SEIS SEMANAS MÁS TARDE
Los Ángeles, California
Su padre se apoyó en el bastón y abrió la marcha.
Había perdido diez kilos desde la operación a corazón abierto. Myron habría preferido que utilizase una silla de ruedas para subir por la pendiente de la colina, pero Al Bolitar no aceptó. Quería caminar hasta el lugar del último descanso de su hijo.
Su madre estaba con ellos, por supuesto. Mickey también. Mickey le había pedido prestado un traje a Myron. No le quedaba muy bien. Myron iba al final de la comitiva para asegurarse, se dijo a sí mismo, de que nadie se quedase atrás.
Hacía un sol de justicia. Myron alzó la mirada y los ojos se le llenaron de lágrimas. Habían cambiado tantas cosas desde que Suzze había acudido a su despacho en busca de ayuda.
Ayuda. Vaya broma, si te paras a pensar en ello.
El marido de Esperanza no sólo había solicitado el divorcio, sino que también reclamaba la custodia exclusiva de Héctor. Basaba su demanda en que Esperanza pasaba demasiadas horas en su trabajo y descuidaba sus deberes maternales. Esperanza se alteró tanto por la amenaza que le pidió a Myron que le comprase su parte de la empresa, pero la idea de trabajar en MB Reps sin Esperanza o sin Win era demasiado desalentadora. Al final, después de muchas discusiones, acordaron vender MB Reps. La megaagencia que la compró decidió fusionar las dos compañías y desprenderse del nombre MB.
Big Cyndi invirtió su indemnización en tomarse el tiempo suficiente para escribir unas memorias en las que pensaba contarlo todo. El mundo aguardaba.
Win todavía se mantenía oculto. Myron sólo había recibido un mensaje suyo en las últimas seis semanas: un e-mail con un breve y sencillo texto:
Estás en mi corazón, pero Tuu y Mii están en mi cama.
Ése era Win.
Terese, su prometida, aún no podía regresar de Angola, y ahora, tras los súbitos cambios en su vida, Myron no podía irse. Todavía no. Quizá durante mucho tiempo.
Cuando se acercaban a la tumba, Myron alcanzó a Mickey.
– ¿Estás bien?
– Sí -dijo Mickey, y aceleró el paso para poner distancia entre él y su tío.
Lo hacía a menudo. Al cabo de unos minutos la comitiva se detuvo.
Todavía no habían colocado ninguna lápida sobre la tumba de Brad. Sólo había una placa.
Durante un buen rato nadie dijo nada. Los cuatro permanecieron allí, con la mirada perdida en la lejanía. Los coches circulaban por una autopista cercana ajenos al dolor de aquella familia destrozada. Sin previo aviso, su padre comenzó a recitar el kaddish, la oración hebrea para los muertos. No eran personas religiosas, todo lo contrario, pero hay actos que se hacen por tradición, como un ritual, por necesidad.
– Yit'gadal v'yit'kadash sg'mei raba…
Myron se arriesgó a mirar a Mickey. Había participado en la mentira sobre la muerte de su padre, con la voluntad de encontrar la manera de mantener íntegra la imagen de su familia. Ahora, de pie junto al lugar donde yacía el cuerpo de su padre, el chico se mantenía imperturbable, con la cabeza erguida y los ojos secos. Quizás era la única manera de sobrevivir cuando los golpes continúan lloviendo sobre ti. Kitty por fin había vuelto a casa después de la cura de rehabilitación, pero enseguida se marchó en busca de una dosis. La encontraron inconsciente en un sucio motel en Newarky la arrastraron de vuelta a la clínica. Estaba recibiendo ayuda de nuevo, pero la muerte de Brad la había destrozado, y Myron no sabía si conseguiría superarlo.
La primera vez que Myron sugirió asumir la custodia de Mickey, su sobrino, como era lógico, se rebeló. Nunca dejaría a nadie que no fuese su madre cuidar de él, dijo, y si Myron lo intentaba, iría a juicio para pedir la emancipación o se fugaría de casa. Pero los padres de Myron tenían que regresar a Florida y el curso escolar comenzaba el lunes siguiente, de modo Myron y Mickey, por fin, llegaron a una especie de acuerdo. Mickey aceptó quedarse a vivir en la casa de Livingston con Myron como tutor no oficial. Asistiría a clase en el instituto de Livingston, la escuela donde estudiaron su tío y su padre. Myron, a cambio, aceptaba mantenerse fuera de su camino y asegurarse de que Kitty, a pesar de todo, conservase la custodia exclusiva sobre su hijo.
Era una tregua flexible y difícil.
Con las manos unidas y la cabeza inclinada, el padre de Myron acabó la larga plegaria con las palabras:
– Aleinu v'al kol Yis'ra'eil v'im'ru Amen.
Su madre y Myron se unieron en aquel último amén. Mickey permaneció en silencio. Durante varios minutos nadie se movió. Myron vio la tierra removida e intentó imaginarse a su hermano menor allí abajo. No pudo.
Recordó la última vez que había visto a su hermano, aquella noche nevada de hacía dieciséis años, cuando Myron, el hermano mayor que siempre había intentado protegerle, le rompió la nariz a Brad.
Kitty tenía razón. Brad había estado dudando entre dejar la escuela y escapar a lugares desconocidos. Cuando su padre se enteró, envió a Myron a hablar con su hermano menor.
– Tú ve -le dijo papá-, y discúlpate por todo lo que dijiste de ella.
Myron protestó, arguyó que Kitty había mentido sobre las pastillas anticonceptivas, que tenía mala reputación y todas aquellas idioteces que ahora sabía que no eran ciertas. Su padre se había dado cuenta ya entonces.
– ¿Quieres que se aleje para siempre? -preguntó su padre-. Ve, discúlpate y tráelos a los dos a casa.
Pero cuando Myron llegó, Kitty, en su desesperación por escapar, se inventó la historia de que Myron había intentado ligar con ella. Brad se puso como loco. Al escuchar a su hermano gritar y desvariar, Myron comprendió que tenía razón sobre Kitty desde el principio. Su hermano era un idiota por haberse liado con ella. Myron comenzó a discutir, acusó a Kitty de todo tipo de traiciones y entonces gritó las últimas palabras que le había dicho a su hermano:
– ¿Vas a creer a esa puta mentirosa en vez de creer a tu hermano?
Brad le lanzó un puñetazo. Myron lo eludió y, furioso, se lo devolvió. Incluso ahora, junto al lugar del descanso final de Brad, Myron oyó el desagradable ruido que hizo la nariz de su hermano al romperse bajo el impacto de sus nudillos.
Ésa era última imagen que tenía Myron de su hermano: Brad estaba en el suelo y lo miraba sorprendido, mientras Kitty intentaba contener la sangre que se derramaba de su nariz.
Cuando Myron volvió a casa, no pudo decirle a su padre lo que había hecho. Ni se atrevió a repetir la terrible mentira de Kitty para justificarse. Así que Myron, aquel día, mintió a su padre.
– Me disculpé, pero Brad no quiso oírme. Tendrías que hablar con él, papá. A ti te escuchará.
Pero su padre sacudió la cabeza.
– Si Brad ha hecho eso, quizás es lo que está destinado a hacer. Quizá debemos dejarle ir para que encuentre su camino.
Lo hicieron. Ahora volvían a estar juntos por primera vez, en un cementerio a cuatro mil ochocientos kilómetros de casa.
Transcurrió otro minuto de silencio. Al Bolitar sacudió la cabeza y dijo:
– Nunca tendría que haber pasado. -Se detuvo y miró al cielo-. Un padre nunca tendría que recitar el kaddish por su hijo.
Sin añadir nada más, comenzó a bajar por el sendero.
Después de dejar a mamá y a papá en el vuelo de Los Ángeles a Miami, Myron y Mickey tomaron un avión con destino al aeropuerto de Newark. Volaron en silencio. Cuando llegaron, buscaron el coche de Myron en el aparcamiento y tomaron la Garden State Parkway. Ninguno de los dos habló durante los primeros minutos del trayecto. Cuando Mickey vio que dejaban atrás la salida de Livingston, por fin dijo.
– ¿Adónde vamos?
– Ya lo verás.
Diez minutos más tarde entraron en el aparcamiento del centro comercial. Myron puso la palanca de cambios en punto muerto y sonrió a su sobrino. Mickey miró a través del parabrisas y después a Myron.
– ¿Me llevas a tomar un helado?
– Ven -dijo Myron.
– ¿Me estás tomando el pelo o qué?
Cuando entraron en la heladería SnowCap, Kimberly se les acercó en la silla de ruedas con una gran sonrisa y dijo:
– ¡Eh, ha vuelto! ¿Qué le sirvo?
– Prepárele a mi sobrino su SnowCap Melter. Necesito hablar con su padre un momento.
– Claro. Está en el cuarto de atrás.
Karl Snow estaba repasando las facturas cuando Myron entró en la habitación. Le miró por encima de las gafas de leer.
– Me prometió que no volvería a verle nunca más.
– Lo siento.
– ¿Entonces por qué ha vuelto?
– Porque usted me mintió. Intentó venderme lo pragmático que había sido. Su hija estaba muerta, dijo, y ya nada podría devolvérsela. Era imposible que Gabriel Wire fuese a la cárcel por lo que había hecho. Así que cogió el dinero para ayudar a Kimberly. Lo explicó de una manera muy hermosa y racional, y yo, simplemente, no pude creerme ni una palabra. No, después de ver cómo trataba a Kimberly. Entonces pensé en el orden.
– ¿Qué orden?
– Lex Ryder llama a Suzze y le dice que Gabriel Wire está muerto. Suzze se queda atónita. Desconfía, visita a Kitty para confirmar si Lex le ha contado la verdad. Vale, hasta aquí lo entiendo. -Myron ladeó la cabeza-. Pero entonces, ¿por qué Suzze vino a visitarle inmediatamente a usted después de ver a Kitty, la única persona que fue testigo del asesinato de Gabriel?
Karl Snow no dijo nada. No era necesario. Myron lo sabía. Lex había creído que Ache y Crisp habían matado a Wire, pero eso no tenía sentido. Tenían una muy buena razón para seguir con HorsePower.
– Gabriel Wire era rico, conocía a gente importante y se iba a librar del asesinato de Alista. Usted lo sabía. Sabía que nunca comparecería ante la justicia por lo que le hizo a su hija. Así que decidió actuar. En cierto modo, es irónico.
– ¿Qué?
– Todo el mundo cree que usted vendió a su hija.
– ¿Y? -dijo Karl Snow-. ¿Cree que me importa lo que el mundo crea?
– Supongo que no.
– Se lo dije antes. Algunas veces hay que amar a un hijo en privado. Y algunas veces tienes que llorarlo en privado.
Y algunas veces tienes que hacer justicia en privado.
– ¿Piensa usted contárselo a alguien? -preguntó Snow.
– No.
No pareció sentirse aliviado. Sin duda pensaba en lo mismo que Myron. Las ondulaciones. Si Snow no hubiese actuado como un vengador -si no hubiese matado a Gabriel Wire-, Kitty no habría sido testigo del crimen ni habría tenido que huir. El hermano de Myron tal vez estaría con vida y Suzze T también. Pero este tipo de lógica sólo funciona hasta cierto punto. El propio padre de Myron había expresado la rabia atroz que siente un padre al enterrar a un hijo. La hija de Karl Snow había sido asesinada. Así que el bien y el mal… ¿quién sabe?
Myron se levantó y se dirigió hacia la puerta. Se volvió para decir adiós, pero Karl Snow mantuvo la cabeza gacha y la mirada fija en aquellas facturas con demasiada concentración. En la heladería, Mickey se estaba comiendo el SnowCap Melter. Kimberly había acercado su silla para animarle un poco. Bajó la voz y susurró algo que hizo que Mickey estallara en carcajadas.
Myron recordó de nuevo su puño golpeando el rostro de su hermano. Pero ahora había algo que le ayudaba a superarlo. El pasaporte. Siguiendo las instrucciones de Kitty, lo había examinado con atención. Primero observó los sellos de los visados, los muchos países que habían visitado. Pero no era aquello lo que Kitty quería que viese, sino la primera página, la página de identificación. Observó con atención el nombre de Mickey. Su verdadero nombre. Myron creía que Mickey era un diminutivo de Michael. No lo era.
El verdadero nombre de Mickey era Myron.
Kimberly le acababa de decir algo tan divertido a Mickey que éste dejó caer la cuchara, se echó hacia atrás y se rió por primera vez desde que Myron le había conocido. El sonido se enroscó en el pecho de Myron. Aquella risa le resultaba tan familiar, tan parecida a la de Brad, que parecía proceder de algún recuerdo lejano, en algún maravilloso momento compartido por los dos hermanos mucho tiempo atrás, como si hubiera resonado a través de los años antes de encontrar el camino de esta heladería para llegar al corazón del hijo de Brad.
Myron se detuvo y escuchó. Sabía que el eco de aquella risa acabaría por apagarse, pero esperaba que nunca enmudeciese.