan jóvenes?

Myron no estaba seguro. Myron bajó el parasol. Sabía que el reflejo del sol haría imposible que Mickey le viese. Cuando su sobrino se acercó, Myron vio la tarjeta de identificación en el polo. Decía: «Bob».

Todo era cada vez más extraño.

Esperó a que Mickey girará por la intersección antes de bajar del coche. Caminó hacia la carretera y echó una ojeada. Sí, Mickey iba hacia Staples. Myron se volvió y caminó por Garden Mews hacia la caravana. El parque estaba limpio y bien cuidado. Había sillas de jardín delante de algunas de las caravanas; otras tenían flores de plástico o ruedas decorativas clavadas en el suelo. Las campanillas se movían con el viento. Había una gran variedad de ornamentos de jardín, y la Madonna era con mucho la imagen más popular.

Myron llegó a la puerta y golpeó. Ninguna respuesta. Golpeó más fuerte. Otra vez nada. Intentó mirar a través de la ventana, pero la cortina estaba bajada. Dio la vuelta a la caravana. Todas las cortinas estaban bajadas en pleno día. Volvió a golpear la puerta e intentó girar el pomo. Cerrado.

Vio que era una vieja cerradura de esas que se cierran de golpe. Myron no era un experto en forzar puertas, pero abrir esa vieja cerradura parecía bastante fácil. Se aseguró de que nadie mirara. Años atrás, Win le había enseñado cómo forzar una cerradura con una tarjeta más delgada que una tarjeta de crédito. La tarjeta dormía en su billetero, siempre la llevaba allí pero sin usarla, como un adolescente que lleva un condón con la ilusión de usarlo algún día. Sacó la tarjeta, asegurándose de nuevo de que nadie mirara, y la deslizó por el marco, para meterla entre el pasador y el marco y abrir así la puerta. Si la puerta de la caravana tenía un cerrojo o cualquier cosa por el estilo, sería inútil. Por fortuna la cerradura era barata y débil.

La puerta se abrió. Myron se apresuró a entrar y la cerró. Las luces estaban apagadas y, con todas las cortinas bajadas, la habitación tenía un resplandor fantasmal.

– ¿Hola?

Ninguna respuesta.

Apretó el interruptor. Las bombillas se encendieron. La habitación tenía el aspecto que se podía esperar de una caravana de alquiler. Había uno de esos muebles multiusos de noventa dólares que requieren un montaje laborioso, con un puñado de libros en rústica, un televisor pequeño y un viejo ordenador portátil. Había una mesa de centro que no había visto un posavasos desde la caída del Muro de Berlín y un sofá cama. Myron sabía que era un sofá cama porque había encima una almohada y mantas plegadas. Mickey sin duda dormía aquí, y su madre ocupaba el dormitorio.

Myron vio una foto en la mesa. Encendió la lámpara y la levantó para verla. Mickey con el uniforme de baloncesto, el pelo revuelto, los rizos en la frente pegados por el sudor. Brad estaba a su lado, con un brazo alrededor del cuello de su hijo, como si estuviese a punto de sujetarlo con una amorosa llave. Padre e hijo mostraban unas sonrisas enormes. Brad miraba a su hijo con tanto amor y en un momento tan íntimo que Myron casi sintió la necesidad de apartar la mirada. La nariz de Brad, como Myron comprobó, estaba torcida. Pero había algo más que eso, Brad parecía mayor, el pelo comenzaba a retroceder de la frente. Algún pensamiento sobre el paso del tiempo y todo lo que habían perdido hizo que a Myron se le partiese el corazón de nuevo.

Myron oyó un ruido a su espalda. Se volvió con rapidez. El sonido procedía del dormitorio. Fue hasta la puerta y miró hacia el interior. La habitación principal estaba limpia y arreglada. El dormitorio tenía el aspecto de que hubiese pasado una tempestad, y allí, en el ojo del huracán, dormida (o tal vez algo peor) y tumbada boca arriba, estaba Kitty.

– ¿Hola?

Ella no se movió. Su respiración era un jadeo ronco. La habitación olía a cigarrillos y a algo parecido a cerveza rancia. Se acercó a la cama. Myron decidió curiosear un poco antes de despertarla. El teléfono móvil estaba en la mesita de noche. Lo miró. Vio las llamadas de Suzze y Joel Crush Fishman. Había tres o cuatro llamadas, y algunas parecían números de larga distancia. Los anotó en su Blackberry y se los mandó por e-mail a Esperanza. Buscó en el bolso de Kitty y encontró los pasaportes de ella y de Mickey. Había docenas de visados, de países de todos los continentes. Myron los examinó, con intención de deducir una cronología. Muchos de ellos estaban manchados. Al parecer, Kitty había llegado a Estados Unidos dos meses antes, procedente de Perú. Si Myron lo había interpretado correctamente, ella había llegado a Perú, procedente de Chile, ocho meses antes.

Devolvió el pasaporte al bolso y siguió buscando. Al principio ninguna sorpresa, pero entonces comenzó a palpar en el forro del bolso y, vaya, notó un bulto duro. Metió los dedos por el corte y sacó una bolsa de plástico con una pequeña cantidad de polvo marrón dentro.

Heroína.

La furia le dominó. Estaba a punto de despertarla dando un puntapié en la cama cuando vio algo en el suelo. Durante unos segundos sólo parpadeó, incrédulo. Estaba allí, en el suelo, cerca de la cabeza de Kitty, donde podía dejar caer un libro o una revista al quedarse dormida. Myron se agachó para mirarla de cerca. No quería tocarla, no quería dejar ninguna huella.

Era un arma.

Miró alrededor, encontró una camiseta en el suelo y la utilizó para recoger el arma. Un treinta y ocho. Similar al que Myron llevaba en la cintura, cortesía de Win. ¿Qué demonios estaba pasando? Casi se sintió tentado de llamar a los servicios sociales y dejarlo correr.

– ¿Kitty?

Ahora su voz era más fuerte, dura. Ningún movimiento. No dormía; estaba inconsciente. Dio un puntapié en la cama. Nada. Pensó en echarle agua en la cara, pero se decidió por darle unas suaves palmadas en el rostro. Se inclinó sobre ella y olió el aliento rancio. Volvió atrás en el tiempo, cuando ella era la adorable adolescente que dominaba la pista central, y su expresión yiddish favorita volvió en un instante: «El hombre planea y Dios se ríe». Y no era una risa bondadosa.

– ¿Kitty? -llamó de nuevo, con voz un poco más fuerte.

Los ojos se abrieron de repente. Se giró deprisa, sorprendiendo a Myron que se echó hacia atrás, y entonces comprendió qué estaba haciendo.

Iba a por el arma.

– ¿Buscas esto?

Sostuvo el revólver en alto. Ella se llevó las manos a los ojos, aunque apenas había luz, y parpadeó.

– ¿Myron?

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